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Francesca Woodman

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Un día más desperté sola en estas sillas blancas. Un instante entre muchos, una transición hacia otra historia. Todo lo demás es un universo sugerido. Un cuento misterioso y evocador. Fin de la historia. Francesca Woodman

Hija de los artistas plásticos George y Betty Woodman, Francesca nació el 3 de abril de 1958 en Estados Unidos. Ellos fueron sus primeras grandes influencias en el arte, por el cual se interesó desde muy temprana edad. A los 13 años realizó sus primeros trabajos como fotógrafa. Mostró desde un comienzo su gusto por el contraste y el blanco y negro. Su primera exposición la realizó a la edad de 18 años, en 1976.

Entre 1975 y 1979 estudió en la Rhode Island School of Design en Providence y más tarde hizo una residencia en la escuela de Palazzo Cenci en Roma. En éste último fue en el que tomó influencia de las corrientes surrealista y el futurismo. A inicios de la década de los años ochenta se trasladó a Nueva York para comenzar su carrera fotográfica, sin éxito. Luego de entrar en una etapa muy fuerte de depresión Woodman saltó por una ventana en Nueva York el 19 de enero de 1981.

Su infancia transcurrió entre Boulder, un pueblo del estado de Colorado, en Estados Unidos y una aldea italiana de la Toscana, donde convivió con reconocidos artistas de la alta sociedad de Florencia. Sus padres poseen un archivo de más de 800 fotografías de Francesca, 120 han sido expuestas y sólo existe la publicación del libro Algunas geometrías interiores desordenadas, de 1981.

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Su último pensamiento antes de quitarse la vida a la edad de 22 años fue: Mi vida en este punto es como un sedimento muy viejo en una taza de café y preferiría morir joven dejando varias realizaciones, en vez de ir borrando atropelladamente todas estas cosas delicadas…

Pese a su corta vida, el trabajo de Francesca Woodman ha sido inspirador en la fotografía y ha sido colocada dentro de las artistas de vanguardia feminista de los años setenta. Y es que su expresión artística y forma de concebir su realidad y la imagen ayudaron a romper con las normas establecidas en aquel momento.

 

 

Poeta del lenguaje y los ritos: Serge Pey

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“El poema, ese rito de la conformación de la existencia a través del lenguaje, se vuelve de repente ceremonia de celebración de la palabra”, escribe Serge Pey en alguna prosa encontrada en esa necia botella al mar que es la virtualidad. Recientemente, el pasado martes 14 de abril, este poeta francés, realizó un acto metafórico, una caminata dentro del bosque de Chapultepec al lado del bailarín marroquí Michel Raji, para dar inicio a la edición 2015 del festival Poesía en Voz Alta.

Como cada año, la Casa del Lago Juan José Arreola realiza este ejercicio lírico performativo con más de 50 años de tradición, que vincula escritores mexicanos reconocidos con poetas de distintas tradiciones orales y diferentes nacionalidades, incluidas las lenguas indígenas. En esta ocasión, además de otros destacados invitados como el poeta estadounidense Jerome Rothenberg, nos encontramos con provocadoras propuestas, ejercicios vertiginosos en torno al lenguaje, como la poesía de Serge Pey.

Le poème, ce rite

Autor y activista francés, nacido en 1950, proveniente de una familia obrera del barrio Hers de la ciudad de Toulouse, un perseguidor del lenguaje para quien la poesía juega un papel trascendental en el día a día del mundo contemporáneo.

En entrevista inesperada, un poco surgida por el azar de un disco regalado (en cuya portada puede apreciarse un jitomate aplastado), Pey nos platicó de algunas de las nociones sobre las que se ha construido su idea de lo poético:

“Para tocar lo real se necesita una preparación mental, en unas horas es imposible transformar a la gente, como muchos pretenden. Cuando accedemos a una definición de la poesía, ya la poesía participa de esta concepción”, señala.

Para él la modernidad se materializa como una confusión que existe auspiciada por el mercado, en ella la cultura y las formas de comercio confluyen entrelazadas y el lenguaje pierde fuerza, es minimizado: “La modernidad no sabe nada, Heráclito es mucho más moderno que muchos hombres actuales. Arthur Rimbaud solía decir que odiaba la ciencia porque le parecía lenta, mientras que la poesía camina de la mano de Dios. Yo pienso otro tanto al respecto sobre esta era que nos ha tocado vivir”, declara Pey.

“No espero nada del público, la tarea de un poeta es destruir al público siempre. El público es una enormidad, una grosería; la verdadera poesía no supone un público sino una comunión, por eso el trabajo de un poeta es destruir al público para encontrar esa otra cosa, colectividad”, explicó cuando se le preguntó sobre su relación con el público.

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Sobre el lenguaje

Desde 1981 Pey ha trabajado en diversos proyectos artístico-poéticos al lado de su aliado Michel Raji, todo a partir de una técnica de poesía física y experimental. Ambos artistas están convencidos de que factores como el vértigo o el movimiento son fundamentales para entender lo poético, para concebir al poema como intermediario; un camino entre la vida y el lenguaje que debe ser cruzado:

“El poeta debe trabajar sobre el bloque total de realidad y eso es un trabajo de todos los días, no consiste únicamente en escribir una poesía y relajarse. El poeta debe de cambiar la cotidianidad desde el acto”, dijo.

Según explica, toda poesía realmente es una manera de emplear las palabras de siempre –dentro de las que ya están contenidas las personas, los animales, las vocales o los sonidos que toda la gente usa– pero sacándolas de ese inconsciente colectivo que es lo Real, para darle una materialidad diferente de la acostumbrada en el entorno social. La poesía para Pey tiene que lidiar y, quizás a la usanza de Andrei Tarkovsky, esculpir desde el lenguaje ese bloque de sustancia donde las cosas, los seres, el tiempo y la nada se cruzan caóticamente.

Recordar a los caídos

A principios de los años setenta Pey inicia con estilo de poesía, reflexión, experimentación y activismo, desde diversas trincheras como su trabajo performativo o la fundación de editoriales y colectivos. En diversos poemas suyos nos reencontramos con una actitud estética desde la que confluyen temas sociales e ironías del mundo, como puede apreciarse en el siguiente poema antologado en el Cuadernillo de Poesía en Voz Alta 2015:

“En un país
donde se levantan
monumentos a la libertad
los únicos libres son los monumentos”
(Serge Pey)

El martes de la abertura de Poesía en Voz Alta, Pey realizó un pequeño ritual-reflexión para recordar a los 43 desaparecidos de Ayotzinapa:

“En Francia ya había dedicado un par de eventos para ellos. Esos jóvenes iban a ser docentes de escuela y para mí masacrar a un profesor es la cosa más abominable. En estos días un maestro es el único ya que transmite realmente la poesía. La muerte de eso jóvenes me recuerda a la del Che Guevara, quien fue un maestro. A él lo ejecutaron en una escuelita llamada La Higuera, en Bolivia, donde lo tenían cautivo. En un pizarrón dentro de un salón de aquel lugar había una falta ortográfica y el día de su ejecución el Che le pidió a sus captores que la corrigieran. Murió enseñando”, concluyó Pey.

Fotografías de Diego Alva Peniche

Dostoievski lee a Hegel

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 “Según Aristóteles, no hay ninguna diferencia entre la caída de la hoja o de la piedra y el naufragio de los hombres virtuosos que se encontraban en un barco…”    Maimónides

En el mes de Junio de 1868, Fiódor Dostoievski alquiló un departamento en Florencia, Italia.

En sus apuntes ( artículos periodísticos que Dostoievski publicó desde 1861 hasta 1881, compilados y traducidos hoy día por Páginas de Espuma como Diario de un escritor, crónicas, artículos, critica y apuntes) nuestro autor se quejaba del bochornoso verano en el norte de Italia.

Hablaba también de un peculiar bicho que perturbó una de sus noches italianas. Se trataba de una tarántula. Fiódor recordaba que en su estancia en Semipalátinsk (hoy día Semey, Kazajstán) había escuchado de la muerte de un cosaco por el veneno de una tarántula. En Italia, según el novelista ruso pensaba, no había de que preocuparse pues abundaban los curanderos que podían quizás atenuar el veneno.

Aquella noche Dostoievski durmió mal. Pensó en una fábula de Kuzma Prutkov llamada “El inspector y la tarántula” (fábula que yo desconozco y autor del que no sé nada) y pudo reír un poco. La piccola bestia no apareció aquella noche.

Escribe Fiódor: “Se ha colado en Europa una piccola bestia y no permite que la gente buena viva en paz”.

La anécdota de la tarántula que irrumpe para perturbar es según Dostoievski una metáfora sobre la cuestión oriental. (La conflictividad entre Grecia y Turquía a mediados del siglo XIX)

Casi vente años antes, en el sur de Siberia, el autor de Las memorias del subsuelo, conversaba con Alexandr Yegorovich Vrangel, fiscal del campo de prisioneros en que Dostoievski habitaba. A veces Alexandr conseguía llevarle unos libros al escritor ruso. A veces Fiódor le recitaba versos de Pushkin.

En su libro Dostoievski lee a Hegel en Siberia y rompe a llorar, László Földényi recuerda las tardes en que Vrangel y Fiódor Dostoievski encontraron a Hegel. Se insinúa que el fiscal de campo consiguió los cursos sobre la filosofía de la historia universal, que Hegel dictó en Berlín entre 1822 y 1831.

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“Primero hemos de dejar de lado la vertiente norte, Siberia, que se halla fuera del ámbito de nuestro estudio. Las características del país no le permiten ser un escenario para la cultura histórica, ni crear una forma propia en la historia universal”.

Földényi siguiere que esas líneas afectaron profundamente al ruso. Digamos que ocurrió el llanto de Dostoievski. Pero pudo acontecer una aflicción interior. Un vuelco sentimental.

Acusado de conspirar contra el zar Nicolás I (en 1849), mandado a ejecutar y después salvado milagrosamente, Fiódor fue enviado a trabajos forzados en Siberia.

El novelista ruso rememora esta época en sus cartas personales como un periodo de autoconocimiento, de descubrimiento de Cristo (palabras más, palabras menos).

Hegel, (que también dejó fuera a América de su filosofía de la historia universal) ignoraba a los esclavos universales (que no formaban parte del proceso de transformación del espíritu).

Así podemos pensar que el ruso asistió, al leer a Hegel, a una rebelión interior. Una rebelión interior en los campos de prisioneros: “Sobre la historia universal se puede decir cualquier cosa, todo cuanto se le ocurra a la imaginación más desvariada, lo único que no puede decirse es que sea racional…” Escribe Dostoievski.

Quizás la razón, el escudo de Hegel y de tantos más, quedó destruido con las experiencias de los excluidos.

“Es el presidio una casa muerta- viva, una vida sin objeto, hombres sin iguales…” Se lee en Memorias de una casa muerta, que escribió Dostoievski durante sus días en Siberia.

Memorias de una casa muerta, la novela escrita por Dostoievski durante sus días en Semipalatinsk, es ese murmullo que estalla ante el pasmo humano, no el silencio mesurado de Hegel que excluye aquello que le parece tan lejano y que desconoce, lo que califica como carente de espíritu, como un cumulo de espectros desalmados.

Existe un punto central que los hace distar y acercarse el uno al otro eternamente, más allá de la anécdota del llanto del ruso al leer al filósofo alemán, mientras habitaba en la prisión siberiana y de vez en vez se observaba frente a un pedazo de espejo sucio, ese punto es la tragedia de existir en un universo revuelto.

La sombra hegeliana es la sombra del amo cansado y eternamente incomprendido. La escritura de Dostoievski no buscaba demostrar a través de la razón, existe en sí misma, en el abismo mismo, en la exclusión y en la vida.

“La palabra abismo uno está tentado a pensar que se trata de un pseudónimo de Dios”, escribe Léon Bloy.

Escribe Dostoievski en sus cartas desde Siberia que esos días le sirvieron para conocer a Cristo, el abismo tal vez se mostró en ese fragmento de espejo roto.

El concepto hegeliano de espíritu (que puede ser Dios, absoluto o un fantasma excluido) y su relación con el ser es como la tarántula que espera en una habitación que no nos pertenece, una habitación ajena en un país extranjero, mientras pensamos en la risa intentando dormir.

Hegel, partidario del imperio prusiano y defensor a ultranza de una dialéctica que más tarde Marx retomaría es ante Dostoievski la sombra de la araña.

 

“He vivido en prisiones entre muchos delincuentes, ‘auténticos’ delincuentes, fue una larga escuela[…] La purificación por el dolor es más sincera, más liviana que el destino que se les prepara absolviéndolos en los juzgados” escribe el novelista ruso.

Aquella purificación por el dolor, que atravesó Fiódor en sus días en Semipalátinsk fue el camino de los condenados al olvido.

La piel de Zappa

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“La música es físicamente la más inspiradora de todas las artes”.   Frank Zappa.

 

La piel de Zappa

La verdadera historia de Frank Zappa
Frank Zappa (con Peter Occhiogrosso)
Malpaso Ediciones
Barcelona, 2014

Es el 27 de marzo de 1963, tedioso y ceniciento como cualquier otro miércoles, y en el blanco y negro de la pantalla un afeitadísimo y trajeado joven de 22 años se presenta en The Steve Allen Show, uno de los programas nocturnos más vistos de la televisión estadounidense. Este sería el debut televisivo de Frank Zappa, quien en un alarde de lucidez y genio se dispondrá a “deleitar” a aquella incrédula y conservadora audiencia ofreciéndole, nada más y nada menos, que un original concierto de bicicleta.

Lamentablemente, aquel breve segmento casi quince minutos bastaría para definir y calificar de excéntrico y desvariado a uno de los creadores más críticos, prolíficos y rupturistas: su discografía está compuesta por más de 60 títulos y ha incursionado con fluctuante éxito como productor musical, director y actor de cine y fallido candidato a la presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica. Con sus virtudes y defectos lo importante es no perder de vista que detrás de aquella figura iconoclasta y polémica había también un estupendo padre de cuatro hijos que no necesitaba consumir ninguna droga para reinventar ni reformular la música popular del siglo XX.

Su irreverente y mordaz personalidad ha dado pie a más de una historia o reportaje que, lejos de darnos una mejor y fiel idea de quién fue realmente Frank Zappa, ha provocado más confusión e incomprensión en detrimento de su música. Ello le llevó a publicar sus memorias: “Uno de los motivos de meterme en esto es la proliferación de libros estúpidos (en varios idiomas) que, por lo visto, hablan sobre mí. Pensé que debería haber al menos UNO que tratase temas reales. Os aviso que este libro no intenta ser una especie de historia oral ‘completa’. Su única finalidad es entretener.”

Aparecida originalmente en 1989 —y ahora por primera vez en castellano—, esta autobiografía es un tanto peculiar, rehúye de los formalismos y de aquella ceremoniosa y pomposa voz que trata de convencernos de cuán grandiosa ha sido su vida y no su obra. Tampoco hay espacio para presumir sobre sus célebres amistades, pues resuelve en unas cuantas líneas algunas anécdotas intrascendentes con Jimi Hendrix, Eric Clapton, John Wayne, Captain Beefheart, Paul Simon, Art Garfunkel o Alice Cooper (de hecho, tuvo el tino de producir los dos primeros álbumes de esta banda: Pretties for you e Easy Action). No hay tiempo para banalidades ni para vanidades, pero sí para comentarios ácidos y denuncias rebozadas con escepticismo y socarronería. El fuerte del libro, pues, no es tanto lo que cuenta, sino cómo lo cuenta. Es allí donde leemos al verdadero Zappa y nos reímos con él.

Observaremos, entonces, cómo su incansable e inconforme espíritu reacciona contra todo orden imperativo e ideológicamente castrante. Son conocidas sus denuncias contra la injusta y avara industria musical, contra sus prácticas fraudulentas y el paupérrimo sentido común de los directivos de las discográficas. En el extenso capítulo “Todo sobre la música” leeremos algunas de sus diatribas más ingeniosas y feroces. Denuncia, por ejemplo, el gran conformismo de las sinfónicas y la estrechez mental de algunos músicos por no arriesgar y continuar bajo la sombra de un Canon anquilosado y con hedor a formol. De igual manera, reivindica a ultranza el rol del compositor sobre el del intérprete y analiza al detalle la estructura de una banda de rock.

Acertado o no, el carácter autodidacta y experimental de Zappa le insta a proponer alternativas; para muestra este magnífico botón: “La Regla Máxima debería ser ‘si a TI te suena BIEN, es estupendo; si a TI te suena MAL, es una mierda’. Cuanto más variado sea tu bagaje musical, más fácil te resultará definir lo que te gusta y lo que no te gusta. Los radioyentes norteamericanos criados con una dieta de ______________ (rellena el espacio) han experimentado un universo musical tan encorsetado que no pueden ni siquiera empezar a saber lo que les gusta.” Categórico y directo, marca de la casa. Opiniones y juicios de este calibre los encontraremos también en los capítulos “Todo sobre los imbéciles”, “Iglesia y Estado” o en el demoledor —aunque discutible— “Conservadurismo pragmático”, en el que nos “señala” sus ideas políticas y económicas para que el mundo sea un lugar menos represivo y fallido.

Asimismo, su impenitente lengua tampoco evitó acarrearle un sinnúmero de problemas y enfrentamientos. En el capítulo “La guerra del porno” nos relata aquel absurdo litigio con Tipper Gore, mujer del Al Gore (confeso fan de Zappa, por cierto) y cofundadora de la organización Parents Music Resource Center, que pretendía censurar y controlar las letras de las canciones de toda banda de rock. Su comparición ante el Senado, el 19 de septiembre de 1985, fue transmitida en televisión y no desperdició la oportunidad para disparar contra la hipocresía burguesa y el sempiterno doble rasero de la moral americana.

Es triste, pero son muy pocas las cosas que han cambiado desde su temprana desaparición, en 1993. De hecho, la dinámica de cualquier gobierno se ha centrado siempre en la anulación y el embrutecimiento sistemático de sus ciudadanos. Panem et circenses, reza el dicho. Contra ello, Zappa como antídoto. Su legado, entonces, no se reduce tan solo a su música, sino que va más allá, es también su irrefrenable y consecuente actitud. Debemos recordar que en una sociedad plagada de necios, lameculos y arribistas existen otros medios para trascender y dejar huella sin por ello doblegarse ni perder la esencia o la credibilidad. Que no se me mal interprete, no todos tenemos que ser Frank Zappa, no se trata tampoco de copiarlo ni de dejarnos el bigote. Nos basta con ser honestos, especialmente con nosotros mismos, le duela a quien le duela.

 

 

Lugar Común

Lugar Común es una muestra fotográfica y de video que reúne el trabajo de dos artistas mexicanos: Manuel Márquez (Xalapa, México, 1981) y Marcelo Prieto (Punta Arenas, Chile, 1969). Ambos participan con una serie de fotografías muy personales que plasman distintas facetas, momentos y personajes del Centro Histórico de la Ciudad de México. La exposición se exhibe desde el 29 de abril y estará abierta hasta el 21 de mayo de este año.

Habrá un coctel de clausura, al cual están todos invitados el día Martes 12 de mayo, 2015 a las 19:00 horas. En La Casa del Cine, ubicado en la calle de República de Uruguay 52, 2do. piso. Centro Histórico. México, D.F.

La exposición, aunque breve contrapone dos propuestas muy distintas, una, la de Prieto, realizada a partir de sólidos retratos en blanco y negro, de personajes singulares y atrayentes; la otra, la de Márquez, concebida desde un solo punto de vista, el de una esquina de un edificio del centro de la Ciudad de México. Las dos, sin embargo, abonan en la configuración de un lugar muy específico.

Pero dejemos que sean los mismos fotógrafos quienes hablen de su obra.

 

Ventana Sur

Manuel H. Márquez

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 “Eventually I was able to detect subtle differences in the traffic flow, to anticipate the rhythm of the different days (the commotion of workday mornings, the relative stillness of weekends, the contrast between Saturdays and Sundays). And then, little by little, I began to recognize the faces of the people in the background, the passers-by on their way to work, the same people in the same spot every morning, living an instant of their lives”.

Paul Auster – Auggie Wren’s Christmas Story.

Lo que estoy presentando aquí no es nada nuevo. De hecho es una variación, no de un proyecto de fotografía (aunque tal vez hay varios proyectos similares), sino de una historia que existe dentro del cuento Auggie Wren’s Christmas Story y también como parte de la película Smoke, ambos escritos por Paul Auster. En ellos, el personaje Auggie, interpretado por el ícono del cine independiente Harvey Keitel, le muestra a Paul Benjamin (William Hurt) su proyecto de fotos, tomadas desde la esquina de la calle Court en Brooklyn, diariamente, a las siete de la mañana en punto. Más de 4,000 fotografías que comprimen temporalmente más de 4,000 días conforman este proyecto fotográfico ficticio, hecho realidad dentro de los confines de una historia igualmente ficticia.

Lo que presento aquí es más flexible, ya que confieso me es imposible tener el rigor de estar listo, en el mismo lugar, a la misma hora, cámara en mano, para registrar religiosamente un momento que tal vez no es tan interesante. Mi departamento actual, ubicado en un tercer piso, me ofrece la cercanía y lejanía de la calle suficientes para ser espectador del cine de la vida. La ventana que da al sur es donde tomo el café por las mañanas, donde hago pausas durante el día, donde veo las lluvias vespertinas y breves de la capital. Mi nueva revaluación de la noción cartier-bressoniana del instante decisivo y de narrar algo con imágenes me impide dejar al azar de un reloj el contenido de mis imágenes. Yo elijo los momentos. Yo, con la actitud del francotirador, capturo estas instancias de realidad con el beneficio y el riesgo del francotirador: estar en un punto elevado y ventajoso, pero tomando el riesgo de que, si soy descubierto, estoy en mi hogar (el único punto de la ciudad que me pertenece a cambio de una renta mensual), y el cual expongo al estar en mi ventana, cámara en mano, apuntando a la gente. Tal vez parece un riesgo controlado o reducido, pero para mí esa racionalización es suficiente y valida mi predatorio accionar fotográfico.

Estas imágenes pertenecen a ese guión, a esa película, que sin duda alguna no es documental.

Nunca debemos dejarnos engañar por las imágenes, no son documento, no son realidad.

 

Combatir la nada

Marcelo Prieto Moffat

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“Entre las muchas maneras de combatir la nada, una de las mejores es sacar fotografías”  Julio Cortázar

El retrato es el tema más recurrido en la fotografía. Desde que se realizó el primero en 1839 un autorretrato en realidad la búsqueda de representación ha acompañado a innumerables fotógrafos a lo largo de la historia. A mi parecer, el retrato es el más personal de los trabajos que un fotógrafo puede hacer, pues siempre hay algo nuestro en las personas a quienes retratamos.

Los 12 retratos que presento son resultado de mi encuentro con gente desconocida en las calles del centro. Parecería que estas personas no tienen nada en común más que el haber estado en alguna de estas calles, sin embargo, para mí todas ellas comparten algo y se relacionan entre sí, esa especie de nadar a contracorriente y la apariencia potente que los distingue de los demás, la que se manifiesta en cómo se ven y lo que hacen. Algunos trabajan en la calle y algunos otros son habitantes temporales de este espacio democrático que es la calle.

De estos retratos me interesa sobre todo el poder establecer una relación de un par de minutos con mis modelos. Lo que hace que me acerque a ellos es en principio su poderosa presencia, me es irrelevante si son hombres o mujeres, si son atractivos o no, hay algo misterioso que me impulsa a pedirles que me permitan retratarlos y que por unos minutos me regalen su atención. Horas o días más tarde después de esos fugaces encuentros veo los negativos colgados en el baño esperando a secar y siempre me pregunto: ¿cuánto de las personas que retratamos se queda en nosotros? ¿Cuánto de nosotros hay en ellas?

 

Primer soneto

Este trabajo poético de Martín Gubbins (Santiago de Chile, 1971), tiene un elemento primitivo que me interesa porque desarma de manera sutil la enorme construcción histórica-cultural-formal poética que significa el soneto. A lo largo de siglos la poesía derivó en esa forma elaboradísima que hoy está desgastada. Gubbins pone eso en evidencia y al mismo tiempo lo rescata. Es como si Gubbins dijera que eso estuvo aquí pero que como era ya no puede ser y, sin embargo, permanece un halo, una energía de aquello que lo insufló y que hoy se continua en una experiencia poética distinta.

We used to be everywhere

Caminas. Es un camino hecho de piedras sobre un río. Entonces no caminas: saltas, de una piedra a otra. El sonido transparente del agua es relajante pero igual estás alerta porque el paseo requiere destreza: tienes que concentrarte en medir y sortear la distancia entre las piedras. Con tu visión periférica reconoces el paisaje: árboles altos, cielo despejado. No estás habituado a caminar así, claro, pero tampoco es algo nuevo. Lo que sí es nuevo es que, contra lo que esperarías, no llegas a la otra orilla. En varios momentos pensaste adivinarla al frente, como siempre que atraviesas un río, pero siempre resultó ser una sensación falsa. Tampoco te preocupó mucho; te dijiste: ya llegará, te dijiste: ¿por qué dudar que hay otra orilla? Pero sientes que hace mucho que caminas. De hecho, empiezas a dudar que haya habido una orilla de inicio. Te planteas la posibilidad de que, de verdad, no vas a llegar nunca. Entonces te abandonas al placer de saltar las piedras.

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We used to be everywhere (Ugly Duckling Presse, Estados Unidos, 2013), de Craig Foltz, es un paseo hecho de familiaridad e incertidumbre. El libro es una colección de catorce narraciones en las que el lenguaje son las piedras del río y, las historias, el paisaje o la otra orilla. El lenguaje no es un vehículo sino un destino. Las piedras no llevan a ningún lado. Caminas por las palabras intuyendo que hay una historia que las justifica, a veces incluso estando seguro de verla. Pero nomás no llega. Entonces no es un “paseo” cualquiera sino un sendero de hiking. El excursionista empieza cauteloso, desconociendo todo, pero pronto reconoce señales que se asoman entre la naturaleza: patrones en lo desconocido. Los árboles marcados cada tantos metros para indicar el camino. Es decir: ritmo. Frases o imágenes que se repiten, ligeramente trastocadas. ¿Ya he pasado por aquí? No sorprende que Foltz haya publicado antes poesía.

Encontrar estos patrones —la parte de “familiaridad”— es tranquilizador en el género vertiginoso de la ficción experimental, pero encontrarlos en medio de un paisaje alienígena —la parte de “incertidumbre”— es perturbador. Los personajes más extraños dicen las cosas más anodinas: una palabra que de tanto aparecer en tu vida termina por condensarse en la forma física de una mujer que puede traspasar las paredes de tu departamento dice que está cansada y necesita acostarse un rato. O al revés: tu ex-amante te visita en la oficina y en lugar de saludarte suelta una frase así: “lo que realmente ansías es la salmuera de novias flacas; lo que realmente quieres es una opción más viable para beber agua.” Y tú respondes casualmente: “[…]no es cierto. Lo que yo quiero es consumir mientras todavía estoy firme. Quiero que mi sed se preserve en madera, y que el viento la disperse.” Luego le ofreces café.

El personaje principal de todas las historias de Foltz eres tú, siempre un hombre; y los secundarios, las mujeres en tu vida, ya sean concretas (tu amante: Misha, tu ex-suegra: Judy) o abstractas (un momento en el tiempo: Chloe, una palabra: Ella). Pero no hay diferencia entre ellas: todas son elementos contingentes del paisaje y todas están, igual que tú, conscientes del mundo artificial de palabras en que viven. No podría ser de otra manera: los personajes son astutos y la artificialidad de la ficción demasiado evidente.

Acaso un texto inusual como éste sólo tenga sentido en el catálogo de una editorial independiente que publica mayormente poesía. Es extraño que algunas de las narraciones se hayan publicado separadamente antes, porque se sienten como partes del mismo recorrido, que el personaje sólo puede navegar si recuerda los trechos anteriores del sendero. El libro es excitante y agotador. Cuando se llega al final, lleno de ampollas y recuerdos hermosos, la sensación es de alivio, habiendo casi olvidado la sensación inquietante de no saber si había otra orilla y pensando incluso que las vistas panorámicas valieron la pena y tal vez sean suficientes para animarse a emprender otro viaje con el mismo autor.

 

Conversación con Christian Díaz Pardo

¿Cómo empezó tu relación con el cine?

El cine fue parte importante de mi vida desde pequeño. Tal vez porque de niño nunca fui muy deportista ni popular en el barrio. Siempre fui de pocos amigos. Por lo mismo me pasaba los días leyendo y viendo la tele. El cine empieza muchas veces en la infancia como una puerta de escape, una ventana para ver otras cosas. Me acuerdo que de muy chico, era la época de la dictadura en Chile, las películas que pasaban en la televisión eran muy inocuas, películas demasiado livianas, muy de Hollywood. De pronto por la tarde se colaba una joya, los western de John Ford, El puente sobre el río Kwai, Lawrence de Arabia y el Doctor Zhivago de David Lean. También en la infancia me tocó vivir un reencuentro con mi padre al cual no veía durante seis años porque tuvo que salir de Chile por razones políticas. Yo tenía 6 o 7 años y él tampoco sabía bien de qué hablar conmigo o cómo acercarse a mí. Lo que se le ocurrió fue invitarme al cine. Entonces, claro, el recuerdo para mí de ese encuentro fue la película que vi con mi papá, ni siquiera conversamos de la vida, simplemente compartimos ver una película en la pantalla.

¿Qué películas se veían en este momento?

La película que vi con mi papá fue Robin Hood, la versión de Disney. También disfrute mucho de E.T. y de toda la saga de La guerra de las galaxias. Fue hasta mi pre-adolescencia que comencé a darme cuenta que el cine no era sólo entretenimiento, que también era una oportunidad para hablar de otro tipo de cosas. Me relacioné con películas que me sorprendieron y eso tuvo que ver con la edad, con el proceso hormonal y el calendario por el que uno pasa… Alan Parker fue una gran revelación en esa época, las películas de Jodorowsky, el cine chileno de la época, películas donde se hablaba de la dictadura o de las secuelas de ésta, como La Frontera de Ricardo Larraín. Recuerdo, tenía 13 ó 14, que me impactó especialmente: JFK de Oliver Stone. Fue una película de la que recuerdo salí impactado, con una visión del mundo modificada. Por primera vez para mí, se planteaba que la CIA o el gobierno estadounidense había planeado el asesinato de su presidente. Fue revelador en esa época de mi vida, un suceso cinematográfico, político y emocional. De ahí en adelante comencé a clavarme en conocer directores, me di cuenta que si me gustaba una película y después veía otra hecha por el mismo director, había una conexión entre ellas, me hice seguidor de directores como Scorsese, Coppola, Brian de Palma y Stanley Kubrick.

¿Se veía en Chile cine de otras latitudes, de otras partes del mundo, además de Estados Unidos?

Era muy difícil en ese tiempo. Había una censura feroz. Recuerdo claramente que no tenía la edad para verla y, aunque la hubiera tenido, no hubiera podido hacerlo porque en Chile estaba prohibidísima La última tentación de Cristo de Scorsese. Chile es un país muy conservador, donde la iglesia católica tiene una influencia enorme en la opinión pública y en las grandes tomas de decisiones del país. Era difícil ver películas que no fueran de Hollywood. Se colaba una que otra película de arte entre comillas, alguna de Almodovar, Stephen Frears o Fellini,  El cine de arte de esa época, te estoy hablando de los ochentas, proyectaba a Charles Chaplin, lo que es maravilloso, pues permite ver como el cine logra, de alguna forma, burlar la censura. Proyectar los ciclos de Charles Chaplin para los militares era algo inofensivo, lo que por supuesto no es así. Era complicado ver otro cine en esa época, no era como hoy que existe internet. Pasaba un poco como con la música, te prestaban un VHS copiado con La batalla de Chile, lo veías en una calidad pésima y con un sonido horrible, pero era así que a veces lograbas verlo en la clandestinidad. Como decía, podían colarse algunas cosas, pero el mainstream era Hollywood, el cine norteamericano.

¿Había alguna gravitación del cine de Raúl Ruiz, por ejemplo?

Sí, pero también era un cine de poco alcance, de pocos espectadores, había un acceso limitado a sus películas… Una película que todo Chile vio, fue Palomita Blanca. La película quedó inconclusa, se estuvo filmando en los primeros años del gobierno de Allende (1970-1972) y es un retrato increíble del Chile de esos años, llegó el golpe de estado (1973) y no hubo estreno, hasta que terminó la dictadura en 1990, casi dieciocho años después. El cine de Raúl Ruiz era conocido, pero por otro lado, su lejanía en Europa no ayudaba. Las películas que hizo después no llegaron como uno hubiera querido, por lo menos en la época que a mí me tocó vivir allá. Claro, sabíamos quién era Raúl Ruiz, sabíamos donde estaba, que hacía cine, pero no teníamos oportunidad de verlo… Personalmente crecí con otros directores chilenos. Vi mucho más a Silvio Caiozzi, Miguel Littín, a Jodorowsky. Estaba también el cine de Gonzalo Justiniano y Ricardo Larraín a finales de los ochenta y principios de los noventa. Hay que entender que la producción chilena de ese momento era un desierto, que se lograba hacer una película cada dos o tres años. Prácticamente no había nada. Cada tanto salía una película chilena con intensiones comerciales y punto. El panorama, en el fondo, era de resistencia.

¿Tú hasta cuando estuviste en Chile?, porque en realidad hiciste tus estudios de cine en México.

Terminé la prepa en Chile y después estudié fotografía fija ya sabiendo que quería hacer cine. Pero en ese tiempo me sentía joven e inexperto. Sentía que no tenía nada que contar o no con la madurez suficiente. Estudié foto fija cuatro años para aprender el cine desde su raíz y luego vine a México. Era el año 2001. Tenía clarísimo que quería estudiar cine y también tenía claro que en Chile no iba a poder. Igualmente sabía que podía no estudiar cine y aún así dedicarme al cine, pero sentí que eso a mí no me iba a funcionar. Necesitaba una escuela más formal, había crecido en un país donde hubo una dictadura, donde todo mundo te dice qué hacer.

En Chile era difícil estudiar cine y cualquier otra cosa y sigue siéndolo, pues Pinochet acabó con la educación pública y la privatizó totalmente. Existía la Escuela de Cine de Chile, que era una institución buena en teoría, pero privada y cara, y con una infraestructura muy pobre en equipo. Por lo que además de pagar por estudiar, había que financiar lo que fuera para realizar cualquier fase del proceso de un proyecto. Existían también otras escuelas aparte, como de comunicación audiovisual, pero las realizaciones de los alumnos que lograban circular no me gustaban. Eran muy básicas, de poca hondura y poca técnica, influenciadas predominantemente por la televisión. Por lo mismo no vi eso como una alternativa para mí.

Consideré entonces que irme a Europa implicaba entrar en una realidad muy lejana para un chileno. Pensé igual sobre los Estados Unidos, así que me decidí por Latinoamérica. Pensé en países como Argentina, Brasil, Cuba y México con una tradición no sólo de producción de cine, sino también de la enseñanza sobre éste. Yo ya conocía México y siempre lo sentí más cercano a Chile que otros países latinoamericanos. Empecé a investigar sobre las escuelas de cine que a pesar de ser relativamente jóvenes, tenían muy buenos resultados. Ya a finales de los noventas era bastante reconocido lo que se llamó “Nuevo Cine Mexicano”. Me inscribí para hacer el examen en el CUEC y en el CCC, pero en esta última se me pasó la fecha por andar de fiesta. Entonces hice solamente el examen del CUEC y quedé descalificado en la primera etapa. Todo eso fue devastador para mí. Después pasé por un período de depresión y me replanteé si realmente iba a aguantar un año completo antes de volver a hacer el examen. Pero al año siguiente estuve más concentrado y me inscribí a los exámenes de las dos escuelas y en el CCC logré finalmente ser aceptado.

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Después de este proceso de formación, finalmente lograste terminar una película que ahora se estrenará próximamente, que ha ganado ya algunos premios, ¿Cómo fue el proceso de hacer González? ¿Cómo empezó el proyecto, el guión? ¿Cómo trabajaste?

Cuando terminé la escuela, sentí la urgencia y la necesidad de hacer algo lo más pronto posible, pero la mismo tiempo, tenía la sensación de que quería hacer algo distinto en el sentido de que durante la vida académica realicé varios ejercicios de ficción y otros documentales de los que quería alejarme. En la escuela no tienes tiempo de perfeccionar, haces las cosas y si te equivocaste, a lo que sigue. En cuanto a los temas que había abordado, por ejemplo en los cortometrajes que hice de ficción, eran historias de niños, de pre-adolescentes. Siempre algo autobiográfico, auto-referencial, y quería descansar de eso. Me dieron ganas, para González, de hacer algo diferente, una historia más de adultos, para adultos, donde tuviera oportunidad de hablar de temas o cosas que me interesan ahora. Tenía dos o tres ideas de lo que quería hacer. Al final me decidí por esta historia. Todo partió de una anécdota de cuando estaba en la escuela. Teníamos que hacer un ejercicio de documental y una compañera me dijo que iba a ir a una iglesia cerca de su casa con gente bien interesante y ella fue y se presentó de una manera muy ingenua.

Pero ¿qué tipo de iglesia?

De estas iglesias neo-evangelistas, muy relacionadas con la televisión, tienen su programa a la hora de los infomerciales y sus programas son también como un infomercial, y generalmente tienen sus pastores o predicadores que vienen de Brasil, hay muchas iglesias similares. Es algo muy reconocible para la gente, sobre todo porque están en la televisión abierta y tienen una presencia como fantasmagórica en la cabeza de las personas. Bueno, esta chica fue y se presentó muy ingenuamente como estudiante de cine y le dijeron de inmediato que no podía grabar nada. Se fue caminando hacia su casa y se dio cuenta que la siguieron durante varias cuadras. Entonces su idea de documental se convirtió en un thriller en la vida real, un thriller de suspenso y eso justamente, esa anécdota, se me quedó dando vueltas en la cabeza y por mucho tiempo fantaseé con la idea de hacer un documental al respecto.

Pensé largamente cómo hacerlo, cómo entrar y grabar, con una cámara escondida o de botón. A lo mejor hubiera sido interesante, pero no se por qué en algún punto de esta reflexión, se me ocurrió que estaba mucho más divertido hacer un guión de ficción en donde pudiera crear personajes y situaciones. Eso me iba a dar la oportunidad de hacer un comentario o alguna reflexión más precisa de otros asuntos y presentarlos de una mejor manera. Comencé a escribir, primero solamente un argumento de la historia y después un primer guión. Obtuvimos un pequeño apoyo del CCC para el proyecto, se integró Fernando del Razo como co-escritor del guión y empezamos a trabajar de un modo más fino, construyendo los personajes, las situaciones, preocupándonos del ritmo, la resolución dramática, la atmósfera, etc.

¿Cómo fue el proceso de filmación? ¿A quién convocaste como actores? ¿Cómo fue sucediendo todo?

Por un lado fue un proceso que yo lo viví largo pero a lo mejor no lo fue si lo comparas con otros proyectos que toman más tiempo en concretarse. Desde que estoy escribiendo el guión tenía en la cabeza a Harold Torres porque lo había visto en otras películas y me llamó mucho la atención su capacidad de hacer personajes completamente diferentes de una película a otra. Decidí mandarle el guión y ver qué opinaba y le encantó y se emocionó mucho con el proyecto. Se unió, grabamos un teaser para gestionar el dinero, para hacer la película, pero eso no ocurrió, aunque a mucha gente le pareció interesante y nos ayudó a conseguir un apoyo para el desarrollo del proyecto. Con ese dinero filmamos por segunda ocasión un teaser, ahora si con mayores recursos y con un despliegue de producción más importante. Harold propuso a Olga Segura para el rol de Betzabé y grabamos el teaser con ella. Lo hizo fantástico y se sumó al proyecto. Harold me propuso también a Carlos Bardem pues había trabajado con él en Días de Gracia, le enseñó el trailer y aceptó el papel del Pastor Elías.

Con ese trabajo de dos minutos también fuimos al Festival de Guadalajara en donde le dieron un premio al proyecto y más tarde aplicamos a los fondos para producción de cine en donde afortunadamente salimos ganadores. Para llegar al punto de tener el dinero y realizar la película hubo todo un camino un poco escabroso. Pasaban semanas de total incertidumbre. Una vez confirmados los recursos pasamos a otra etapa, también muy compleja, de planificar la logística para conseguir que lo que está escrito en papel, se transfiera bien la pantalla, con buenos actores, buenas locaciones, un buen diseño de producción, sonido, música, fotografía… y para lograr eso necesitas rodearte de gente talentosa y trabajadora. Juan Pablo Ramírez hizo una fotografía increíble, Alisarine Ducolomb se encargó de la dirección de Arte, increíble también. El vestuario de Julio Marín fue acertadísimo, el maquillaje a cargo de Itzel Peña grandioso, el sonido de Axel Muñoz junto al diseño sonoro de José Miguel Enriquez y Pablo Fernández es impactante, la música de Galo Durán por momentos delirante. Jonathan Hernández fue mi asistente de dirección y estuvo soberbio, así como todo el resto del equipo humano que participó en la filmación. Y la edición con León Felipe González fue clave para el resultado final de la película. Cada período tiene su complejidad y su dinámica.

Al margen de toda esta situación, ¿cuál dirías que es tú manera de ver el cine después de haber hecho esta película? Me refiero a que si tienes una poética o no, tu película es una película de autor y al mismo tiempo es accesible para mucha gente, no es una realización excluyente, al contrario, me parece que hay un intento por hacer un tipo de cine de mucha calidad pero compatible con un público muy amplio. ¿Tú lo buscaste así?

Creo que para llegar a definir eso, es algo que debe hacerse desde el principio del proyecto, desde la raíz original. Es una decisión que debes tomar en el comienzo y no al final del proceso. Al final del proyecto es difícil ser juez, uno puede declarar intenciones o voluntades, pero es muy soberbio, al final, decir, “esto es lo que hice”. La idea original era, justo un poco lo que dices en el sentido de que no quería renunciar a un cine accesible, si se pudiera decir, masivo, pero también quería tener elementos de un cine más contemporáneo, de un cine más complejo. Hay concepciones que terminan siendo poco precisas o injustas, es como decir que “todas las películas de Hollywood son malas”. Hay una serie de calificativos hacia las películas comerciales o clasificaciones, que no siempre son precisas. Desde mi percepción como espectador de cine, siempre me han gustado las películas que te enganchan y que de alguna manera logran esa magia de transportarte y no perder tu atención e introducirte en un mundo. Sin embargo, creo que hay como subcategorías, creo que hay películas de Hollywood que pueden ser interesantes o pueden ser de autores y otras películas también de Hollywood que están hechas para que las personas no piensen.

Que no les digan lo que ya saben…

Exacto, o películas que son cerradas, en el sentido de lo que tú debes percibir o entender y todos los datos que debes obtener de la película tienen que estar dados por la película misma. Si yo quiero que te pongas triste, voy a poner una canción triste para que te sientas así. A mí me interesaba hacer una película que fuera más abierta, que no fuera didáctica, es decir, que el espectador de alguna manera tuviera que completar o imaginar, donde realmente se produjera esta cosa mágica, una asociación de imágenes y la conexión entre ellas. Entonces esa era un poco la idea, hacer una película que tuviera los elementos de ambos mundos, que fuera una película “masivo-contemplativa” y claro, era algo un poco ambicioso, es difícil por no decir imposible, dejar contento a todo el mundo, finalmente una película como González, como cualquier otra, toma un riesgo en ese sentido.

Imagen por: En Filme

100 años de Nicanor Parra

El 5 de septiembre de 1914, año en que la Primera Guerra Mundial sucediera y con ésta, según el historiador inglés Eric Hobsbawm arrancara el siglo XX, nació en San Fabián de Alico, Chile, Nicanor Segundo Parra Sandoval. Son muchas las cosas que pueden decirse de este genial poeta. Su larga vida le ha permitido renovar el lenguaje poético de nuestra lengua e influir hondamente en la poesía universal. Ha merecido muchos reconocimientos y dudo que exista alguien medianamente interesado en la poesía que no haya leído al menos uno de sus poemas. La antipoesía, hoy término un tanto confuso y desgastado, fue para Parra una salida a la solemne y grandilocuente poesía de sus antecesores. A través de la ironía y la parodia, el habla coloquial y una imaginación mordaz, logró desmontar un lenguaje poético que empezaba a tener cierto tufo a rancio.

 

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Sus hallazgos han servido a legiones. La frescura de sus poemas sigue siendo estimulante y renovadora. Desde 1937 hasta la fecha no ha dejado de escribir poemas, de crear artefactos poéticos. Parra ha sido además físico y matemático. A sus 100 años cuentan que maneja su viejo Volkswagen inmejorablemente. Su cabeza está lucida como siempre y su energía vital admite visitas permanentes de poetas, investigadores o simples curiosos. Poemas y antipoemas (1958) es ya una piedra de toque de la poesía latinoamericana. Tradujo transcreando, según el término de Haroldo de Campos, El Rey Lear de Shakespeare y su libro de conversaciones con Leónidas Morales es un testimonio indispensable para entender su poética. Hay que decir que Parra ha concedido pocas entrevistas, ha sido la obra misma la que ha puesto sobre la mesa las cartas de su reflexión. En fin. Parra está vivito y coleando y no nos queda salvo agradecerle todo lo que nos ha dado y esperemos nos siga regalando. Mula blanca celebra sus 100 años.

Finalmente transcribo uno de sus poemas. Es uno que por supuesto me gusta. Lo que más me atrae es su humor, su verdad, sus palabras honestas y sencillas. La sutil evocación de la poesía latina, la cara b de un personaje bíblico. Pero no digo más.

*

El anti-Lázaro

 

Muerto no te levantes de la tumba
qué ganarías con resucitar
una hazaña
y después
la rutina de siempre
no te conviene viejo no te conviene

el orgullo la sangre la avaricia
la tiranía del deseo venéreo
los dolores que causa la mujer

el enigma del tiempo
las arbitrariedades del espacio

recapacita muerto recapacita
que no recuerdas cómo era la cosa?
a la menor dificultad explotabas
en improperios a diestra y siniestra

todo te molestaba
no resistías ya
ni la presencia de tu propia sombra

mala memoria viejo ¡mala memoria!
tu corazón era un montón de escombros
-estoy citando tus propios escritos-
y de tu alma no quedaba nada

a qué volver entonces al infierno del Dante
¿para que se repita la comedia?
qué divina comedia ni qué 8/4
voladores de luces – espejismos
cebo para cazar lauchas golosas
ese sí que sería disparate

eres feliz cadáver eres feliz
en tu sepulcro no te falta nada
ríete de los peces de colores

aló – aló me estás escuchando?

quién no va a preferir
el amor de la tierra
a las caricias de una lóbrega prostituta
nadie que esté en sus 5 sentidos
salvo que tenga pacto con el diablo
sigue durmiendo hombre sigue durmiendo
sin los aguijonazos de la duda
amo y señor de tu propio ataúd
en la quietud de la noche perfecta
libre de pelo y paja
como si nunca hubieras estado despierto

no resucites por ningún motivo
no tienes para qué ponerte nervioso
como dijo el poeta
tienes toda la muerte por delante

Imagen por: Vannesa Vargas Rojas

El buscador de almas

Georg Groddeck
Taducción del alemán: José Aníbal
Sexto piso
México, 2014

 

“Las arañas siguen siendo mis animales preferidos. Son, entre todos los insectos, los más inteligentes, junto con las chinches”.

Joseph Roth, Las ciudades blancas

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Hace casi cien años —no sin dificultades y costeada la publicación con el dinero del propio autor— apareció en Viena un libro por lo menos provocador. Sin embargo, hay que comprender que existe una diferencia entre libros escandalosos y aquellos que, pese a ello, han logrado abrirse un espacio en la literatura. Se trata de El buscador de almas, de George Groddeck.

La trama de esta novela es aparentemente sencilla: un día August Müller —un despreocupado burgués entrado en años— se da cuenta de que la casa que habita junto a su hermana y sobrina está infestada de chinches; a partir de la picadura de uno de estos insectos, y un posterior delirio febril —que incluye como forma de paroxismo mental el deseo de aniquilación de todas las chinches de la tierra— el señor Müller descubre un sentido para la vida sintiéndose obligado a salir de su casa y buscar la manera de transmitir sus nuevos ideales al mundo.

A partir de este momento, se hace llamar Thomas Weltlein, y no pierde el tiempo en ir de aquí para allá en convencer a la humanidad de cuán equivocada está con respecto de aquello en lo que cree: su religión, la política, las relaciones sociales, no existe tema tabú para Thomas Weltlein, quien no deja de interferir en la vida social berlinesa de principios de siglo XX con su enigmática forma de ver el mundo: “¿Cómo sería si yo supiera algo más? Algo que, aparte de mí, nadie supiera”, algo así, como por ejemplo, un “método infalible para acabar con las chinches: mata cada chinche que encuentres, y cuando hayas matado la última, no quedará ninguna”. Su hermana triste, su primo, el doctor Lachmann, intentarán hacer que vuelva a la cordura, acentuando aún más el vuelo de pájaro del señor Weltlein por toda clase de lugares públicos. Su transformación completa incluirá —por ejemplo— el quedarse prácticamente desnudo, sin dinero ni posesiones y ser confundido con “Karl de los viñedos”, un célebre bandido de la época que llevaba entre sus bolsillos una hoja de parra.

Ha sido difícil no comparar ciertos aspectos de esta novela con El Quijote o no verla como una narración pantagruélica. Incluso gente como Alfred Polgar lo ha insinuado. La historia de Thomas Weltlein es, en efecto, la historia del hombre en busca de un nuevo mundo, quizá la de aquél que deja la seguridad de su casa para ir por ahí repartiendo “justicia”. Por otro lado su aspecto más quijotesco acaso tiene que ver con que ciertos personajes “conspiran” contra Weltlein pero en realidad fijan sus ideales (todo mundo le sigue la corriente, mas no lo engañan, incluso quienes se oponen a sus opiniones colaboran para su transformación, como si todos formaran parte de un mismo sueño colectivo impulsado por el señor Weltlein). Uno puede pensar que evocar a Cervantes o Rabelais resulta una exageración, pero en cierta medida Thomas Weltlein es un hombre plenamente exagerado, está cortado a la medida de la sociedad de su época es glotón, impertinente, fisgón señalador de los sentimientos más bajos en torno a las personas más aparentemente nobles.

Se alude también constantemente al sesgo sexual de la novela. (“El protagonista “[…]se mete en los asuntos más descabellados y en las aventuras más insólitas, embebido de la sagrada certeza de que los hombres llevan su psiquis entre las piernas y sus genitales en cada parte del cuerpo”, dice Alfred Polgar). Sin embargo, la relación de Weltlein con respecto a lo sexual me parece una de tantas que pueden encontrarse en el libro. Sus asociaciones no dejan de brotar como de un manantial. En El buscador de almas, se les llama contaminaciones y su efecto recorre todo el libro, de manera que el personaje no deja de apuntar cientos de inusuales relaciones de sentido: “[…]una infección síquica transforma el cuerpo, mientras que un contagio físico cambia por completo la psique”. Recojo aquí otro ejemplo: “Se puede inferir que el gran bigote de Nietzsche se deriva de su voluntad de poder, que la melena erizada de Ibsen es un síntoma de esa ambigüedad entre la mentira vital y la verdad de la vida”, o “cuando el cerebro piensa, también lo hacen las puntas del bigote, al igual que las uñas y las mucosas intestinales”.

Georg Groddeck, intentó hablar de sí mismo sin miramientos y, sobre todo, defender una teoría psicoanalítica sin importar las propuestas de los pensadores de su tiempo. Basó sus ideas en torno al inconsciente, pero uno que se desmarca de la cosmovisión de Freud para hacerse acaso más monstruosa e incontrolable. Alguna vez el padre del psicoanálisis lo invitó a dar una conferencia ante un nutrido público de prestigiosos doctores. Groddeck no pudo menos que arrojar al suelo su manuscrito y ponerse a hablar acerca de su infancia. Pensaba que había una conexión indiscutible entre los padecimientos como el cáncer o el glaucoma y nuestro estado anímico.

Su El libro del Ello (Taurus, 1981) se ha hecho también un tanto célebre gracias a ciertos personajes de la cultura —Alejandro Jodorowsky, por ejemplo, lo tiene como precursor indiscutible de la psicomagia. Patrick Troll envía a una amiga una carta para explicarle, brevemente, el funcionamiento de su propia psique. Al referirse al “ello” recuerda a Groddeck: “Realmente es una tarea muy difícil[…]. Se pulsa una cuerda cualquiera y, en lugar de sonar un solo tono, se oyen muchos a la vez, se mezclan, se pierden, dan origen a otros nuevos, siempre más nuevos, hasta que acaba por emerger una mezcla de bramido y griterío que absorbe el balbuceo de las palabras”.

Al igual que el Ulises de Joyce, El amante de Lady Chatterley de D. H. Lawrence o más recientemente la Última salida para Brooklyn de Hubert Selby Jr., a El buscador de almas de Georg Groddeck (Bad Kösen, Alemania, 1866–Knonau, Suiza, 1934) fue censurado. La Sociedad Psicoanalítica Suiza (de la cual Freud fue director) quiso pasar el libro por la guillotina y destruir hasta el último volumen circulando. Quiero pensar que esta novela se ha probado en el tiempo (ahora aparece en español casi un centenario después de su primera edición) y que, el conflicto que produjo en la sociedad de su época no es hoy salvo una anécdota más. Por otro lado, y como lo ha señalado su traductor a nuestro idioma, José Aníbal Campos: “El buscador de almas es un magnífico ejemplo de literatura menor (de novela técnicamente mal construida)”. Lo mismo puede decirse de El libro del Ello. Sin embargo, estas obras irrumpen en la mente del lector casi como un hacha y echan por tierra, la hoy extendida costumbre, de que los libros son inofensivos.

Imagen por: el cultural