Estaba barriendo mi habitación y recordé al hombre (¿el niño?) de la novela de Brautigan pensando So the wind won’t blow it away. Dust… American… Dust. Pienso en la pistola, pensada por Brautigan en el libro, pensada por Brautigan antes de morir. Quizá algún chiste, como los tantos de las tres obras que leí una seguida de la otra, porque así es la edición gigante 1 que me regaló una profesora de inglés del colegio. El libro, que ahora está deformado por haberse mojado un día con bastante té dentro de mi bulto, contiene: Revenge of the Lawn (cuentos), The Abortion: An Historical Romance 1966 (novela) y So the Wind Won’t Blow it Away (novela).
El libro, a mi lado, me mira con sus páginas arrugadas y algo marrones, como algún libro extraño de la biblioteca de The Abortion. Empezar una novela con una señora que va en la madrugada a una biblioteca a dejar un libro escrito por ella sobre cómo hacer crecer flores con velas en un cuarto de hotel, es abrazar algún absurdo tan fuerte y marrón que no pude evitar soltar el libro, emocionada. En The Abortion, hay una mujer. Se llama Vida. Vida es una mujer que siente que su cuerpo, exageradamente hermoso, no le sirve. Le da rabia. Sentir rabia por tu cuerpo cada vez menos por compartirlo con alguien. Beber café instantáneo junto al bibliotecario de una biblioteca, no cualquier biblioteca, en San Francisco. Vivir con él. Ir a Tijuana a hacerte un aborto. An historical romance 1966.
Hay algo de burla en la narrativa de Brautigan, una ironía y un desapego de época de guerra. En Revenge of the Lawn es donde es más evidente. Los cuentos, las viñetas, que componen el libro te hacen caminar por California, con un cigarrillo en la mano. Cualquier cosa podría llamar tu atención, y cualquier cosa, realmente, lo hace. En este libro hay una cotidianidad vista desde alguien que nació en ese lugar, se crió en ese lugar, vivió en ese lugar, pero nunca llegó a ser de ese lugar. Por eso cualquier cosa puede ser una sorpresa, como una mujer poniéndose la ropa en la mañana o un grupo de hombres enterrando un león.
En So the Wind Won’t Blow it Away hay un tono quizá más serio. El tono de alguien que mira hacia atrás su vida y no la entiende del todo. La decisión entre comprar un hamburger o unas balas atormenta por lo fácil que se plantea. El relato se va construyendo en torno a decisiones de un preadolescente siempre rumiando fuera de casa, recogiendo botellas, hablando con extraños. Es una novela sobre la muerte escrita antes de la muerte del autor, una novela fantasma. Unas imágenes aparentemente inconexas se me hilan en la cabeza ahora que pienso en el libro desde la distancia: el niño mirando funerales desde su ventana, el preadolescente mirando una pareja armar una sala de estar a la orilla de un río, el hombre mirando el polvo que se lleva el viento.
En estas tres obras hay un sentido de contemplación, de documental, de bueno-qué-hacemos-la-vida-es-así. Sin embargo, no por esto la mirada es pasiva. Dentro del aparente desapego hay un rechazo al estado de las cosas que se presenta en forma de humor, de mientras-averiguo-cómo-cambiarlo-me-río. Es un libro que da ganas de salir de la casa a ver el mundo tal y como es pero sin aceptarlo del todo. Lo que sí creo que se acepta es que nada tiene sentido realmente. Brautigan invita a besar el absurdo en la boca y después salir corriendo, robándole al presente una mirada irónica hacia atrás.