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La Toscana en tren de vapor

Carlo Collodi
Traducción: Elena Martínez
Gadir Editorial
Madrid, 2012

Mucho antes que Agatha Christie con su Murder on the Orient Express (1934) destinara los compartimentos de un tren como escena de uno de los mayores misterios de la literatura jamás escritos, y que en el cine con Shanghai Express (1932), Josef Von Sternberg esculpiera a través de primerísimos planos barrocos la belleza inaudita de su actriz fetiche, Marlene Dietrich, precisamente, mientras viajaba atravesando China en un lujoso vagón de primera clase; el escritor y periodista italiano Carlo Callodi (1826-90), hacía ya casi un siglo que había dado a conocer su libro de ficción dedicado íntegramente a la locomotora, ese revolucionario invento del ingeniero inglés Robert Stephenson. Tiempos en que la civilización daba la bienvenida a un medio de transporte esencial, uno que modificaría para siempre las relaciones espacio-temporales a favor del progreso humano.

Pues Un romanzo in vapore (título original de la obra publicada en 1856 y, ahora, traducida por primera vez a nuestro idioma) surgió como pedido de un tal Riga, tipógrafo y propietario de la Gazzeta dei Tribunali, que entonces se encargaba además de imprimir el Horario de la línea ferroviaria. Sin desperdiciar las circunstancias históricas, quiso que Collodi –en pleno Risorgimento- redactase un librito para vender en las estaciones, para leer en el tren, que pudiera divertir y, al mismo tiempo, oficiar como guía de viaje. Así fue como se lanzó a escribir una historia de difícil clasificación. Si bien no alcanzó la fama de su celebérrima Pinocho, esta curiosa novela experimental la supera en originalidad.

Aceptando el pedido de su editor, Collodi tuvo la feliz idea de hacer que el trayecto de “La Línea Leopold” (Florencia-Pisa-Livorna) con sus 12 estaciones, ilustrase el corazón de la Toscana, utilizando las anécdotas de sus viajantes que no dejan de explayarse a través de recursos narrativos tan variados como ingeniosos. El convoy avanza entre viñedos y versos, proverbios y valles, bordeando el Arno, y mientras lo hace, sus pasajeros –gente exquisitamente diversa: hay lugar para un erudito, el periodista charlatán, un músico y hasta un sacerdote lapidario, entre otros- con sus conversaciones circunstanciales, liberales (no olvidemos que el autor adhería a la doctrina de Giuseppe Mazzini, por una Italia Unificada, y republicana) van articulando no sólo buena parte de la historia de la región, sino del espíritu de su gente: patriótica, vital, hondamente nostálgica por su pasado augusto. La precisión narrativa es absoluta. Collodi concibe los diálogos para introducir y enseñar conceptos y nociones artísticas, históricas, económicas, culturales y geográficas, evitando cualquier tipo de compromiso calificatorio, cualquier juicio, o toma de postura que lo sitúe por encima de sus expansivos personajes.

Sin el artificio estilístico de un hilo narrativo, son historias que surgen de otras historias perfectamente enhebradas, y que avanzan como el recorrido que cubre las 57 millas de vía hasta llegar a destino, sobre el mar de Liguria. Escrita a través de un pulso excéntrico, la prosa transita siguiendo una estructura en fuga. Se trata (si el oxímoron es tolerable) de un ritmo producto de una cadena ininterrumpida de interrupciones. Y así, mientras el lector cruza junto a los demás pasajeros zonas de casas coloniales rodeadas de plátanos, se ve atravesado, a su vez, por todo tipo de maravillas: como la Cúpula del Duomo de Florencia, aquel pueblo de laneros e hilanderos de seda; como así también por las vicisitudes del Castillo de Signa, comentarios acerca del valle de Certaldo, patria de Boccaccio; Montelupo, aldea célebre por su alfarería; y personajes -¿por qué no?- que desaparecen en un capítulo para regresar envueltos en un manto de misterio, esparciendo viñetas de magia y encanto. Son descripciones minuciosas, fragmentarias también, sí, pero que permiten ver rincones de la Región Central de Italia, como una perfecta expresión artística.

La Toscana en tren de vapor es una novela que parece haber sido escrita contra su tiempo. Lo raro se traslada también a su peculiar ortografía y puntuación (recordemos que la lengua italiana es menos reglada que el castellano), óbice que su traductora resuelve con absoluta solvencia. Finamente irónico, disruptivo, sterniano (en un pasaje el autor habla con su editor, convirtiéndose en precursor de la narrativa de Luigi Pirandello). El libro, además, se presta a una lectura en sincronía con la duración que entonces tenía el viaje completo, es decir, tres amenísimas horas.

Imagen por: Wine Collective

Conversación con Martin Gubbins*

Este texto es una transcripción del registro grabado de una conversación sostenida con Martin Gubbins el 13 de diciembre del 2014 en un café de Santiago.

Martín Gubbins nació en Santiago, Chile en 1971. Tiene numerosas publicaciones de y sobre poesía, imagen y sonido. En el número de mayo del 2014 apareció en Mula Blanca un texto escrito por él, llamado «Palabra y ruido en la poesía sonora», en donde directamente aborda el tema de la poesía sonora, —sus mecanismos, procedimientos— y la experiencia de lo que él llama: «una disciplina artística» o «una rama de la poesía». Una parte de su trabajo se puede encontrar en su página, www.martingubbins.cl, así como la bibliografía completa de los textos impresos.

La entrevista a continuación, partió de un interés por conocer no solo el primer acercamiento de Martín Gubbins con la poesía sino su desarrollo como poeta en el marco actual cultural de Chile.

Para contextualizar, ¿cómo empezó tu interés en la poesía y sobre todo en la poesía visual y sonora?

Yo escribía poemas hasta los treinta años, poemas digamos, normales. De hecho, alcancé a terminar antes de irme a Londres, en el 2001, un libro que quería publicar, aunque no tenía cómo ni con quien ya que no me conocía nadie. Eran unos versos, un poco, como de transición, nada con mucho interés, pero yo siempre había querido profundizar más. Para esto, yo había estudiado derecho, ya llevaba siete años trabajando como abogado y también, mientras, había estudiado arte, durante dos años. Entonces, me fui a Londres, obtuve una beca en un magíster de literatura, y ahí empecé a aprender de poesía. Yo ya había leído mucha poesía chilena pero ahí, empecé a aprender del modernismo anglosajón en poesía. Eso es muy importante, porque ahí empieza todo el interés por las formas clásicas y por trabajar el lenguaje como materia; en el caso de Eliot, eso se aprecia muy bien.

En ese magíster, como yo había estudiado fotografía en la escuela de arte, hice una investigación de literatura sobre fotografía de textos. Es algo que —uno va por la calle y ve un texto situado en un cierto contexto— genera una cierta paradoja, una ironía, un efecto literario retórico respecto a una manera típica de escribir. Por lo que me interesó la conexión entre imágenes y textos.

En el magíster, estudié el canon de poesía y novela anglosajón del siglo XX, mucha fotografía y algo de documentales también. Fue un magíster en el que pude combinar el estudio de estas disciplinas del siglo XX con literatura y ahí, no pasó nada tampoco, pero empezó a cuajar algo, un interés por la mezcla de palabra y texto, palabra e imagen, aunque del sonido todavía nada.

Al año siguiente, empecé a asistir a las reuniones del Writers Forum, un taller que tiene sesenta años funcionando en Londres, que le dio su carácter Bob Cobbing, un poeta visual y sonoro, —muy importante— y empecé a ir a esas sesiones en donde descubrí un grupo de gente que trabajaba con la palabra y con la voz de una manera muy peculiar, entendiéndola como poesía. Era un efecto visual y sonoro que yo nunca había visto, —aunque uno un poco puede ver en los caligramas, o con el dada—, pero verlo en vivo y vivo, era muy impresionante. Entonces, empecé a ir a esas reuniones, y ahí, de repente, un día me salieron unos poemas, visuales, solos y descubrí algo que podía hacer y eso fue un hallazgo. Ahí empezó un proyecto, de escritura a los treinta, treintaiún años.

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Entonces, me inicié con los poemas de Cobbing. A la vuelta a Chile, publiqué un libro de poesía visual que se llama Álbum, y en Inglaterra uno que se llama London poems, pura poesía visual, y de repente la poesía visual, empezó a hacerse abstracta en algunas obras. Un camino que he visto en obras individuales pero que también se puede apreciar a lo largo de mi proyecto, es el tránsito entre la escritura y la deformación, es decir, la forma y la deformación, la escritura y la mancha. Empezó a aparecer la mancha y comenzaron a aparecer formas abstractas. De igual manera, una cuestión que me metí en la cabeza en literatura, es que es muy importante leer el poema, leérselo a otro, ante un público, interpretarlo a la manera de un músico que interpreta la partitura. Esto siempre lo he visto como un desafío, como parte del proceso creativo. La segunda parte del poema es la que se muestra en vivo, y bueno eso conlleva a muchos desafíos interpretativos. En un poema visual que a veces no tiene palabras o letras reconocibles con el código de lectura convencional, hay que inventar códigos. Algo que aprendí del viejo Cobbing es que todo puede leerse, a todo signo se le puede dar un cierto sentido sonoro y una interpretación. Entonces, eso fue lo que empecé a hacer.

Las máquinas surgen finalmente para suplir la deficiencia de mi voz, para enriquecer el panorama interpretativo, para ampliar la variedad de códigos en los poemas y una variedad de herramientas interpretativas sonoras, que a mí me parecen más de una: el micrófono, la guitarra eléctrica, el pedal de delay… y de ahí, todo se complejiza muchísimo.

De ahí, pasé a la investigación del Primer soneto, una investigación sobre la rima del soneto y en esta obra empiezo a repetir las palabras que riman casi como mantra, como un trance. Me pareció que investigar sobre el soneto tenía que ver como una forma sonora y ahí se encuentra un ritmo, un patrón, una repetición y una monotonía.

Hay perspectivas, técnicas y procedimientos totalmente distintos para tratar el lenguaje, desde lo que es escrito hasta el sustrato vocal que queda cuando uno quiere vocalizar o anunciar un mensaje oral, aunque no sea semánticamente entendible, pero de alguna manera comprensible.

Por otro lado, ¿cómo conjugas la faceta de abogado con la del poeta?

Tengo un libro de poesía escrita sobre el lenguaje legal, que se llama Fuentes del derecho, es un libro de poesía relativamente convencional en el sentido que está escrito. Si abres el libro, parece un poema. Ahí lo que trate de hacer fue conectar el ámbito laboral y el de poeta en la búsqueda de escondrijos o trampas del lenguaje legal, y cómo el lenguaje legal se transforma en una herramienta de control, que obscurece o que de alguna manera ocupa los principios fundamentales que hay detrás de lo que se supone que es la ley y la justicia, y ahí, se muestra un tipo de escritura en particular que es la escritura del poder legal y la economía.

En un país de poetas como Chile, ¿qué tan importante es para ti la imagen del poeta y qué tan cerca te sientes de esta etiqueta desde el trabajo visual y sonoro?

No me importa mucho la imagen del poeta, lo que sí me importa es que cada poema tenga su propia forma, porque eso me obliga a emplear el abanico de formas que tengo disponibles, que se puede manipular y que me interesan. La verdad es que a veces sí me considero más cerca de la poesía tradicional, y a veces menos, a veces me pasa que me siento demasiado cerca de la música, con algunas máquinas, con algunos sets que son muy musicales, y en el último disco que publique, —está en un sitio web llamado Bandcamp, el disco se llama Feedback—, hay harta música, tiene mucho de musical, y entonces, de verdad no sé a estas alturas…

Y, por ejemplo, cuando tú lees un poema más tradicional o de alguien más, tal vez, ¿consideras que cada poema da las pautas para leerse?

Hay poemas que se prestan más para la lectura que para la libertad de la lectura y hay otros que son más rígidos para la lectura y que te obligan a leer de una determinada manera. Las formas clásicas son así y se limitan mucho más en el aspecto vocal y rítmico que te pueden inscribir en el poema. A mí me gustan los que son un poco más abiertos, pero no necesariamente, también me gustan los que son bien cerrados, tengo varios poemas que son listados de palabras bien repetitivos, bien monótonos y que están pensados para ser así.

Hubiera pensado que tu trabajo sonoro es muy difícil de escribir o hacer visual y viceversa, aunque por lo que dijiste anteriormente, sí hay una relación, podrías hablarme más de eso.

En el proceso hubo una relación, en el inició hubo una relación, pero hoy día en hay en algunas obras una relación entre texto y sonido y en otra no existe ningún texto, la relación entonces ya desaparece. Bob Cobbing decía que al final, él leía la sala en donde estaba leyendo. Tenía su poema, que era una mancha negra, pero así como leía eso, podía estar leyendo el rincón del muro o las caras de los espectadores y encontrarle algún sentido sonoro a esas formas, entonces ahí ya no hay ni siquiera un texto. Éste termina siendo la anotación o la notación de los códigos de las maquinas, hay un grado de improvisación en estas presentaciones pero también hay bastante plan y el plan está anotado y tiene códigos, y en las maquinas hay que ponerle un volumen, con un cierto efecto, y eso termina siendo un poema, y al revés; la transcripción de la pauta sonora que al final se transforma en un poema impreso pero ya en un lenguaje que no entiende nadie.

Y me imagino que, —en el trabajo sonoro— cuando colaboras con otras personas se vuelve más complicado, ya que ahí cada quien tiene sus anotaciones y su estilo particular.

Claro, me pasa cuando de repente trabajo con músicos de verdad, con compositores como Sebastián Vergara que es un gran compositor y amigo. Hemos trabajado mucho juntos en vivo y él es un compositor, llega con partituras y a veces ahí escribimos cosas extrañas pero son partituras. Por otro lado, por ejemplo, con Gonzales y los Asistentes ha sido una experiencia increíble, además, yo nunca había tenido la experiencia de entender el rock y cómo se toca y es súper complicado. Son formas muy rígidas que a la vez permiten libertad, pero en donde después, uno vuelve a la estrofa y al coro, y eso es muy interesante para mí que estoy acostumbrado a estar sólo generando mi sonido. Ser parte de una banda es muy extraño porque he tenido que encontrar un lugar y aparecer en un momento preciso porque si no se satura todo, quitarle al baterista el rol de llevar el ritmo es absurdo y eso es algo que se tiene que aprender, es fascinante en verdad. Ahí si ya estoy en otra dimensión y es bonito que ellos hayan tenido esta inquietud de incorporar el elemento del ruido, llamado poesía, como parte de una experiencia más popular. Lo encuentro interesante como invitación.

Esto me recuerda la Feria del Libro de Santiago en donde participaste con Gonzales y los Asistentes en un homenaje a Nicanor Parra, y comenzaste diciendo que a Parra ya se le habían hecho muchos homenajes y que esto iba a ser otra cosa. Me pareció interesante la relación entre este tipo de presentaciones y un evento como la Feria del Libro, que generalmente tiene un tinte más académico. Mi pregunta va por la relación entre la academia y estos artistas e incluso, editoriales independientes que se van posicionando en el panorama desde una postura experimental.

La academia funciona, cierta academia, una academia, la de Felipe Cussen que es mi socio y amigo. Él es profesor, dirige el centro de estudios avanzado en la Universidad de Santiago que es una universidad pública y ahí el tipo investiga los soundplay y los loops en la poesía y en la poesía electrónica y todas estas cosas. Tiene muchos alumnos de doctorado que investigan y hacen ponencias y el libro mío, por ejemplo, más reciente que es Cuadernos de Composición, es un libro que no dice nada, son sólo las rayas de un cuaderno. Ese libro que no dice nada, son líneas horizontales, en donde a medida que avanzan las paginas desaparecen las líneas y cambian de altura —como que se barajan—, es un libro que yo leo con una máquina y un oscilador, —un sintetizador análogo que es una reliquia—, que genera unos ruidos eléctricos que dan vueltas, y con esa cuestión leo el libro, ni siquiera ya ocupo mi voz, es algo muy abstracto, y completamente conceptual como libro-objeto. Ese libro se presentó en la academia chilena de la lengua, yo no lo podía creer, con muy buena recepción. Es impresionante lo que pasa en Chile con la poesía, la calidad y la variedad. Realmente hay poetas jóvenes, viejos, de todas las edades. Eso también habla bien de las universidades, que investigan sobre estas cosas y sobre movimientos que no son habituales en la academia.

Por último, Wittgenstein dice que al lenguaje podemos describirlo, pero no explicarlo. De alguna manera el lenguaje se puede describir o mostrar de muchas formas muy complejas, y pareciera que tanto la filosofía como la poesía contemporánea dan cuenta de esto. Consideras esa afirmación dentro de tu poesía.

Más bien, yo diría exponerlo, me interesa mucho hacer un trabajo como de muestrario o de insectario y a veces utilizar códigos del lenguaje, tipos del lenguaje, por ejemplo, el lenguaje del derecho, cómo codificar ese lenguaje en toda su totalidad y su carácter pedregoso árido y tal cual, no hablar de eso sino exponerlo ahí, eso me interesa, ilustrarlo. También me interesa el lenguaje de la televisión, muchas veces en todo ese diálogo estúpido que se produce, en algunos libros lo trabajo bastante. Y más que el lenguaje coloquial, hay una retórica en la televisión, en la conversación de la televisión, de los realities, que va mucho más allá de la estupidez, es una cosa completamente vacía, de emociones, donde todo y es pura actuación y bueno, yo no creo que haya sólo un lenguaje, o que podamos habar del lenguaje o algo así como describir el lenguaje, porque no existe un lenguaje, sino muchos lenguajes, somos atacados y controlados por muchos mecanismos del lenguaje: el lenguaje de los call centers, por ejemplo, que tiene mucho que ver con el lenguaje religioso, de las oraciones, eso también lo he investigado y son maneras de controlar, atroces, y creo que llevar eso al poema o más bien, hacerlo poema, tal y como es, me interesa y vale como denuncia. Es expuesto o resaltado en alguna particularidad que lo hace repugnante y también es una intensión un poco malintencionada pero igualmente crítica.

Imagen por: Martín Gubbins

Autobiografía

Juan O’ Gorman
Colección Pértiga
UNAM y El Equilibrista
México, 2007

 

Muchos son los libros que en la literatura mexicana se han leído poco o se han leído mal. La Autobiografía de O´Gorman, es uno de esos casos. El material fue transcrito de una grabación que hoy es perfectamente legible como libro. Las anécdotas del emblemático arquitecto y pintor, construyen nítidamente el siglo XX mexicano. Este recorrido se hace desde una observación crítica pero no distante, pues su narrador ha sido parte de la construcción de la modernidad en nuestro país.

La Autobiografía muestra a O´Gorman el hombre, el niño, el artista, el suicida. La literatura no es, nunca lo ha sido, solamente, poemas, narraciones o ensayos. He aquí una muestra.

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“Por otra parte, mi padre esa muy buen tirador de pistola y cazaba gatos y perros para surtirnos con un poco de carne. Recuerdo que en una ocasión, acompañado por Ana, la sirvienta, salieron una noche y regresaron arrastrando por la calle de Reforma una mula que los zapatistas habían matado en frente de San Ángel Inn. La metieron a casa, la desolló y destrozó mi padre, colocando la carne en un lugar adecuado para ahumarla. Así fue como tuvimos carne para comer durante varios meses. Claro está que por imposibilidad de refrigeración, dichos jamones husmeaban un poco, pero no nos hicieron daño, lo cual comprobó que la carne se conservó porque estaba bien ahumada y salada. Dura y de sabor desagradable era la carne de mula, sabor que recuerdo porque me obligaban a comerla; prefería los camotes del ‘topinambur’ y del chayote. Para mí, la carne ha sido siempre un poco desagradable.”

Imagen por: Cuarto Oscuro

Mario Morales en la Sala Arte AIEP

Triana 820, Providencia, Metro Salvador.

Santiago de Chile

Ei artista y gestor cultural chileno Mario Morales presenta su primera exposición individual de Pintura “Holocausto”. La inauguración sucedió el día 25 de Noviembre, pero se mantendrá hasta fines de Marzo.

Desde el año 2012 a través de la lectura Morales descubrió un tema crudo y desconocido que se transforma en el eje argumental de su obra, el holocausto del vaticano y el genocidio de Croacia, que provocó el asesinato de 700.000 Serbios Ortodoxos entre 1914 y 1945.

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El minimalismo geométrico se transforma en lenguaje, construyendo la obra con base en códigos visuales simétricos que describen imágenes e historias sin una representación literal.

Morales dice: “La representación en la pintura que llevo a cabo es como dice la palabra minimalista ‘reducir algo a lo esencial’, crear un hecho histórico en un simple lienzo me hizo cogitar para llevar a cabo estas obras, como dice Paul Cezanne: ‘No se trata de pintar la vida, se trata de hacer viva la pintura’.”

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La exhibición se compone de diez pinturas acrílicas y cada una relata un hecho en particular, pero todas inmersas dentro del mismo suceso.

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Whiplash y el tratamiento visual de la música (primera parte)

Recientemente se estrenó en la Ciudad de México Whiplash (Damien Chazelle, 2014), y más que hacer un comentario general sobre la película me gustaría concentrarme en el tratamiento visual de la música proyectada en la pantalla.

La música incidental en el cine de Hollywood suele cumplir una función meramente ilustrativa. Subordinada a la historia narrada, debe dotar el tono emotivo, una ambientación que circunde el drama y por supuesto que dote de un ritmo a la acción. Es en el cine norteamericano de corte experimental donde se suele explorar las posibilidades formales del sonido en su encuentro con la imagen (ver el trabajo de Stan Brakhage, Michael Snow, Ken Jacobs, Lewis Klahr, entre tantos otros). Pero, ¿Qué sucede cuando la música es un elemento central de la historia? Donde se intenta narrar el proceso creativo del músico, algo así como un biopic del momento en que surge la idea musical. La historia entonces, discurre por los meandros de la vida frecuentemente atormentada del artista, suelen confrontarle antagonistas al modo que sólo sirven para incrementar su talento debidamente puesto a prueba, el resultado final es casi siempre una canción, una pieza que reconocida por todos merece la confirmación de su genialidad y su lugar dentro de la historia del cine.

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Este caso no es distinto, narra la historia de un joven baterista(Miles Teller), estudiante de Jazz en una escuela reconocida de la ciudad de Nueva York que se enfrenta a su profesor (J.K Simmons) y a su técnica de enseñanza terriblemente autoritaria pero aparentemente intachable en sus resultados. La historia resulta predecible por el conflicto previamente anunciado: el alumno superará al maestro, no sólo rebelándose sino acatando también todas y cada una de las reglas del odiado profesor. La historia dota de una serie de momentos musicales donde el proceso creativo del músico es reducido a su visualidad más llana, bajo un despliegue de recursos limitadísimos, los actores repiten hasta el cansancio el mismo gesto pretendidamente creativo. Chazelle reduce sus recursos a un empobrecido juego visual lleno de efectos desbocados: recurre una y otra vez a la gestualidad exagerada del actor, la sudoración, la muñeca en tensión, el brazo expectante, la postura distorsionada del cuerpo contrahecho siempre a punto de producir el momento sustancial de la creación musical. El gesto que funda al sonido es repetido en una serie fragmentada de imágenes todas ellas deudoras de la MTV clásica de la década de los ochenta del siglo pasado. La génesis del acto creativo es lo mas difícil de representar por su carácter elusivo. En apariencia producto de una batalla interna que sólo surge al exterior como algo presuntamente acabado, este proceso resulta invisible a la mirada del cine en Hollywood.

Después de todo, la mera descripción del sonido jamás ha logrado capturar el sentido del evento mismo, la descripción visual se mantiene en el ámbito tautológico de la repetición en el tiempo de un evento que, claramente ya sucedió. Es decir, la música se desprende de la imagen y avanza vertiginosa más allá – y más acá- de la imagen. Para lograr desbrozar el sentido del sonido posiblemente encontrado en la imagen hay que hacer una labor de cacería de instantes dado que la escucha del evento sónico no pasa solamente por la visión de su representación literal.

Es por esto que vemos fracasar constantemente a la mayoría de los vidios musicales, precisamente porque se limitan a mostrar lo evidente de la interacción artista – público, la representación literal de la letra, la canción reducida a un formato de historia narrada visualmente. Sin embargo, la imagen permanece muda e impasible mientras la música se fuga irremediable en el tiempo. ¿Dónde se encuentra la musicalidad de la imagen? ¿Cuándo es que logramos escuchar el resonar del elemento musical de la imagen? En su sentido adquirido por el roce común, sin duda.

Con el transcurrir de Whiplash, la imagen es invadida por las figuraciones del músico en acción. Pero la música se muestra ausente, fugándose en otra dirección. Mientras el actor suda tratando de convencernos de la realidad de su imagen, nosotros vemos la música desprenderse y adquirir una velocidad sonora que deja atrás la escena reseñada.

La imagen no logra anticiparse al sonido así que afanosamente lo persigue durante todo el evento y por momentos, el sonido se dispara hasta hacernos ver la disparidad del tiempo de la imagen y la inmediatez o mejor dicho, la velocidad inmediata de la música.

El director fracasa ante el reto de enunciar el proceso creativo del músico, para Chazelle todo se reduce al símil militar de la formación de músicos mediante la humillación, los gritos y la violencia que pretende pasar por genialidad incomprendida. Al final pareciera que no hay relación alguna entre la música que escuchamos y la imagen resultante. La reflexión del cineasta simplemente no pudo dar cuenta del proceso creativo musical por medio de la imagen puesta en movimiento. Es un asunto que concierne a ese roce común donde la música y el sonido detonan imágenes y estas a su vez dotan de velocidad y precisión a la comprensión de la escucha del ojo del espectador, cuya presencia es apenas visible desde la oscuridad de las butacas.

Imagen por: Daniel McFadden

Del natural

 W. G. Sebald
Traducción del alemán: Miguel Sáenz
Anagrama
Barcelona, 2004

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En excelentes traducciones de Miguel Sáenz, hemos podido leer libros indispensables de la literatura del siglo XX. El ejemplo más claro de esto ha sido su esfuerzo por dar a conocer en español la obra entera del gran narrador austríaco Thomas Bernhard. Existe, además, una notable versión suya de El proceso de Kafka y también de Del natural, un extraño poema en prosa de W.G. Sebald, autor alemán reconocido por su empeño para borrar los límites entre los distintos géneros literarios.

El tema de este poema es el de la relación del hombre con la naturaleza. Sebald lo aborda a partir de los escasos datos históricos relacionados con el pintor Matthias Grünewald, el botánico G. W. Steller –quien formara parte de una importante expedición a Alaska– y un tercer apartado de tono más autobiográfico.

Del natural no es una lectura fácil pues el poema se construye a partir de una sorprendente erudición que articula datos científicos, artísticos y culturales, que quedan trascendidos por la sensación de un hombre que es parte de algo más amplio, pero que al mismo tiempo tiene la posibilidad de sentir, pensar y experimentar de forma absolutamente individual.

*

“Cuando se levanta la mañana

el frescor de la noche

se traslada al plumaje

de los peces; cuando otra vez

se hace visible el contorno

del aire, confío a veces

en la tranquilidad y me propongo

empezar de nuevo, una excursión

quizá a una comarca

para ornitólogos camuflados.

Ven, hija mía, ven,

dame la mano, nos vamos

de la ciudad, te enseñaré

el molino, dos veces al día movido

por la marea,

un milagro crujiente

de ruedas y correas,

que traslada la fuerza

del agua a la piedra,

el polvo goteante

y los cuerpos de las arañas…”

Imagen por: Rhys Tranter

José Val del Omar: una pedagogía de la visión[1]

1

Llamas. Estatuas asediadas por luces intermitentes. Rostros deformados. Zapateos, golpes de madera, ruidos ininteligibles. Una voz que dice: “El que ama arde. Y el que arde, vuela a la velocidad de la luz. Porque amar es ser lo que se ama”.

2

Una fuente en un palacio. El agua de la fuente que baila al ritmo de una seguiriya y súbitamente se detiene. La mirada de un hombre. La boca abierta de una niña. Una voz que dice: “Pero qué ciegas son las criaturas que se apoyan en el suelo. ¡Dios! Amor. Qué ciegas, estando tú, tan abierto”.

El primer fragmento pertenece a Fuego en Castilla, filmado por José de Val del Omar en el Museo Nacional de Esculturas de Valladolid entre 1958 y 1960. El segundo fragmento pertenece a Aguaespejo Granadino, filmado en en Granada y particularmente en el Palacio del Agua de la Alhambra entre 1953 y 1955. Ambos cortometrajes[2] forman parte de una misma concepción mística del cine. En el “Programa de mano de Fuego en Castilla“, Val del Omar anota: “El cine es el gran instrumento revelador de la meca-mística, o sea aquella mecánica invisible en donde nos encontramos sumergidos” (Escritos de técnica, poética y mística 236). En su texto “El hombre está en la jaula” refiere, por otra parte, que con Aguaespejo… pretendía “transmitir el aplomado mensaje de la ascensión” (Escritos… 222).

Estas obras permitieron, asimismo, el estreno público de algunas de sus principales innovaciones tecnológicas. Para Fuego en Castilla se valió de la “Visión Táctil”, una “iluminación pulsatoria variable en ritmos, intensidad, color y lugar” (Escritos… 117) que busca provocar la sensación de relieve, pero además utilizó el “desbordamiento apanorámico” que consiste en una segunda proyección yuxtapuesta a la principal, y que cubre más allá de los límites de la pantalla, para intentar envolver al espectador. Para su proyección también contó con el sistema diafónico, que había debutado con Aguaespejo Granadino, en el que se disponen dos fuentes sonoras, pero no distribuidas entre derecha e izquierda (lo que hoy conocemos como stereo), sino una adelante y otra atrás, para producir una oposición entre “un campo y contracampo acústicos” (Eugenio Bonet, en Varios, : desbordamiento de Val del Omar 185-90). Estos son apenas unos pocos de las decenas de inventos y proyectos que concibió a lo largo de su trayectoria, entre los que se cuentan la combinación de experiencias sensoriales gustativas, olfativas y táctiles e incluso impulsos eléctricos así como la utilización de otros soportes: video, diapositivas y hasta el rayo láser, que a su juicio permitía “intuir lo inmenso” (Escritos… 154).

Varios críticos han comparado a Val del Omar no sólo con sus contemporáneos de las vanguardias francesas, sino además con cineastas experimentales posteriores como Maya Deren, Stan Brakhage, Harry Smith o Kenneth Anger, y con el concepto de “cine expandido”. A ello quisiera agregar la cercanía con experimentos como la “Dreamachine” de Brion Gysin o aquellos descritos por Jean Houston y Robert E. El. Masters para producir experiencias de tipo religioso similares a las que producía el LSD, como el “ambiente audio-visual” (AVE). Éste consistía en la fusión paulatina de “diapositivas de 2″ x 2″, proyectadas por dos proyectores, acompañadas de un sonido grabado en coordinación de secuencia, principalmente música electrónica” (Houston y Masters 225-26). Lo que resulta llamativo en el caso de Val del Omar es que este similar despliegue de recursos tecnológicos busca transmitir a los expectadores una experiencia ya vivida por él mismo. Así lo explica en un texto de 1980: luego de acceder a la “Unidad” había querido comunicarla “por la única manera que a mí me habían llegado las informaciones, por la conmoción“, y volver a descubrirla “por medio del espectáculo” (Escritos… 265-66).

“Espectáculo” debe entenderse, evidentemente, en un sentido no banal. Ya en 1944 Val del Omar proclamaba: “Nosotros sentimos necesario un espectáculo palpitante, personal, lírico, místico, que alcance a darnos la emocional novedad del éxtasis” (Escritos… 109). Del mismo modo, la necesidad de crear sus propias máquinas no es una mera excentricidad: la técnica “debe ser la FLORACIÓN DEL ESPÍRITU; y nuestra misión debe consistir en HACERLA GERMINAR TODOS LOS DÍAS” (Escritos… 287). Ésa es, pues, la concepción meca-mística, mecánica y mística, en que se funda su obra. De algún modo, también parece anunciar algunas reflexiones contemporáneas en torno a estas relaciones, como la “theo-technology” propuesta por Peter Weibel en Medium Religion o la “techgnosis” de Erik Davis en su libro homónimo, Considero, sin embargo, que resulta más propicio indagar hacia atrás, en las mismas tradiciones místicas.

La fuente principal de ese misticismo, como él mismo se preocupó de notar muchas veces, es la figura de San Juan de la Cruz, a la que se suman también Santa Teresa de Jesús, William Blake, Teilhard de Chardin, lecturas del Islam, el taoísmo y también de autores más actuales como Alan Watts y Fritjof Capra. Matt Losada ha estudiado en detalle la influencia de San Juan de la Cruz, mientras que Carlos Muguiro propone una lectura que lo vincula a las reflexiones que Henry Corbin realiza a partir del sufismo sobre el cine. Para Corbin, el cine se estaría limitando a desarrollar su facultad “imaginaria” (puramente fantástica o irreal) en vez de su potencia “imaginal”, que convierte a la imagen en una apertura a un “sendero de conocimiento, analógico y no racional”. De acuerdo a Muguiro, ese “Mundus Imaginalis” se correspondería con “la idea valdelomariana del film como zona intermedia” (Varios, : desbordamiento de Val del Omar 117).

Podríamos pensar también en una inspiración adicional que no aparece documentada explícitamente en sus escritos, y de la cual hay escasas referencias en el inventario de su biblioteca: la alquimia. Quizás podríamos encontrar la clave en su propia autodenominación de “cinemista” (mencionada ya en una entrevista de 1928 (Escritos… 96), que Román Gubern propone como la combinación de cineasta y alquimista (15). En efecto, creo que la alquimia ofrece un modelo bastante cercano a esta conjunción de técnica y mística, e incluso a la condición espectacular de su cine. No me refiero de manera literal a ella, como la simple transmutación de los metales en oro, sino al modo en que lo entienden Ramón Andrés, “una ciencia espiritual que usaba la materia para el logro de sus fines” (64), Juan Eduardo Cirlot, como “un proceso simbólico” (78), o Jolande Jacobi, editora de los Textos esenciales de Paracelso, como “un proceso místico en el que el alquimista estaba incluido como meditador y en el que se esforzaba por redimir su propia ‘chispa de luz’ divina atrapada en el cuerpo material” (en Paracelso 294). Raimon Arola, en Alquimia y religión, enfatiza esa unión entre los misterios divinos y los misterios materiales, y además cita a D’Hooghvorst: “El alquimista quiere tocar para saber . . . . Que esta experiencia sea de naturaleza secreta no desdice en nada el carácter sensualista de tal filosofía, la más antigua y materialista del mundo; la más antigua, pues hasta hoy ha sido imposible determinar sus orígenes hisstóricos; la más materialista, también, puesto que no se basa más que en el testimonio de los sentidos” (92).

Del mismo modo, me interesa el modo en que los alquimistas concebían la magia como una forma de conocimiento superior a la razón. Paracelso fue enfático: “La magia nos ha sido dada para saber y averiguar aquello que es imposible para la razón humana. Porque es un gran saber secreto, igual que la razón es una gran necedad pública. Por eso sería necesario y bueno que los ‘teologistas’ supieran también algo de ella, y aprendieran lo que es en el fondo, para no llamarla hechicería de forma injusta e injustificada” (177). Lo mismo opinaba Jakob Böhme: “La Magia es la mejor teología, porque en ella, la verdadera fe tiene su fundamento y su morada. Y aquél que se mofa de ella es un loco; porque no la conoce y blasfema de Dios mismo, y él es más un juglar que un teólogo que posee el entendimiento” (128).

Como es sabido, una de las etapas claves en la trayectoria de Val del Omar fue su participación en las Misiones Pedagógicas de la Segunda República, y, según opina Manuel Palacio, es necesario comprender su obra fílmica como el equilibrio de su condición pedagógica, su sentimiento místico y su experimentación tecnológica (Varios, : desbordamiento de Val del Omar 166) . Por este motivo, vale la pena recordar algunas de sus primeras reflexiones recogidas en “Sentimiento de la pedagogía kinestésica” de 1932, en la que considera el cine como un modo de aprendizaje mediante los sentidos, capaz incluso de substituir a los libros y a los maestros. Así, al igual que los alquimistas, también propone un modo de conocimiento alternativo a la razón: “el cinema es el medio de comunicación anti-intelectual con el instinto. Puedo deciros que en las proyecciones cinematográficas puras el telón desaparece, la retina del espectador desaparece, sólo queda nuestra pantalla psíquica absorbiendo los rayos luminosos como si fuera la superficie de un lago profundo, sobre el que se proyecta un sueño y en el cual el instinto se reconoce” (Escritos… 44).

Cuando dos décadas más tarde intentó producir el relieve y movimiento de una estatua o detener artificialmente la caída del agua en una fuente, no buscaba simplemente impresionarnos con trucos de prestidigitador: quería enseñarnos a dejar de lado nuestra ceguera para aprender a mirar a ese Dios “tan abierto” que se ofrece al final de Aguaespejo Granadino. Como bien señala al respecto Santos Zunzunegui: “A Val del Omar no le interesa tanto lo que vemos, como aquello que no vemos. Y, sobre todo, le interesa la manera en la que vemos nos da información sobre lo que no vemos” (en Val del Omar, Escritos… 21). Los artilugios para sobreexcitar los sentidos parecieran ser las herramientas propicias para ese aprendizaje, que podríamos comprender como la transmutación de los órganos exteriores en los órganos interiores u órganos del alma que frecuentemente aluden los místicos como los receptores de la visión. De manera muy explícita, Val del Omar intercala entre sus efectistas escenas los rostros limpios, inocentes, sorprendidos, desbordados de los sujetos con que pretende que nos identifiquemos. Así, su “alquimia” no opera sobre los objetos, sino sobre nuestros propios sentidos.

Henry Corbin cita una observación de Alexandre Koyré sobre Böhme y Paracelso (de su libro Místicos, espirituales y alquimistas del siglo XVI, precisamente el único sobre el tema registrado en la biblioteca de Val del Omar), para proponer “la idea de Imaginación como producción mágica de una imagen” (209). Desde ahí podemos pensar, también, que para Val del Omar la filmación y los efectos de postproducción funcionan bajo ese mismo impulso, como un modo de pensar una y otra vez en la imagen hasta producir su floración. Sólo así podemos entender su fijación con la fuente de la Alhambra, que ya había filmado en la década de los ’30 en su cortometraje Vibración de Granada, que siguió filmando también en los ’60 y ’70, a color y con nuevos efectos, y a la que también alude con frecuencia en sus poemas.

Como puede observarse, no he pretendido aquí analizar el contenido simbólico de las secuencias fílmicas, sino que he pretendido más bien indagar en su motivación, en la función que Val del Omar les atribuía. Creo que así podremos colocarnos en una disposición más apropiada para volver a enfrentarnos a su surtidor inagotable de imágenes, y podremos aprender mejor de su obsesividad y su insistencia. Tal como anotó en un cuaderno con letras mayúsculas “VER ES PENETRAR” (Varios, : desbordamiento de Val del Omar 259).

 

Referencias:

Andrés, Ramón. Diccionario de música, mitología, magia y religión. Barcelona: Acantilado, 2012.

Arola, Raimon. Alquimia y religión. Los símbolos herméticos del siglo XVII. Madrid: Ediciones Siruela, 2008.

Böhme, Jakob. La llave. Sex puncta. Trad. Grupo de Estudios e Investigaciones Martinistas y Martinezistas de España. Madrid: Manakel, 2006.

Cirlot, Juan Eduardo. Diccionario de símbolos. Ed. Victoria Cirlot. 3ª ed. Madrid: Ediciones Sruela, 1998.

Corbin, Henry. La imaginación creadora en el sufismo de Ibn ‘Arabi. Trad. María Tabuyo y Agustín López. Barcelona: Ediciones Destino, 1993.

Davis, Erik. TechGnosis. Myth, Magic and Mysticism in the Age of Information. Londres: 5-Star, 2004.

Gubern, Román. Val del Omar, cinemista. Granada: Diputación de Granada, 2004.

Houston, Jean y Robert E. L. Masters: “La provocación experimental de experiencias de tipo religioso”. La experiencia mística. Ed. John White. Trad. David Rosenbaum. Buenos Aires: Editorial Kairós, 1992: 217-39.

Losada, Matt. “San Juan de la Cruz in Tactilvisión: The technological mysticism of José Val del Omar’s Tríptico elemental de España“. Studies in Hispanic Cinemas, vol. 7, nº 2, 2010: 101-15.

Paracelso. Textos esenciales. Ed. Jolande Jacobi. Trad. Carlos Fortea. 2ª ed. Madrid: Ediciones Siruela, 2007.

Val del Omar, José. Escritos de técnica, poética y mística. Ed. Javier Ortiz-Echagüe. Barcelona: Ediciones de La Central, 2010.

— y otros. Elemental de España. Barcelona: Cameo Media, 2010. DVD.

Varios. : desbordamiento de Val del Omar. Madrid: Centro José Guerrero / Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, 2010.

Weibel, Peter. “Religion as a Medium – the Media of Religion”. Medium Religion. Eds. Boris Groys y Peter Weibel. Colonia: Verlag der Buchhandlung Walter Köhnig, 2009: 30-43.

 


 

[1] Este ensayo fue leído en el Seminario “El valor de las imágenes”, el 7 de octubre de 2014, en el Museo de Artes Visuales, Santiago, Chile.

[2] Algunos fragmentos e imágenes de estos cortometrajes, junto con mucha información adicional, están disponibles en la página web dedicada a Val del Omar: http://www.valdelomar.com.

Imagen por: Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía

El arte del ruido

Luis Gámez
Ediciones Alpha Decay
Barcelona, 2012

 

Desde comienzos del siglo XX, el ruido –consecuencia del mundo industrializado– comenzó a ser parte de las reflexiones de intelectuales, científicos y artistas. Estos últimos, vieron el ruido como una posibilidad de registro para nuevas sensibilidades. Luigi Russolo, músico futurista, publicó en 1913 su manifiesto El arte de hacer ruidos con notables consecuencias. Desde entonces son muchos los ensayos y trabajos escritos al respecto. Gámez recoge en su libro reflexiones que establecen relaciones entre el ruido y el arte, su relación con la música, y establece al mismo tiempo una tradición que rebasa ya más de 100 años.

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El ensayo es breve y repasa sucintamente una historia larga que llega hasta el día de hoy. En esto hay una virtud, pues el libro de Gámez puede leerse como una introducción al ruido en el siglo XX. El texto se divide en dos apartados que organizan las ideas de Gámez: “El arte de los ruidos para construir el mundo” y “Máquinas de hacer ruido para destruir el mundo”. El ensayo reconoce además que forma parte de una tradición. Hay un epígrafe, por ejemplo, de Jaques Attali, autor del famoso ensayo Ruidos, así como también merecidas menciones a Marshall McLuhan. Algo que vale la pena decir sobre El arte del ruido, es que así como analiza planteamientos teóricos y opiniones de Walter Benjamin o Theodor Adorno, hace eco de reflexiones de músicos y artistas que van de Erik Satie a Pierre Schaffer, John Cage, Lamonte Young e incluso músicos vivos como Merzbow.

El ensayo es útil e imaginativo, y por suerte no utiliza ni el pesado lenguaje académico, ni la pedante prosa postmoderna. Por el contrario, busca ser claro y preciso en todo momento. La tesis principal de Gámez es sencilla, hay que apropiarse del ruido en lugar de rechazarlo y hacer de éste una forma de expresión humana y artística.

*

“El oído, a diferencia de los ojos, siempre está abierto “multiplicando la singularidad de la percepción en la pluralidad de la experiencia. Marshall McLuhan otorga a la presencia ineludible y continua del sonido el papel de alternativa a la linealidad de la visión: “La estructura del espacio acústico natural de la naturaleza pura habitada por iletrados. Es como el oído de la mente o la imaginación acústica que domina por igual el pensamiento de los humanos prealfabetizados y postalfabetizados. […] Es tanto discontinua como no homogénea.”

Imagen por: Ministerio de Cultura Perú

¿Quién es Robert Bringhurst?

La belleza de las armas
Kriller71 ediciones
Barcelona, 2013

Robert_Bringhurst

Aunque nacido en Los Ángeles, en 1946, es considerado una de la voces más relevantes de la actual poesía canadiense. En su haber figuran más de una docena de poemarios, además de textos críticos, prosa y estudios sobre arte, lingüística o diseño. Asimismo, es reconocido tanto por las encomiables traducciones que realizó sobre la mitología y la poesía épica de los indios Haida, como por The Elements of Typographic Style, obra de referencia sobre los tipos de letra y su disposición visual y geométrica. Resulta difícil de creer, por tanto, que La belleza de las armas sea el primer volumen en castellano que recoge parte de la valiosa poesía de Robert Bringhurst, mérito de kriller71 ediciones y de sus traductores: Marta del Pozo y Aníbal Cristobo.

 

Raíces e influencias

Originalmente, esta antología fue publicada en 1982 y en ella podemos apreciar las obsesiones y las preocupaciones por las que transita su poética: el mito y el saber primigenio. Uno de sus rasgos característicos es el abandono definitivo del Yo. No estamos ante un poeta intimista ni tampoco su cartografía interior es el paisaje predominante en sus versos. Por el contrario, Bringhurst renuncia a la primera persona para acercarse a los arquetipos y al imaginario colectivo y primitivo. Su poesía es una constante revisión sobre los orígenes del tiempo y de las civilizaciones. Por ello, sus interrogantes son casi tan antiguas como la poesía misma.

Su marcado apego por la sabiduría, o mejor dicho, su personal búsqueda de esta, desvela su inclinación hacia pensamiento presocrático. Así, en la sección «Los antiguos en su conocimiento», Bringhurst dedica poemas a las figuras de Heráclito, Parménides, Mileto, Pitágoras, entre otros, reescribiendo o reinterpretando los postulados naturalistas sobre los principios que rigen el mundo. Los poemas, entonces, son una fina amalgama entre anécdotas y máximas, entre fragmentos y traducciones, entre conocimiento, contradicciones y paradojas. No es de extrañar, por ende, la marcada presencia de los elementos naturales en sus estrofas en relación a esta filosofía. Leemos en “Las recetas de Empédocles”: “Sangre y músculo: aproximadamente las mismas / cantidades de tormenta, tierra, / fuego, y el aire diáfano de las alturas / que se combinan en lagunas”.

Lejos de abrumar y de repeler al lector con una versificación intrincada y hermética, Bringhurst tiene el don de hacer asequible y atractivo lo que para otros resulta una gesta imposible. Su verso es sencillo, el tono ecuánime calza a la perfección con su temperamento reflexivo. Prima, como es de suponer, el pensamiento sobre el sentimiento; siempre en la medida justa, ya que los poemas no son meras construcciones filosóficas ni mucho menos un rígido catálogo de entelequias.

Gran conocedor de su oficio, su poesía posee una fuerte y muy sugerente carga musical, basada en repeticiones y en la combinación de ritmos. Sus versos largos coexisten con los cortos y en ocasiones sale a relucir algún juego lingüístico, intensificando la cadencia y las secuencias rítmicas. Un claro ejemplo lo encontramos en uno de sus mejores escritos, “El corazón es aceite”: “si este es su ojo en el espejo viendo / su ojo en el sueño viéndose / en el espejo en el que ve su ojo viéndose / en un sueño en un espejo, / su rostro reflejado en aceite y que se arruga de vez / en cuando en la corriente de su aliento”.

A su vez, observamos que la Biblia y su literatura desempeñan un rol capital en la obra de Bringhurst. En La belleza de las armas encontramos dos secciones de clara afiliación bíblica: «Deuteronomio» —la primera de ellas— está compuesta por tres poemas que aluden a diversos episodios, como el diluvio, la existencia de Adán o la peripecia del patriarca Moisés. En tanto, la segunda lleva por título «El canto de Jacob», que es a su vez un hermoso y extenso poema de aliento profético y dinástico, fechado en 1977.

 

Canciones y parábolas

Es innegable, por tanto, el carácter oral de la poesía de Robert Bringhurst, sus referentes literarios nos lo confirman: mitos, leyendas e historias sumados a un vivo interés por las narraciones fundacionales y primitivas. Su estudio y acercamiento a las culturas haida y navaja no es gratuito, muchas de sus composiciones ganan más al ser recitadas que leídas. En sus propias palabras, el mito es un “teorema sobre la naturaleza de la realidad”, cuya expresión es posible a través de una animada forma narrativa, y no mediante símbolos algebraicos ni abstracciones inanimadas.

Ocurre así con “Hachadura” un largo canto dividido en doce partes que nace de una experiencia propia durante su estadía en Ahuachapán, en El Salvador. El pensamiento circular y mítico se funde con la visión moderna de un país devastado por la violencia. Empero, recalca el autor: “Por supuesto, no es mi intención haber escrito nada parecido al habla de los muertos o la falta de mundo de los que mueren en ese país, ni siquiera el haber escrito algo en donde se puedan oír esas voces. Esto no es un poema sobre El Salvador, por mucho que debiera haber escrito uno. Aun así pienso que tiene algo que ver con nuestra asombrosa capacidad de recrear El Salvador de continente en continente, de siglo en siglo, una y otra vez”. La persecución del arquetipo es evidente, pues la violencia y las bajas pasiones, así como el amor y la muerte, han sido unas de las temáticas más recurrentes en todas las mitologías.

Algunos de los más intensos poemas de esta antología los encontramos en la sección «El río de Ptahhotep». Además del citado “El corazón es aceite”, hallamos “Hechizo para sandalias blancas” y uno homónimo que da nombre a esta parte. En este último, me refiero a “El río de Ptahhotep”, hay una alegórica alusión sobre la poesía, o su génesis, pues esta se encuentra en la realidad más cotidiana y natural de la existencia, pese a que su expresión no es un sencillo menester: “La palabra justa escasea más que el jade. Escasea / más que la piedra verde, sin embargo puede encontrarse / entre las muchachas en las piedras de afilar, entre los pastores / solitarios en las colinas”. Hay que aguzar, entonces, los sentidos y la percepción, hay que habituar al cuerpo en el uso del discernimiento y la intuición: “En la cueva del oído, los huesos, como estrella / de solsticio, se sientan derechos e inmóviles, / escuchan con atención el aire mientras el músculo y la sangre / escuchan con atención al esqueleto”.

En esa misma línea, los poemas pertenecientes a «La montaña de Tzuhalem» son un estupendo racimo de parábolas y canciones de amor y desamor, basados en la infeliz historia de un deforme indio salish: Tzuhalem, quien fue desterrado de la tribu por un violento crimen que cometió contra su amada. En ellos, el espíritu errático del protagonista dará cuenta de la sabiduría y de las visiones naturalistas que experimenta la voz poética a lo largo de su periplo, como advertimos en “Cuerpo, habla, mente”, Parábola de los dos pájaros”, “Parábola de las voces” o “Su sueño”. Asimismo, la constante alusión a tambores y flautas, cañones y arroyos o de pájaros, peces y felinos nos revela cuán importante es la cosmovisión de los nativos de la antigua América del Norte para Bringhurst, heredero y continuador de aquella tradición que se resiste a morir en el silencio.

Aún queda mucho de la obra de este gran autor por descubrir, entre ella muchísima poesía. Afortunadamente, La belleza de las armas es un excelente “debut” en castellano. Ibiza, 9.I.2015

Tardío, es cierto, pero necesario.

Imagen por: Kelly

Esto no es una novela

David Markson
Traducción del inglés: Laura Wittner
La bestia equilátera
Buenos Aires, 2013.

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Poco conocido en nuestra lengua, David Markson (Albany,1927-Nueva York, 2010) fue un escritor enigmático y atrevido. Escribió varios libros bajo la influencia de Jack Kerouac de quien fue amigo durante los años cincuenta. Publicó también novelas policiacas que escribía por encargo y que muchos han comparado con las de Raymond Chandler. En sus últimos años de vida su escritura dio un giro nuevo y aparecieron extrañas “narraciones” hechas de fragmentos y citas entre las que se encuentra Esto no es una novela y La soledad del lector, libros publicados recientemente por la editorial argentina La bestia equilátera. De Markson, en México, la editorial Verdehalago editó Punto de fuga en el 2011.

Como toda obra de riesgo, cualquier descripción sobra y es la obra misma la que debe abrirse camino. Markson desdibujó en su última narrativa a los personajes lo mismo que al autor. No hay en sus libros una argumentación aunque puede leerse en cada uno de ellos una misma poética. Lo que articula las narraciones son a veces comentarios, acotaciones y hasta glosas de lo que ocurre y que podrían funcionar como rompimientos en el sentido en que Bertolt Brecht se refirió a éstos en el teatro y que Jean-Luc Godard utilizara brillantemente en su cine. A continuación una página de Esto no es una novela como muestra de este singular trabajo literario.

*

“William Burroghs mató a su esposa mientras trataba de dispararle a un vaso colocado sobre su cabeza a lo Guillermo Tell.

El Libro de los muertos egipcio. Hecho de papiros e inscripciones en las pirámides que datan incluso de 1580 a.C.

O una variante contemporánea del mismo, si el Escritor lo dice.

El Escritor aquí, ya que estamos, haciendo lo posible -hasta donde se lo permite su memoria- por no repetir cosas que incluyó en obras anteriores. Es decir, en esta instancia, tampoco las cuatrocientas cincuenta muertes que fueron mencionadas en su último libro.

Burroghs murió de insuficiencia cardíaca.

Grover’s Corners, Nueva Hampshire.

Tu última novela fue un fiasco.

Toda esta preocupación apenas implicando, presumiblemente, que el Escritor se está poniendo viejo.

Estocolmo, cerca de donde fueron enterradas las cenizas de Greta Garbo.”

Imagen por: Laibwächter