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Algo más sobre las Cartas a un joven poeta

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“Il faut toujours travailler.”

Auguste Rodin

 

“Porque lo bello no es sino
el comienzo de lo terrible, ése que todavía podemos soportar;
y lo admiramos tanto porque, sereno, desdeña el destruirnos.”

Rainer Maria Rilke

Como sabemos, las Cartas a un joven poeta es una recopilación epistolar entre Rainer Maria Rilke y un joven cadete llamado Franz Xavier Kappus. Se trata de diez cartas enviadas entre 1903 y 1908 en las que Kappus pide consejo a Rilke sobre su obra poética. En ellas, Rilke le habla sobre el trabajo del poeta y la vida en general, siendo más que una critica, un consejo. Kappus publicó las cartas en un libro en el año de 1929, veinte años después de haber sido enviada la última y tres años después de la muerte de Rilke.

El joven poeta tenía apenas diecinueve años cuando decidió enviarle parte de su obra a Rilke, después de leer uno de sus libros en la Academia Militar de Wiener Neustadt. Fue a la primera persona a quien confió sus poemas, en espera de poder obtener una franca opinión sobre ellos. Semanas después, recibió respuesta. “La carta, sellada con lacre azul, pesaba mucho en la mano, y, en el sobre, que llevaba la estampilla de París, veíanse los mismos trazos claros, bellos y seguros, con que iba escrito el texto, desde la primera línea hasta la última,” cuenta Kappus en el prólogo.

A partir de entonces, surgió entre ambos poetas una afectuosa amistad por correspondencia que duraría casi diez años. En sus cartas, Rilke le habló sobre la experiencia, el tiempo, el amor, la sexualidad y la tristeza; ofreciendo una lección no solo sobre la escritura poética sino sobre cómo vivir ante el arte. Sus palabras señalan siempre hacia el interior del ser, del espíritu, pues dice que “si el arte os llama”, hay que aceptar ese destino sin esperar a cambio nada del exterior. El universo de la poesía está, ante todo, en el interior.

Busque la necesidad que lo obliga a escribir; examine si sus raíces penetran hasta lo más profundo de su corazón; reconozca si se moriría usted si se le privara de escribir. Sobre todo, esto: pregúntese en la hora más silenciosa de la noche ¿debo escribir?

Es con esto que obliga al poeta a enfrentarse con su verdadera naturaleza y a cuestionarse a sí mismo antes que a su trabajo. Lo aísla de los factores externos que puedan controlar la calidad de su obra para así poder superar cualquier razonamiento inútil. Le pide que se apegue a la verdad y a sus instintos, pues solo así podrá su obra alcanzar el campo de lo de lo poético, de lo universal. Y solo entonces será realmente bueno.

Usted me pregunta si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí. […] Su mirada está dirigida hacia fuera; sobre todo, es lo que debe evitar en lo sucesivo. Nadie puede aconsejarle, nadie. No hay más que un solo camino. Entre en usted.

Nuestro autor también habla constantemente sobre la soledad. “Solo una cosa es necesaria,” escribe, “la soledad.” Por eso dice que es imposible criticar una obra de arte, ya que incluso ellas están en medio de una soledad infinita, es decir, escapan a la razón. Por lo tanto, es imposible, e incluso indeseable, alcanzarlas a través de la crítica. Todas las convicciones que giran alrededor de este afán por definir el buen arte desde afuera, quedan invalidadas por este elemento que la separa de todo lo ajeno al artista. El poema queda aislado de la conciencia física y la soledad se convierte en el refugio de la experiencia humana del poeta. El artista es y el arte está.

Por otra parte, la soledad es necesaria no nada más para el poeta en su labor creativa. Es vital para el ser humano en general y en especial para lo jóvenes, pues son ellos quienes deben comenzar a aceptarla como parte de su verdadera naturaleza. “Somos soledad,” le dice a Kappus. Además, no solamente la admite como pieza esencial de la condición del hombre sino en cuanto al hecho físico frente a “la obra suprema en la que todas las demás no son más que preparativos”: el amor.

Dos términos que parecerían siempre opuestos son para él, más que dos caras de la misma moneda, los elementos que la conforman. Es por eso que dice que los jóvenes no pueden amar todavía; van aprendiendo a la par que aprenden de la soledad. No puede existir, para él, una sin la otra. Los jóvenes deben aceptar su soledad constante y será “ese amor que preparamos luchando duramente: dos soledades protegiéndose, completándose, limitándose e inclinándose una ante la otra,” lo que nos acerque a lo verdaderamente humano.

Pero el tiempo de aprendizaje es un tiempo largo, de enclaustramiento. Así, para aquel que ama, el amor –durante mucho tiempo– solo es soledad a lo largo de su vida. Y cada vez más una soledad más intensa y profunda. Amar, por lo pronto, no es nada que signifique abrirse y unirse con otro. (¿Qué sería entonces la unión de dos seres todavía imprecisos, inacabados, dependientes?) El amor es la única ocasión de tomar forma, de convertirse en un mundo para el amor del ser amado. […] Los jóvenes solo deberían ver que el amor es la obligación –únicamente– de trabajar por ellos mismos (para escuchar y machacar día y noche). Perderse en el otro, darse a otro, todas las maneras de unirse no son aún para ellos.

Estas cartas son en sí una oda a la belleza y una afirmación del papel transformador del poeta de esa belleza desde su forma animal. Rilke atribuye el valor poético a la verdad, pues lo más importante es la sinceridad del artista ante el papel en blanco. En la primera carta le escribe a Kappus: “describa sus melancolías y deseos, los pensamientos fugaces y la fe en alguna belleza…” El valor poético está vinculado a la fusión entre la belleza –no solo en el sentido estético sino al deseo de inmortalidad– y la sinceridad del alma.

Son de igual importancia el pensamiento creativo y la capacidad observadora del hombre; causantes directos de la fecundidad del arte. El valor que le atribuye a la poesía es, esencialmente, el de lo individual. Sin embargo, son la virtud de la verdad y la belleza misma las que permiten que el poema se desprenda de su individualidad y trascienda ante él mismo para convertirse en Arte. La belleza hace que la palabra adquiera un valor metafísico que le permita hacerse sentir.

El periodo en el que intercambiaron estas cartas coincide con una etapa en la que Rilke intentaba redescubrir su propia escritura. Durante estos años París se vuelve su hogar, aunque continúa haciendo viajes por toda Europa, a países como Italia, Alemania, Dinamarca, Holanda, Bélgica y Suecia. Es alrededor de está época en la que conoce a varios artistas e intelectuales quienes lo inspiran y le permiten superar esta fase. Sería principalmente Auguste Rodin, a quien conoce un año antes de iniciar correspondencia con Kappus, quien marcaría su vida de forma irreversible, pues la admiración que le tenía al genio y al trabajo de Rodin marcarían su trabajo a partir de entonces.

Es la etapa marcada entre El libro de la pobreza y la muerte y Nuevos Poemas, en la que intentaba encontrar nuevas vías y formas de escritura. Eso podría explicar su cercanía y comprensión con Kappus al intentar explicarle la naturaleza del poeta y su quehacer. Quizás también estos consejos le permitieron a él mismo superar dicha fase evolutiva y reencontrar su camino como poeta.

Estas cartas nos muestran sobretodo “el mundo en el que vivió y creó Rainer Maria Rilke”. Nos hablan de una filosofía de la forma de vivir y, más aún, de la vida misma. Nos permiten acercarnos al autor no solo como poeta, sino como ser humano, y nos presentan una infinidad de reflexiones sobre nuestro propio pensamiento, obligándonos a acercarnos igualmente a nosotros mismos. Cualquiera que aspire al arte se sentirá identificado al leerlas, pues en ellas se encuentra una voz dulce, un apoyo cercano como el de un amigo, que nos acompañará en nuestro camino detrás de las palabras: “estimado señor mío…”

 

 

El acordeón budista o la meditación norteña

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Somos una mezcla terrible, y en cada individuo coexisten tres, cuatro, cinco individuos diferentes, así que es normal que ellos no concuerden entre sí.

S. Pitol

Un centro budista y una bocina que reproduce música norteña parecen elementos difíciles de conjugar. Cualquiera que haya asistido a estos recintos dedicados a la meditación y al desarrollo personal, difícilmente se habrá encontrado con que en el fondo algún éxito norteño armonice las sesiones. Es sabido que en muchas prácticas budistas el silencio y la concentración tienen un valor preponderante, por lo que la irrupción de un altavoz que hiciera sonar melodías emparentadas con la polka y los corridos, se antoja un acto imposible e impertinente. Pero más allá de que ambos elementos sean antónimos dentro del sonido, existe otra condición que los orilla a contradecirse y a entrar en conflicto: el apego.

Mientras que por un lado las letras de Los Relámpagos del Norte o Los Tigres del Norte nos hablan, entre otros temas, de episodios amorosos, prometedores y casi siempre desafortunados, de relatos en los que se hace un recuento de las traiciones y pérdidas, así como de sus inevitables venganzas; por otro lado, en el salón de algún centro budista escuchamos cómodamente descalzos las palabras del maestro que nos encaminan hacia la purificación de la mente y el desarrollo de emociones positivas.

En otras palabras, mientras que Cornelio Reyna, cantante de Los Relámpagos del Norte, nos enseña la siguiente estrofa:

Andaré por el mundo vagando por partes distintas que nunca había andado,
   andaré platicándole a todos que ya no me quieres, que me has olvidado.

          
entretanto, nuestro maestro de meditación nos inicia en la pronunciación del mantra de la compasión:

Om mani padme hum.

Esta última oración puede traducirse como “la joya de loto que reside dentro”. De allí que, según la doctrina budista, nuestra misión deba ser desenterrar dicha joya de entre el tumulto de pasiones y sentimientos nebulosos que continuamente nos afligen, una lista de malestares que suele estar encabezada por nuestro apego hacia las personas o las cosas.

En la tradición norteña se subraya el ardor de las relaciones fallidas mientras que en la práctica espiritual somos invitados a reconocerlas como ciclos que debemos dejar pasar. Considerando pues, los sentimientos que expresan los cantantes de grupos norteños y aquéllos que militan los miembros de alguna orden budista: ¿podríamos decir que uno es mejor o más conveniente que el otro? ¿Que la validez del primero se viene abajo con la presencia del segundo, o viceversa? La respuesta es no, ya que dicho planteamiento casi equivaldría a intentar deliberar cuál de los dos modos de sentir es más humano.

Entre las influencias directas de la música norteña, el género del corrido se perfila desde el siglo XVIII en México como una forma de narración popular, cuyas letras reflejan los acontecimientos y valores sociales y políticos, a la vez que de paso, preservan la tradición oral. En este sentido, dudar de la validez del contenido de las líricas norteñas, sería dudar de nosotros mismos. Ya sea de manera cercana o distante, finalmente las letras populares dibujan y rellenan nuestro contorno como integrantes de determinado grupo. No solo abordan temas comunes como el dolor, el amor —correspondido o no—, la tristeza, los amigos o el orgullo, sino que también exponen el significado que éstos tienen para nosotros y las reacciones que suelen provocarnos.

Por otro lado, en los centros budistas son frecuentes los cursos y talleres que ayudan a controlar y disipar los mismos sentimientos referidos anteriormente.

Sé que en ti se encierran miles de tristezas,
miles de amarguras y grande dolor,
por eso yo mismo te haré que descanses,
que llores, que llores, por el viejo amor.

Llora, llora, llora, mujer llora
hasta que en tus ojos no haiga llanto,
hasta que mi Dios también te escuche
y comprenda que has sufrido tanto, tanto.

(fragmento de Llora, llora de  Los Relámpagos del Norte)

Basta con establecer un breve diálogo durante la clase de meditación para confirmar que los motivos que llevaron a nuestros compañeros a asistir, son, en esencia los mismos que servirían como inspiración para crear una canción norteña.

Puede sonar obvio e innecesario el hecho de apuntar que ambas tradiciones parten del mismo punto, es decir, de un estado turbulento del alma y que la diferencia reside en la manera que cada una adopta para encauzarlo. Sin embargo, si consideramos que las dos escuelas utilizan la misma materia prima como base para desarrollar sus respectivos procedimientos, que ambas se despliegan como posibles senderos a seguir, y que basta dar un paso a la derecha o a la izquierda para elegir cómo sobrellevar las penas, bastaría también que alguien decidiera caminar por un sendero intermedio para desvanecer la distancia que existe entre ambas.

Así, esta cercanía insospechada que se revela al poner codo a codo, hasta convertir en parientes cercanos a dos agentes que provenían de árboles genealógicos disímbolos podría esconder la posibilidad de reafirmar la ley de atracción entre opuestos y eventualmente inaugurar alguna combinación inédita: llámese corrido zen, sesión de meditación norteña o cualquier práctica híbrida que reconcilie las dimensiones espirituales y norteñas que coexisten en nosotros.

Canciones

Los Relámpagos del Norte, «Desterrado del mundo», en Strike Again! Vol. 3, EUA, Alto Records.

 

Los Relámpagos del Norte, «Llora, llora», en Coyote Cojo (comp.) 33 Éxitos Norteños.

 

 

Daturas

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Posee venganza en su corazón.
Su viaje está maldito.
Laeta Kalogridis

Casi todas las partes de esta planta son tóxicas,
y en su larga historia se indica que la datura
se ha usado para causar estados de delirio y muerte.
Brugmansia and Datura: Angel’s Trumpets and Thorn Apples

 

Después de bordear por varios años el continente del ruido, el mexicano Rogelio Sosa nos presenta en su álbum Daturas (Bocian, 2014), las visiones que ha recogido a largo de su itinerario por las agresivas tierras del detritus sónico y la impotencia electrónica. Lo hace despojándose de una educación clásica en piano en su muy temprana juventud y luego de abismarse en las tecnologías del ruido más diversas durante más de una década. Nos entrega con Daturas una colección de frescos sonoros que surgen de su más reciente encuentro con la guitarra eléctrica y los pedales de distorsión en choque con el procesamiento digital, de donde saca un material magmático. Salvo algunos momentos deliberados lo último que oímos aquí es la tecnología; en todo caso el rugido milenario de la guitarra, un instrumento que se expande mediante la amplificación, el eco y el feedback, como se ha hecho desde los orígenes del rock y el metal. Con estos elementos modela unos singulares ambientes: lejanías que se extinguen y disuelven en un polvo prehistórico sonoro, atmósferas donde flotan las brasas que anuncian nuestra cercanía con el centro incandescente del mundo, briznas de luz que se pierden de nuevo en las penumbras a lo largo de seis tableaux sónicos. Cielos cubiertos con la negrura de una época aterrada por el fin de la humanidad y el triunfo del mal; una bóveda celeste que agoniza y nos sumerge en el extravío. Incluso por momentos la guitarra balbucea las fúnebres notas de un órgano enterrado en el abismo de una catedral, que suena en el espacio convexo del infierno invertido de Dante. Más que hacer sonar a la maquinaria y al número que despedaza el sonido, como lo ha hecho en sus otros proyectos, Rogelio nos ofrece un cuidadoso descenso a las regiones de un mundo primigenio, habitado por los ecos y las huellas sonoras de una raza homicida ya extinta. Daturas nos deja oír una magistral estratificación del material sónico y la creación de una rica y obscura atmósfera en la que palpitan disonancias a partir de un solo instrumento, aumentado por la electrificación y el software. Un recorrido inquietante por intensas coloraciones de ruido cuidadosamente moduladas. No es el infierno algorítmico, no hay acumulación destructiva de fragmentos o notas fracturadas, sino su transformación en una materia con la que se forma un mundo pleno de océanos muertos, galerías subterráneas donde se agita la confusión anterior a la humanidad. Es la tumba del dios, el dominio implacable de la naturaleza brutal que hace crujir el cosmos. Una narración ciega y muda por seis dantescos círculos, avasallante y cautivadora con sus cascadas de ruido y sus ríos de granulación.

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Rogelio Sosa – Daturas / Artwork: Lasse Marhaug / LP: Bocian Records, 2014
www.bocianrecords.com
https://soundcloud.com/rogelio-sosa/sets/daturas-lp-extracts

Puedes adquirirlo en El Nicho: www.facebook.com/elnichoexperimental

El enigma de la llegada

9th November 1968: Vidiadhar Surajprasad Naipaul, West Indian novelist. (Photo by John Minihan/Evening Standard/Getty Images)

9th November 1968: Vidiadhar Surajprasad Naipaul, West Indian novelist. (Photo by John Minihan/Evening Standard/Getty Images)

Vidiadhar Surajprasad Naipaul nació en Chaguanas, un pequeño pueblo de la isla de Trinidad, el 17 de agosto de 1932. Sus abuelos, hindúes, habían abandonado las planicies del Ganges a fines del S. XIX para integrarse a la reducida comunidad de brahmanes – la casta más alta en la jerarquía del hinduismo – que llegó a Trinidad.

Cuando su padre consiguió un trabajo como periodista en la capital, Puerto España, la familia debió abandonar el pueblo y, al mismo tiempo, las pocas costumbres que aún los ataban a su pasado hindú. A los seis años de edad, Naipaul entró a estudiar en el Queen’s Royal College. Pero en la capital había pocos inmigrantes hindúes y la familia de Naipaul se fue aislando, encerrándose en su propia casa, como si se tratara de extranjeros en su propia tierra.

Cuando decidió que sería escritor tenía once y para cuando abandonó definitivamente su país, persuadido de que sólo en Gran Bretaña podría aprender a escribir, tenía dieciocho años. ¿Qué fue lo que ocurrió entre ambos eventos? Naipaul ha hablado mucho de esos años cruciales, del sentimiento de ser extranjero en su propia tierra, de su incapacidad para hacer amigos en la ciudad extraña, de su poca comprensión del lugar en que se hallaba. “Muy pronto -escribió- llegué a comprender que había un mundo más allá, afuera, del cual nuestro mundo colonial era apenas una sombra”. En ese mundo estaba la posibilidad de ser escritor.

El enigma de la llegada o The Enigma of Arrival, su título en inglés, se publicó por primera vez en 1987, cuenta la historia de un joven caribeño de origen hindú que llega a Inglaterra y se va transformando, poco a poco, en escritor. El narrador y personaje (la novela es neciamente autobiográfica) emerge de sus trescientas páginas casi invulnerable; consta de cinco secciones y la mayor parte de la acción se lleva a cabo en Inglaterra. Durante la primera parte, se describe ampliamente la llegada del autor al país en donde la voz narrativa renta una cabaña cerca de Stonehenge. Quizás debido a esto el narrador hace hincapié en su visión del país como un lugar congelado en el tiempo, un lugar que está atrapado en su propia historia milenaria.

Más adelante, el narrador debe extender su estadía en el campo para seguir escribiendo y es cuando se da cuenta de que estaba equivocado; el campo es un lugar que cambia constantemente y que consta de diferentes células independientes, personas solitarias, familias pequeñas que van y vienen y constituyen los agentes de cambio de aquél lugar silencioso. Aquí el autor hace una reflexión sobre cómo las percepciones que tenemos de las cosas varían y dependen de los juicios que emitimos a priori.

La voz narrativa reexamina su auto exilio de Trinidad, su viaje a Nueva York y su posterior residencia en Inglaterra; sus amplias narraciones ilustran el entendimiento del autor hacia sus relaciones con nuevas personas y sobre todo hacia sus motivos para salir de su país, esa urgencia que sentía por despojarse de unas raíces que él no sentía como propias.

Luego de la publicación de esta magistral novela, Naipaul fue nombrado caballero del Imperio Británico. Nadie puede saber cómo recibió ese honor; de él se ha dicho que ha querido ser más británico que los británicos, se le ha acusado de occidentalizante y de repudiar sus raíces.

La belleza de esta novela recae en lo extenso de sus descripciones mediante las cuales la voz narrativa, a la par que el lector, va meditando y descubriendo sus motivaciones para querer alejarse de sus raíces y sus impresiones sobre la gente que conoce y que lo acepta, al principio no como un igual, pero sí como un amigo.

Según Octavio Paz, la otredad es “un sentimiento de extrañeza que asalta al hombre tarde o temprano, porque tarde o temprano toma, necesariamente, conciencia de su individualidad. En algún momento cae en la cuenta de que vive separado de los demás; de que existe aquél que no es él; de que están los otros y de que hay algo más allá de lo que él percibe o imagina”[1].

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En El enigma de la llegada, Naipaul refleja su sentir con respecto a la llegada, el arribo, porque llegar a un sitio significa forzosamente dejar otro primero.

Para Naipaul uno de los principales desgarramientos en el proceso de la llegada es el darse cuenta de que siempre había sido el “otro” y de que los demás también habían significado siempre una otredad para él. La crisis de identidad se acentúa pues, al ver que aún después de toda la travesía efectuada no había una identificación con nadie; no la hubo en Trinidad y no la hay tampoco en Inglaterra. Aún.

La llegada es una búsqueda que no termina y el narrador queda atrapado en sentimientos de nostalgia y de frustración. Más adelante en la novela, la voz narrativa -cuyo nombre nunca llegamos a saber- se ve a sí misma reflejada en los demás, esto es, el autor ve la otredad en sí mismo, o lo que es lo mismo, logra hallar cierta identidad en los otros personajes (ingleses, por supuesto) y logra descifrar parte del misterio de esa otredad que sintió desde la infancia.

El escritor al final de la novela, logra sentirse en armonía con su entorno que contrasta totalmente con toda la extrañeza que había sentido toda su vida antes de llegar ahí. La novela trata del cambio de percepción que sufre el escritor desde su llegada hasta ese momento en el que puede ver a los demás en el pueblo como iguales, en el que reconoce esas partes de él mismo en los demás y puede quedarse tranquilo, pues ha hallado por fin su lugar en el mundo.

En El enigma de la llegada el autor al final halla un lugar al que se siente perteneciente, no por la gente, el idioma o las costumbres sino porque es en ese lugar, en esa cabaña en ese paisaje rural, en donde finalmente se convierte en escritor, cosa que había deseado desde que tenía once años.

La “otredad” en El enigma de la llegada funciona de una manera curiosa. La trama se desarrolla de manera que el narrador se convierte en la trama, los demás personajes se ven desde afuera, desde el punto de vista alejado de la voz narrativa que los percibe como entes extraños. Al mismo tiempo se desarrolla una segunda trama en la que vemos los intentos de la voz narrativa de convertirse en escritor, los cambios de estación en el campo que sirve de paisaje, la lenta evolución que sufre el escritor a lo largo de diez años y poco a poco, esas dos tramas se entrelazan casi sin que nos demos cuenta y para cuando el escritor se ha terminado de formar en su totalidad nos damos cuenta de que el personaje también ha terminado de evolucionar en ese entorno que al principio le parecía tan lejano.

Durante su discurso de aceptación del Nobel de literatura en el 2001, Naipaul confesó sentirse dividido entre dos mundos durante toda su infancia: el mundo de afuera y el de la casa de su abuela. “En Trinidad, donde nosotros éramos un grupo social desfavorecido, este aislamiento funcionaba como una especie de protección que nos permitía, justo entonces y sólo entonces, vivir según nuestras propias reglas, vivir en nuestra empalidecida India. Esto creaba un curioso proceso de introspección. Nos dirigíamos hacia adentro y vivíamos nuestra propia vida. El mundo exterior sólo existía en una especie de oscuridad y no nos preguntamos demasiado sobre él”[2].

Es quizás por esta razón que el narrador de El enigma de la llegada mira todo desde adentro, desde su introspección que resulta en paisajes minimalistas; hay una soledad insondable que se respira a lo largo de toda la novela: es su novela más honesta y es también, la más triste.

 

[1] Del texto de Ociel Flores “Octavio Paz: la otredad, el amor y la poesía” en la revista Razón y Palabra.

[2]Discurso de aceptación del premio Nobel de literatura 2001. La traducción es mía. “V. S. Naipaul – Banquet Speech”. Nobelprize.org. 26 Nov 2013 http://www.nobelprize.org/nobel_prizes/literature/laureates/2001/naipaul-speech.html

Hengki Koentjoro

 

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Originario de Indonesia (24 de marzo, 1963) y radicado en Yakarta, Hengki Koentjoro se ha especializado en la fotografía de paisaje en blanco y negro. Es además un maestro para captar imágenes bajo el agua. Entornos rodeados por bruma, personas sumergidas en el agua y los altos contrastes son elementos recurrentes en su obra.

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Su primer acercamiento a una cámara fotográfica fue cuando recibió una de sus padres como obsequio por su cumpleaños. Inspirado por el trabajo del fotógrafo estadounidense Ansel Adams (20 de febrero, 1902 – 22 de abril, 1984), quien solía fotografiar ambientes naturales de Estados Unidos, y el inglés Michael Kenna (1953), enfocado también en el paisaje en blanco y negro, Koentjoro decidió igualmente trabajar en blanco y negro hasta alcanzar un dominio sobre las tonalidades y su efecto en cada imagen.

Formado en cine y producción de video en el Brooks Institute of Photography, en California, Estados Unidos, ha sabido trabajar tanto la imagen fija como la realización cinematográfica.

Inspirado por la naturaleza, sus imágenes muestran siempre a un ser humano vulnerable ante el entorno cambiante que lo rodea.

Aquí una galería de su trabajo:

http://www.cadadiaunfotografo.com/2014/01/hengki-koentjoro.html

 

Akira Kurosawa

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Nacido el 23 de marzo de 1910 en Japón, Akira Kurosawa se aproximó primero a las artes plásticas, antes que al cine. Desde joven tuvo una enorme facilidad para el dibujo y la pintura, talento que más tarde le serviría en el desarrollo y visualización de sus trabajos cinematográficos.

Influenciado por estilos y corrientes pictóricas como el Expresionismo Alemán y el realismo soviético, así como maestros europeos como Van Gogh, Cézanne y Chagall, Kurosawa desarrollo un estilo propio mucho más directo y dramático. Sin embargo, Kurosawa tuvo que abandonar la pintura. Por un lado, se encontraban las presiones políticas del momento y el régimen militar en el gobierno, el cual censuraba a artistas y escritores liberales y críticos. Y por otro, el hermano mayor de Kurosawa, Heigo, quien había trabajado como benshi o narrador de películas durante el periodo del cine mudo, y con quien Akira llevaba una muy buena relación, se suicidó cuando Akira tenía 20 años. La necesidad de conseguir un medio de vida más estable, lo hizo desistir de la pintura.

Kurosawa ingresó a la industria del cine en 1936, primero como ayudante de dirección. Fue hasta 1943 cuando debutó como director con el filme La leyenda del gran judo (Sugata Sanshirô). Siguieron cintas como El ángel ebrio (Yoidore tenshi, 1948), primera colaboración con su actor estrella Toshirô Mifune, con el que haría 16 películas, Rashomon, el bosque ensangrentado (Rashômon, 1950), El idiota (Hakuchi, 1951), Los siete samuráis (Shichinin no samurái, 1954), Trono de sangre (Kumonosu-jô, 1957), Yojimbo (Yôjinbô, 1961), Dodes’ka-den (Dodesukaden, 1970), Kagemusha, la sombra del guerrero (Kagemusha, 1980) y Ran (1985), por sólo mencionar algunas.

 

Storyboard de Ran

Storyboard de Ran

Para poder alcanzar una completa visualización de sus filmes, Kurosawa comenzaba por expresar sus ideas y su imaginación en storyboards que le permitían plasmar sus intereses narrativos: Hay una multitud de cosas que pienso cuando dibujo storyboards. Elementos de las locaciones, la psicología y emociones de los personajes, su movimiento, el ángulo de la cámara necesaria para capturar estos movimientos, las condiciones de iluminación, vestuario y la utilería… Y hasta que no pienso en todos estos detalles, no puedo dibujar la imagen. O, tal vez sea más exacto decir , que dibujo los storyboards para pensar en esas cosas. De esta manera, solidifico, enriquezco y capturo la imagen de cada escena en una película hasta que lo vea con claridad. Sólo entonces debo proceder con el rodaje.

Storyboards de Kurosawa

Storyboards de Kurosawa

Kurosawa encontró también inspiración en la literatura. William Shakespeare, Fiodor Dostoievski, León Tolstoi, Máximo Gorky, Ed McBain, Georges Simenon, Daniel Hammett, Esquilo y Evan Hunter influyeron al director japonés. Además, Akira Kurosawa admiraba las cintas del director estadounidense John Ford.

 

 

 

Viaje a Armenia

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Viaje a Armenia
Osip Mandelstam
Traducción del ruso: Fulvio Franchi
Alción Editora
Córdoba, Argentina, 2004

Osip Mandelstam ha sido reconocido como uno de los grandes poetas del siglo XX. Sin embargo escribió también magníficos libros de prosa como El rumor del tiempo o su Coloquio sobre Dante. El Viaje a Armenia es la descripción de un lugar, una comunidad humana, una geografía, un idioma, pero también las meditaciones y observaciones de un hombre cargado de curiosidad. Leer sus páginas dice mucho sobre Mandelstam. Hay en las páginas semillas de sus poemas. Armenia deslumbró al poeta ruso hasta la médula porque en ese territorio está sembrado uno de los patrimonios culturales más antiguos de la humanidad, y como se sabe, Mandelstam pretendía que en sus poemas circulara la vasta historia del arte y del mundo:

“El idioma armenio no está desgastado, son botas de piedra. Y por supuesto, la palabra es de paredes espesas con una fina capa intermedia de aire en las semivocales. ¿Pero acaso toda su fascinación está en eso? ¡No! ¿De dónde viene la atracción? ¿Cómo explicarlo? ¿Cómo comprenderlo?

Yo experimenté la alegría de pronunciar sonidos prohibidos para los labios rusos, secretos, réprobos y posiblemente, incluso, vergonzosos a cierta profundidad.

Había una hermosa tetera con agua hirviendo y, de golpe, arrojaron en ella una pizca de un prodigioso té negro.

Así es para mí el idioma armenio.”

Pensar en este momento en Mandelstam, leer su libro sobre Armenia, repasar la vida y los trabajos de Anna Ajmátova, Marina Tsivietáieva, Boris Pasternak o Vladimir Maiakovski, es importante porque nos pone en alerta ante las actitudes sectarias e impositivas que nos habitan implacablemente. En los gulags murieron más personas que en los campos de concentración alemanes. No había allí, o no solamente, un elemento racista o religioso. Era locura sin más.

Galina Ustvolskaia, una compositora absolutamente original, prefirió el silencio durante todos los años de humillación, a perder la posibilidad de inventar un lenguaje personal y riguroso como el de sus composiciones. Una aspiración como la suya, hacer música y compartirla con otros, no puede ser hoy ni nunca más una prohibición de nadie. Varlov Shalámov, a quien publica ahora íntegramente en varios tomos la editorial Minúscula, registró con una mirada estoica, alejada de toda queja, los sucesos del “campo de trabajo” de Kolimá, en Siberia. Sus narraciones ofrecen un testimonio, pero no una ideología. Y a pesar de lo proclive de los temas que aborda a la truculencia —el hambre, el desprecio, la miseria, la imposición del poder—, cada uno de ellos se resuelve en una forma nueva, cada uno de ellos encuentra sus palabras y dice sin decirlo, igual que la poesía, algo que hasta antes de su existencia no nos había sido revelado, y que de un modo sutil e imperecedero nos invita a preservar el diálogo con los otros, la compañía.

Mandelstam fue excepcional en distintos órdenes, hoy que los géneros se han borrado, su Viaje a Armenia, resulta, absolutamente innovador, indispensable.

El viento que arrasa

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El viento que arrasa
Selva Almada
Editorial Mardulce
Argentina, 2012

Selva Almada (Entre Ríos, Argentina, 1973) cuenta la historia del Reverendo Pearson y su hija adolescente Leni, quienes quedan varados en un pequeño poblado, luego de que el auto en el que viajaban se descompone a medio camino. Ambos son llevados a un taller mecánico dirigido por un hombre llamado Brauer y su joven ayudante Tapioca, quienes los reciben y les dan de comer. La pausa en el trayecto del padre y su hija, provocada por el motor descompuesto del vehículo, detona otro viaje, no en un plano físico sino en uno espiritual.

El Reverendo Pearson vive una vida nómada, predicando y vendiendo biblias de un poblado a otro y arrastrando a su hija a esa vida, luego de que abandonaran a la madre de Leni en una ciudad lejana. Por otro lado, Brauer en el pasado recibe a Tapioca, cuando él era muy pequeño, tras aparecer una vieja amante que asegura que es hijo suyo. La mujer desaparece dejando al niño en aquel taller mecánico en medio de la nada. El propio Reverendo es criado solamente por su madre. Llaman la atención en esta historia las familias desintegradas y los personajes definidos por la sensación de abandono y soledad.

En la novela hay un viento que es el destino, el cual transforma la vida de cada uno de los personajes, sin que ninguno oponga demasiada resistencia a pesar de su sentir.

La llegada del Reverendo marca la vida de Brauer y Tapioca. Luego de convivir con el joven, el religioso crea un puente de identificación con él, y se da cuenta de que puede enseñar al chico sobre religión y convertirlo en un fiel seguidor a su causa. Sin embargo, debe lidiar con el duro carácter de Brauer si quiere lograr su propósito.

Con una narración fluida, sencilla y hasta poética gracias a las detalladas descripciones, Almada logra construir un relato atractivo que por momentos hace sentir al lector que se ha convertido en el espectador de una película. Mediante flashbacks nos cuenta el pasado de cada personaje, y a través de la descripción de los espacios que los rodean, logra construir una atmósfera, al principio árida, pero que, con el paso del tiempo, se convierte en una furiosa tormenta que arrastrará con cada uno de ellos hacia su nuevo destino.

Selva Almada es también autora de la novela Ladrilleros (2013); del libro de relatos Una chica de provincia (2007), de la nouvelle Niños (2005) y del poemario Mal de muñecas (2003). Además, la autora argentina prepara el libro de crónicas Chicas muertas, sobre casos de “femicidio” adolescente, que será publicado en 2014.

Glauber Rocha

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Glauber Rocha, nacido el 14 de marzo de 1939 en Vitória da Conquista, Bahía, Brasil, es considerado uno de los directores de cine latinoamericano más importantes, pese a haber dirigido solamente 17 películas.

Estudió leyes y tomó parte en la creación y desarrollo del movimiento Cinema Novo, surgido en Río de Janeiro, Brasil, en las décadas de los años cincuentas y sesentas del siglo XX, como una respuesta opositora a la política de su país y al cine de Hollywood. Su objetivo era retratar la realidad social del país sudamericano, su proceso histórico y los graves problemas sociales que desde entonces aquejaban al país, como la pobreza. Glauber se convirtió en el mayor líder teórico del movimiento y su representante en América y Europa. Dirigió además piezas teatrales y fue crítico de cine, además de actor. Debutó como director con el cortometraje Pátio en 1959, y más tarde se dio a conocer por las cintas Barravento (1962) y Antonio das Mortes (1969), las cuales lo hicieron merecedor de reconocimientos a nivel internacional. Rocha se volvió muy popular en Europa y América al ser visto como un símbolo durante el movimiento de 1968.

Sus dos libros más importantes fueron La revolución es una Eztétika, donde plasmó su visión sobre la estética, la política y economía que rodearían al movimiento vanguardista y El siglo del cine, donde deja ver su labor como crítico de cine y sus más grandes influencias, claramente en Neorrealismo Italiano, la Nouvelle Vague, la corriente rusa y el western norteamericano. Rocha apelaba a un cine revolucionario.

En 1971, abandonó su país debido al régimen dictatorial militar brasileño y vivió en países como España, Chile y Portugal. No fue sino hasta el final de su vida que regresó a Río de Janeiro, donde pasó sus últimos días. Falleció el 22 de agosto de 1981, a los cuarenta y tres años de edad, debido a una infección pulmonar.

Su influencia en el cine brasileño alcanzó a directores como Walter Salles (Central do Brasil, 1998) y Fernando Meirelles (Cidade de Deus, 2002).

Les compartimos el trailer de su película Deus e o Diabo na Terra do Sol (1964):

 

 

 

 

 

Ignatius J. Reilly o la balada medieval del moderno absurdo

 

New Orleans, Louisiana, 1968

New Orleans, Louisiana, 1968. © Lee Friedlander

“When a true genius appears in the world, you may know him by this sign, that the dunces are all in confederacy against him.” 

Jonathan Swift

 

A Confederacy of DuncesLa conjura de los necios, su título en español—, la mítica novela de John Kennedy Toole, se convirtió en una lectura de culto desde su publicación en 1980. El personaje principal, Ignatius, es una combinación picaresca de Huckleberry Finn, Holden Caulfield y Sir John Falstaff, un hombre egoísta, dominante, iluso, sucio, hipocondríaco, un descarrilamiento de trenes ambulante que como un Quijote más moderno, se embarca en una cruzada contra la modernidad misma. Como a Don Quijote, la inmersión en la literatura ha alejado a Ignatius de la sociedad en la que vive y ha mermado su capacidad para funcionar en el mundo actual. Como lector, uno no sabe si sentir lástima por él o admirarlo ciegamente.

La crisis de nuestra era, asegura Ignatius, puede comprenderse leyendo a Boecio y estudiando a la alta Edad Media. El Renacimiento y la Ilustración significan para él una propaganda peligrosa. Resulta imposible no pensar en Gargantúa y Pantagruel de Rabelais o en el personaje de Falstaff en Enrique IV de William Shakespeare.

En una lucha magnífica contra los molinos de viento que representan la modernidad, Ignatius se arrastra por las ruinas de la ciudad caída, una Gomorra al sur de Estados Unidos: la Nueva Orleans de la década de 1960. La ciudad es a la vez escenario y personaje, un elemento vivo de la narración. Kennedy Toole supo capturar los colores de la ciudad y de sus eclécticos personajes. Como con Dickens, la ciudad misma es el mejor y el peor de los tiempos. Ignatius aborrece todo cuanto acontece en la ciudad; los personajes estrafalarios, los locales vulgares, los cines que no muestran más que la decadencia de la moral… sin embargo, en sus propias palabras: “Outside of the city limits, the heart of darkness, the true wasteland begins…”, Ignatius, grandilocuente y majestuoso, se revuelve en un devenir constante entre el miedo a su ciudad natal y el miedo aún mayor a lo que hay fuera de ella.

Al igual que Ignatius, Kennedy Toole fue una especie de genio incomprendido. Pero quizás el aspecto más importante de su vida fue su habilidad como maestro. Si bien La conjura de los necios es todo menos un libro didáctico, a través de Ignatius, venimos a aprender acerca de Friedrich Schiller, Marcel Proust, Platón y Mark Twain, Thomas Macaulay y John Milton. Página tras página, Ignatius eructa directo en la cara de la convención. Pero su acto más subversivo es que la novela de Toole es un pequeño curso intensivo sobre el canon de occidente; la apologética clásica impulsada por la flatulencia y el abandono del Barrio Francés. El tono de Toole es la esencia misma de la contracultura.

El humor punzante de la novela no nos llega desde arriba, desde una distancia elitista; el autor está con nosotros, riéndose de su propio absurdo, del mismo Reilly, de nosotros mismos. El mismo autor que poco después de escribir esta novela tomó una manguera de jardín, pasó un extremo a través de la ventanilla del conductor y unió el otro extremo al escape de su coche y simplemente inhaló hasta morir. John Kennedy Toole se suicidó a los 32 años. Fue el autor maldito de una novela maldita. Él nunca vio su libro publicado y murió convencido de que no tenía talento. Más de una década después de su muerte, la novela ganó primero un sin fin de seguidores y después el premio Pulitzer para convertirse en el mito de un autor extraordinario.

Imagen por: © Lee Friedlander