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El rigor de la incertidumbre (o la irrigación de lo posible)

Poesía cero
Carlos Cociña.
Descontexto Editores
Santiago, 2017

© Andrés Díaz

Me gustaría proponer una lectura que permita entrever continuidades que resuenan en la obra de Carlos Cociña. Lo creo necesario, puesto que si bien su poesía se ha consolidado, incluso públicamente, como una de las propuestas más sugerentes e interesantes del país, su trabajo se suele abordar parceladamente (el uso de textos científicos, lo documental, el uso del formato digital), y cuesta encontrar lecturas que aborden el sustrato desde el cual los distintos procedimientos y soportes emergen. Esta lectura sólo puede ser tentativa, por lo que espero se comprendan las limitaciones del ejercicio. Por otra parte, quisiera hacerlo con cierta discreción, aunque si al leer ineludiblemente actuamos sobre lo leído y nos vemos a su vez afectados por lo que leemos, esta presentación es también el registro de mi admiración por la poesía de Cociña, y una pequeñísima retribución por su constante generosidad.

Desde el inicio, en Aguas servidas, Cociña aproxima la preocupación por la percepción de los sentidos a sus derivas escriturales, intuyendo la dificultad de mantener una percepción abierta y fluida que permita un contacto con lo real. Esta preocupación fenomenológica no desoye los problemas políticos e históricos impuestos por la dictadura, aun cuando en el “temor al vaciado” resida también cierta complicidad en el silencio. Esquivando el pathos explícito, Cociña toma el camino de un registro riguroso y exhaustivo. La escritura se pliega y abre la percepción. Al objetivar la expresión, manifiesta la decisión de llegar, mediante la escritura, más allá de las palabras. Crucial, en esto, es la mirada y su “ojo gemelo”, la mirada que escribe, que permite resignificar lo visto, volver a darle la fluidez y transparencia del agua a lo real.

La poesía de Carlos Cociña se caracteriza por la disolución de límites claros entre lo interior y lo exterior. En Tres canciones, la preocupación por la percepción se acentúa como conciencia de desaparición. Surge “lo que nunca está por volver”, pero al mismo tiempo “la transformación de las cosas que siguen inalterables”. Son instersticios para la imaginación, que permiten alcanzar un “equilibrio [que] no es simétrico”, en que lo objetivo también da lugar a un lirismo de la negación: “No eres como unos ojos una tarde / de los aromos en flor”, así como a una honda inquietud espiritual: “escoges / el crepúsculo de los dioses”, “vigilando que se construyan sobre sueños, /las moléculas / de lo que vendrá”, y, por último, a la necesidad de una dicción propia, pues “De mi dios / todos andan diciendo algo”.

La escritura se ofrece como espacio de verificación de esa búsqueda y de sus múltiples hallazgos. Se sumerge en la palabra para ir más allá de ella, como promesa de una nueva vida (de ahí tal vez la juventud de estos textos). En Espacios de líquido en tierra, explorar lo real implica aceptar “una bruma que es la misma que envuelve los límites que no se pueden cuantificar”. Los planos se tocan, los sentidos se cruzan. La realidad material se vuelve indisociable de la actividad neuronal, que actúa sobre ella y viceversa, en una danza, una respiración: “Desde esas latitudes la ribera fosforece en el cerebro y poseídos e incendiados por el silencio, los sueños se sumergen en las construcciones”. Al mismo tiempo, la escritura indaga, pone a prueba, estudia límites y espacios entre planos diferentes, para “distinguir todos los estados del agua”. El hallazgo es lo táctil del poema, un tocar al otro o al mundo: son las “hermosas muchachas y hermosos muchachos” cuyos “ojos entrecierran la luminosidad y palpan el cielo del otro”, o bien la atención a lo lejano desde lo personal: “Escucho los sueños de otro cuando voy llegando al desierto” (p. 72).

Los espacios que pueblan los poemas son descripciones que muchas veces funcionan como metáforas, huellas de una percepción más precisa: “Hay excepciones que dejan la posibilidad de alcanzar la casi perfección de lo inusitado en los estados del sonido” (p. 62). La rigurosidad casi científica de Cociña es inseparable de una búsqueda estética, de un aparecer más allá de la percepción, de un abrir lo real a través de lo imaginario, como cuando dice: “Con la fuerza de la luz en los vidrios, la imaginación se ubica en territorios cercanos a valles inexistentes”. Las cosas separadas encuentran puntos de unión y se ponen a brillar y vibrar. Es en la vibración donde nace una confirmación, precaria, de una expansiva incertidumbre: “Los ladrillos rozan la luminosidad de la nieve reciente”, o “los órganos interiores vibran a paso lento, drogados en su propia cadencia”. La vibración desplaza los límites y abre la posibilidad de otra mirada.

Esta vibración es indisociable de un espíritu de acogida. La poesía de Cociña puede asimilar, leer y dialogar con materiales y tendencias disímiles. Esta generosidad arranca de una constatación negativa: “…nada existe de lo que creí soñaba”, pero que puede leerse como un llamado a la creación. La imagen de la isla, en Espacios de líquido en tierra, sintetiza la responsabilidad constructiva que plantea Cociña. La isla es ese espacio rodeado de agua en que la imaginación no deja de probar límites. La isla es un espacio metafórico  y real que debe ser superado habitando “la mejor ciudad para salir de ahí”: “Del orden de los afectos es el proyecto del lugar en que estamos. La ceremonia de las construcciones adquiere sentido cuando la elevación, en cotidiano, elimina la perspectiva de la isla”.

La obra de Cociña plantea la necesidad de un espacio habitable de fronteras porosas, que sienta y acoja al otro. La posibilidad de tal espacio pasa por buscar afuera de la propia palabra. Primero, en 71, a través del haikú, una forma poética de la tradición japonesa. Luego, en Plagio del afecto, a través de la apropiación de textos científicos, y de referentes artísticos, entre otros. Adoptar el lenguaje de otra comunidad o persona, intervenirla, reconocerse en palabras de otros, en terminologías ajenas, es algo que Cociña ya había explorado, pero cabe señalar que es su visión de la escritura la que plantea la necesidad de escuchar al otro y, a su vez, de alcanzar una percepción fluida de la realidad. Aparece así la “oreja [que] / palpa / lo que no sé decir”, la generosidad de un lector atento a las palabras de otro. La capacidad de confundirse, de mezclarse, permite a Cociña alterar e intervenir, sigilosamente, discursos diversos, de manera coherente con su escritura, como por ejemplo cuando dice: “El cerebro simula la realidad […] Si por conciencia se entiende construir una imagen, entonces la realidad es ésa…El sonido es una interpretación que hace el cerebro de las vibraciones del aire producidas por el árbol que se derrumba. Las vibraciones en el aire son el amor”.

Pero Cociña nunca abandona del todo la perspectiva del “yo”. Es un “yo” enraizado en sus convicciones (aun cuando su rasgo principal sea lo incierto), constructor de relaciones, pero disuelto en el todo: “Ahora, frente a ti, cuando desaparezco, cuando no existo ni siquiera en el rechazo, mi vida se hace más cuerpo, transparente porque estoy en todo, único porque lo que no quieres ver está en mí, y yo lo sostengo y soy más que la desaparición de esos ojos”. Se trata de una desaparición que aparece, que tiende puentes hacia lo biográfico.  El “yo” disuelto, el “yo” biográfico, convive con el blanco, el silencio, el olvido, puesto que “la vida existe sin palabras”. Ya que “nada es lo que es, sino lo que aparece”, Cociña busca formas de aparición de las palabras que abran espacios para lo visible y lo invisible, lo presente y lo ausente, con palabras propias y ajenas. La utilización de procedimientos específicos, me parece, se subordinan a la idea de poesía como proceso de verificación de una percepción plena desde la incertidumbre.

En este sentido, las conexiones y relaciones que establecen los poemas no están en función de una metáfora que trasciende lo conectado. La conexión es en sí la posibilidad encarnada de la fluidez y de una disponibilidad. Es fruto de un pliegue a partir del cual la escritura vuelve a desplegarse.

En La casa devastada, procedimientos que antes permitían distinguir entre libros diferentes, confluyen. Estos procedimientos, imbricados en una estructura compleja que multiplica las posibilidades de relación entre los textos, pueden entenderse como cauces que permiten irrigar territorios, permiten la circulación líquida de la palabra fuera de sí, que puede leerse, también, como una continuación del trabajo de Juan Luis Martínez, y La nueva novela, al poner en duda la familiaridad, y enseñar la incertidumbre como espacio habitable.

Porque lo habitable exige la devastación de lo familiar, entendido como “programa”. Cociña, en cambio, busca situarse “a la intemperie [donde] se pierden las diferencias”, concibiendo los espacios creados como “instrumento para que las cosas sucedan”. Surgen así dos tipos de espacios, claramente contrapuestos. Por un lado, están las “Casas como máquinas de vigilar donde, lo privado se expone, lo doméstico se anula, lo íntimo se castiga” y, por otro, las “Edificaciones abiertas, fluidas, transparentes, con interiores secretos, misteriosos, y exteriores introvertidos”, descripción que se aplica también a los poemas de Cociña.

Es necesario ofrecer una forma de percibir en que lo sólido tiemble. De aquí surge un deber pedagógico: “Transferir ese conocimiento es más complejo que traspasar tecnologías, concebir las interacciones o estar en ellas, sin terror”. Lejos de la “impostura” de “describir la vida personal”, Cociña en La casa devastada nos muestra “el sonido lejano de paredes que se deslizan, de piedras que se desmoronan, del rumor de techos que se derrumban”. El establecimiento de estas relaciones fundadas en la incertidumbre y la inestabilidad, es un llamado a un deber libre de creación, pero también una advertencia acerca de los riesgos del lenguaje. En efecto, si “Las cosas que no existen están en el origen de las palabras”, es vital mantenerse expuestos a “Cosas desconocidas [que] están en la imaginación, y sensaciones. Descripciones imposibles, arrebatos y murmullos en ambas paredes de la piel”. La poesía de Cociña apunta así a la creación de una nueva relación que “es otra entidad, un todo distinto de sus partes, un mar cuya capacidad de absorción puede disolver la bóveda de un universo”.

En un poema publicado en junio de 1973, incluido en esta antología, y publicado en la revista Fuego Negro, ya se anunciaba este itinerario explorado a lo largo de casi medio siglo: “por estas tierras /un pequeño mundo / busco en el silencio de los cortos viajes”. Cabe esperar que cada vez sean más quienes acompañen a Cociña en su generosa reescritura de los límites, su disuelta resolución a hacer aparecer y desaparecer fronteras. Por mi parte, se trata, muy modestamente, de seguir un ejemplo que resuena en diversos espacios y momentos, con esa concentrada y luminosa determinación.

Dolores Etchecopar: “Excesivos sólo fueron mis errores”

La condición de diplomático de tu padre produjo, por así decir, que tu infancia y adolescencia transcurrieran en países de Latinoamérica y Europa.

No quisiera armar una cronología estática porque rehúyo vivir en un tiempo fechado. Pero sí puedo decir que a los dos años viajé a Estocolmo (Suecia) y los aproximadamente dos años vividos allí fueron de los más decisivos de mi vida. Guardo imágenes muy vívidas de la casa, la escalera, del crujido de sus pisos de madera, de Emma Brisa, una yugoslava que me cuidaba, de mi madre que escribía cuentos ilustrados por ella  —yo corría cada mañana a preguntarle cómo seguían—, de la nieve por la que me deslizaba con un trineo y del bosque que se veía desde la ventana. Cuando escribo procuro que las cosas lleguen a mis sentidos como lo hacían en esos días en que eran presencias que maravillaban, libres aún de los significados que opacan la percepción del mundo. Después vinieron años más oscuros. Pasábamos un tiempo en Buenos Aires y volvíamos a partir. Viví el desarraigo, las despedidas, la impronta de lo extraño. Poco recuerdo de mi estadía en Lima. El impacto de México sigue obrando en mí, Bogotá en mi pre-adolescencia también dejó rastros entrañables. Fue importante para mí vivir en otros países latinoamericanos, respiré sus atmósferas, otros colores y otra cadencia del idioma compartido, que también se trasladaron a mi poesía. A los quince años estuve de nuevo en Europa, en Berna (Suiza) y de allí volví a la Argentina donde terminé la escuela secundaria. Luego volví a Suiza, pero esta vez sin mi familia: fui a estudiar filosofía en la Universidad de Ginebra. Me faltaba un año para terminar la carrera cuando volví a Buenos Aires, donde algunos poemas míos comenzaron a salir aquí y allá, en suplementos, revistas, etc.,  y publiqué mi primer libro. 

Tu madre ilustraba sus cuentos y de vos se han reproducido en la Red dibujos a la tinta siendo presentada como artista visual. ¿Expusiste en muestras individuales o colectivas?

Sí, mi madre dibujaba y tejía tapices. Creo que ella me transmitió la poesía sin darse cuenta. Durante mucho tiempo pensé que la poesía me había llegado a través de la gran biblioteca de mi padre que era un lector hedonista y empedernido, pero actualmente intuyo que su transmisión vino por cauces más invisibles que tenían que ver con esa secreta concentración que mi madre dedicaba al dibujo y a los tapices. Y lo advertí al conectarme yo con el dibujo y la pintura, aunque en mi caso es una actividad marginal, puramente lúdica, no ocupa el lugar central que doy a la escritura. No sería serio de mi parte hacer muestras ni ningún gran movimiento hacia el mundo con mis dibujos y pinturas, dado que es algo a lo que no me dedico sino que lo practico esporádicamente por puro gusto, quizá una manera de continuar el secreto materno, mínimas puntadas en las tapas negras de los libros de hilos editora, como figuritas de un pequeño teatro de cartón.

Tu padre, Máximo Etchecopar, además de haber publicado el poemario “Breve y varia lección”, entre otros volúmenes ensayísticos dio a conocer “Lugones o la veracidad”, “Esquema de la Argentina”, “Con mi generación”, “El fin del Nuevo Mundo: sobre la independencia de los pueblos americanos” e “Historia de una afición a leer” (en la edición de Editorial Universitaria de Buenos Aires, se añade en la tapa: “Ortega, nuestro amigo”). Y el amigo mentado es el filósofo español José Ortega y Gasset, fallecido un año antes de que vos nacieras. Establezco así mi invitación, Dolores, a que nos hables de tu padre escritor y de lo que a vos te halla llegado de la amistad entre él y Ortega.

“Breve y varia lección” es un libro de aforismos. Mi padre era un lector fervoroso de poesía pero de su autoría solo editó prosa. Su amistad con Ortega y Gasset representó para él, creo yo, el encuentro más decisivo de su vida. Ortega distinguió la mirada de mi padre en medio de una multitud de personas que habían ido a escuchar una de sus conferencias, y a partir de allí empezó una amistad entrañable. Mi padre era muy joven por entonces, estaba más cerca de los veinte que de los treinta años; salir a caminar con Ortega todos los días que duró su estadía en Buenos Aires, fue una iniciación al pensamiento, a la manera de los discípulos de Sócrates que también pensaban conversando y caminando. En reiteradas oportunidades me volvía a contar la diferencia abismal que él había experimentado entre el acceso fulgurante, instantáneo, al fluir del pensamiento de Ortega, y el de otros intelectuales que tuvo ocasión de frecuentar. Fue un deslumbramiento para él que se prolongó  a lo largo de toda su vida, hizo que  su propio pensamiento diera un giro radical hacia un pensamiento historicista. También Ortega, que era un filósofo que escribía con la elegancia de un literato, reunió en mi padre su afición por la literatura y por la filosofía. 

Con las poetas Claudia Masin y María Mascheroni condujiste “El Pez Que Habla”, grupo de acción poética.

Sí, ocurrió en la bisagra de los siglos XX y XXI; fue una experiencia breve pero muy intensa en la que armábamos dispositivos de toda índole para crear atmósferas propiciatorias de las lecturas de poesía que tenían lugar allí. Un modo de realzar la voz de los poetas con un despliegue de sonidos, luces, imágenes, que aportaban un plus sensorial a lo impalpable que trae la poesía. Lo hacíamos en un espacio muy bello que yo tuve en esos años, diseñado con una estética Hundertwasseriana, que se llamó “Bar Beckett”. También Zulma Ducca, música y compositora, formaba parte del cuarteto de “El pez que habla”. Me quedo con la imagen de la poeta venezolana Patricia Guzmán leyendo su maravilloso “El poema del esposo”, y el último día, el sonido de los tambores japoneses tocando en vivo.

Y unos años después… “Santo Cielo”.

Sí, otro espacio creado para acontecimientos poéticos, teatrales y alguna que otra muestra de pintura. En los dos casos y por distintos motivos, la aventura se interrumpió antes de lo esperable. Umbrales de un sueño que se reinventa, ojalá venga un tercer episodio. Una lectura a destacar fue la de Lorenzo García Vega, el extraordinario poeta cubano que esa noche memorable del año 2005 vino a “Santo Cielo” de la mano de Reynaldo Jiménez.

La Editorial llega más tarde.

“Hilos Editora” nació en el 2010 y de los tres proyectos es el que más está durando, seguimos en plena tarea, tratando de crear un catálogo de libros que por distintos motivos nos hacen mella. Se trata de una editorial independiente, hecha a pulmón, por eso vamos lento, poniendo un cuidado especial en el armado del libro, en sus tapas y en cada detalle. No recibimos originales sino que vamos nosotras (María Mascheroni, María del Carmen Colombo y yo) a los autores que programamos editar a pedirles algún material. Forman parte del catálogo poetas de distintas generaciones y nacionalidades. Los argentinos: Diego Muzzio, Claudia Masin, María Mascheroni, Cristian Aliaga, Laura Klein, Mónica Sifrim, Lila Zemborain, Sebastián Salinas, María del Carmen Colombo, Paulina Vinderman, María Julia De Ruschi, Leopoldo Castilla, Graciela González Paz, Inés Aráoz, Víctor Redondo. Patricia Guzmán, poeta venezolana; entre los poetas traducidos: Georges Schehadé, Jerome Rothenberg, Antonella Anedda, Milo de Angelis. Ahora inauguramos una línea de ensayos poéticos con las “Notas sobre poesía” de Paul Valéry, una selección y traducción de textos que hizo Hugo Gola.

¿Has recibido cartas que atesores?

Sí, cartas entrañables de poetas muy admirados como René Char (la tinta se está desvaneciendo por haber estado expuesta a la luz durante mucho tiempo), Humberto Díaz Casanueva, Edgar Bayley, entre muchas otras; celebro que me hayan tocado años en los que el mundo virtual todavía no había abolido las cartas! 

Algún indicio en Internet me dio a entender que conociste personalmente a la escritora uruguaya Marosa di Giorgio (1932-2004).

Cuando conocí a Marosa, en una lectura que hizo en Buenos Aires, la primera vez que vino, fue un antes y un después. Escucharla fue sentir que se abrían todas juntas las puertas de la poesía, era asistir al sueño despierto de una voz intemporal que se colaba por los poros de la lengua, sin barreras, sin censuras, pura eclosión de la inagotable infancia del lenguaje traída al centro de la escucha por la delicada fiereza hipnótica de Marosa, con quien me crucé pocas veces; me hubiera gustado ir a sus tertulias en la mítica confitería de Montevideo, pero no pudo ser. Apenas la frecuenté, después de los recitales, en algún bar donde ella se mantenía hierática y tersa. Me llegaron sus palabras en una postal cuando leyó un libro que le envié; era sumamente gentil e inasible fuera del círculo encantado de su voz.

“La noche es el país de la poesía” afirmaste en un blog local, y “No hables tan rápido delante de la noche” sería el título de tu próximo libro, leí en otro.

El título “No hables tan rápido delante de la noche” ya lo descarté porque me dijeron que un escritor español tiene un título muy parecido. Por ese motivo sigo buscando un nombre para el libro inédito que ya tengo casi listo para ser editado. Quizá lo haga a comienzos del año que viene. Se trata nuevamente de un libro de poemas.

Sigo pensando que la noche es el país de la poesía aunque desde hace unos años escribo más de mañana. Pero la noche sigue siendo ese tiempo de suspensión de los dispositivos del mundo, de las ocupaciones con que el día nos distrae. La noche no nos impone horarios ni tareas, la vigilia y el sueño juntan allí sus manos. 

Pasiones y entusiasmos. ¿Dirías que has ido pudiendo, en general, distinguirlos y entregarte a ellos acorde a la gravitación?

Sí, eso creo. Pasión y entusiasmo me depara la poesía, que también está en cierto cine, en cierto teatro, en algunos cuadros y esculturas, en cierta danza, en cierta música y también en dominios que no son del arte, como en los encuentros que nos dan alegría y nos rescatan de la inmovilidad de nuestras costumbres sentimentales y de pensamiento. Momentos de contemplación de ciertos instantes de un paisaje también son de la poesía. La lectura es una de mis pasiones. Me entusiasman algunos espacios habitados de  las ciudades antiguas, de algunas casas, las librerías de librero, los bares antiguos, algunas calles. Hay objetos que me entusiasman también, por lo que sugieren, marionetas, cajas, fotos, estampas, juguetes antiguos, relojes de arena, lupas, los libros, los lápices y los cuadernos, los diccionarios, los cuentos infantiles ilustrados, etc. 

En la novela “El hombre duplicado” de José Saramago, me detengo acá: “Eso que cierta literatura perezosa ha llamado durante mucho tiempo silencio elocuente no existe, los silencios elocuentes son sólo palabras que se quedan atravesadas en la garganta, palabras engastadas que no han podido escapar de la angostura de la glotis.” ¿Comentarías, vincularías…?

Dicho así, despectivamente, como lo hace Saramago (no leí “El hombre duplicado”), “silencios elocuentes” suena a retórico, a falso, y… sí, las palabras se prestan para todo tipo de usos. Pero hay otro silencio, el que habita la poesía, que no es “elocuente”, sino todo lo contrario, un silencio vacío de significado que permite que el poema irradie muchos sentidos, uno o varios en cada lector. Es el silencio que salva al poema del poeta, de los saberes que lo llevan a querer utilizar el poema para informar sobre algo que él ya tiene cocinado de antemano en su mente. Cuando es así el poema resulta un mal poema, uno que nace muerto, porque dice únicamente lo que dice, no abre un espacio radiante, necesario para la comunión entre un poema y su lector. El silencio es tan intrínseco y necesario al poema como las palabras. El silencio del poema nos garantiza que estamos siendo invitados al misterio del mundo, a contactar con aquello que abisma el lenguaje y nos deja sin habla pero en comunión con el misterio en el que estamos inmersos.

¿Con qué autores —de renombre— “no te pasa nada”? Y por extensión, ¿con qué directores cinematográficos, con qué artistas plásticos?

Es aventurado proclamar de una vez por todas con qué autores de renombre “no me pasa nada”. Me ha sucedido que en ciertas etapas no me decían nada determinados autores que más tarde sí me hablaron, porque yo estaba preparada para escucharlos. Hay otros autores que ni siquiera llegué a leer porque imaginé que no me pasaría nada con ellos. Puedo decir que en términos generales no me pasa nada con los autores en los que predomina una intención didáctica, una militancia exterior a la escritura, con los moralistas, con los que hacen de la trivialidad auto-referencial una cruzada anti-lírica, con muchos narradores que no ocasionan una experiencia de la escritura misma, que solo apuestan a lo argumental. Resulta más fácil nombrar a artistas destacados de otros campos: no me pasa casi nada con pintores como Fernando Botero, Dalí, cierto Picasso, Marinetti y otros pintores futuristas; los directores de cine Greenaway y Chabrol tampoco me han interesado, para nombrar dos representantes del cine de autor que es el que prefiero

¿Qué opinás del pasado?

 ¡Qué enorme pregunta! ¿Cómo contestar a eso? No tengo una vivencia estática del pasado, como si fuera un lugar de escenas cristalizadas en el tiempo, sino como algo que se mueve conmigo, que cambia y se actualiza según lo que voy pudiendo destilar. No me llama volver al pasado si éste no modifica mi presente y se modifica en él. Creo que todos los tiempos confluyen en el presente que es donde operamos, vivimos, escribimos…; lo que no sigue sucediendo con nosotros son interpretaciones que inmovilizan nuestras almas.

¿Rol que cumple la literatura en la actualidad?

Yo diferencio literatura de poesía, y prefiero hablar de esta última. El rol de la poesía en el mundo actual sigue siendo despertar al lenguaje que nos atraviesa día a día, lastrado y opacado por los discursos de los poderes dominantes que capturan nuestro espíritu, nuestras emociones y nuestro pensamiento, esterilizando la soledad de cada ser humano. La poesía nos recuerda que nada nos pertenece, que somos vulnerables a lo inconmensurable, que pretender apoderarnos de los significados nos empobrece y nos aísla, que hay un hambre que es del alma, que somos creadores de mundos, que cada uno de nosotros es impar, único, por eso la voz para llegar a otro tiene que volverse singular, para no quedar presa en la jaula del ego. La poesía requiere de lectores dispuestos a una entrega activa, a salirse de las velocidades alienantes del sistema para experimentar otra duración, otra percepción del mundo.

¿Practicaste o practicás algún deporte? ¿Cuáles te hubiera gustado practicar?

No practico deportes. En la infancia y adolescencia subía de un salto a los caballos y andaba sin montura. Antes, en la primaria, era buena corriendo y saltando en ancho, por lo que mi padre —que mostraba un optimismo desmesurado cada vez que yo me destacaba en algo— pensaba que llegaría a las olimpíadas! Nunca volví a practicar ninguna de esas actividades. Hace muchos años probé esquiar y me encantó, era como volar. Pero tampoco volví a intentarlo porque me resultan demasiado ajenos los lugares preparados para esos deportes, como también los clubs, los gimnasios, etc. Me hubiera gustado mucho practicar algún arte marcial.

¿Cómo es un día de tu vida? ¿Dista extraordinariamente tu transcurrir del que te imaginabas cuando eras una veinteañera?

En un sentido dista bastante de lo que imaginaba cuando era una veinteañera. Entonces no imaginaba rutinas sino aventuras, encuentros arrebatadores y toda clase de excesos que nunca viví de un modo que me deparara felicidad; excesivos solo fueron mis errores. En otro sentido hay una continuidad, sigo escribiendo, me entusiasman la mayoría de las cosas que ya me gustaban a los veinte años. Mis días no son siempre iguales, pero suelo despertarme entre las ocho y las nueve de la mañana. Hago un poco de yoga y trato de caminar media hora todos los días para compensar el tiempo de lectura y de computadora. Después leo, contesto mails, me ocupo de temas de la editorial, escribo cuando surge, a veces solo anoto palabras, frases. Después, cerca del medio día efectúo esas actividades que me resultan muy penosas, como son los trámites de todo color y especie. Vivo con mi hija Camila; Marco, mi hijo mayor, vive solo pero viene seguido a casa. Mis dos hijos ocupan un lugar central en mi vida, saber que están en el mundo me sostiene el corazón. En ocasiones salgo a almorzar con ellos o almorzamos en casa, aunque muchas veces nuestros horarios no coinciden. Los fines de semana paso toda la mañana en un bar de mi barrio, siempre el mismo, donde leo y escribo. Espero con ansiedad ese momento. El resto del tiempo lo dedico a distintas actividades que van surgiendo con la vida. Me gusta ir al cine y al teatro. Prefiero encontrarme con los amigos, con uno o dos a la vez, antes que las reuniones de mucha gente. Pero soy impaciente y después de un rato de estar acompañada quiero volver a mi soledad.

¿Te has obligado a leer la obra, o buena parte de ella, de autores que no te entusiasmaban? ¿Qué leés que no sea literatura?

No, nunca me impuse leer lo que no me gusta. Por eso no habría podido estudiar la carrera de letras, por ejemplo. Siempre leí con placer y si cuando empiezo un libro no me pasa nada, lo abandono inmediatamente. Fuera de la literatura, leo ensayos, filosofía, algunas biografías. Hay lecturas que cada tanto me propongo realizar, algo de la ciencia o de historia, pero por algún motivo lo voy postergando.

Jorge Luis Borges en su prólogo a la “Antología Poética” de Leopoldo Lugones afirma: “La presencia de Hugo es evidente en ‘Las Montañas del Oro’; la de Albert Samain, poeta menor, en ‘Los crepúsculos del jardín’; la de Laforgue, en el ‘Lunario sentimental’”. Y más adelante sigue: “Dos altos poetas americanos, Ramón López Velarde y Ezequiel Martínez Estrada, heredaron y trabajaron su estilo [el de Lugones], más afín a ellos que a él.” ¿Qué presencias o herencias dirías que pudieran advertirse en tu poética?

Tuve muchas influencias a lo largo de mi vida. Rimbaud, Federico García Lorca, César Vallejo, Jacobo Fijman, Héctor Viel Temperley, Paul Celan, Ungaretti, Michaux, Francisco Madariaga, Mark Strand, para nombrar solo a algunos de ellos (a los que sumaría influencias de otros lenguajes, como el cine de Andréi Tarkovski y el teatro de Tadeuz Kantor). No sé si la presencia de estos poetas puede registrarse en mis poemas en un sentido tan taxativo como lo plantea Borges para los autores que destaca, pero en ellos ciertamente encontré revelaciones fulgurantes y propiciatorias para escribir.

“Obras narrativas”, “Ejercicios estilísticos”, “Modelos de orquestación literaria”, “Literatura sincopada y ‘pura’”, son expresiones con las que a veces se definen o presentan ciertos textos de, por ejemplo, Peter Weiss y Samuel Beckett. ¿Algún comentario?… 

No leo mucho este tipo de crítica literaria, en la que pululan términos y conceptos de la índole de los mencionados en la pregunta. De Peter Weiss solo vi la magnífica versión cinematográfica que hizo Peter Brook de su obra sobre la representación de la muerte de Marat. La lectura de Beckett, su escritura crítica, siempre me resultó profundamente atractiva y movilizadora, adherí inmediatamente a la dificultad de su escritura, me resisto a encerrar en categorías académicas la experiencia única y renovada que me deparan sus textos.

 

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Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Dolores Etchecopar y Rolando Revagliatti.

 

Entrevista a Mario de Vega

¿Qué es el arte sonoro?

El arte sonoro es un formato-ámbito-expositivo, que busca ser alojado en un museo, una galería o un espacio público, y se aleja de la grabación sonora para su reproducción en altavoces, salas de conciertos o grupos musicales, y que depende más de “sugerencias performativas”. Es un tema complejo y su definición está marcada más por sus diferencias que por las coincidencias.

¿Qué distingue al arte sonoro del arte radiofónico y del arte musical?

Mira, Walter Marchetti realiza un trabajo primario del arte sonoro y su obra está más vinculada a medios literarios a partir de la cual sugiere una sonoridad sin proyectar fenómenos vibratorios, es más un instructivo.  Está también, por otro lado, una obra como la de Christian Marclay quien viene de la cultura del rock y del punk, donde practica algo más próximo a una composición musical, y que con el paso del tiempo se ha venido desplazando al uso de torna-mesas y la intervención de discos de vinil con un fin más escultórico sin abandonar la necesidad musical. El disco de vinil como un instrumento desde la tornamesa como medio de expresión del disco de vinil. Su obra más lograda en términos de sonoridad es el uso de acordeones más largos de lo convencional, transformados en esculturas que no se pueden cargar, o usar, y por lo tanto no hay sonoridad de por medio, es solamente la contemplación del objeto musical en donde su presencia sugiere el sonido. Esta es una de las referencias poéticas de Mario de Vega para trabajar el sonido como medio, en piezas vinculadas a fenómenos vibratorios con varios canales, además de la espacialización del audio en un entorno. Una conjugación de los límites de la representación sonora, plástica y performática

¿Hacia dónde la lleva Mario de Vega?      

Quiero utilizar formatos de representación, por ejemplo, la fotografía sugiere eventos sonoros que son aprovechados como soporte y ayudan a producir situaciones acústicas desde la improvisación, lo cual supone modificar herramientas electrónicas o diseñar interfaces electrónicos y dispositivos que deconstruyen más que solamente emplazando formatos (se producen cortos circuitos, en algunos caso estos cortos se controlan en su destrucción), lo que significa una formalización de esta herramienta. Se pueden utilizar feedbacks como herramienta también, los factores de inestabilidad son los más importantes en el desarrollo de un trabajo como éste, donde el azar da cuenta de la imposibilidad de determinar el objeto intervenido, es la paradoja de la determinación e indeterminación simultanea, es intentar controlar situaciones de fragilidad.

En esto se encuentra la búsqueda de de Vega para localizar nuevos formatos mediante los cuales la intervención permite incertidumbre en sus interfaces, analógicos o no, que después se pueden trabajar con maquinas de tape a las cuales es posible también manipular la cinta, tornamesas o samplers, manipulaciones de aplicaciones informáticas comerciales de editores de audio o secuenciadores, pero además se pueden desarrollar software de audio personalizados. De aquí hay un salto muy distinto a manipular una computadora con agentes externos, sensores e interfaces de control. El arte sonoro, por otro lado, ha regresado a elementos muy primitivos: imanes conductores y motores eléctricos o utilizando elementos analógicos productores de sonido. Se puede trabajar con un linkser como herramienta y tomar como referencia a Otonashi Nakamura y Sachi K M quienes trabajan con una identidad de no-input mixer, utilizando la salida como entrada, lo cual genera un feedback en el aparato que puede controlarse. Además es posible trabajar con herramientas electrónicas personalizadas. Es un trabajo en muchas direcciones donde se juega en situaciones de ambigüedad, incertidumbre, inestabilidad y hasta plagio en escenarios determinados.

¿Qué herramientas como hardware / software de naturaleza semiótica son importantes para esta disciplina?

Vivimos en un tiempo donde las opciones se han maximizado, es decir, lo más difícil es escoger las opciones que tienes y para mí resulta mas fácil poner límites muy estrechos por que de lo contrario es muy difícil escoger las opciones, una o dos. Entonces vivimos afortunadamente en esta temporalidad que ofrece opciones múltiples, si necesitas trabajar edición de audio hay ciertas aplicaciones que te permiten hacerlo, si necesitas generar secuencias hay aplicaciones, si necesitas trabajar con rítmica también hay posibilidades. Pienso en aplicaciones como Pure Data, Supercollider, Max-Msp. Hoy trabajo mucho más con Rod Hodrick, un joyero que utiliza dispositivos electrónicos que él mismo desarrolla. Yo trabajo con uno de sus sintetizadores al cual lo llamó Lipovox, un instrumento pequeño que básicamente funciona con síntesis de FM modulando dos frecuencias. Esta diría sobre hardware, o un dispositivo de 9 voltios de e Jessica Rylan que se llama T_ng, un objeto que trabaja trashnoise de sonido bastante estridente. Ella tiene una compañía que se llama Flower Electronics donde diseña instrumentos  sintetizadores que generan ruido, frecuencias y vibraciones, así a lo largo del tiempo incluyo estos pequeños regalos que pongo en mis cajas.

¿Estos son hallazgos?

El software es más un hallazgo por ser público, en internet, en términos de información encontramos todo, mientras que el hardware por su condición física, se ha desarrollado con el paso del tiempo.

Decías en días anteriores que te has ido apropiando de ciertos hardwares de amigos con los cuales te has relacionado ¿Cuál sería el ideal de forma de trabajo para ir construyendo un sistema de apropiación de hardware como de software? O como tú dices de construir tu propio software cuando lo necesitas para una idea o trabajo especifico.

No lo sé, tal vez habría que estar más ligado a una posición como productor donde te sientas más cómodo, donde tienes la posibilidad de explorar lo que necesitas explorar. Habrá gente que posiblemente encuentre esa comodidad con una caja de ritmos o un sampler y quien necesite de un editor de audio. O gente que simplemente utilice un micrófono y su voz. Es complejo decir cual sería la posible metodología, para mí se trata de descubrir ciertas palabras para construir enunciados, cada uno de esos elementos funciona más como una palabra, en ocasiones son como conjunciones, artículos, adjetivos que me ayudan a construir enunciados y esos enunciados de alguna forma buscan generar sentido, va por ahí.

Hay una necesidad hoy en día que coincide con el Renacimiento de que el artista desarrolle su propio método y a partir de esa necesidad descubrir otras cosas que se aproximan a métodos científicos más que a los métodos artísticos previos, necesidades de representación o de formalización. Hoy día parece que vivimos otro “Neo” Renacimiento cuando el artista se acerca a quien hace el hardware y el software o con las líneas de investigación que, como en tu caso, necesitan trabarse multidisciplinariamente ¿Es cierto esto o como lo vives tu?

No lo había pensado en relación al Renacimiento pero ahora que lo dices creo que tiene sentido, es decir, creo que el termino de Renacimiento para la sociedad en que vivimos podría ser complicado, pero sí hay, más que un renacimiento, un proceso de desapego ante las cosas  que muchas veces  facilita y otras complica y complejiza los procesos. Ahora tenemos la posibilidad de acudir a servicios específicos, para desarrollar tal cosa puedo acudir con un ingeniero, puedo ir con un especialista en bioquímica o puedo ir con un dentista que tiene ciertas herramientas y adaptar estas herramientas a los procesos de producción artística, creo que de alguna manera desde hace algún tiempo hay un vinculo cercano con la ciencia en la producción de arte del cual, tal vez, he estado algo alejado. Sin embargo esta ahí.

El espíritu humanista del Renacimiento arropa una nueva vida artística, científica y moral, en relación con el desapego que antes mencionaste ¿Cómo se relaciona, en estos tiempos, este desapego? ¿Es psicológico, o material?

Pues es ambas cosas, en términos de fetiches, o de cómo revaloras objetos con los que vivimos, de cómo se generan filiaciones con objetos inertes, por ejemplo, la relación con tu teléfono o tu reloj, algo que anteriormente no existía y nos vuelve dependientes como nunca antes.

El desapego del que hablo está en función de la violenta cantidad de información que sufrimos. En términos mediáticos nuestra capacidad receptiva es bastante baja, el tamaño de la información es mucho mayor. La única opción ante esto es el desapego. Antes la información era de más difícil acceso. La información era para algunos cuantos, no era para todos. La información tenía que ver con estructuras sociales y de poder, ahora simplemente esta ahí. El problema hoy es cómo seleccionar la información en internet. Se pueden encontrar recetas para hacer bombas, recetas de mole. Este es el desapego del que hablo. En ocasiones nos aferramos a la necesidad de tener, pero hay que regularse, despegarse de las cosas. Yo trato de hacerlo, utilizo un color, utilizo solamente una mochila.

En medio de esta inter-mediatización y  multi-mediatización que estamos viviendo, con este bombardeo de imágenes e información del cual el internet es el ejemplo más claro, ¿cuál sería el proceso de lectura que el sujeto debería tener, el sujeto del arte, quien está inmerso en la producción artística? ¿Consumir todo lo que se le da, si es que tiene posibilidad de lectura, discernir toda esta información que se le da para tener una formación específica como la artística?

Creo que esto está vinculado a que un artista debe tener necesidades propias. Siempre en un proceso de decisión hay conflicto. Hay que decidir y filtrar entre la información para concentrarse y centrar nuestra atención en algo mientras todo lo demás esta pasando de forma desproporcionada sobre nosotros.

¿Cómo lo hace Mario de Vega?

Es más un proceso de ensimismamiento y de absorción, por ejemplo, el taller que di en la ciudad de Aguascalientes. Sucedieron muchas cosas que con el paso del tiempo, con una buena documentación audio visual, archivos sonoros, textos, se puede compartir información. Este proceso de compartir abre posibilidades y es funcional en el sentido de que ayuda a desarrollar una línea formal. Cuando veo mi trabajo en conjunto, una buena parte se relaciona con temas vinculados a la sordidez, al deterioro, al caos y al terror, y esto a su vez se relaciona con la mediatización. Sienta la responsabilidad de mostrar eso. Aunque no es tan fácil encontrar los archivos sonoros, algo muy distinto de los archivos cinematográficos, no son obras que encuentras en la tienda, por lo mismo una labor que he intentado realizar es seleccionar obras, piezas en el disco duro con la idea de compartirlas. Es un proceso que implica discusión y reflexión, el reconocimiento de un por qué y un para qué. En sesiones interdisciplinarias, por ejemplo, al mostrar el material, con gente que tiene necesidades distintas en cada una de sus disciplinas, el resultado de compartir siempre ha sido fructífero.

El siguiente plan es crear una especie de plataforma, o algo similar, en el cual se ofrezcan talleres vinculados a la electrónica para trabajar dispositivos. Cuestiones como soldar y unir componentes apropiándoselos y deconstruyéndolos de otros circuitos electrónicos que usualmente están diseñados para otra cosa. Otro plan es hacer un taller sobre hardhacking  o circuit bending. Hay muchas ideas.

¿Es una metodología de la educación artística sonora? ¿Es un giro de la educación artística de cátedras a centros de experimentación?

Sí, totalmente, el término de experimentación genera problemas, pero su generosidad es su amplia aplicación. La historia del arte no se agota en la cátedra, no hay forma de hacerlo, ya que existen procesos que no pueden llevarse a la escuela. Más que enseñarte una técnica,  a como ser “artista”, algo cuestionable, se trataría de enseñar procesos de producción y procesos de pensamiento donde a partir de ciertos referentes, se generen ciertos elementos de discusión, posibilidades de especulación y de resultados de producción que tal vez no sea la más eficaz pero tampoco la menos interesante. Elabora un proyecto, nos vemos, produce, nos vemos en dos o tres semanas y se cumple la función terapéutica de presentar y discutir. Creo que esto funcionaría mucho mejor, es de lo que a veces carecemos, incluso la parte de educar la vista y el oído, es decir, ver y escuchar de forma directa las obras, preguntar: ¿Qué es lo que quiero hacer y qué es lo que propongo yo?

De lo que estas diciendo en este momento me salta la pregunta por la situación del sujeto pero desde el cuerpo, el caso más logrado de estos artistas es John Cage, donde él va y abraza el zen en una manifestación incluso como una forma filosófica de un estilo de vida. Para Mario de Vega ¿Cómo sería tu propuesta de conformación del cuerpo y estilo de vida de un artista?

En ocasiones soy más ermitaño o más un ratón de biblioteca, disfruto el acto de buscar y presenciar eventos, como escuchar el trabajo de otra gente y compartir el tiempo con otras personas. Pero sigo buscando una dirección, estoy perdido y sin la facultad para decir  que encontré algo y espero adquirir un estado de plenitud. No es arriba, no es abajo, no es izquierda, ni derecha, es más bien un proceso de vida que abarca tropezar, padecer y gozar perder y confundirse. En fin, es tener necesidad y vacío, vacío de necesidad, de otredad, como un guía que permita fluir de forma natural. Como lo mencionas tú en el caso de John Cage es el reconocimiento del trabajo como una forma de vida.

Volviendo al caso de John Cage, él involucra al cuerpo en la pieza para que el espectador intervenga en ella mediante su percepción, el espectador con su subjetividad modifica la pieza, hay que esperar el tiempo de 4 minutos 33 segundos para luego obtener una acción de parte del espectador con la obra ¿Cómo involucra Mario de Vega a sus espectadores?

En muchas ocasiones produciendo condiciones de aspereza, situaciones de conflicto, de ambigüedad, confrontando más allá de la moralidad, desordenando situaciones comunes, problemas generalizados, con sus claroscuros, immpidiendo la situación de confort del espectador. Hay una parte de entretenimiento en el arte sonoro que es algo que me interesa, algo parecido a lo que ocurre en la sala de concierto y el cine. Hay en todo esto una parte que es muy racional y otra que busca deprenderse de tal racionalidad y compartir momentos de euforia y festividad.

En este mismo sentido del tema del espectador y tus obras, hay una cierta ideología por eliminar posturas políticas, que en el arte es más una ideología política estética. ¿Cómo le pides a tus espectadores su atención ya que es una relación semejante a la de la fabula de la rana y el escorpión?

Creo que mi obra es más bien un acuerdo determinado entre el espectador y yo. No soy el escorpión, no pienso en un pacto para chingarte, ni manipular a mi conveniencia. Más bien se trata de generar situaciones de aspereza o desapego. La realidad no es abordable fácilmente. Lo político tampoco. Todo esto es un tema complejo, no soy moralista ni tampoco asumo valores éticos elevados, aborrezco la traición es lo que puedo decir.

Podemos establecer el problema de la traición como un problema estético en lugar de un problema moral, por ejemplo, en el trabajo que a veces destruyes la interface que ofrece el programa como una solución a los conflictos del usuario, por lo que hay una disonancia con la interactividad de los programas.

Creo que se trata más bien de un primitivismo y una reducción de elementos para complejizar desde la reducción. Tales programas crean problemas técnicos que rebasan los dispositivos y de su recuperación se repite el juego de un niño que atiende problemas para su ejecución. Este tipo de juego no lo tiene la escultura, la pintura o la fotografía. En cambio, la intervención interactiva supone otro grado de complejidad

Pasemos a otro tema. Ciencia y arte ¿Es necesaria su vinculación?    

La ciencia tiene una postura más consciente, pocas veces es más utópica que el arte, su visión es más objetiva, en mi caso al relacionarme con objetos que implican un proceso científico, sólo demuestra algo, que me alejo de eso para entenderlo de otra manera. Tampoco digo que no lo practicaré, pero espero usarlo en consecuencia según cada proyecto me lo pida. A priori el uso de tecnologías implica una condición científica. El verdadero avance de la tecnología ocurre en relación a la guerra, por lo mismo queda claro que cualquier soporte tecnológico y cualquier soporte científico esta ligado a ésta, lo cual no puede sino interesarme.

¿Cuáles son las influencias disciplinarias de Mario de Vega?

Han sido muchas, más que disciplinas son personas, Teresa Margolles, a quien conocí a los 13 años ella fue la primera persona que me acercó a todo esto, fue la puesta Lavato corporise en el museo Carrillo Gil. Fue algo que en su momento no entendí, esa es mi primer referencia de un museo. Después la influencia de la música industrial como la de  Monte Casasan, Coel, The Hafle trio, etc. John Cage en específico fue gran un descubrimiento que cambio mi perspectiva y me hizo estudiar cosas que desconocía y de las cuales no tenía información alguna, Marcel Duchamp, por ejemplo, entonces al descubrir a Cage me regresé a entender qué había pasado en el siglo las dos primeras décadas del siglo XX.

¿Crees en el trabajo colectivo? ¿Y con quién lo harías?      

Si lo hice y lo haría, es difícil pero lo hago, trabajo, por ejemplo, con Víctor Mazón un español nativo de Bilbao, que estudió en el país Vasco y ahora vive en Leipzig; esto nació de un proceso de filiación. Es una persona muy brillante, él maneja materiales electrónicos y digitales proponiendo módulos-talleres, pero me siento más cómodo trabajando individualmente.

¿Qué esta haciendo Mario de Vega ahora?

En los últimos meses trabajo con receptores de alta frecuencia, no mas allá de 20 a 20 mil Hz., pues fuera de estos rangos los receptores funcionan como una antena.

 

Isamu Noguchi y Martha Graham, el espacio como punto de convergencia entre danza y escultura.

Isamu Noguchi nace el 17 de noviembre de 1904 en Los Ángeles. Hijo del poeta japonés Yone Noguchi y de la escritora norteamericana Léonie Gilmour, pasó su infancia en Japón, donde seguramente desarrolló una gran sensibilidad por el mundo del arte.

Una vez de vuelta en Estados Unidos, empezó sus estudios de medicina en la Universidad de Columbia a la par que tomaba cursos de escultura. Pronto descubrió que su pasión iba más encaminada a lo artístico que a la medicina y amplió sus estudios en la escuela Leonardo Da Vinci Art School de Nueva York. Fue ahí que, siendo un joven escultor, se interesó por el arte y la danza.

Se está hablando de los años veinte y treinta, una época en la que los intelectuales europeos y estadounidenses pasaban sus días creando y conversando, aprovechando el éxtasis y la abundancia después de la Primera Guerra Mundial y envueltos por el entusiasmo de la corriente artística del momento: el modernismo.

La modernidad artística fue un movimiento de experimentación creativa que tuvo un periodo de cien años aproximadamente (1870 a 1970). Comenzó en Francia con el impresionismo. Pero pronto el movimiento se fue propagando por toda Europa hasta llegar a Estados Unidos por la gran cantidad de extranjeros que tuvieron que emigrar a causa de las guerras.

A pesar de los distintos estilos y de las distintas vanguardias, la modernidad trató de romper viejos esquemas y proponer nuevas formas de ver lo estético. Y, por supuesto, hablar de un movimiento artístico involucra todas las formas del arte. La danza, el teatro, la pintura, la escultura, la arquitectura, la literatura y la música lograron un avance significativo gracias al modernismo en el arte.

Una de las grandes expositoras de la danza en el modernismo fue la increíble mujer Martha Graham, nombre con el cual dio a conocer el tipo de danza que inventó. El destino cruzó el camino de Noguchi con el de Graham para crear un intercambio artístico que fascinó por su proceso creativo y originalidad.

La bailarina y el escultor tenían un interés en común: el uso del espacio y la materia. La pintura tiene que ver con el uso de la superficie plana (el lienzo), la fotografía con el uso de la luz, pero la escultura y la danza utilizan la materia (artificial o corporal) dentro de un espacio delimitado que puede ser desde un escenario a una galería.

Noguchi ya había participado en proyectos conjuntos con personas de las artes escénicas. A los 22 años hizo las máscaras de papel maché para la coreografía de Michio Ito en la obra At the Hawk’s Well. Para ese entonces, este joven escultor ya relacionaba la conexión que hay entre el teatro, el ritual y la escultura: “El teatro es ceremonial; el performance es un rito.  La escultura en la vida cotidiana debe o puede ser así. Mientras tanto, el teatro me da su poética…”

A partir de ahí, Isamu Noguchi siguió trabajando cerca de coreógrafos, coreógrafas y danzantes. “El espacio se convirtió en volumen” como dijo Noguchi cuando completó su primer diseño de vestuario en 1935 para el ahora clásico Frontier de Martha Graham.

El escultor observó en Graham una danza “escultural”, así lo llamó él en una interesante entrevista con Robert Tracy. Martha se movía en un espacio escultural, es decir, emocionalmente cargado. La forma en la que ésta bailarina trataba su arte era asimilándolo con la realidad misma, como la escultura.

El espacio es el punto de convergencia ideal entre danza y escultura. En Frontier, Noguchi usó una cuerda para el escenario, nada más. La cuerda funcionó como escultura porque fue “moldeada” por el espacio del escenario, al contrario de una pintura que es plana y que se utiliza como fondo, la escultura es tridimensional y permite tener una perspectiva de la espacialidad del escenario. Luego Graham sigue “esculpiendo” mientras baila, porque usa el espacio como un concepto para la creación de sus movimientos. De ese modo, danza y escultura convergen armoniosamente en un solo espacio.

Otra colaboración entre el escultor y la bailarina fue para la obra Dark Meadow, donde, más que habitar un espacio físico, usaron el espacio mental para la interpretación. El tiempo primordial de la mente fue lo que Graham utilizó para lidiar con los espacios mentales, no había libreto, todo era abstracción. “La realidad de la mente” fue como Isamu describió a Dark Meadow. Cabe resaltar la dirección personal que Noguchi le dio a su obra, la mítica imaginación de los antiguos griegos, el inconsciente colectivo de Jung y el peso emocional.

Martha Graham e Isamu Noguchi colaboraron hasta 1988, juntos esculpieron el espacio, él con la materia y ella con el cuerpo. Ella inventaba los movimientos y usaba con creatividad cualquier objeto que él le proporcionara. Él visibilizaba ideas y dividía el espacio, extendía el escenario y lo convertía en un espacio escultural, un espacio donde el universo ocurría. Ambos eran una pareja artística constructiva, individuos que se transformaron en dúo. Noguchi y Graham dialogaron con la audiencia y el espacio, fueron modernos en todo su esplendor, rompieron las estructuras convencionales de sus disciplinas y colaboraron para experimentar a través del arte.

 

 

Polvo y libros

Cuenta Mario Praz, en su Casa della vita, que en 1740 hizo tanto frío y nevó tanto en Rusia que las tuberías se congelaron. Ante esta situación la emperatriz Ana Ivanonva ordenó construir una bellísima casa del hielo. Esta minucia literaria, es una ficción. Praz, habla de ella porque refiere a la sección de libros rusos que poseía en su biblioteca. Toda colección particular es también una manera de robar, o de hurtar algo del mundo para alojarlo en nuestra intimidad. En La casa de la vida, el escritor italiano nacido en 1896, en Roma, nos traza un mapa de su existencia.

Hablar de nosotros es también intentar conocer el mundo. Pienso en Giacomo Leopardi, que nunca salió de Italia (viajó de Recanati, su pueblo natal, a Roma, luego a Boloña, luego a Florencia, pero siempre con el pesar de alejarse de su mundo, de su casa: de su biblioteca, a la que la exigencia de Monaldo, su padre, lo había “atado” desde muy temprana edad) escribió sus Canti, su Zibaldone e intentó escribir una vasta enciclopedia que nunca concluyó. Hace unos días, un querido amigo me dijo que el Zibaldone era un libro imposible de leer. Creo que tiene razón, pues el joven Conde Leopardi, que murió antes de cumplir cuarenta años, era un melancólico obstinado con la belleza y la tragedia. Pensaba y escribía sin descanso. Pietro Citati cuenta en la bella biografía sobre Leopardi, que muchas noches Giacomo Leopardi escribía hasta que la vela que lo alumbraba se consumía. Eso pretextaba para explicar su joroba. Aunque Leopardi padeció diversas enfermedades, (desde el mal de Pott, los males cardiacos, problemas circulatorios, tuberculosis ósea y su obstinada melancolía) amó la vida y escribió bellos poemas y pequeñas historias reunidas en sus Prosas morales. Especular acerca del mundo es una manera de salvaguardar nuestra existencia. Tal vez por ello la literatura intenta borrar nuestro rastro hasta convertirnos en una bella ficción.

Edificar una casa es edificar la memoria: plasmar sobre una superficie nuestros deseos, nuestros pensamientos, nuestras observaciones (siempre inciertas) sobre el mundo.

Pienso en el papel, que es un soporte. El papel de los libros que, como decía Umberto Eco en sus conversaciones con Jean-Claude Carriére, “no será exterminado, aunque pasen millones de años”. Es cierto que nuevas tecnologías (nuevas superficies de memoria) aparecen. Pero existen ciertos materiales, ciertos objetos, que han de acompañar la vida humana. Me gusta que Eco mencione a la cuchara, o la palanca, como mecanismos u objetos que siguen allí a pesar de las nuevas tecnologías… Nadie acabará con los libros: Ojalá.

Esta mañana, mientras limpiaba el polvo de los libros de la biblioteca en donde trabajo pensaba en todo ello: el papel se enfrenta a ciertos “enemigos”. El fuego, los insectos, el tiempo, el polvo, la censura…

Existe otro libro en esta biblioteca La librería de los escritores, editado por Sexto Piso, que reúne la experiencia de un grupo de escritores rusos que, a principios del siglo XX, decide formar una comunidad de intercambio, para sobrevivir en días de devastación.

Pienso en el libro Higiene y terapéutica del libro, que escribió Juan Almela. Pienso en todo ello y creo que ciertas batallas, como la batalla contra el polvo que se anida y crece silencioso entre los libros, son totalmente inútiles. Esa batalla que hemos perdido de antemano y que nos resta horas que podríamos gastar dando un paseo por la nieve (si por lo menos la conociera, a la nieve, que es polvo pero a la inversa), o haciendo un Me acuerdo, como el de Georges Perec, hablando de calles que han dejado de existir o de costumbres añejas o de palabras sepultada.

Palabras sepultadas, digo y pienso en mi abuela: que cuando yo era niña, por las tardes se desenmarañaba el pelo: un pelo castaño y siempre largo. Me acuerdo de ello y me acuerdo de un libro de Jules Renard que se llama Pelo de zanahoria y que compré en treinta pesos en un tianguis en Santo Domingo Coyoacán. “Pelo de Zanahoria, hay que pensar en ser serio”, dice alguien, en la historia de Renard. Hay ciertos fracasos que resultan hermosos: cortar la hierba que volverá a crecer, poner trampas para insectos que regresarán y nos han de sobrevivir, limpiar el polvo de los libros. O pensar en edificar una casa de hielo.

Acumular una serie de libros que van desde tauromaquia hasta budismo es un gesto (pero no todo gesto es algo superficial). Existe una biblioteca en Oaxaca. Y en ella se han reunido tal cantidad de libros que se necesitaría toda una vida para leerlos. Y a veces mientras se limpia el polvo de esos libros, se toma tiempo para revisar los pensamientos allí acumulados… Pensar, clasificar, ir de un estante a otro, de Borges a Echenique… Pienso que a veces la vida es también una larga lista de sitios a los que no iremos, de libros que nunca podremos leer o de amores convulsos, como aquellos de los que hablaba Giacomo Leopardi, quien fue sepultado en la iglesia de San Vitale, en 1837, hace ciento ochenta y un años…

Cien caballos en el mar

Cien caballos en el mar
Alfonso López Corral
Editorial Paraíso Perdido
Guadalajara, 2017

México es un país que si bien se sabe es muy diverso en cuanto a su cultura, tiende a ser un país tratado de modo general por los medios de comunicación. Hay una división importante en cuanto al territorio mexicano: el norte y el sur. El México que más se promociona turísticamente es el del sur por sus geniales artesanías, su comida variada, su arquitectura y sus colores. Pero ¿qué hay del México del norte? ¿Se reduce a ser una región árida llena de matorrales, pastizales y narcos? ¿O hay algo más?

Sí, hay algo más, y Alfonso López Corral lo muestra en las 105 páginas del libro que tituló Cien caballos en el mar, haciendo alusión al segundo de seis cuentos que integran el libro. La habilidad narrativa del autor hace que el lector o la lectora imaginen un escenario norteño como lo muestran las películas y series de televisión: el asfixiante calor, la tierra, los cerros, la playa y sí, también los narcos y la delincuencia:

“Mala suerte porque algunas veces el retén estaba libre y los guachos ni siquiera se acercaban a tu ventana a preguntar procedencia y destino.

Apagué el aire acondicionado a pesar de que afuera estábamos arriba de cuarenta y el sol, al poniente, comenzaba a meterse a la cabina.”

Pero, aunque la descripción es lo suficientemente buena para adornar los cuentos y ambientar a la persona que está leyendo, “la cereza del pastel” es la manera en la que se expresan las personas y la forma de pensar e interactuar con el entorno que los rodea. Alfonso López supo utilizar expresiones propias del lenguaje coloquial mexicano de una manera elegante dentro del lenguaje literario. Es cierto que las expresiones y los coloquialismos, así como el acento, varían según las regiones de cada país.

En el norte de México, y en este caso Sonora, la gente tiene una manera muy peculiar de hablar. Las palabras que el autor utiliza como “cabulear”, “chamaquear”, “enclenque”, “cabrón”, “plebes” o “parientes” son utilizadas con frecuencia por los norteños, pero son entendibles por la gran mayoría de mexicanos, dotando a cada cuento de gran autenticidad dentro del contexto del México contemporáneo.

Gran parte del éxito de los cuentos de Juan Rulfo fue la manera en que utilizó el lenguaje de los personajes de sus cuentos, la forma en la que logró que se expresaran hizo sentir a muchos mexicanos y mexicanas un aire reconfortante de pueblo, y por supuesto, de tradición. Así, Cien caballos en el mar también tiene ese aire norteño, a playa, desierto y cerro.

Navojoa se hace presente en los cuentos del escritor. Él describe muy acertadamente aquél sitio debido a que es su lugar de nacimiento, en cuentos como “Cien caballos en el mar” y “Karma por amor”. Otro lugar, como el cerro del Coralillo que también se encuentra en el estado de Sonora, tiene su aparición en el cuento “Karma por amor”:

“—¿Por qué se llama Coralillo? –preguntó Eleazar.

—Porque hay muchos chanates –respondí.

Soltó una risita nerviosa. No le agradó mi respuesta, pero le daba más miedo que el cerro hiciera honor a su nombre.”

El orden en el que están acomodados los cuentos es relevante. Empieza con una situación típica entre los estados del norte de la república mexicana: los retenes militares en las carreteras para pasar “al Norte” (Estados Unidos): Pero luego, mientras uno avanza en las páginas del libro, se logra ver a otros personajes en situaciones más específicas que no tienen que ver con ser mexicanos, sino con el mundo que les tocó vivir y cómo reaccionan a ello. Por ejemplo, en “Poliomelitis”, una joven afronta sus problemas estando incapacitada por la enfermedad, con una madre alcohólica y un vecino violento.

El norte de México va más allá de narcos y delincuencia, los cuentos de Alfonso López Corral, ganador del Premio Nacional de Cuento Joven Comala 2013, hablan de la superstición pero sobre todo de la esperanza y de los pequeños “granos de bondad” que hay en medio de la violencia que acecha a quien se deje tentar por ella: un hombre sabe que no debe hacer intercambios con un delincuente pero confía en su suerte, otro vende gatos y los ve como mercancía pero se asquea cuando se entera de unos crímenes contra la dignidad de los animales del pueblo, otro hombre sabe que puede derrotar a su enemigo y salir triunfador pero no lo hace y acepta las consecuencias, y la lista sigue y sigue con cada cuento mostrando un lado muy frágil de la humanidad, un lado que no sabe distinguir que está bien o mal pero sabe qué es “lo menos peor”. Cien caballos en el mar es, en conclusión, un pequeño libro con un gran contenido.

Sagrado

Sagrado. Poesía reunida 2004-2016
Roger Santiváñez
Peisa
Lima, Perú. 2016

Siempre recuerdo con  sorpresa aquello que escribiera Emilio Adolfo Westphalen: “La poesía transita por vías soterradas”. Y esto he podido comprobarlo una y otra vez a lo largo de los años. De manera inesperada y continua cada tanto cae en mis manos algún libro de poesía que vuelve a renovar mi entusiasmo por esas organizaciones de palabras que llamamos por convención poemas y que son en realidad golpes de emoción, descargas de energía vital que nos permiten continuar con la vida.

Roger Santiváñez no es un poeta nuevo. No es por lo mismo un inexperto. Lo que sin duda conlleva otro problema. Luego de escribir por años cajitas verbales personales, ¿cómo seguir haciéndolo sin repeticiones, sin trucos sin imposturas? Pues Sagrado es una buena demostración de que se puede, de que es posible seguir andando, o mejor, lo que grabara Julio César en una de las puertas de Roma: “Andando se resuelve”. El libro reúne poco más de 10 años de trabajo. Dolores Morales de Santiváñez compila su material anterior, es decir, el cuerpo de obra que va de 1975 a 2005. Estos dos libros  y Balara y Asgrad y otros poemas, publicados en un solo tomo en México el año pasado por la editorial Dharma Books son la obra completa del poeta peruano.

Cómo todo libro de poemas, Sagrado ofrece una articulación particular. Hay un orden cronológico que va sumando libros, y aunque a simple vista los poemas son gráficamente más o menos iguales, lo cierto es que cada apartado, cada libro cambia en su articulación, en su estructura y podría decir que hasta en su lenguaje. No digo que la voz de Santiváñez no sea reconocible, esto de hecho sucede y por lo mismo sorprende.

Hay, es verdad, un tono parecido, una misma voz. Preocupaciones y ocupaciones reiteradas como el uso del encabalgamiento, el enrarecimiento por momentos de la sintaxis y la infancia: “De Piura como detenida stella axial / Memoria de mi niñez en Churrilandia / Eternos estados de desolación[…], dice un poema de Labranda. Hay también un rigor formal que se repite en cada libro. Y sin embargo, a pesar de la destreza con que Santiváñez arma por momentos intensos juegos de sonidos: “Hiena herida hiende tu risa / Lámpara ampara Mara”, versos de “Adonáis”, en Eucaristía, no abusa de esta facilidad y ese oído atento sólo actúa donde más puede servir a una expresión. Esto ocurre a lo largo de todo esta poesía reunida.

Algo reconocible y valioso que acentúa y particulariza la poesía de Roger Santiváñez es su amplio vocabulario. Y cuando escribo esto lo hago con una completa conciencia, pues es muy notable como la poesía en español de los últimos años, al menos una buena parte de la que se escribe en México, se ha empobrecido significativamente gracias a esta cuestión. El vocabulario recoge sin duda el pasado y lo actualiza. Vuelve además más flexible y preciso al poema. Y aunque no necesariamente, a veces introduce cierto barroquismo, como sucede en algunos poemas de Santiváñez.

La poesía peruana del siglo XX, la que comienza con Eguren y Vallejo y se prolonga con José María Arguedas, en Westphalen, Javier Sologuren, Jorge Eduardo Eielson, Blanca Varela y más recientemente en José Watanabe, Marcos Martos, Mario Montalbetti o Roger Santiváñez, se distingue entre otras cosas por su riquísimo vocabulario. Esto hace que esa poesía logre hablar de zonas de la experiencia humana que estaban desterradas de la literatura como sucede con el poema “LI” de Trilce, en donde un amante hace una broma pesada y esto sucede en una intimidad que es la de la pareja y que toca un asunto cotidiano y al mismo tiempo en apariencia insignificante pero que resulta tremendamente emocionante.

Lo anterior no cancela desde luego, la violencia, el mismo Roger Santiváñez, pero en otro momento diferente al de Sagrado, no pudo escaparse de la realidad que planteaba, por ejemplo, Sendero luminoso o el desgarramiento por un pasado prehispánico, por una herencia colonial, ambos latentes y que muchas veces no ceden a una reconciliación y que Eielson buscó restaurar en distintas ocasiones con su arte y su poesía.

Creo que Roger Santiváñez ha logrado insertarse plenamente en esta tradición y ha salido bastante bien plantado. Hay como en mucha de la poesía peruana, en sus poemas, y esto quizá debido a la gravitación del quechua según Arguedas, mucha ternura, cierto sonido suave: “Ansiosa periquilla niña sutil”, primera línea de “Un oscuro dulce  limano, de Amaranth o estos versos del poderoso poema “Raven Hill”, de Sylva: “Una fresa que con toda su pereza / se derrama en la boca del amor.”

Este poema último bastaría para dejarnos sentir de nuevo que no todo está perdido, que existe el canto, la invención, y que como refiere el mismo Santiváñez: “[…]la poesía es algo sagrado. Es una devoción y una mística y ascética disciplina. Involucra una contemplación primordial del mundo. Una lucha diaria por vivir y permanecer en estado de poesía.”

 

Terriers

 

Constanza Gutiérrez
Editorial Hueders y Montacerdos
Santiago de Chile, 2017

Acostumbrados a una cultura que no toma en cuenta la opinión de niños y adolescentes, que los retrata como pequeños seres humanos que aún no tienen la capacidad de pensar por sí mismos y que los dota de una imagen casi victoriana en donde inocente e infantil fuera la misma cosa, Terriers de Constanza Gutiérrez hace que tomemos un respiro de esos estereotipos de la temprana juventud y nos adentremos en fascinantes relatos que nos muestran lo contrario.

Para ser el segundo trabajo publicado por la joven escritora chilena, la calidad es impoluta. Leer Terriers provoca al lector esa sensación de “un capítulo más y ya” que tiene todo libro enganchador. La extensión de cada uno de los siete cuentos es suficiente para ser una lectura ligera pero con un tono inocente que toca temas no tan inocentes si se considera que la edad de los protagonistas de las historias no pasa de los 17 años.

En el tercer cuento del libro “Marrón Glacé”, una niña de aproximadamente nueve años se plantea al principio una cuestión completamente freudiana. Tiene curiosidad de qué es el amor pero, antes de guiarse por lo que ve en la televisión, reflexiona sobre la influencia que tendrá la imagen de su padre, en un futuro, al momento de elegir pareja. Incluso hay una sutil envidia hacia su madre, ¡a los nueve años!: “[…]mi mamá me dijo que tenía que elegir muy bien con quién casarme y no pude evitar pensar, preocupada, que yo no tendría tanta suerte como ella[…]”.

La muerte, el sexo, la pobreza, la soledad y la homosexualidad son algunos aspectos de la vida que los jóvenes protagonistas sabrán enfrentar con la lucidez de una mente que no ha sido contaminada con los prejuicios de las personas adultas.

En “Caza de conejos”, uno de los siete cuentos que componen el libro, la joven protagonista tiene dos descubrimientos que quizá parecerán al lector inapropiados para alguien que aún no ha alcanzado la mayoría de edad, éstos son el placer sexual y la muerte:

“Poco antes había descubierto un nuevo pasatiempo que requería de soledad y un poco de concentración…” “Cada vez que los oía venir [sus padres] tenía un segundo para subirme el cierre del pantalón y fingir que estaba leyendo o viendo la tele.”

Así es como el personaje, una joven, describe algo que es nuevo, que no sabía que existía pero que lo ha descubierto, descubrió cómo darse placer. Ni siquiera puede llamarlo “masturbación”, esto y la inocencia con la que dice que es un pasatiempo indica que aún ni siquiera es adolescente, pero es lo suficientemente mayor para darse cuenta que no es algo de lo que puedan enterarse sus padres.

En el mismo cuento, ella se ve inmersa en una situación en la que la vida o la muerte de alguien que ama depende completamente de ella. Este tipo de presiones serían insoportables para la mayoría de la gente, pero ella está quieta, se hace preguntas, reflexiona, piensa: “Pasé casi una hora pensando, sentada sobre el pasto[…]”. El lector adulto se mantiene tenso mientras la joven protagonista, tranquila, piensa con calma qué hacer, qué está pasando realmente en ese momento.

Los siete cuentos tienen esta manera de relatar casos relativamente cotidianos, con personas simples en situaciones comunes, pero que parece como si lo relatado fuera más fantástico que real, como si aquello no le pudiera pasar a nadie. Al contrario, a cualquiera le podría pasar y es por eso que pareciera que sería algo que no valdría la pena que estuviera en un libro, pero está tan bien relatado que nos resulta fascinante hacer un acercamiento a la vida de muchachos de la clase media chilena.

Con un lenguaje cargado de coloquilismos que resultan comprensibles y acogedores incluso para los lectores extranjeros, Terriers es una pequeña antología de cuentos en los que los narradores son niños, niñas o adolescentes que han tenido que arreglárselas solos en una situación cruda que les ha tocado vivir, sin embargo, reaccionan con cierta frialdad e ingenio para salirse con la suya siempre.

La inteligencia de los niños no tiene que ver con las calificaciones que reciben en la escuela, en “Arizona”, un grupo de niños que se han juntado para sobrevivir en una situación hostil planean estratégicamente cómo sacar a los invasores gitanos de sus tierras. En “Descubre tus poderes” una niña usa su creatividad para contar una historia tan bien formulada y creíble que se sale con la suya, salva a su cómplice e inculpa al personaje antagónico del cuento; y en “Chiquita linda” una niña pequeña se da cuenta de lo que pasa alrededor, de cómo se siente su madre y de que pronto su vida cambiará.

Ganadora del concurso Roberto Bolaño (2011) y autora de la novela Incompetentes (La Pollera Ediciones, 2014), la autora ha escrito 104 páginas para deleitarnos con “crónicas” de la vida de jóvenes chilenos de provincia. Todos los niños son pequeños estrategas, su situación es un campo de batalla, pero la vida para ellos es casi como un juego y Constanza Gutiérrez lo narra desde de la cotidianidad infantil. Infantil mas no inocente.

 

Diatribas contra el trabajo

 

Diatribas contra el trabajo
Alejandro Hosne
Librosampleados
México, 2017.

Uno: la literatura es un devaneo y no. Diatribas contra el trabajo es ejemplo de ello. Su tema: discurrir violenta e inteligentemente contra la necesidad de trabajar. Después de un tiempo, el personaje que escribe se ve forzado a volver a laborar en una oficina a su cotidianidad, su hartazgo, su fauna, y así empieza su narración, que parece emerger de un real cansancio, de ese Walking around, medio Spleen, para convertirlo en refinado panfleto.

Dos: entonces la escritura cobra forma. Aquí, en este pequeño texto de menos de cincuenta páginas, compuesto de varios apartados y un colofón, se condensa algo que recuerda a los clásicos ensayistas ingleses, a su acidez y su humor. Pero también uno no puede dejar de pensar que se trata de un texto del que no podemos expulsar un efecto autiobiográfico, en el sentido de que estamos implicados en la intimidad de un personaje que se llama como su autor, que tiene cierta edad, es de cierta condición económica, y que grita (y escribe) sinceramente lo que la mayoría calla: odia su trabajo.

Hasta ahí esto es una confesión: “En verdad, tener que trabajar sin decidir primero si uno quiere hacerlo es antinatural (lo digo yo), y aún así lo aceptamos”; pero poco después es además una reflexión: “Lo que yo mísero ser humano critico es la sumisión, la esclavitud, que por motivos de marketing fue rebautizada en los últimos cientos de años de este mundo industrial como trabajo y empleo”. Pero la ductilidad intelectual del personaje se despliega a otras vertientes, y ya no sólo replantea el rol del trabajo en la sociedad, ni se sólo se queja, su escritura piensa en los temas más extrañamente humanos, y los vuelve hermosos, en cosas como ésta:

Cuando uno deja de idealizar al mundo, a las personas y al amor, ve el lado oscuro de todo. Y lo oscuro no es una rareza, no es disfuncional, es lo que crea y forma al universo, lo oscuro ayuda a que la luz no atraviese todo y se vuelve enceguecedora. Demasiada luz es nada. La luz de nuestras vidas es mínima pero podemos valorarla, más bien hay que jugar con los claroscuros. Los humanos somos pintores mediocres para cuando se trata de usar colores pero geniales para luces y sombras. Así nos crearon, entre lo oscuro de la placenta, la luz del nacimiento y los grisáceos negros de la última de la noche.

¿Quién sabe qué temas recónditos y familiares nos resuenan y se revuelven en este párrafo? Esos “grisáceos negros de la última noche”, línea que por sí misma tiene un tipo de música y casi una redundancia aparente, genera un enigma que en su conjunto se liga con la idea de oscuridad que nos rodea, ese tema que está en la raíz de nuestra especie. Entonces no estamos ante una diatriba, ni una confesión, ni alguna reflexión, aquí la escritura es escritura creativa, que hace fricción.

Tres: esta escritura es anarquía. Yo no me trago el cuento de que el personaje es alguien cansado de trabajar y se pone a escribir contra ello para liberarse emocionalmente. El personaje es demasiado sensible y consciente de su condición laboral, de un lenguaje erudito evidente, inverosímil por momentos, que se contrapuntea con la imagen de un aguzado oficinista que quiere formar de sí el lector. Tal tensión puede ser una virtud si se lee como un producto plenamente artístico. Y si es así, la escritura de Alejandro Hose, y no solo su tema, son herederos de la mejor anarquía intelectual: la que te hace soñar sin despegarte del mundo, la que se mantiene abierta a varios sentidos. Por lo mismo, sus códigos de lectura no se ciñen al lector que busca remozada literatura, también puede tocar presiento al lector común, comercial o novísimo. Por eso pienso desconcertadamente en los trescientos ejemplares de su tiraje. Pero si pienso en eso es porque el autor expresa la conciencia de su técnica, casi como un extrañamiento literario, cuando escribe por ahí a la mitad del texto, al referirse a su propia escritura, a un pasaje anterior inmediato:

Releo la frase y parece de autoayuda, pero no puede serlo porque la autoayuda es la manera que tienen los imbéciles de idealizar lo que no tienen, y la experiencia no idealiza nada, sólo deja comprender ciertos retazos de vida. La vida.

He aquí, nuevamente, las fases de una literatura real: autorreflexión sobre lo que se escribe, conciencia de la experiencia contra el mundo de las ideas, apuesta por que la vida sea más que un tema para la escritura.

¡Feliz cumpleaños Nina!

UNSPECIFIED – CIRCA 1950: Photo of Nina Simone Photo by Tom Copi/Michael Ochs Archives/Getty Images

En 1933, el mismo día que hoy, 19 de febrero, nació Eunice Kathleen Waymon quien se convertiría artísticamente en Nina Simone. Una niña de condiciones familiares y económicas precarias descubre la música en la iglesia. Esa niña no sólo se reconforta con escuchar, siente el impulso de tocar. Observa y atiende con cuidado cada gesto del pianista local. Un día se acerca al piano, tiene apenas tres años y se prueba así misma que algún sonido puede organizar. A los 12 años realiza su primer concierto. Asistentes blancos obligan a sus padres a moverse de lugar. Nina Simone retira sus manos del piano. Sus padres vuelven a sus asientos y el concierto sucede.

Más tarde y por impulso de una de sus maestras de música logra asistir a la prestigiosa Julliard School of Music de Nueva York. Pronto se da cuenta que su lugar está en otro lado. Se mueve a Filadelfia con su familia y empieza a investigar el blues y el jazz. Toca en algunos lugares en Atlantic City y finalmente con “I love you Porgy” de Gershwin, logra un Top 40 en Estados Unidos.

Los años sesenta son tiempos difíciles y hostiles. Nina Simone tiene el doble problema de ser negra y mujer. Participa en movimientos de Derechos Civiles, hasta que en 1970, decide salir de su país. Esto le sucedió desafortunadamente a muchas mujeres talentosas como por ejemplo, la extraordinaria pintora Joan Mitchell. La primera vez que vi una pintura de Mitchell de algún modo la relacioné con Nina Simone. En esos colores festivos y desgarrados al mismo tiempo, en esa gracia y esa violencia, las dos coinciden profundamente.

Esa niña sentada frente al piano ya no es ahora una niña. Es una mujer que ha sufrido de modo terrible. Ha tenido problemas de impuestos, impuestos que se ha resistido a pagar como protesta a la guerra de Vietnam. Ha vivido en la Isla de Barbados, en Liberia, en Inglaterra. Al final logra instalarse en Francia, en Aix-en-Provence, en 1992.

A partir de entonces la vida cambia poco a poco y su música y sus canciones agregan su belleza y densidad a la experiencia humana. Nina Simone no sólo fue una extraordinaria pianista. Era una magnífica y versátil cantante. Igual que aquello que se decía así mismo Mohamed Ali, logró “volar como una mariposa y arremeter como una abeja”. La lista de canciones de Nina Simones es muy grande, cada uno tendrá su favorita. Quienes ya la admiran, lo seguirán haciendo, porque los seres humanos nos acompañamos de la música que nos toca. Los que no la conocen y tengan el placer de encontrarse con ella por primera vez, quizá se deslumbren, o no, tampoco importa. Esa música está ya en el aire que respiramos y seguiremos respirando hasta el final de todo cuanto venga.

¡Felices 85 Nina!