Diatribas contra el trabajo
Alejandro Hosne
Librosampleados
México, 2017.
Uno: la literatura es un devaneo y no. Diatribas contra el trabajo es ejemplo de ello. Su tema: discurrir violenta e inteligentemente contra la necesidad de trabajar. Después de un tiempo, el personaje que escribe se ve forzado a volver a laborar en una oficina —a su cotidianidad, su hartazgo, su fauna—, y así empieza su narración, que parece emerger de un real cansancio, de ese Walking around, medio Spleen, para convertirlo en refinado panfleto.
Dos: entonces la escritura cobra forma. Aquí, en este pequeño texto de menos de cincuenta páginas, compuesto de varios apartados y un colofón, se condensa algo que recuerda a los clásicos ensayistas ingleses, a su acidez y su humor. Pero también uno no puede dejar de pensar que se trata de un texto del que no podemos expulsar un efecto autiobiográfico, en el sentido de que estamos implicados en la intimidad de un personaje que se llama como su autor, que tiene cierta edad, es de cierta condición económica, y que grita (y escribe) sinceramente lo que la mayoría calla: odia su trabajo.
Hasta ahí esto es una confesión: “En verdad, tener que trabajar sin decidir primero si uno quiere hacerlo es antinatural (lo digo yo), y aún así lo aceptamos”; pero poco después es además una reflexión: “Lo que yo —mísero ser humano— critico es la sumisión, la esclavitud, que por motivos de marketing fue rebautizada en los últimos cientos de años de este mundo industrial como trabajo y empleo”. Pero la ductilidad intelectual del personaje se despliega a otras vertientes, y ya no sólo replantea el rol del trabajo en la sociedad, ni se sólo se queja, su escritura piensa en los temas más extrañamente humanos, y los vuelve hermosos, en cosas como ésta:
Cuando uno deja de idealizar al mundo, a las personas y al amor, ve el lado oscuro de todo. Y lo oscuro no es una rareza, no es disfuncional, es lo que crea y forma al universo, lo oscuro ayuda a que la luz no atraviese todo y se vuelve enceguecedora. Demasiada luz es nada. La luz de nuestras vidas es mínima pero podemos valorarla, más bien hay que jugar con los claroscuros. Los humanos somos pintores mediocres para cuando se trata de usar colores pero geniales para luces y sombras. Así nos crearon, entre lo oscuro de la placenta, la luz del nacimiento y los grisáceos negros de la última de la noche.
¿Quién sabe qué temas recónditos y familiares nos resuenan y se revuelven en este párrafo? Esos “grisáceos negros de la última noche”, línea que por sí misma tiene un tipo de música y casi una redundancia aparente, genera un enigma que en su conjunto se liga con la idea de oscuridad que nos rodea, ese tema que está en la raíz de nuestra especie. Entonces no estamos ante una diatriba, ni una confesión, ni alguna reflexión, aquí la escritura es escritura creativa, que hace fricción.
Tres: esta escritura es anarquía. Yo no me trago el cuento de que el personaje es alguien cansado de trabajar y se pone a escribir contra ello para liberarse emocionalmente. El personaje es demasiado sensible y consciente de su condición laboral, de un lenguaje erudito evidente, inverosímil por momentos, que se contrapuntea con la imagen de un aguzado oficinista que quiere formar de sí el lector. Tal tensión puede ser una virtud si se lee como un producto plenamente artístico. Y si es así, la escritura de Alejandro Hose, y no solo su tema, son herederos de la mejor anarquía intelectual: la que te hace soñar sin despegarte del mundo, la que se mantiene abierta a varios sentidos. Por lo mismo, sus códigos de lectura no se ciñen al lector que busca remozada literatura, también puede tocar —presiento— al lector común, comercial o novísimo. Por eso pienso desconcertadamente en los trescientos ejemplares de su tiraje. Pero si pienso en eso es porque el autor expresa la conciencia de su técnica, casi como un extrañamiento literario, cuando escribe por ahí a la mitad del texto, al referirse a su propia escritura, a un pasaje anterior inmediato:
Releo la frase y parece de autoayuda, pero no puede serlo porque la autoayuda es la manera que tienen los imbéciles de idealizar lo que no tienen, y la experiencia no idealiza nada, sólo deja comprender ciertos retazos de vida. La vida.
He aquí, nuevamente, las fases de una literatura real: autorreflexión sobre lo que se escribe, conciencia de la experiencia contra el mundo de las ideas, apuesta por que la vida sea más que un tema para la escritura.