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Acerca de El Toro de Hiroshima de Antonio Ochoa

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A menudo me pregunto a qué nos referimos los poetas, los editores, los traductores, los críticos, cuando traficamos con términos como “poesía nueva”. ¿Qué es esa novedad de la hablamos? ¿Es una condición estrictamente temporal y cronológica? De ser así, ¿cuándo deja de ser nuevo lo que es nuevo? ¿Es “lo nuevo” una cualidad poética que uno deba procurarse de algún modo o una mera coyuntura de la edad, (la del poeta o la de sus poemas)? Según se nos dice a últimas fechas, los reducidos lapsos de atención de los “nuevos” lectores, obligan a quienes escribimos, publicamos o compartimos poemas con nuestros amigos, a asegurarnos de que la lectura de los mismos no exceda los siete segundos, so pena de que el mensaje sea ignorado por los nuevos lectores. Supongo que, al hablar de “nuevos lectores”, los policías que intentan hacer cumplir la innovadora regla de los siete segundos, se refieren a una hipotética cuadrilla de jovencitos que pasan todo el día sobando pantallas electrónicas, ávidos de un conocimiento tan inmediato que sólo se transmite mediante el tacto.

Imagino que quienes, como yo, hasta hace muy poco se sentían jóvenes, deben de sentirse alarmados por la súbita comprensión de que el modo en que leemos ya no es nuevo. Es difícil afirmar si lo que cambia primero son las técnicas y las tecnologías, nuestra percepción, o nuestras necesidades. Lo cierto es que para quien ama algo que forma parte sustancial de su vida, siete segundos nunca serán suficientes. Creer que la experiencia poética debe ser algo nuevo y descartable como un gif que se consume en “no más de siete segundos” es algo propio de un imbécil, no importa si se trata de un mercadólogo, un ingeniero en sistemas o el director de una rancia revista literaria. En poesía, la novedad, a diferencia de la juventud, no es una circunstancia temporal. Ya decía el viejo Pound, que algo sabía de estas cosas, que los poemas son “noticias que siguen siendo noticia”. ¿Qué es entonces lo que hace que un poema sea nuevo?

En un texto escrito hace ya noventa años, el poeta César Vallejo señaló que “Poesía nueva ha dado en llamarse a los versos cuyo léxico está formado de la palabras ‘cinema, motor, caballos de fuerza, avión, jazz-band, telegrafía sin hilos’, y en general, de todas las voces de las ciencias e industrias contemporáneas, no importa que el léxico corresponda o no a una sensibilidad auténticamente nueva. Lo importante son las palabras. (…) Pero no hay que olvidar que esto no es poesía nueva ni antigua, ni nada. Los materiales artísticos que ofrece la vida moderna han de ser asimilados por el espíritu y convertidos en sensibilidad. El telégrafo sin hilos, por ejemplo, está destinado, más que a hacernos decir ‘telégrafo sin hilos’, a despertar nuevos temples nerviosos.”

Me atrevo a aconsejar a estos apologistas de “la novedad” que desempolven ese texto. Hacerlo les ahorraría, cuando menos, el tiempo que toma ordenar las primeras ideas necesarias para salir del cenagal en el que la supuesta “poesía nueva” ha caído. Es ya un lugar común decir que la actitud transgresora de los jóvenes poetas mexicanos de este siglo fue una reacción natural a la soporífera solemnidad de buena parte de la poesía de generaciones anteriores. Me refiero a los consabidos textos canónicos de autores que leímos, y seguimos leyendo, en la escuela, de Villaurrutia a Pacheco, pasando, naturalmente, por Paz. La postura de esos poetas es plausible. Esa salida de tono fue, y sigue siendo, necesaria. Lamentablemente, muchos de los poemas que actualmente se publican en libros o se divulgan en archivos electrónicos, lejos de ser nuevos, parecen agotarse en tímidas infracciones léxico-gráficas y gestos superficiales, sin cuestionar a fondo las formas recibidas. A mucha de esa llamada “poesía joven”, me parece, le hace falta una mayor conciencia del lenguaje empleado, o cuando menos, más arrojo al abordarlo. El efecto que resulta de introducir las mismas consignas políticas, emplear el vocabulario de las redes sociales o hacer pastiches de poemas célebres y canciones pop, suele ser similar al del adolescente que se presenta en casa con un tatuaje, una nueva perforación o el pelo pintado de rosa. No hay una esperada transformación de la conciencia. En poco tiempo la situación se normaliza. El lector medianamente entendido se explica a sí mismo el objetivo que hubo detrás de la diablura, comparte una sonrisa solidaria con el o la autora, y se olvida del asunto.

No es mi intención montar una diatriba. Ya que creo que las formas son históricas, el apunte me parece necesario. Para hablar de libros excepcionales en nuestro contexto, como el de Antonio Ochoa, hace falta desbrozar la maleza que crece en las orillas del camino para ver mejor el trazo de la senda en la que uno piensa andar. En medio de la confusión que resulta de la sobreabundancia de textos escritos en nuestro país no siempre es fácil saber qué es lo que hace que un libro de poemas se distinga de los otros. Imagino que muchos de los editores de libros y revistas que cotidianamente reciben manuscritos coincidirán en que unos tienen plumas, otros pelos, y algunos más, escamas, pero la inmensa mayoría sabe a pollo.

Lo primero que salta a la vista en El toro de Hiroshima es la tensión significativa que se establece entre los títulos de los poemas (que Antonio Ochoa ha entresacado de los diálogos de la película Hiroshima Mon Amour de Alain Resnais) y los textos en sí mismos. En la nota final que el autor añade al volumen señala:

“Una noche hace unos años en una vieja granja en un pueblo de Massachusetts, vi por primera vez Hiroshima Mon Amour. La película me causó una gran conmoción. Al terminar quedó en mí algo como un arrebol, un eco, una vibración. Por un tiempo permanecí sentado en silencio en la oscuridad, luego abrí mi cuaderno y escribí un poema. Tiempo después pensé en aquella noche y decidí volver a ver la película. Después de esa segunda vez, eso estaba ahí de nuevo. Me puse a escribir. Salió otro poema. Decidí entonces ver la película antes de escribir cada uno de los poemas de este libro. Los títulos son fragmentos de los diálogos en traducciones mías. El efecto que Hiroshima Mon Amour tuvo en mí me permitió concentrar lo más posible mi existencia en el espacio y tiempo de la escritura de estos poemas. Hablo de un espacio al que sólo se puede tener acceso al abandonar toda forma, pero de donde todas las formas salen. Es la ante-cámara de la imaginación, el magma que al quedar expuesto se solidifica formando montañas, valles, paisajes, poemas. La imagen del toro me vino en un sueño.”

 

Quien conozca la película de Resnais, recordará la intensa conversación en torno a la memoria, el amor, el sufrimiento y el olvido que una pareja (un arquitecto japonés y una actriz francesa) entablan, con el saldo de la Segunda Guerra Mundial y el horror de la destrucción atómica como fondo. Resnais emplea una innovadora estructura que se basa en el flash-back, para crear una sensación casi onírica de incertidumbre frente al futuro. Es, precisamente, ese estado de incertidumbre, el que impregna las páginas de El toro de Hiroshima. Quien no haya visto aún la película, intuirá, no obstante, por la sola mención del nombre Hiroshima, que el libro de Antonio Ochoa resguarda un desgarro, una fractura. Esa distancia significativa de la que hablo en referencia a los títulos y los poemas hace eco no sólo de la sensación de inestabilidad que atraviesa un presente y un pasado como los cabos de un hilo que se anuda y desanuda en una trama temporal, sino de la vacilación misma de quien, como Antonio, se vale del poema para decir lo que no sabe todavía, lo que quizá no sabrá incluso después de hacer escrito un poema. No es mi intención reducir el libro a una frase hecha y simplista como “hay, en El toro de Hiroshima, un afán por interpretar lo ininterpretable.” Sin embargo, esa zona intangible donde apenas se rozan la memoria y la imaginación es el espacio que estos poemas habitan. La voz que habla en El Toro de Hiroshima no apuesta por las conclusiones fáciles, ni las tomas de conciencia tranquilizadoras. La única revelación —y no es una menor— podría resumirse citando una sencilla declaración del poeta Robert Creeley: “veo mientras escribo”.

La rabia, la tristeza, y también el entusiasmo de quien percibe la belleza del mundo, no son emociones privativas de un poeta. Sí lo es, en cambio, la experiencia de quien, como Antonio Ochoa, asume el estado de humilde aceptación que exige la poesía, una actitud que se limita a reconocer que lo único posible es intentar escribir lo imposible, esperando escuchar, dice Antonio con una prosodia llana, [esa]

primera detonación
cuando comenzó y que aún
dice ese Weinberg
flota en todos lados
 
pero hasta ahora sólo
una pequeña vibración
como cuando cierras los ojos y hay
un punto sónico que se aleja
de tus oídos al horizonte, me dice Hiroshima
sus manos extendidas sus
dedos largos apuntando
a ambos lados de la calle
donde conocimos
las voces las luces las
precipitaciones pulmonares
que hasta las piedritas del asfalto
saltaban de felicidad

Ese es, me parece, el trabajo de quien pretende escribir poemas nuevos que sigan siendo nuevos cuando la retórica de moda empiece a apestar, cuando los novedosos campos semánticos de hoy se amarillen y se ajen y las huellas del toro se endurezcan en el lodo. Es sólo la sensibilidad del toro negro, que atraviesa un camino solo, siempre solo, lo que nos permite percibir ese olor de “manzanillas y canela”. “toma peso y presencia, toro”, dice Antonio Ochoa en un poema titulado defórmame a tu imagen. ¿No es acaso eso lo que un poeta le pide al poema a través del cual observa el mundo durante un instante? “toma peso y presencia, toro”, dice Antonio, “acaba ya pasa el círculo, la oreja/ te espera cortada atenta (…)/ “mientras nadie”, dice Antonio o el toro, no sé cual, “los veía atravesar cuchillos/ a los recuerdos del primer pase que/ nunca quisiste dar Fernando entre/ las flores te espera/ la integrada soledad del mundo.”

Ve pues, toro, “toma peso y presencia”.

Huixquilucan, 18 de mayo de 2016

 

* El presente texto fue escrito para la presentación del libro El toro de Hiroshima de Antonio Ochoa, editado por Mangos de Hacha (2016).

IQ-ismo y la dieta de la información

 

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 “What lies at the heart of every living thing is not fire, not warm breath, not a spark of life… it is information, words, instructions… If you want to understand life, don’t think about, vibrant, throbbing gels and oozes, think about information technology”
Richard Dawkins

La información es la nueva moneda que hace girar al mundo: el principio vital que impregna las ciencias en todos sus rangos transformando cada rama del conocimiento. La teoría de la información comenzó como un puente de las matemáticas a la ingeniería eléctrica para llegar a la computación, la informática. Hasta la biología ahora es concebida como una ciencia de la información, sujeta a mensajes, instrucciones y código. Los genes encapsulan data que activan procedimientos de lectura y propagación. “El ciclo de la información se convierte en la unidad de la vida” dijo Werner Lowestein, y nos recuerda que la información tiene ahora un significado más profundo “Connota el principio cósmico del orden y la organización y provee una medida exacta de eso”. La información, los bits, se encuentran en el núcleo de la existencia.

Cada nuevo medio transforma la naturaleza del pensamiento humano. La historia, es en sí, la historia de la información tomando conciencia de si misma. En ésta nueva era, la motivación detrás de casi todo el consumo de data se vuelca en la auto-realización. Utilizamos la información para ser “mejores”- más exitosos, más populares, más atractivos, más sanos, más inteligentes. En el 2016, se ha consagrado la macro-tendencia del IQ-ismo con personas que adoptan nuevas tecnologías, plataformas y experiencias para identificar, medir, competir y aprender con el fin de definir su identidad.

El impulso de la auto-realización es un elemento fundamental de la naturaleza humana. Lo que es nuevo, es la hiper-intensidad tecnológica impulsada por la auto-actualización en la que estamos enganchados. La cultura online, el social media y la maquila de nuevos íconos – de celebridades de YouTube a ídolos de Instagram o Vine – han desbloqueado una cultura aspiracional ilimitada y la ambición de muchos internautas.

El libre acceso a la educación en línea se está convirtiendo en una fuerza intelectual y académica. Cada vez más personas buscan experiencias educativas que antes sólo podrían haber soñado, ampliando la idea de lo que constituye “la educación”. Instituciones académicas de prestigio como Harvard, Yale, Princeton y MIT han otorgado acceso libre a cursos en línea contribuyendo a la economía del conocimiento y dando paso al nuevo fenómeno del maestro rockstar que extiende su alcance fuera del aula para llegar a audiencias masivas, claros ejemplos de éste fenómeno los podemos observar en plataformas como TED.com The School of Life, Nerdist, Know More, V Sauce, BigThink, Now This, Playground, etc, etc.

El IQ-ismo se basa en el hambre de conocimiento y recolección de data que ha surgido a partir de la hiperconectividad. Sin duda, el tiempo que pasamos online modifica nuestros cerebros y actualiza su neuroplasticidad para poder almacenar y procesar mayor cantidad de información. Sumado a esto, se ha comprobado que la constante revisión de nuestras pantallas se ve reforzada por un rush de dopamina que obtenemos cada vez que hay un poco de información disponible. En esencia, checar blogs, Facebook, YouTube, Twitter, Instagram, etc es estarnos dosificando y nuestro cerebro lo percibe como inhalaciones de cocaína.

“El hombre, el recolector de comida, reaparece incongruentemente como recolector de información, y en éste rol, el hombre electrónico es menos nómada que sus ancestros paleolíticos” dijo Marshall MacLuhan y es que la profundidad del pensamiento crítico, el pensamiento conceptual e incluso el pensamiento creativo, no se desarrollan en procesos pasivos. El almacenamiento de información, no es conocimiento. Las experiencias con la data que encontramos en Internet son sin duda atractivas y muchos de nosotros llegamos a tener comportamientos casi compulsivos en la obtención de nueva data, pero lo que provocamos es que, a través de un proceso de sobrecarga cognitiva, literalmente, impedimos que el cerebro teja la información en conocimiento.

Se dice que en 24 horas estamos expuestos a la cantidad de información que nuestros abuelos recibieron en toda su vida. El primer reto del IQ-ismo es el cultivar un estado de reflexión, interpretación y discernimiento para poder distinguir entre lo que es información y desinformación. Día tras día somos bombardeados por memes que replican y propagan ideas, muchas veces nos sirven como antídoto pero muchas otras son el virus.

Definitivamente existen beneficios prácticos de nuestra exposición a la información, ya que ésta puede convertirse en un arma psicodélica para expandir nuestra conciencia y así saber como cuestionar el status quo, los sistemas de creencia, las convenciones sociales y los paradigmas gubernamentales. Pero necesitamos aprender a procesarla, adquirir buenos hábitos de consumo de data para desarrollar la habilidad de convertirla en conocimiento, nos es necesario realizar una dieta de la información.

Cualquier nutriólogo te dirá que eres lo que comes, pero aparentemente no solo somos lo que comemos, sino que somos todo lo que consumimos, incluyendo la información.

Clay Johnson, explica lo necesario que resulta regular nuestro consumo de información en su libro The Information Diet: A Case of Conscious Consumption.

El concepto de exceso de información no funciona, porque por mucho que nos guste equiparar a nuestros cerebros con computadoras o discos duros, los seres humanos son criaturas biológicas, no mecánicas. Nuestros cerebros son tan finitos en capacidad como nuestras cinturas. Mientras que algunas personas pueden comer hasta producirse un ataque al corazón, en realidad no mueren del consumo excesivo: no vemos a esa gente dándole una mordida a su pollo frito, sobrepasando su capacidad máxima, y explotando. Nadie tiene una cantidad máxima de almacenamiento de grasa, y es poco probable que tengamos una capacidad máxima para el conocimiento. Como cualquier buena dieta, la dieta de la información funciona mejor si se piensa en ella no como una negación de su consumo, sino como un consumo de información adecuado y el desarrollo de hábitos saludables.

Es importante para todos los que se identifican con la tendencia del IQ-ismo, el realizar un proceso de selección exhaustivo de sus fuentes de información y una optimización del tiempo que pasan online y offline, teniendo en cuenta que es necesario para nuestro cerebro tener momentos de desdigitalización para convertir la información en conocimiento. Creo que si podemos identificar la cantidad y calidad de información que podemos almacenar, lograremos confeccionar una nutrida red de recursos que nos ayudará a poner las piezas del rompecabezas en su lugar para revelar verdades y derrumbar nuestra arrogancia sobre nuestra percepción limitada de la realidad, el IQ-ismo se debe traducir en la auto-transformación: expansión y materialización de la conciencia.

 

Twitter del autor: @BienMal_

 

Con Info de:
-James Gleick “The Information”
-Trendwatching
-Nicholas Carr “The Shallows: What the Internet is doing to our brains.
-Brain Pickings http://www.brainpickings.org/index.php/2012/01/19/the-information-diet-clay-johnson/

 

 

Atrás al fondo hay un sonido que viene desequilibrando todo: entrevista con Ignacio Baca Lobera (1ª parte)

 

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Conocer cómo se formó el impulso hacia la experimentación sonora y hacia la desintegración de las convenciones creativas del compositor, nos conduce directamente a una historia muy particular, especialmente en México, de frustraciones, extravíos y despropósitos. ¿Quiénes atravesaron por ello y cómo lo vivieron? La escuela de la música contemporánea, los tartamudeos de la música experimental, la no-historia del arte sonoro, la infame genealogía de la electrónica, los raquíticos orígenes de la música electroacústica, los tardíos inicios de la música por computadora provienen de esa historia de desasosiego y perplejidad. Lo que no quiere decir que no se convocaron fuerzas inventivas y de creación sui géneris, vínculos de colaboración memorables. ¿Qué sobrevive de todo ello hoy en día? ¿Qué utilidad tiene conocer el esforzado trabajo de auto-procreación del experimentador sonoro? Lo que a mitad del siglo XX parecía un camino más o menos establecido, bajo la forma de una profesión socialmente reconocida —la carrera de compositor—, en realidad era el final de una tradición que desembocó en una zona baldía de la historia cultural mexicana. No solamente se tuvo que transitar a ciegas —y en cuyo periplo ciertamente hubo muchos momentos visionarios, pero también muchas disoluciones generacionales y personales, paradigmas rotos, trayectorias irresueltas. Solemos ver la historia así, como un fondo revuelto. Y en este caso, un fondo atrás del fondo. Una especie de trasfondo. La musicóloga Yolanda Moreno Rivas, por ejemplo, se refiere a los músicos que surgen de la transición entre nacionalismo oficial y “nueva modernidad” a fines de la década de 1950 como la “generación perdida”. Esta imagen, abusando de la paráfrasis, ha permanecido, aunque no tan dramáticamente, definiendo de alguna forma la manera en que se desenvolvieron las generaciones posteriores en el medio musical académico, que estaban interesadas en la vanguardia. Un poco perdidas, abandonadas. Haciendo su camino en los trasfondos de la historia. Luego de medio siglo de diálogo entre modernismo e indigenismo, los aspirantes a músicos desembocaron en un extravío, una vez endurecida y burocratizada la síntesis monumental nacionalista. De ahí se pasó a una consolidación de figuras carismáticas antinacionalistas —apenas un puñado—, cuyos dos polos opuestos son Manuel Enríquez y Julio Estrada. En torno a ellas surgió nuevamente otra generación que también tuvo que perderse, para esta vez poder reencontrarse, inventando, por decir, su propia tradición, alejados del canon nacional. Esta generación nació entre 1955 y 1965, y en ella encontramos a gente como Roberto Morales, Gonzalo Macías, Javier Álvarez, Guillermo Galindo, Manuel Rocha, Ana Lara, Ignacio Baca Lobera y Carlos Sandoval, entre otros. A muy grandes rasgos, al menos ellos, rechazan la lógica de sucesión del epígono. Es decir, la pertenencia a una escuela, a un estilo, el cultivo de una relación de fidelidad exclusiva entre maestro y discípulo, y se abisman en la invención personal, en la aventura del lenguaje que se multiplica y transforma con la tecnología o con las nuevas conceptualizaciones de la música.

Justamente para no perderse, esta generación se dispersa en las universidades de otros países, en otros laboratorios, en otros ambientes, cruza muchas fronteras, no solamente geográficas sino disciplinares. Salen del espacio nacional para recuperar sus capacidades de imaginación en los laboratorios electrónicos fuera del país, con otros maestros, otras influencias. En gran parte desarraigados, su trabajo inaugura, durante mediados de los años 80 y 90 del siglo pasado, relaciones directas con la electrónica, la electroacústica y la informática en ese espacio que se mantiene renaciendo de sus cenizas: el espacio de la música académica. Son nuestra más inmediata puerta de entrada a ese fondo revuelto de la historia de la experimentación sonora. El último eslabón que conecta con la nueva modernidad y sus vestigios.

Aquí es donde comienza esta entrevista con el compositor Ignacio Baca Lobera, nacido en 1957 en la ciudad de México. En esta primera parte atravesamos la antesala histórica de la música contemporánea mexicana, la relación siempre desconfiada o insatisfactoria con las figuras protagónicas de la época, con el ambiente académico nacional, con las ilusiones sembradas por el rock progresivo que después son desmanteladas en el encuentro con la composición electroacústica, iniciando así una complicada tarea de invención paulatina y reflexionada de ideas, estructuras y acciones musicales, que componen parte del repertorio de la composición experimental mexicana del presente, aún por descubrirse, revelándose con vitalidad en la actualidad.

Basta decir sobre Baca Lobera que después de haber sido alumno de Julio Estrada, realiza su maestría y doctorado en la Universidad de San Diego, California. Antes, en 1980 obtiene mención honorífica en el Concurso Lan Adomián de composición para música de cámara, al que le siguen muchos otros reconocimientos internacionales como el Kranichsteiner Musikpreis en Darmstadt, Alemania, en 1992; y el Irino Prize para música de orquesta en Tokyo, en 1996. Actualmente es profesor titular de composición en la Universidad Autónoma de Querétaro. Tiene piezas grabadas en distintas recopilaciones y 2 discos antológicos. Taleas (2009), y otro grabado con el Ensamble Liminar, que se encuentra en proceso de publicación.

La entrevista tuvo lugar en el Centro Cultural Border, en la ciudad de México en agosto del 2015, durante la residencia de investigación Constelaciones Críticas de la Audio-Máquina en México.

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¿Cómo es el camino que te fue llevando a la composición?

Desde chico me interesaba mucho las música, se oía bastante música en mi casa. Mi madre y mis hermanos tocaban el piano, teníamos piano en casa, mis hermanas oían los Beatles, teníamos un tocadiscos también, la tele y la radio los tengo muy presentes como el recuerdo más remoto, la música de tríos.. el rocanrol, yo nací en 1957, así que todo esto tuvo lugar a fines de los años 60, aquí en la ciudad de México.

Desde chico tuve muy claro que me interesaba la música como para dedicarme a ella, pero no sabía cómo entrarle, no sabía por dónde llegar a la música, y no quería tocar el piano. Así que en cuanto pude me adueñe de una guitarra que andaba por ahí en la casa y ya nunca la solté. Pobre guitarra acabó desecha, ni la sabía afinar. Mis primos también tocaban guitarra así que me ensañaron mis primeros acordes, me dije: tengo que empezar. Mis primos me pasaron tips y poco a poco se empezó a hacer el camino. Lo que tenía claro —no sé de dónde viene este prejuicio, porque claramente es un prejuicio— es que no debía pasar por la escuela, que era un error ir a la escuela de música. Yo creo que era parte de la mentalidad de la época, del caldo de cultivo de ese entonces, de rechazar las instituciones educativas. La idea era que había que evitar los conservatorios y las escuelas por que le daban en la torre a la creatividad. No sé de donde viene exactamente eso, pero estábamos, al menos yo, muy seguro de ello. El caso es que yo fui autodidacta. Con enciclopedias que había en la casa aprendí yo solo las escalas, ciertas reglas, diferentes técnicas. Aprendí los intervalos, las escalas mayores y menores, los modos también y los acordes más o menos. El caso es que tenía esta idea de entonces: lo que aprendes solo es mejor, tiene más valor… No sé de donde saqué esta idea pero siempre estuvo presente.

¿Lo sigues pensando?

¡Claro! Se le digo siempre a mis alumnos, que lo que aprendan por ellos mismos es clave. Que busquen y encuentren por sí mismos, ¡que encuentren cosas!

Entonces vienes en buena parte o inicialmente del rock

Por supuesto, la guitarra eléctrica es mi instrumento. Toqué muchos años en bandas de rock y toqué muchísimo…

No lo sabía. Y qué clase de rock profesabas, ya ves que había desde grupos de covers hasta grupos que pretendían hacer algo más original o propio… ¿qué te gustaba, a qué querías sonar?

La gente con la que yo toqué teníamos muchas deficiencias musicales, por ejemplo yo tenía una guitarra que era muy difícil ajustar, no la podía afinar… era una Fender Mustang y no se podía afinar aquello, era una gran frustración de por medio… pero aún así, la gente con la que tocaba queríamos hacer cosas originales, pero terminábamos tocando covers de Deep Purple y esas cosas… yo no estaba satisfecho con lo que hacíamos, con lo que hacían los demás… a mi me gustaba el rock progresivo por supuesto, me parecía el grado máximo de rock que se puede encontrar: Yes, King Crimson. Yo quería tocar así y todos me decían: estás loco, no se puede, cálmate, esto está muy lejos. O sea, siempre hubo una gran frustración ahí, ya sea por que las cosas no funcionaban, no teníamos buenos aparatos, en las tocadas pagaban una miseria. Son los años 70. Yo toqué en un hoyo fonqui famosísimo en Tlatelolco, en el lugar de Paco Gruexo, le abrimos a Three Souls in My Mind… ¡imagínate! Échale dónde andaba yo, es lo que había… eran unas tardeadas…no había más. Se ponía muy feo, estaba muy agresivo ese momento en el rock, recuerdo que nos tocaron varias broncas.

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Imagino que eso no es lo que te atraía del rock… ya ves que son distintas las razones por las que uno se siente llamado, interesado, no siempre es por la música… o no solamente…

Te entiendo, cosas exteriores. Yo no sé bien qué pensaba, sólo sé que era lo único que había y decía: pues vamos a hacerlo. Y allí íbamos otra vez… de vez en cuando había una tocada, los fines de semana y eso era lo que teníamos en esa época. No había ninguna otra opción.

¿Hay una transición para ir de la guitarra eléctrica hasta la música electroacústica, o las vez como 2 cosas radicalmente distintas?

Cada vez me pareció más claro que si quería hacer progresivo, si quería hacer buena música instrumental de rock tenía que pasar por la escuela, ni modo. Me dije, voy a tener que aprender solfeo, composición, por que yo no entendía cómo se hacía esta música, era para mi un misterio ¿cómo se crean estas rolas larguísimas de progresivo? Los mismos músicos de rock progresivo, en sus entrevistas, hablaban de John Cage, de Stockhausen, etcétera. Entonces, claro, poco a poco te empiezas a ir para allá. Yo me compré mi primer disco de John Cage antes de entrar a la universidad, y los primeros de Stockhausen recién entrando. Cuando estaba en primer año de la Nacional de Música pusieron en el cine 2001 Odisea en el Espacio —que yo había visto de niño— y saliendo de ahí de inmediato me fui a comprar el disco, y ahí se acabó todo. Eso es lo que yo estaba buscando… quedó claro para mi. De hecho yo pensé que era música electrónica.

¿Que fue un poco lo que pretendía Ligeti no?

Bueno, que yo sigo haciéndolo. Pensando y componiendo la música instrumental como si fuera música sintética y viceversa. Que el universo instrumental y el universo electrónico no se contrapongan, que más bien sea pueda ir de uno al otro, y que se puedan ver cada uno desde el punto de vista opuesto.

Ahora, hacer música electroacústica me costó mucho trabajo. Ya que estaba en la academia la música electrónica me costó muchísimo, formalmente me pareció muy, muy difícil… Además no había nadie que hiciera improvisación, ni experimentación en esa forma, con esos medios aquí en México. Ni electroacústica.

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Aparte de Ligeti, ¿recuerdas si tuviste alguna influencia de lo que ocurría o se producía en México, o estabas ensimismado en tu propia cosa?

Había muy pocas cosas en realidad. Mira, en la misma preparatoria en la que yo iba estaba Carlos Robledo, tecladista de Decibel, y en esa época conocí a Walter Schmidt… y bueno, eran muy arrogantes déjame te digo, eran muy solemnes, muy subidos… pero tal vez eran ellos los únicos que recuerdo haciendo lo que nadie. Recuerdo un concierto de Decibel en la Sala Chopin, muy agresivo, se salió mucha gente, fue un palomazo y al mismo tiempo estaban recitando a Antonin Artaud. Yo ya estaba en la UNAM, así que no me impresionó en ningún sentido, pero es verdad que en ese momento no había casi nada, muy poco de eso, Puedo considerarlo un acercamiento, para nada una influencia, pero sí era algo fuera de lo común… era de lo poco que había. Ya no supe qué hicieron de treinta y tantos años para acá…

¿Y del ambiente de los compositores, no había algo similar a fines de la década de 1970?

Yo fui al primer Foro de Música Nueva, por ejemplo… y también fui a los antecedentes, porque hubo unos antecedentes al Foro, los conciertos del CENIDIM, los conciertos de la Biblioteca Benjamín Franklin… legendarios, en donde tocaban a Cage, a Georg Crumb. Alicia Urreta tocó allí, y vino gente muy buena a tocar pero fuera de eso no había nada, nada.

Mencionas Alicia Urreta, ya ves que de por sí no había muchos compositores contemporáneos, mucho menos mujeres, ¿ella era quien tocaba a Cage?

Si, ella era la que tocaba a George Crumb también, tenía sus composiciones y tocaba bastante, también hizo cositas de electroacústica. Quienes también tocaban a Cage fueron Ibarra y Enríquez, tenían un dúo y tocaban también a Crumb. Y también cosas de ellos, claro que si ves el nivel con lo que hay ahora no se compara ni tantito…

¿Con el nivel te refieres a lo técnico?

Si, el nivel técnico, de interpretación ¡y de composición! Hoy los instrumentistas son muy buenos, los compositores también, hay una diferencia bestial… Tu lo ves, con todo respeto para el maestro Ibarra y Enríquez, ya no se sostiene lo que hicieron, yo creo que no, pero bueno, eso está abierto a discusión. Recuerdo las conferencias de Manuel Enríquez donde explicaba cómo componía, y lo pienso ahora y digo… ¡hay cabrón! De plano decías ¿¡qué onda!? Te puedo contar una anécdota de una conferencia en la que estaba el maestro Enríquez y alguien le preguntaba qué hacía cuando componía, y el decía: miren, es bien fácil… Desafinaba el violín, ponía unos puntitos ahí en un pentagrama, luego tocaba unos pizzicatos, ptuunn, ptuunn, ptuunn, ptuuun, y luego un glissando… pfsfsssssfsfsfsfsss, y ya. Todo mundo nos quedábamos perplejos. ¿Qué debes pensar de eso? O sea, muy ligero el hombre ¿no? Federico Ibarra siempre fue más serio. Y fíjate que nunca hablé con Enríquez personalmente, porque como yo era muy cercano a Julio Estrada y tenían entre ellos una rivalidad muy fuerte, nunca hablé con él, no se me hizo hablar con él.

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Tú ya sentías que el discurso era muy pobre… lo digo con un afán constructivo, ya ves que no se da mucho entre los mexicanos dialogar sobre esto más abiertamente. . .

Es que es muy duro hablar de esto aquí… siempre lo ha sido y lo sigue siendo. Yo lo veía así porque ya estaba en contacto con Julio Estrada, y él les echaba durísimo a todos ellos, él veía cómo éste o aquel compositor tenían tales problemas, cómo el otro no construía, aquel otro era muy poco inventivo, al final su trabajo, como el de otros de esa época, era muy anecdótico, su música dependía de la anécdota. Estrada no lo decía así, pero quería señalar que una buena parte de los compositores contemporáneos mexicanos de ese entonces eran superficiales… y yo para esto, en aquella época, tampoco entendía muy bien de qué fregados se trataba esto. Porque igual yo me tardé mucho, yo soy un poco tardío en muchos aspectos… a pesar de que yo estaba en la maestría, había cosas que no entendía de la composición y menos de la composición electroacústica….

Ya pasamos por Decibel y ya estamos en la música contemporánea, en la escena que tenía lugar en esa entonces, tú estás en la Nacional de Música. ¿Qué año es?

Julio Estrada se sabe que estaba en contra de todos, o casi todos, ya sean compositores, funcionarios y sus propios discípulos, aunque casi todos los que han estudiado con él reconocen una influencia muy importante e innegable. ¿Cuál es tu experiencia y cómo heredas esa manera de ver a los demás compositores y a la composición misma?

Para empezar ¿cuántos compositores activos crees que había en los años 70? Bueno, en 1977.

¿Alrededor de 10, 15?

¡¿Diez?! No, había cuatro: Mario Lavista, Manuel Enríquez, Federico Ibarra y Julio Estrada. Nada más. Por otro lado estaban los de la Liga de Compositores, pero hasta allá, arrinconados… pobrecitos, eran una especie de “nacionalistas moderados”, “neo-nacionalistas” medio “serialistas nacionalistas”, unas cosas raras… que descendían un poco de Moncayo, del Conservatorio, ese linaje. También estaba un maestro que era muy buena gente, él me hizo mi primer encargo… Leonardo Velázquez, que murió ahogado en Cuba. Y bueno, el maestro de composición de la Nacional de Música, era un viejito que no componía, Juan Antonio Rosado, era el titular de composición pero yo no le conocí una sola composición, nada… era el maestro oficial de composición. En la tarde estaba otro señor que tampoco compuso nada. Eran los maestros de composición oficiales. Porque a Julio no le dieron chance de dar la materia de composición. Para nada, cuando entró al Instituto de Investigaciones Estéticas tenía que dar 3 horas de clase, y ahí tenía a sus alumnos de composición… que aprovechó para enseñar sus ideas pero no era realmente una asignatura de composición. Tenía siempre 3 o 4 estudiantes. Por ahí pasó mucha gente… Eduardo Soto Millán, Javier López, que luego desapareció, era muy activo e hizo muchas cosas pero ya no supe qué pasó con él, creo que se dedicó a cantar…en fin, varios que tomaron composición con él.

Este era el trasfondo… era lo que había. Además Julio tenía un programa en Radio UNAM, un programa increíble, dedicó varios a la música de Ligeti, a Stockhausen… varias cosas así… Yo lo admiraba mucho… Luego pasó que se quedó sin alumnos entonces hizo una convocatoria, fue mucha gente a entrevistarse con él para ver si se quedaban de alumnos, yo no fui porque la verdad me sentía muy cohibido, me parecía un poco inalcanzable… estamos hablando de 1979. El caso es que abrió un seminario, porque clase de composición, como te dije, no tenía, ni tuvo hasta mucho después. Total, como vio que había mucho interés hizo este seminario de composición, pienso que es el antecedente del que sigue teniendo ahora. El caso es que ahí ya le mostré una pieza y me preguntó por qué no pedí entrar con él y le dije que me daba vergüenza, que me sentía cohibido que no… él me dijo que estaba muy bien la pieza en fin, y pues a partir de ahí se creó una relación.

Yo siempre sentí que no tenía el nivel que él esperaba… porque él espera… no sé ahora cómo será, pero él esperaba el mismo nivel que él tenía de experiencia musical de los alumnos, lo cuál es un poco extraño… un poco incongruente… pedía un nivel demasiado alto de comprensión de muchas cosas… no sé, haber analizado y entendido Stockhausen; toda esa música haberla comprendido. Y ni siquiera la conocíamos bien, eso no te lo enseñaban en ninguna lado, en la escuela no teníamos ni siquiera una clase de acústica, y él asumía que ya sabíamos todo eso… y además que lo habíamos asimilado. Luego nos decía: “vamos a hacer unas piezas para piano y esto y lo otro…”, y me pedía que resolviera una serie de cosas pero luego pues no salían… y me empezaba a angustiar muchísimo… no se me ocurría cómo… estaba yo un poco trabado… el caso es que después me fui… Él estaba dando clases en San Diego cuando ocurrió esto y yo lo veía cuando él regresaba de vacaciones a México… porque yo tuve mucho contacto con Julio durante muchos años, como 5 años continuos.

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¿Y qué aspectos de Estrada están más claramente vivos en tu trabajo el día de hoy?

El concepto de imaginación. Incluso lo menciono abiertamente en mis clases, que es algo que aprendí con Estrada: que lo más importante es la imaginación. Que ninguna técnica que les enseñe ningún maestro en ninguna escuela puede ser tan importante como desarrollar su imaginación, las técnicas se desarrollan a partir de la imaginación. Sin eso la música está muerta, no tienes nada. La gente que da clases de técnica me parece tristísimo, y la gente que usa las técnicas que aprendieron en una clase para hacer su música también. Pero bueno… Y luego entender dónde está la imaginación, dónde la podemos escuchar. Eso ya con el tiempo lo ves: en toda esta gente que es muy buena ¿no? en Weber, en Varése, en Ligeti… entender dónde está lo imaginativo en su música, eso es con lo que yo empiezo mis clases de composición. Yo no comienzo enseñando técnicas, sino la relación entre notación e imaginación, inmediatamente. Tratar un poco de mover la imaginación, le digo yo… No hacemos una sonatina por ejemplo, no le veo sentido. Es importante asimilar la armonía, claro, pero, ¿qué es la armonía? Vas a la escuela y te enseñan qué son las tríadas, que hay que enlazarlas, etcétera, pero esa me parece una visión muy pobre de la música; también el solfeo me parece una visión muy pobre del a música. Pero bueno, en fin. La imaginación es lo más importante para mí, eso no te lo va a enseñar nadie: es tu vida, es lo que tú oyes, lo que tú experimentas, es quien eres. Entonces hay que estimularlo inmediatamente porque si no después revivirlo es muy difícil… yo he conocido gente que lleva 8, 9, 10 años estudiando música y les digo olvídate de todo lo que sabes porque eso no sirve para nada, esos son símbolos nada más. Pero, ¿dónde está tu imaginación? ¡Suéltate! ¿Y qué pasa?, pues que te dicen: uy no puedo.

¿Entonces si hay un efecto petrificante que está en la escuela? La idea de que la música es básicamente un leguaje que se transmite como tal… en cierta forma paraliza la imaginación…

Aprender música es aprender a manejar una simbología. Pero eso no es la música. El solfeo tampoco es la música, las tríadas no son la música. O sea, hay que entender lo que está detrás, eso es lo importante. Por la manera en que las escuelas enseñan la música, los músicos también tienen esa visión muy limitada de lo que es el arte, incluso de lo que es la música… si no hay un pentagrama se pierden, necesitan esa referencia, que además es un símbolo muy pobre. Como bien dice tanta gente —y yo también lo pienso: la música no está en la partitura, hay cosas que no se pueden escribir… afortunadamente. Sería terrible. Hay que interpretarlo, hay que tener un bagaje cultural, educativo, una experiencia que te permita reproducir lo que es importante, y sí hay una parte que tienes que recrear, pero también que crear. Fuera de la escritura.

En este sentido ya no puede establecerse la división tradicional del trabajo musical.

Por supuesto que no. Por eso me metí en problemas en el comité de becas del instituto de cultura de Querétaro. Cuando veo que hay por un lado becas de creación y por otro becas de interpretación. Yo digo que son lo mismo. Y luego llegaban los jurados externos y me decían: “está mal esto”… nosotros no somos compositores.” No lo son, pero hay una creación ahí, en la interpretación. . . si no cómo te explicas a Glenn Gould.

¿Esto lo percibes una vez que te vas a estudiar fuera de México, cómo ocurre esta etapa, como sigues definiendo tus intereses?

Gracias a Julio me pude ir a San Diego, fue un impulso importante para mi, de alguna manera me ayudó. Yo recuerdo que pensaba: “¿cómo voy a hacer una maestría en Estados Unidos, de dónde, tú crees?” Y el me decía claro que si hombre… y efectivamente la Universidad de California en San Diego me aceptó y me becó… en aquel momento había mucho dinero para los estudiantes extranjeros. Y al final hice una maestría y un doctorado. Luego tuve la suerte de que llegó Brian Ferneyhough y bueno, eso fue muy importante para mi trabajo, conocer ese lado que no tiene nada que ver con Julio Estrada, en cierta forma es su antítesis. Es la otra parte, es otro lado de esa parte de la imaginación pero no se conceptualiza de la misma manera… está dada por hecho.

¿Qué quieres decir con que está dada por hecho?

En México tenemos muchos prejuicios que el medio ha generado respecto a lo que deben hacer los músicos; lo que es un buen músico, lo que es debe ser una clase de composición… Qué se la pasaban diciendo todos estos compositores oficiales, famosos —que incluso conocí a muchos de ellos, algunos bien viejitos, como Mabarak—, todo el tiempo te decían : el oficio de la música es lo esencial, lo más importante, lo primero y lo único que hay que buscar en la música. Dominar el oficio de la música. Siempre te hablaban de eso.

Es verdad que cuando conocí y entrevisté a Héctor Quintanar era muy insistente en eso. En dominar el oficio de la música.

¡Por supuesto! Es una cosa que les preocupaba muchísimo… qué se la pasaban diciendo todos estos compositores ya más grandes, comparándose con Estrada, con Federico Ibarra o Lavista. Decían, “yo si tengo oficio…primero hay que tener oficio y ya luego haces cosas bien fundamentadas”. Les parecía que toda esta gente no tenía oficio… Claramente a Julio Estrada lo veían así, sin oficio. La palabra que usaban era “farsante”. Y bueno, decían lo mismo de los demás… de Enríquez, de Ibarra.

Y la conclusión a la que llegué o que tengo es que en otros países no se habla de eso nunca, nunca… llegas con Ferneyhough y claro que no te va hablar del oficio; o vas con Lachenman y claro que no te va a decir que “hay que tener oficio”… todo eso se asume. O sea, lo que quiero decir es que ¡¡estamos sumidos en la obviedad!!

En Alemania alguien que no tenga una superpreparación no se va aventar a componer, eso se asume, que sabes lo que hay que saber; que tienes el bagaje cultural, técnico, musical, que tienes la preparación, que ya pasaste por las sonatas de Beethoven, que hiciste música de cámara, etcétera, etcétera… Lo mismo un poco pasa con la imaginación, es algo que ya se asume, una vez que llegaste a ese nivel… al menos con Ferneyhough…

Morales también me mencionó a Ferneyhough, estaba en San Diego… ¿es de la misma generación de Estada?

Si, es justamente de la edad de Estrada, se llevan como 2 meses. Lavista, Estrada y Ferneyhough son de 1943.

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Entonces sales de licenciado en composición y te vas a San Diego. Digamos que sigues con tu viaje personal de comprender qué demonios es la composición, pero ya estabas haciendo cosas.

Ya estaba componiendo, si, un poco por iniciativa propia —otra vez por iniciativa propia— como te conté, conocí a Ligeti porque fui al cine… aunque yo ya había visto 2001 Odisea en el Espacio cuando tenía 10 años… y me impresionó muchísimo, en el cine Latino, en una pantalla gigantesca… yo creo que en la sala éramos como 5 nada más. Y en la entrada te daban un papelito en donde te explicaba la película… por que estaba cañón ¿no? (risas)… te la explicaban (más risas).

Y buen me tocó una época en la que había muy buenas tiendas de partituras… en avenida Reforma estaba la Ricordi, que era una tienda gigantesca de partituras y ahí me encontré justamente una de Ligeti y la compré, por supuesto, y me acuerdo perfectamente que me costó 100 pesos de aquella época, que no era tanto, yo creo que son como 200 pesos de ahorita. Bueno, compré Atmósferas de Ligeti, la reducción, y me la estudié, claro…. Y de ahí salió mucha música que hice luego. También gracias a eso hice mi primer cuarteto que fue el que vio Estrada y le gustó bastante y gracias a eso se tocó mi pieza en un concurso de composición y la grabaron en un disco, una piececita de cámara… era un concurso de la UNAM, el Lan Adomián en 1980, lo hicieron como 3 veces, en esa ocasión lo ganó Ibarra, yo obtuve una mención y bueno, se tocó mi pieza y de ahí salió un disco, mi primer disco que se grabó como en 1982. Lan Adomián, era un compositor que vivía aquí en México y que se murió por aquellas fechas, escribió un par de libros, La Voluntad de Crear si mal no recuerdo, se llamaba uno. Su música no me entusiasmó mucho pero andaba haciendo cosas locochonas…

¿Cómo retomas la electrónica, una vez que eres estudiante de composición?

Pues acabé la licenciatura y me fui a San Diego. Siempre tuve la idea de hacer electroacústica y entonces tomé la clase de música electrónica, un curso con sintetizadores analógicos así grandototes… con cintas de carrete … eso me costó mucho trabajo pero me encantó, me gustó mucho… no hice nada interesante pero estuvo muy bien. Y luego traté tomar el curso de música por computadora y eso si estaba muy difícil… Había que programar y entonces ahí estábamos estudiando “lenguaje-c”. Y bueno, tenían una súper computadora ahí en San Diego…

Y en los ochentas. . . me imagino. Si la notación, como dices, te puede alejar de la música ahora la programación, el código… Muchos llegan a ese punto y chocan, lo dejan ahí porque les interesa la música, pero no la informática, el tiempo que necesitas invertir sólo en eso… ¿tu cómo atravesaste por eso?

De plano lo dejé. Y curiosamente me pude comprar un sintetizador y una grabadora de 4 tracks de casete y con eso hice muchos experimentos y luego me compré un sampler… y ahí aprendí mucho del sonido, lo que sabía de acústica ahí realmente lo entendí bien, lo de los armónicos, los envolventes, comprender bien cómo era; cada armónico tiene sus envolvente, su amplitud… me fue cayendo el veinte de muchas cosas e hice muchas tonterías también… pero es parte de lo mismo, otra vez ¿no?: ser autodidacta.

 

 

Lo sagrado y lo profano

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Utilidad de la belleza
Kathleen Raine
Editorial Vaso Roto
 2015
104 páginas

Aunque la práctica demuestre lo contrario, una de nuestras más anheladas utopías ha sido querer gozar de una existencia placentera basada en la plenitud y el bienestar, un poco como aquel orden perfecto que planteaba Aldous Huxley en su célebre novela. Pero tanto en Un mundo feliz como en la vida real el precio a pagar es demasiado alto: una sociedad constituida por autómatas en donde la libertad ha sido suprimida y en la que todo tipo de expresión emocional y artística es inhibida y castigada. Una existencia totalmente plana, atrapada entre el facilismo y las falsas promesas del progreso. A día de hoy no estamos muy lejos de todo aquello, de hecho, somos también víctimas de nuestras propias idealizaciones, ambiciones y, lo que es peor, de nuestra incurable vanidad.

La poesía contemporánea —salvo ciertas excepciones— se ha visto afectada por los mismos factores, pues se ha alejado de sus orígenes, desligándose cada vez más de aquella carga órfica y simbólica y se ha visto reemplazada por versos de corte descriptivo y de bajo vuelo, carentes de sentimiento, o por meras cacofonías, en aras de una revolución lingüística mal entendida. En tal sentido, la obra poética y ensayística de Kathleen Raine, una de las voces británicas más prominentes de las últimas décadas, es un tenaz esfuerzo por recuperar esa poesía ligada más a las revelaciones y a las epifanías que a la superflua cotidianidad, al oscurantismo académico y al cinismo como mero entretenimiento.

En Utilidad de la belleza se reúnen tres breves ensayos en los que Raine reivindica oportunamente la tradición que concebía la poesía, lo sagrado y el conocimiento como una inquebrantable unidad. Apoyándose en Plotino, los neoplatónicos, el pensamiento órfico y mitológico, la metafísica de Platón, el misticismo de William Blake y en los arquetipos de Jung, la autora replantea el rol de la belleza en el mundo actual, en el que ha sido reemplazada por un materialismo positivista que nos ha llevado casi a la deshumanización. Al respecto comenta: “Tampoco deberíamos olvidar que la naturaleza —naturaleza humana— es el espejo de las formas que se le ponen ante la vista, y el hombre que frecuenta las máquinas, como dice Blake, se convertirá en aquello que contempla”.

Muy bien concatenados entre ellos, abre el volumen el artículo “Sobre el símbolo”, en el que defiende y señala la importancia del discurso simbólico en la poesía, ya que esta permite establecer a un tiempo relaciones entre los diversos planos que ofrece la realidad, lo metafísico y lo espiritual. Aquí la imaginación cumple un rol importantísimo porque va más allá de la historia y es, asimismo, una puerta hacia el mundo de las ideas y el acceso a los símbolos que guardan reposo en nuestra psique. El símbolo, por tanto, “es un lenguaje que engloba un todo en cada una de sus partes”, y el poema, como texto simbólico, debe estar orientado hacia un significado más profundo que a la simple enunciación o enumeración de hechos cotidianos.

En el siguiente, “Sobre lo mitológico”, resalta la importancia de los mitos en la configuración de la imaginación del hombre, pues no dejan de ser narraciones en las que confluyen diferentes y numerosos símbolos que constituyen una sólida unidad discursiva (no confundirlos con una suma de símbolos: están todos entrelazados). Su naturaleza dinámica y transformadora los hace eternos y fundamentales, ya que “expresan procesos, la progresión de la vida imaginativa”. Sin embargo, pese a que en ellos se conservan los arquetipos que nos han definido desde los orígenes de la civilización, actualmente los mitos son tenidos como relatos ficticios, han perdido peso y presencia en nuestra imaginación. Para la autora, este alejamiento explica la grave crisis de la poesía anglosajona del siglo XX; en realidad, el diagnóstico es el mismo para todas las artes en Occidente, preocupadas más por el consumo y la esterilización cultural de sus poetas.

Finalmente, en “Utilidad de la belleza”, Kathleen Raine carga sus dardos contra el materialismo y positivismo que han privado de imaginación a los poetas. El poema ya no conmueve ni conmociona, se ha convertido en un medio que reproduce palabras y que nos ameniza la tarde con frases ingeniosas y versos destinados más a impresionar a los miembros de un jurado en un premio que a un experimentado lector de poesía. Es tanta la pobreza lírica contemporánea que ya casi no se comprende el profundo sentido en Dante, Homero, Milton, Shelley, Blake o Yeats para quienes la poesía revelaba un saber, una verdad; eso que Raine concibe como belleza, la que casi hemos olvidado o somos incapaces de percibir, o que simplemente ya no entendemos.

Si bien se trata de un libro pequeño y compacto —apenas supera el centenar de páginas— es bastante denso y, sobre todo, intenso. No obstante, y aunque su argumentación está justificada, es quizás esa intensidad la que hace olvidar a Raine que la poesía es un todo y que no hay una materia o un tema por encima de otro, por lo que la separación entre los distintos conceptos (elevados y materialistas) que presenta resultan inoperantes. La Poesía no deja de ser una forma más de la expresión humana. Lo que sí es evidente en la obra es que el tipo de poema que ahora triunfa presenta un corte más superficial, redundante y efectista. Por este motivo, Utilidad de la belleza se erige necesaria y fundamental hoy más que nunca para afrontar con mayor dignidad el vacío de nuestra era. Lo que muchos no saben —o no quieren saber— es que la poesía y el canto comparten la misma máxima: la potencia de la voz proviene siempre de dentro, allí donde nuestros fantasmas y demonios conviven con nuestros ángeles y fantasías. Precisamente allí, en aquel recóndito lugar donde nos es menos conveniente hurgar.

 

 

Reinhard Huamán Mori

Eivissa, 15 de abril de 2016

El camino de la autoexpresión

 

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“Querida, encuentra lo que amas y deja que te mate. Deja que consuma de ti tu todo. Deja que se adhiera a tu espalda y te agobie hasta la eventual nada. Deja que te mate, y deja que devore tus restos.”

–Charles Bukowski

 

“Los dos días más importantes de tu vida son: el día en que naces y el día que descubres para qué”

–Mark Twain

El proceso de la evolución humana nos ha conducido a un alto sentido de la individualidad, y de este efecto correlacionado con nuestro desarrollo dentro de la cultura surge la necesidad de expresar esta individualidad. Cuando esta necesidad se ve frustrada por las condiciones de nuestra vida social (el estrés, la falta de idealidad, la apatía, la envidia, la flojera, etc.), que son efectos propicios dentro de una sociedad de masas, se desarrollan tendencias auto-destructivas. En estas condiciones, la necesidad de la autoexpresión adquiere formas distorsionadas y se transforma en una pelea por el éxito y el deseo de poder.

Poner énfasis en la autoexpresión agrega una nueva dimensión a nuestra biología ya que ésta íntimamente relacionada con nuestra supervivencia. En New Paths in Biology, un estudio realizado por Adolph Portmann, señala que “hay innumerables ejemplos de cómo la autoconservación y la autoexpresión se combinan en un mismo y único órgano”. Habla de la laringe como ejemplo y hace referencia al acto de comer, hablar y cantar. La expresión individual no sólo exterioriza un sentimiento interno, sino que tiene funciones que amplifican nuestro nivel de existencia.

La psicología es la nueva dimensión que se agrega a la biología en cuanto al énfasis puesto en la significación de la autoexpresión. Lo que se expresa en el exterior refleja lo que sucede en el interior de un organismo. Alexander Lowen famoso psicoterapeuta y autor de La Experiencia del Placer explica que “La autoexpresión como aspecto manifiesto de la individualidad corresponde al autoconocimiento y a la autopercepción como aspectos internos o psíquicos de la existencia individual.” Pero este mundo interior no es exclusivamente un fenómeno mental. Nadie puede localizar el mundo interior, ya que aunque apreciemos la importancia central del cerebro, sabemos que la vida interior involucra al cuerpo en su totalidad. Tal vez no tenemos un brillante plumaje como el de los pájaros o la majestuosidad de otros mamíferos, pero los hemos reemplazado por nuestros productos creativos: el arte, artesanías, ropa que usamos, edificios que construimos, cantos y bailes que son todas las manifestaciones de éste impulso básico.

Todos los productos creativos son necesariamente conscientes, y en consecuencia el yo juega un rol importante en la formulación y desarrollo de éste impulso, aunque su origen viene de una inspiración inconsciente y su objetivo es producirnos un sentimiento de satisfacción. Una persona que escribe un libro, por ejemplo, expresa su individualidad en este acto creativo, experimenta placer en la actividad y satisfacción con el resultado (a veces). “He escrito un libro” es la autoexpresión a nivel inconsciente y corporal que satisface sus necesidades más puras e intrínsecas. “Yo escribí un libro” es la autoexpresión a nivel del yo y sólo le brinda satisfacción al ego.

Absolutamente todos los proyectos que emprendemos brindan estas satisfacciones duales, una a nivel físico y otra a nivel del ego. La doble recompensa corresponde a la dualidad de nuestra naturaleza. Somos actores conscientes del teatro de la vida y en consecuencia conocemos nuestro rol como individuos, pero frecuentemente, ésta autoconsciencia nos impide ver que formamos parte del esquema de la naturaleza, ya que vivimos dentro de un cuerpo y la evolución y satisfacción de éste cuerpo depende de la armonía que tenemos con la naturaleza.

Cuando dejamos de observar ésta sincronía, nos volvemos más concientes de nuestra individualidad y terminamos por creer que todo lo que construya nuestro yo aumenta nuestro interés individual. Dado que somos seres autoconcientes con una imagen diseñada por nosotros mismos, no somos ajenos a lo que proyectamos. La imagen es importante porque es lo que nos representa, pero no es lo único que somos.

La autoexpresión a través de nuestra identificación con el yo nos hace sentir que formamos parte de la sociedad, que participamos integralmente dentro de ella y la hace parecer un sustituto pobre del objeto real, que es la autoexpresión a través de la creatividad. Todo acto consciente de autoexpresión aparentemente está incompleto si no provoca una respuesta social, de ahí una de las grandes atracciones de las redes sociales. Una acción creativa que pasa inadvertida, generalmente produce un sentimiento de frustración. Aparentemente todos necesitamos alguna validación social de nuestra individualidad, sin este reconocimiento, es difícil mantener una “identidad”.

Pero nuestra identidad y nuestra autoconfianza sólo deben desdoblarse y proyectarse en la sociedad, no deberían ser configurados originalmente con un valor ajeno a nosotros. Todo acto que tenga la intención de drenar nuestra dimensión creativa debe ser producido independientemente de su validación social, sólo de ésta forma puede producir el placer individual que buscamos en esa acción.

El fenómeno de la creatividad es una de las tecnologías que tenemos para transformar nuestro mundo, para imaginar nuevas posibilidades. El único lugar sagrado del cual tenemos evidencia empírica es el de nuestra “zona creativa”, el reactor de los productos extáticos de nuestra imaginación, que se manifiestan cuando el ego se encuentra en un estado de disolución. Esta zona con sus respectivos estados de flujo empiezan a ser estudiados por la neurociencia – han encontrado que al entrar en ésta zona se disminuye la actividad en el cortex prefrontal lateral, la parte del cerebro responsable por la autocrítica y la autocensura, y en este trance, empieza a desaparecer de nuestra atención conciente el protagonismo del yo para dejar fluir al torrente de la intuición creativa.

Es en nuestra “zona creativa” donde dejamos ir todas nuestra aprehensiones y nuestros apegos con los resultados de la obra y nos concentramos tan sólo en la fluidez de su creación, entrando en el reino numinoso de la imaginación, de lo que se podría considerar una virtuosidad magistral. Es en ese espacio, en esa dimensión, donde el flujo creativo hace que los sueños se vuelvan reales.

Un claro ejemplo de éste estado sincrónico lo menciona Elizabeth Gilbert en la anécdota de los bailes que se llevaban acabo hace siglos en los desiertos de África del Norte. La gente organizaba bailes sagrados con música a la luz de la luna que duraban hasta el amanecer. Los bailes eran hipnóticos debido a que los bailarines eran profesionales. Pero de vez en cuando, muy raramente, algo pasaba, y uno de estos interpretes se volvería trascendente. Era como si el tiempo se detuviera, y el bailarín pasara por una clase de portal, no estaba haciendo nada diferente de lo que había hecho las mil noches anteriores, pero de alguna manera, todo se alineaba. De repente, no parecía ser un simple humano. Estaba iluminado internamente por un ente divino. Y cuando esto pasaba, en esos tiempos, la gente reconocía el momento, y lo llamaban por su nombre. Juntaban sus manos y empezaban a cantar, “Allah, Allah, Allah”. Cuando los moros invadieron el sur de España, llevaron esta costumbre con ellos y con los siglos la pronunciación transmutó de “Allah, Allah, Allah” a “Olé, olé, olé,” que aún se escucha en plazas de toros, bailes flamencos y como motivo de asombro. Cada vez que alguien hace algo imposible, mágico, o milagroso, volvemos a utilizar ésta alabanza.

Se dice que el núcleo de la vida es nuestro propósito. Cada aspecto de nuestra cotidianidad, desde nuestra dieta hasta nuestra profesión, deberían estar alineados con ése propósito si queremos actuar con congruencia y significado en el mundo. Tomar el camino de la autoexpresión como propósito nos ayuda, no sólo a escapar de la vida cíclica, sino a convertir cada momento en una oportunidad de expresión del mismo. Ya no sólo queremos ganar dinero, tener un gran puesto en una empresa o una excelente carrera. Queremos hacer algo importante, queremos cambiar paradigmas, queremos significado.

El significado es el nuevo lujo.

Pero al igual que cualquier otro lujo, idealizamos al significado. Desde chicos se nos repite que lo único que tenemos que hacer es encontrar “eso”, esa maldita cosa para la que nacimos, el famoso “Follow your bliss” de Joseph Campbell, y que una vez que lo encontremos, todo entrará en un estado de sincronía mágica.

Y aunque es posible que experimentemos con muchas ideas o actividades creativas, encontrar ese significado nunca será fácil. Es una tremenda subida a una montaña de lodo, que confronta nuestra lógica, nuestras ideas preestablecidas y nuestros sentidos, pero que amaremos incondicionalmente, porque no hay de otra.

Como bien dijo Bukowski: “Lo que más importa, es lo bien que puedas caminar a través del fuego.”

Encontrar en la autoexpresión la pasión y el propósito de la vida es el proceso de pasar por el fuego. No sólo despertamos un día siendo felices al hacer algo para siempre. Al igual que la muerte, es una transformación catártica que nos ayudará a trascender.

Twitter del autor: @BienMal_
Con Info de:

-Alexander Lowen, La Experiencia del Placer
-Adolph Portmann, New Paths in Biology
-David Deida, El Camino del Hombre Superior

La metamorfosis orgánica de nuestro lenguaje

 

(Vladimir y Vera Nabokov, Suiza 1966 © Philippe Halsman)

(Vladimir y Vera Nabokov, Suiza 1966 © Philippe Halsman)

 

“Abrir la válvula que limita la conciencia coacciona la expresión, casi como si la palabra fuera una concreción de significado, una sensación a priori sin articular. El lenguaje es una actividad extática de la significación. A través del acto de hablar claramente, entramos en un coqueteo con el dominio de la imaginación. la fluidez, la facilidad, la idoneidad de la expresión de la que somos capaces es tal que uno es sorprendido por las palabras emitidas … Para el inspirado, es como si la existencia en sí se pronunciara a través de él “.

-Terrence Mckenna

 

 

Steven Pinker, profesor de psicología de Harvard, explica que el lenguaje surge a partir de la interacción entre las mentes humanas, no es de extrañarse que en la nueva era de la información encontremos una evolución acelerada del lenguaje debido a la interconexión entre personas de diferentes edades, nacionalidades y culturas en Internet, de hecho el lenguaje y la cultura están en osmosis constante, se alimentan y se reconfiguran mutuamente.

Lo vemos en la constante aparición de palabras coloquiales y jergas, en el cambio histórico de las lenguas, en la variedad de dialectos y en la formación de nuevos términos e inclusive nuevas lenguas. Entonces, podemos observar que el lenguaje no es tanto un creador o moldeador de la naturaleza humana sino más bien una ventana a la experiencia humana, a nuestros mecanismos cognitivos con los que conceptualizamos el mundo, nuestra realidad y al tipo de relaciones que gobiernan nuestras interacciones.

Resulta cada vez más difícil para los órganos institucionales que regulan el lenguaje poder adaptarse a la velocidad con la que éste se transforma. La forma en que nos expresamos requiere cada vez mayor flexibilidad debido a la inmediatez de comunicación que exigen las herramientas digitales a las que estamos circunscritos.

Existen muchas cuestiones y controversias acerca de la aparente distorsión del lenguaje que giran en torno a la pregunta: ¿Es el lenguaje quien gobierna nuestros pensamientos? ¿Cómo podemos decir lo que pensamos antes de escuchar internamente lo que queremos decir? Stephen Fry, comediante y escritor británico, aborda estos temas en su artículo “Don´t mind your languaje” (Que no te importe el lenguaje) Y es que al observar la evolución de cómo nos expresamos verbalmente hoy en día surgen cuestionamientos ortográficos y gramáticos que pueden ser vistos como imposiciones pedantes que estrangulan el flujo natural de nuestra comunicación.

Kart Kraus dijo “El lenguaje es la prostituta universal que debo convertir en virgen” lo que nos lleva a preguntarnos si existe una alta forma de lenguaje, una expresión pura y correcta de cómo debemos enunciar o si debemos continuar “prostituyendo” el lenguaje de la manera en que lo hacemos cotidianamente como bien dijo TS Elliot “el purificar del dialecto de la tribu”

En esta nueva era el uso libre y sofisticado de las palabras parece ser considerado elitista o pretencioso. La gente parece ser capaz de encontrar el placer sensual y sensitivo en casi cualquier cosa menos en las palabras de etiqueta. Las palabras opulentes, parecen pertenecer a otras personas, cualquier persona que se expresa con originalidad, encanto y frescura verbal es más probable que sea escarnecido, desconfiado o que genere una mala impresión. Ahora nos hemos acostumbrado a escuchar como algunos sustantivos se convierten en verbos, siguiendo el ejemplo de Shakespeare que convertía una palabra-acción en un sustantivo-palabra cada vez que podía. En términos de claridad de expresión no se necesitan seguir las reglas gramaticales en el lenguaje contemporáneo.

Un claro ejemplo de la evolución de nuestras expresiones linguísticas lo vemos en el famoso “texting” en mensajes digitales, Whatsapps, Facebook Messengers, tagging en Instagrams o Snapchats etc. El lingüista americano John McWhorter ha analizado de qué manera la complejidad emergente de “textear” nos ha llevado a cambiar la forma en que escribimos y hablamos, si es que así lo podemos llamar. Una de las ventajas de la escritura es que, al ser un proceso consciente, podemos mirar hacia atrás, se pueden hacer cosas con el lenguaje que son mucho menos probables que cuando hablamos.

El discurso casual es algo muy diferente. Los lingüistas han demostrado que cuando estamos hablando casualmente de manera natural, tendemos a hablar en paquetes/palabra de entre 7 y 10 palabras. El habla es mucho más holgado y telegráfico. Es mucho menos reflexivo a diferencia de la escritura.

Si podemos hablar como escribimos, entonces lógicamente se deduce que es posible también poder escribir como hablamos. El problema de ésta lógica se encontraba en las herramientas, en el sentido mecánico, era más difícil mantener el ritmo de la transcripción de la palabra en el pasado por la sencilla razón de que las herramientas no se prestaban para ello. En el momento en el que tuvimos en nuestra mano un dispositivo que puede recibir y mandar mensajes casi a la misma velocidad con la que se emite el habla, entonces surgen las condiciones que permiten que podamos escribir como hablamos. Y es ahí donde entra en juego el “texting”. Los mensajes de texto son muy relajados en su estructura. Nadie piensa en el uso correcto de mayúsculas o de signos de puntuación cuando textea, pero de ahí surge la pregunta, ¿Acaso consideramos esos signos de puntuación cuando hablamos? No, por lo tanto no lo hacemos cuando texteamos.

Lo que es el texting, a pesar del hecho que implica la mecánica burda de algo que podríamos llamar escritura, es el habla de los dedos. Ahora podemos escribir de la misma forma en que hablamos, aunque esto represente alguna forma de decadencia. Vemos esta flacidez general de la estructura en la falta de preocupación por las normas a las que estamos acostumbrados a aprender en el pizarrón del salón de clases, y es una sensación muy natural pensar que algo anda mal.

Pero el quid de la cuestión es que lo que está sucediendo es una clase de complejidad emergente, y para entenderlo, lo que queremos ver es la forma en la que este nuevo tipo de lenguaje desarrolla una nueva estructura, a pesar de sus nomenclaturas, abreviaciones, repetición de letras o signos de puntuación para hiperbolizar los puntos de inflexión.

Lo que podemos observar es que estamos desarrollando una nueva forma de escribir y hablar, ya sea porque estamos inmersos en una cultura que necesita expresarse con vehemencia e inmediatez, o por la memética de Internet que replicamos cotidianamente o porque seguimos las tendencias en lingüística que determinan las chicas adolescentes de la generación millenial con todo y los anglicismos que tales expresiones conllevan, pero de una u otra forma, usamos el texting paralelamente con nuestras habilidades de escritura y habla ordinarias, y eso significa que tenemos la capacidad de hacer las dos cosas. Un aumento de la evidencia es que el ser bilingüe es cognitivamente beneficioso. Eso también es cierto de ser bidialéctico en cuanto a la escritura. Y así, los mensajes de texto en realidad son una prueba de un acto de equilibrio que estamos utilizando hoy en día, no de manera consciente, por supuesto, pero como una ampliación de nuestro repertorio lingüístico.

La forma en que ha evolucionado nuestra expresión verbal no solo se puede observar en nuestras herramientas de comunicación/amplificación, también es intrigante la forma en que vestimos nuestro lenguaje dependiendo del contexto, de la misma forma en que nos ponemos un traje/vestido para una reunión importante o un esmoquin o vestido largo para una celebración, también adoptamos diferentes formas de expresarnos al enfrentar diferentes circunstancias – podemos usar lingüísticamente lo que queramos cuando estamos en nuestra casa o platicando con nuestros amigos, pero la mayoría de la gente acepta la necesidad de ponerse su esmoquin verbal en ocasiones que lo ameriten, ya sea en interacciones personales o vía emails de trabajo, invitaciones, artículos, ensayos, discursos, notas para Mula Blanca, etc. Pero eso es una cuestión de aptitud, no tiene nada que ver con lo correcto. Podemos afirmar que en nuestro tiempo ya no existe un lenguaje correcto o un lenguaje incorrecto de la misma forma en que no hay ropa correcta o incorrecta. El contexto, la convención, las circunstancias y el medio son el todo.

 

Con Info de:

-Stephen Fry – Don´t mind your language http://www.stephenfry.com/2008/11/04/dont-mind-your-language%E2%80%A6/

-John McWhorter: Txtng is killing language. JK!!! http://www.ted.com/talks/john_mcwhorter_txtng_is_killing_language_jk.html

 

La otra orilla de la creación

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 1.- El origen

La crítica es un territorio indeterminado, maleable y en continua transformación. Heredera de una tradición muy larga, la crítica ha sido un elemento punzante en la construcción de la literatura. Al inicio, la figura del crítico literario era fundamental para la creación del gusto de los lectores. Una especie de filtro que separaba lo prescindible de aquello destinado a superar la prueba del tiempo. Quizás, imagino, en los primeros tiempos el universo de los lectores no era tan amplio como ahora. El ensayista Robert Darnton ha investigado los procesos de selección y producción de lectura en la Francia revolucionaria y de la Ilustración. En su libro La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa nos ofrece un ejemplo bastante claro sobre el canon y sus límites que, antaño, no eran tan anchos. El último ensayo del libro: “Los lectores le responden a Rosseau: la creación de la sensibilidad romántica”, trata sobre un comerciante de La Rochelle, Jean Ranson, y la correspondencia con varios libreros que surtían los pedidos para su biblioteca. Gracias a sus cartas (47 entre otros documentos disponibles) conocemos sus gustos y los temas que incluían libros religiosos como la Biblia, obras de teatro de Molière, novelas como El Quijote y la infaltable Enciclopedia de Diderot y D’Alembert entre muchos otros. De esta forma tenemos un atisbo de lo que las clases ilustradas consideraban digno de atesorar y leer. La industria editorial, en boga desde la imprenta de Gutenberg, se había infiltrado en capas de la sociedad anteriormente ajenas a la letra escrita. Los libros buscados por Ranson ganaron un espacio en su casa gracias a un consenso social, un acuerdo tácito, construido por el tiempo. La diversidad aún era limitada por el tamaño del mercado, es decir, había aún pocos lectores. Otro factor era la censura que imponía la Iglesia y el poder político que obligaba a ediciones clandestinas y autores escondidos tras un seudónimo para no poner en peligro su honorabilidad. En este punto conviene imaginar cómo se establecía una lista de lo que se debía leer. Sin duda, como apunto, un primer filtro era la censura. Una vez superado ese obstáculo el libro se convertía en actor fundamental de la vida pública. Los textos se comentaban en los salones, en las calles; se combatían o apoyaban en panfletos y diarios. En esa coyuntura cultural el crítico aparece como una primera autoridad que sanciona la calidad y valor de las obras que eran comentadas. De esta forma, ese primer lector, sin ningún título que lo acreditara como tal, se ganó un lugar en el universo literario con argumentos y debates.

 2.- Un mundo cambiante

Se puede pensar que, en los tiempos actuales, la crítica se ha vuelto profesional. En efecto, se han multiplicado los medios de comunicación, plataformas de lectura, revistas impresas y digitales. La cultura, sobre todo en el primer mundo, ha crecido y creado una tradición que se ha apoyado, en gran parte, en la labor de la crítica que ha generado un consenso sobre qué valores artísticos deben perdurar. Sin embargo, esta actividad se está transformando gracias al crecimiento del mercado editorial. Es conocido que cada vez se publica más pero, paradójicamente, las cifras no van de la mano con una mayor diversidad de editoriales. En una visita rápida a cualquier librería o página electrónica se perciben muchas opciones, pero un examen más detenido muestra que dos o tres empresas gigantes dominan los estantes y que este dominio no es evidente a primera vista porque muchos sellos han conservado su imagen y formato a pesar de pertenecer a los grandes consorcios. Estos cambios han generado que la figura del crítico, que en el pasado ganaba un sueldo por su trabajo en un diario o revista, haya sido trastocada por el poder de los emporios comerciales que se acercan a él no para buscar un juicio o un debate sino para sumarlo sin tapujos a la promoción de sus novedades. Por estas razones algunas veces el crítico debe asomar la nariz lejos de los grandes circuitos de librerías para generar un diálogo desde los descubrimientos imprevistos y poner sobre la mesa obras que reten las convenciones de la literatura que sólo busca recuperar el dinero invertido en el menor tiempo posible. La crítica, además de diálogo, es una apuesta por el tiempo.

¿El crítico puede separar y ayudar a construir un sentido del gusto en los lectores en un mundo cambiante? Otro factor que incide en la ecuación es la aparición del libro digital e internet como una nueva posibilidad para publicar. La red es un espacio libre que, en el caso de la literatura, cambió el paradigma del papel como única vía para hacer público un escrito. Siglos de dominio de la imprenta y de un proceso técnico-artístico que incluía a varios trabajadores están siendo sustituidos por la autogestión. Portales, blogs y redes sociales se han transformado en vías para que el escritor principiante, el novato con espíritu pero sin técnica, cree la ilusión de que es autor de textos que son valiosos y que merecen codearse con cualquier creación hecha pública por otros escritores que han pasado por la mirada juiciosa de un editor o el director de una revista con prestigio. En una sociedad que fomenta el estrellato efímero, el protagonismo sin sustento, los textos sin calidad reclaman, por el sólo hecho de tener una apariencia literaria, el mismo lugar que los producidos después de un largo aprendizaje, una feroz batalla con las palabras. Aquí cobra importancia el editor que, más allá de su papel como figura clave en el proceso técnico para producir un libro, tiene la responsabilidad de seleccionar aquellas propuestas que considera valiosas. Siguiendo este razonamiento, podemos pensar que un buen editor es un crítico especializado que debe conjuntar el interés comercial con el artístico. Sin embargo, a pesar de lo fundamental de este rol, el ramo editorial lo está reduciendo a un trabajo meramente administrativo, sin libertad para ejercer su gusto y, lo peor, sin aprovechar su experiencia como lector. Hace no mucho tiempo, un conocido comentarista televisivo planteaba un escenario utópico fruto de la globalización y de la idea –bastante ingenua– del mundo virtual asumido como un dios que lo resuelve todo. Para este personaje el editor e, incluso, las editoriales subvencionadas por el Estado, son escollos que limitan la libertad del mercado para decidir qué títulos publicar. Esta visión ignora que la cultura literaria es una construcción que exige criterios y escalafones; no es el designio de compradores quizás motivados por una campaña publicitaria, tampoco un acto masivo y caótico cuyos productos fundan su legitimidad en el sólo hecho de existir, en ser escritos y compartidos. Es verdad que aún falta mucho para poder delinear el futuro del libro, sin embargo, la experiencia histórica dicta que es necesario un mapa, un actor que se esfuerce por encontrar patrones, delinear valores estéticos en medio de la inmediatez de miles de títulos publicados al año, que abarrotan estantes y páginas virtuales. Pretender que la auto-publicación es la libertad largamente añorada, que de la vorágine de la red saldrán los próximos clásicos y que el editor es un apéndice destinado a desaparecer, es apostar por la existencia de voces sueltas al azar, sin ninguna vocación de diálogo, encandiladas sólo por el regodeo inocuo de la creación. Reflexionar desde la edición o crítica sobre la pertinencia de una obra, apuntar sus virtudes y defectos, no es censura ni un límite a la libertad. La reflexión desde la otra orilla de la creación implica llevar a la literatura a un nivel más profundo. De esta forma hay un acompañamiento que, en un plano ideal, no se limita a resumir un libro sino que lo interroga, mueve sus piezas, lo compara y sondea sus apuestas. Al final, por supuesto, hay un veredicto, pero no es una sanción sino una carta abierta al posible lector –a la cultura en general– que se encargará de integrar u olvidar el título criticado. El esquema creación-producción-consumo-crítica forma parte del orden necesario en cualquier sociedad que busca en las letras un reflejo a sus intereses y problemas. Como siempre habrá omisiones y, de vez en cuando, la crítica pasará por alto textos valiosos. Estos yerros no son suficientes para prescindir de la justa valoración de los libros. Rebatir la falaz utopía de un mundo literario relativista donde la imagen o la presunción ganan terreno es uno de los deberes de la crítica actual.

 3.- La crítica como un fenómeno imaginativo

A menudo se percibe la creación y la crítica como polos opuestos. Hay muchos lugares comunes al respecto: la creación literaria está relacionada con el genio y la inspiración. Las musas bendicen a aquellos que entregan su vida al arte. La crítica es calificada como un terreno estéril que, ante la imposibilidad de crear un universo propio, se dedica a escribir textos que simplemente glosan una obra, la rodean de marcos teóricos, contextos sociales y culturales. Sin embargo, hacer crítica no es ser un mero apéndice del objeto analizado, es conformar una biblioteca personal, un taller en el que se sondean estilos, temas y propuestas. Me gusta pensar que, al escribir una crítica, estoy defendiendo mi posición de lo que creo que debe ser la literatura, las apuestas que debe realizar y las condiciones que debe tener para trascender la vida efímera de un estante e instalarse de forma definitiva en el imaginario de los lectores. Los argumentos de un crítico literario se fundamentan en el mismo lenguaje, es decir, utilizan la misma materia con la que el creador escribe una novela, un cuento o un poema y, por lo tanto, comparten una dosis saludable de subjetividad y de instinto. La lectura no es un acto científico, es un acto de creación en el que el crítico es o debe ser acompañante del lector. Por estas razones el análisis de un texto literario no es la superficie árida con la que a veces se le caricaturiza. Al contrario, es usar la interpretación más allá del análisis frío, casi de recetario, para abrir el lenguaje al diálogo y a la imaginación. Dentro de la oscuridad que a veces rodea el acto creador es la crítica la encargada de iluminar aquellos aspectos que pasó por alto el autor y que sirven para conformar un debate, situar la obra en un contexto más específico, ponerla en conversación con textos contemporáneos o antiguos. El crítico literario utiliza la inventiva para desbrozar el camino y encontrar aspectos relevantes que vayan más allá de la minucia o el dato ocioso. Él debe saber que también está persuadiendo al lector y que puede tender trampas, elaborar artificios. Así como un narrador debe cuidar las palabras para que su historia sea efectiva, disponer la atmósfera para seducir al visitante de la página que está escribiendo, el crítico juega con las expectativas y, también, puede poner sobre la mesa sentimientos, desilusiones, retórica. Incluso, puede situarse como un narrador en primera persona que cuenta, desde su papel de lector-personaje, su encuentro con un libro, el deslumbre de un descubrimiento valioso o el mal sabor de boca que deja una obra deficiente. La crítica, al final de cuentas, entiende que la persuasión funciona en varios niveles, no sólo en el entendimiento llano y sin retos. El mundo literario del crítico es la de cualquier amante de las letras que analiza una obra y que utiliza ese discernimiento para crear escenarios paralelos, teorías y, por qué no, ficciones. Tal vez, experimentando con este argumento, podríamos decir que los cuentos de Jorge Luis Borges, ejemplar lector, son, en realidad, una larga y minuciosa crítica a la literatura universal.

 

 

Nahui Olin

Nahui-Olin

“Allí donde otros exponen su obra yo sólo pretendo mostrar mi espíritu.”
Antonin Artaud 

“Si queremos vivir, vivamos solamente para nuestra inteligencia, si no, muramos para ser menos animales.“
Nahui Olin (1893-1978)

 

Fue repentino mi primer contacto con Nahui Olin; escuché por primera vez su nombre en boca de una pareja de jóvenes mientras visitaba una de las salas del Museo Nacional de Arte. Me intrigó inmediatamente y no me tomó más esfuerzo que el de sacar mi celular del bolsillo y buscarlo en Google para encontrar la respuesta a mis preguntas. Me topé de golpe con el rostro de una mujer joven, bellísima y un tanto misteriosa –sus ojos me parecieron lo más inquietante–, y un primer título, un enlace de Wikipedia: “Carmen Mondragón”. Click. Un retrato más, en tonos sepia muy saturados, apareció en la pantalla seguido de una breve semblanza biográfica sobre esa mujer en aquel tiempo desconocida para mí. Después de leer ese primer pasaje mi curiosidad por ella aumentó y me dispuse a buscar alguno de sus libros. Sin embargo, para mi sorpresa, no pude hallar rastro alguno de sus obras en Internet. Qué raro. Más raro me resultó aún cuando muy a pesar de mi búsqueda, no logré encontrar sus obras en ninguna librería. No fue hasta tiempo después cuando por fin pude sentarme a leerla gracias al esfuerzo de la Dra. Patricia Rosas Lopátegui, quien recogió sus trabajos en el libro Nahui Olin, sin principio ni fin. Vida, obra y varia invención publicado por la Universidad de Nuevo León, y a una querida amiga que muy amablemente compartió conmigo su copia de dicho libro.

Por lo general, los textos sobre Nahui Olin comienzan hablando casi indistintamente sobre su deslumbrante belleza y atractivo sexual o sobre su relación con Dr. Atl. En general, se presenta el relato de su vida como si se tratara de escribir una serie de curiosidades; sin embargo, aunque sin duda la suya haya sido una vida fascinante, el seguir encerrándola dentro de la categoría de “mujeres que desafiaron las buenas conductas” o describiéndola simplemente como una de las modelos de Diego Rivera lleva a caer en la misma narración genérica y termina por dejar de lado una parte quizás aún más importante: la vida en su interior. Se debe entender a Nahui Olin como la totalidad de lo que fue: una persona que fue transgresora en más de una esfera del arte y que, sin duda, respaldó su obra con su vida y con cada una de sus acciones. Es por eso que este texto se centra, más que en su enigmático carácter, en su dimensión poética y su labor creadora, tomando los aspectos de su vida como partes fundamentales para entender la complejidad de este personaje y el trasfondo causal de su obra.

Mujer-cuerpo, mujer cántaro, mujer-vasija…[1]

Al haber nacido en el seno de una familia porfiriana, siendo hija del General Manuel Mondragón, destacado militar mexicano y uno de los protagonistas del golpe a Madero durante la Decena Trágica, y haber pasado parte de su juventud en Francia, Carmen Mondragón gozó de una educación privilegiada. Desde muy temprana edad, fue una amante apasionada de la lectura, internándose desde pequeña en el mundo de las artes. Escribió, pintó, dibujó, tocó el piano, compuso y modeló, publicando varios libros entre los que destacan Óptica cerebral. Poemas dinámicos (1922), Câlinement je suis dedans (1923),  À dix ans sur mon pupitre (1924), Nahui-Olin (1927) y Energía cósmica (1937), los cuales nunca fueron reimpresos o reeditados, y dejando dos libros inéditos, Una molécula de amor y Totalidad sexual del cosmos, escritos entre 1924 y 1927.

Durante el tiempo en que publicó, no habían mujeres –a excepción de María Enriqueta Caramillo, Concha Urquiza y la misma Nahui Olin– que publicaran su poesía.[2] De su primer libro, Óptica cerebral. Poemas dinámicos, José Gorostiza escribió: “es un libro puro donde no cayó la semilla de otros libros”. Su libro À dix ans sur mon pupitre, se compone de textos que escribió con no más de diez años de edad en sus cuadernos escolares, y es sin duda uno de sus trabajos más vigorosos, demostrando su precoz sensibilidad y capacidad literaria. Por otro lado, en Energía cósmica se ven aplicados sus conocimientos sobre los descubrimientos científicos de su época a su propia cosmovisión e interpretación del mundo de los sentimientos y las ideas, creando una especie de puente entre ambas dimensiones y reflejando su gran interés por el campo de la ciencia. En él escribe sobre la relatividad –reciente teoría de Albert Einstein–, la materia, la energía, el movimiento, la radiactividad, las matemáticas, el tiempo, el espacio, el infinito, el cosmos, la vida y la muerte.

En su pintura –clasificada como Arte naïf– retrató a sus gatos, a su padre, a sus amigos y diferentes escenas del México de su tiempo como salones de baile, mercados y pulquerías, haciendo una crítica a las costumbres aristocráticas aunque nunca tocando lo político. Nahui Olin fue además una de las primeras mexicanas en hacerse autorretratos, especialmente en cuanto a escenas de encuentros sexuales. Fue también modelo de varios artistas como los mismos Rivera y Dr. Atl, y de otros pintores y fotógrafos como Antonio Garduño, Roberto Montenegro, Jean Charlot y Edward Weston, siendo objeto de una de las fotografías más importantes de este último.

Para Nahui, el placer era a la vez el fin y el medio. La pasión con la que dirigió su vida y sus relaciones y la energía embriagante con la que se condujo siempre, llevaron a más de un gran amor a pasar por sus brazos. El erotismo que inunda su poesía, su prosa y su pintura, provenía de una fuerza vital interior, un flujo radiactivo que corría libremente, impregnándolo todo con el roce de sus manos. Fue precisamente esto lo que le ganó la fama de loca con la que gozó toda su vida, pues, mientras muchas otras artistas tuvieron que contener su sexualidad para ganarse la atención de quienes escriben la historia y un lugar en el escenario artístico de su época, Nahui no solamente la aceptó, sino que la exhibió pletóricamente a lo largo de su vida y su obra y la convirtió en algo propio, en algo natural y femenino, en un tiempo en que el deseo sexual era provisión exclusiva de los hombres. En sus escritos encontramos una perpetua pulsión erótica que brotaba de ella sin esfuerzo alguno, la cual surge también como un motivo impulsor de la exploración de sus inquietudes poéticas y filosóficas. Pulsión de vida que inunda sus hojas. Nahui no era solamente objeto de deseo, era la personificación del deseo mismo. Es por eso recordada y es por eso también ignorada.

Elena Poniatowska trató este aspecto en su texto, “La pasión según Nahui Olin: Cariñosamente dentro de su cuerpo”:

Nahui se asume sexualmente en un país de timoratos y de hipocritones. Su gusto por los hombres no la avergüenza, al contrario, su tez blanca, sus inmensos, inquietantes ojos verdiazul, sus caireles la hacen parecer un ángel prestado a la tierra. Es una hada, es champagne espumante, es un Botticelli oloroso a nardos, a jazmines, a azucenas. En realidad, tras la apariencia sobrenatural acecha una corriente magnética, la descarga de un pelotón de fusileros, la luz de cien faroles de una noche de ronda.

Esta mujer es magnifica y ansiosa, esta mujer luminiscente no busca ser virginal ni frágil, lo que le urge son las llamadas “malas intenciones”. ¡Qué bueno que no sea discreta, qué bueno que sus sueños lúbricos atraviesen sus pupilas, qué bueno que la desnudez de su cuerpo se ajuste al aire, a la luz! Nahui quiere que el universo entero la posea, ronronear cariñosamente dentro de una montaña y asumir las miradas de la humanidad entera. Lo único que les pide a los hombres es que sepan poseer gozando. Explota como los volcanes, ruge grita y la lava desciende en cataratas, burbujeante, retorciéndose, incontenible, quemando las calles. Es tan abundante que sube hasta las azoteas.

La historia con su primer esposo, el militar y pintor, Manuel Rodríguez Lozano, con quien es forzada a casarse, fue breve. Cuando su padre fue enviado a Europa por el entonces presidente Victoriano Huerta, la pareja se embarcó a Francia y después a España, donde se relacionaron con artistas como Picasso, Braque, Diego Rivera y Matisse, entre otros. Sin embargo, se separarían poco después de su regreso a México, seis años después de haber contraído matrimonio. Es entonces cuando ella conoció a su primer gran amor, Dr. Atl, quien describió el encuentro en su Diario, resaltando la fecha del 22 de julio, el año de 1921: “Entre el vaivén de la multitud que llenaba los salones se abrió ante mí un abismo verde como el mar, profundo como el mar: los ojos de una mujer. Yo caí en ese abismo […] ¿Cómo es posible que en un hombre como yo pueda encenderse una pasión con una tal violencia?”.

La pareja vivió durante un tiempo en el ex Convento de la Merced, siéndoles suficiente una tabla de madera por cama y saliendo a escribir y pintar a la azotea.[3] Este sería el periodo más productivo para ella, y durante el cual se incrustaría en el medio artístico de la Ciudad de México, conociendo y asistiendo a reuniones con personalidades como Tina Modotti, María Izquierdo, Guadalupe Marín, Orozco, Siqueiros y Salvador Novo, entre otros. Es entonces cuando publicó la mayor parte de sus libros y realizó la mayor parte de sus cuadros. Además formó parte del Sindicato de Obreros Técnicos, Pintores y Escultores, constituido por Siqueiros, Rivera, Orozco, Carlos Mérida, Fermín Revueltas, entre otros, del que solo dos mujeres formaron parte, ella y Carmen Foncerrada. Dr. Atl escribiría en el prólogo a su primer libro, Óptica cerebral. Poemas dinámicos: “Es tu nombre el más grandioso símbolo de las cosmogonías–/ Es tu boca la más humana de todas las bocas–/ Son tus ojos dos abismos abiertos entre el polvo sideral–/ Anillos de una nebulosa a través de los cuales se miran los abismos del caos–/ Gloria ardiente es tu cuerpo y es tu pensamiento una rotación que conmueve el universo/ e ilumina mi corazón”. Fue él quien la bautizó con el nombre de Nahui Olin.

“Mi nombre es como el de todas las cosas: sin principio ni fin, y sin embargo sin aislarme de la totalidad por mi evolución distinta en ese conjunto infinito, las palabras más cercanas a nombrarme son NAHUI-OLIN. Nombre cosmogónico, la fuerza, el poder de movimientos que irradian luz, vida y fuerza. En azteca, el poder que tiene el sol de mover el conjunto que abarca sus sistema.”

En 1927 hizo un viaje a Hollywood al lado de su nueva pareja, el caricaturista Matías Santoyo, donde Rex Ingram le ofreció un contrato para filmar una película, sin embargo, ella lo rechazó sosteniendo que no quería convertirse en un sex symbol ni que su cuerpo fuera objetificado, que más bien lo que buscaba con sus desnudos era una “existencia estética”, a lo que yo añadiría la palabra “espiritual”. Finalmente, durante un viaje a España, Nahui conoció al capitán Eugenio Agacino, su último gran amor, con quien hizo viajes a Cuba, Nueva York, Francia y España. Después de que éste falleciera trágicamente a causa de una intoxicación en altamar, el día 24 de diciembre de 1934, ella se retiró definitivamente de la vida pública, recluyéndose para dedicarse a su arte en soledad.

Nahui Olin paso a ser conocida como un alma olvidada que deambulaba por las calles del Centro Histórico. Ya nadie buscaba retratarla ni quererla. Viviendo con sus perros y gatos en la casa de su infancia en Tacubaya, se dedicó a dar clases de arte en una escuela primaria, y a pasar las tardes alimentando a los gatos junto al Palacio de Bellas Artes. En aquellos tiempos solía frecuentar el Casino Español, donde gastaba su dinero en copiosas comidas cada vez que le alcanzaba, los demás días comía en un dispensario de la Secretaría de Salubridad.

Sin embargo, fue en esta época en la que se publicó Energía cósmica y durante la cual también siguió trabajando en su pintura y participando en varias exposiciones entre las cuales cabe mencionar la exposición colectiva de Bellas Artes en el 45, en la que su obra fue expuesta junto con la de otros artistas destacados como José Clemente Orozco y Pablo O’Higgins. Después de eso, fue paulatinamente quedando en el olvido, pasando de ser objeto de leyendas populares a desaparecer eventualmente del imaginario y del recuerdo colectivo capitalino. Prefirió vivir en la miseria que adecuarse al sistema contra el que había actuado toda su vida y así falleció en la recamara en la que dormía de niña el 23 de enero de 1978, “olvidada, aislada en su dramático auto-exilio, no tuvo que buscar como Gauguin unas remotas islas en la Polinesia; simplemente se deslizó como una sombra inquietante en un pliegue del espacio-tiempo”.[4]

En su texto, “Nahui Olin, entre desdicha y esplendor”, José Emilio Pacheco escribió:

Hace veinte años, a partir de su redescubrimiento por Tomás Zurián, pareció que Nahui Olin tendría la vida perdurable del mito al mismo nivel de Frida Kahlo, Antonieta Rivas Mercado o Tina Modotti. Los elementos estaban allí y sin embargo nada de esto ocurrió. Un misterio más entre los muchos que rodean a esta fascinante mujer, quizá más trágica aun que sus contemporáneas. A ellas está ligada por varios vínculos: fue la única modelo a la que Diego Rivera pintó a lo largo de treinta años, la amiga de Tina retratada varias veces por Edward Weston, la esposa de Manuel Rodríguez Lozano, el gran amor de Antonieta, aun en mayor medida tal vez que José Vasconcelos.

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Tema recurrente siempre al hablar de Nahui Olin; la rebeldía. Nahui retó siempre a las formas tradicionales, tanto con su conducta como con la forma y el discurso de su obra, ya fuera construyendo una novedosa estructura visual con sus poemas o introduciendo nuevos términos desconocidos hasta entonces a la literatura (“intra-atómico”, “desgaste molecular”, “energía cinética”, “movimiento vibro-eléctrico”). La impetuosidad derramada por sus cientos de páginas de cartas, dibujos, poemas, ensayos y pinturas que nos han quedado hasta hoy[5] demuestran que Jean Charlot tuvo razón cuando declaró que Nahui Olin “no era una mujer de talento, sino una mujer de genio”. El paralelismo entre su vida y su obra, demuestran además la sinceridad incesante de esta artista que acertó al escribir su propio epitafio: “Independiente fui, para no pudrirme sin renovarme; hoy, independiente, pudriéndome me renuevo para vivir”. Ahora mejor dejaré que la obra hable por sí misma, pues el arte es de sí mismo su mejor defensa.

¿QUIÉN TE AGITA?

–¿Quién te agita, oh, espíritu mío? ¿Es el amor? Es la sed feroz de comprender, de saber más hasta llenar el inmenso vacío, hasta sobrepasarlo completamente. Tú amas, tú crees amarlo todo y nada te basta. Quieres sumergirte en los pensamientos de Pascal, Voltaire, Renan, Platón y Aristóteles para saciar tu razón, para practicarla, para engrandecerla, para animarla de una vida que le es necesaria, para demostrarle que el pensamiento humano es infinito, que ella puede seguir aprendiendo, sabiendo, sintiendo, razonando, que nada le bastará, y que al final de mi carrera no habrá aprendido, sabiendo lo que habría podido aprender. Quiero vaciar en mí misma hasta los últimos jugos de las bellezas del arte de las obras humanas; sí, quiero sentir lo que todos han sentido. Después de haber aprendido hay que aprender siempre. Me moriría de dolor si se me privara de esta vida intelectual, de toda fuente de filosofía, poesía, juicio, estudio, razonamiento; seguramente moriría disecada como una planta sin aire.–

À dix ans sur mon pupitre

 

LA VIDA BAJO LA SENSACIÓN DE VACÍO

–Como la vida es monótona, nada me cautiva, todo me aburre.–Soy una víctima de la necesidad de amar y de comprender esa prisión que es este mundo. Ese suplicio se debe a que nada me es suficiente. He amado tanto que todas mis fuerzas se han agotado; ya no tengo amigos: mis intimidades son demasiado secretas para que alguien las penetre. Todo me es indiferente; no ambiciono nada, ni siquiera la muerte.

–Nada me es nuevo, he abusado demasiado de mis sensibilidades. Tengo un deseo ardiente de correr como una insensata a través de una selva virgen, allá gritaría con todas las fuerzas de mi alma, lloraría un mes, un año, hasta recaer en la tranquilidad, allá pensaría mucho, ya no vería a nadie y estaría sola con todo un nuevo mundo maravilloso tal como soy; y no tendría más escalofríos al oír las palabras que no dan remedio a mi mal. Recuerdo Francia, ¡oh! Francia querida, lugar de ilusiones, me moriría si no te volviera a ver. Hace mucho tiempo que dejé el mundo, quiero apartarme de los humanos para vivir en la soledad de tus multitudes. París, ¡oh! Paraíso de toda inteligencia grande o pequeña, eres huésped complaciente de un palacio de magias que se llama París.–

Cuando pueda contemplar el horizonte sin una palabra que me turbe, ¿me bastará el océano entero para distraer, sumergir mis dos ojos en el mar? Necesito interrogar a mi espíritu, comprenderlo. En mi casa vivo muriendo, navegando por el océano sin saber adónde, sin hallar las miradas de mis padres o de mi familia. Detesto el yugo, sea el que sea y venga de donde venga. Quiero ser, conservar mis sensaciones en un invernadero caliente como mi corazón.–

¿Por qué escribir todavía, haciendo garabatos siempre sobre una hoja de papel? Mi mano quiere traducir mis pensamientos; el infinito puede resumirse en una frase, una hoja, un libro, una biblioteca, nosotros no podemos comprender tampoco el infinito, y los vocablos, las palabras que sirven apenas para expresar las necesidades de nuestro cuerpo son elementos inadecuados para alcanzar una distancia sub límites, una duración sin fin. Ésta es la razón por la que, al querer traducir mis pensamientos en palabras, ellas son opacas, sin armonía alguna como la de los sonidos. Las vibraciones de nuestro cerebro llegan así a este otro mundo que no es nuestro infinito.–

À dix ans sur mon pupitre

 

BAJO LA MORTAJA DE NIEVE DUERME LA IZTATZIHUATL EN SU INERCIA DE MUERTE

Bajo la mortaja de leyes humanas, duerme la masa mundial de mujeres, en silencio eterno, en inercia de muerte, y bajo la mortaja de nieve– son  la Iztatzihuatl,
en su belleza impasible,
en su masa enorme,
en su boca sellada
por nieves perpetuas,–
por leyes humanas.–
Mas dentro de la enorme mole, que aparentemente duerme, y sólo belleza revela a los ojos huma- nos, existe una fuerza dinámica que acumula de instante en instante una potencia tremenda de rebeldías, que pondrán en actividad su alma encerrada, en nieves perpetuas, en leyes humanas de feroz tiranía.– Y la mortaja fría de la Iztatzihuatl se tornará en los atardeceres en manto teñido de sangre roja, en grito intenso de libertad, y bajo frío y cruel aprisionamiento ahogaron su voz; pero su espíritu de independiente  fuerza, no conoce leyes, ni admite que puedan existir para regirlo o sujetarlo bajo la mortaja de nieve en que duerme la Iztatzihuatl en su inercia de muerte, en nieves perpetuas.–

Óptica cerebral. Poemas dinámicos.

 

SUPREMO EGOÍSMO

El egoísmo supremo es el inagotable deseo, la ambición desmedida del vivirse en el aislamiento, supremo egoísmo–Satisfacción cerebral.–

No hay nada más interesante que el mundo que llevamos dentro–no hay nada más ilimitado que nuestro espíritu, y no debemos buscar ninguna otra fuerza o potencia para vivir o para producir: hay que fecundar en sus propias entrañas y dar a luz.–

Pretender obtener de todas las cosas fuerza, y expresarla, es impotencia, debilidad, nulidad.–

Bastarse a sí mismo es la eliminación de toda necesidad–la solución del problema intelectual.–

Soledad, magnitud donde sólo uno se escucha, donde no subleva el ruido de la matraca impertinente y absurda de la pobre humanidad que de uniformadas y mezquinas opiniones vive, aturdiéndose de trágicas risas nerviosas, nacidas del terror de mirar el propio vacío, la nada que cada uno significa,–cadáveres flotantes antes de la podredumbre misma del pellejo.–

Óptica cerebral. Poemas dinámicos

 

EL PODER DE LOS IMBÉCILES

El oro es el perverso auxiliar que da poder a los imbéciles, a los gobiernos, a los explotadores de sentimientos humanos o poderes religiosos y desnudan de bienes materiales y espirituales a los pobres que despojan de ese metal que tan fácilmente se escapa de nuestras manos tan sólo para nuestra manutención vital. Nacemos por una causa tan natural como las plantas que viven de oxígeno, de jugos de la tierra y somos máquinas del oro que nos permite vivir según lo que poseamos, y somos superiores a las plantas y a los insectos, con necesidades inferiores a ellos, creadas por nuestras ambiciones, y somos pobres porque nos han hecho pobres los que nos despojan de bienes materiales, de bienes espirituales, y el oro es el poder de los imbéciles que venden a los pobres aire, luz, pan o yerbas a precios locos, impuestos por sus pervertidas ambiciones de poderes imbéciles.–

Óptica cerebral. Poemas dinámicos

 

ES UNA COQUETA

Es una coqueta
la que
pierde la cabeza
la
que
va
como yo
sin
saberlo
gustándose
todas las veces
que la miran

ES
inútil
saber
que se
es
bella
y
linda
se tiene
sin cesar
que encontrar
a alguien
que se lo diga
y rediga
o que no le haya
dicho nunca
qué
linda
es

ES
una coqueta
la que
deja
de tener
el mismo
efecto
ella cambia
para encontrar
una nueva
manera
de gustar
de ser deseada
y aunque
todo el mundo
se voltee
para mirarla
ella
no está
cansada
de arrancar
deseos
al mundo entero
que
no la ha
mirado demasiado
dicho y redicho sin cesar
que es linda
como una coqueta
que hace perder la cabeza
al mundo entero

Dado que
no son suficientes
las conquistas
LA COQUETA
irá
siempre
a buscar
a alguien
que le
diga
y
rediga

eres linda

Câlinement je suis dedans

 

TOTALIDAD

La comprensión de la totalidad equivale a utilizar con la fuerza consciente, el cerebro la fuerza única, el misterio o problema de la existencia del infinito y hacer un infinito consciente en cada infinito de molécula, relacionado con una sola vibración vibro-eléctrica consciente de mi cerebro que sería la totalidad.–

La fuerza que podríamos utilizar para desencadenarnos de nuestra miseria y de nuestra impotencia, son ínfimas partículas de belleza, de movimiento que distraen la vista, el pensamiento, y absorben la materia de nuestro ser por decirlo así, son intrigas que cubren de un velo de misterio el porqué de nosotros mismos, es el instinto de conservación de esa totalidad, y como en cada cosa existe el infinito, nosotros nos desviamos queriendo seguir este infinito–inconscientemente hemos hecho la abstracción de esta cosa y nuestra imaginación le ha prestado la ventaja de existir aislada y el misterio se hace más indescifrable porque nosotros no tenemos toda la capacidad necesaria para comprender esta cosa y con esta cosa la totalidad, porque si nosotros movemos una ínfima pieza de este grande aparato–el universo–la totalidad ha tomado ese movimiento multiplicado al esfuerzo de la cosa que se mueve por nuestro movimiento más nuestro propio movimiento de vitalidad mecánica.–

Energía cósmica

 

LA ARENA QUE CUBRE LA PIRÁMIDE DE BRONCE

La arena que cubre la pirámide de Bronce,
es la arena de un desierto que aterra
—y cuando se levanta, pesa como una ola inmensa que aplasta—
y va subiendo hasta cubrir el bronce de la pirámide
—que no tiene espíritu—
Y su materia va sepultándose sin defensa alguna
bajo la fuerza de la arena de un desierto que aterra.
—De un desierto que ocupa un ínfimo espacio
en un enorme continente,
de un desierto que quema la materia que no tiene espíritu.
—La materia que va sepultando la arena que cubre la pirámide de Bronce.

Oaxaca, 17 de abril de 1922.

 

[1] Frase tomada del texto de Elena Poniatowska, “La pasión según Nahui Olin: Cariñosamente dentro de su cuerpo”, Memoranda. Revista de la Subdirección General de Servicios Sociales y Culturales del ISSSTE, núm. 23, México, marzo-abril, 1993, pp. 32-35.

[2] Patricia Rosas Lopátegui, Nahui Olin, sin principio ni fin. Vida, obra y varia invención, Universidad Autónoma de Nuevo León, Monterrey, 2011

[3] Adriana Malvido, “Nahui Olin”, en Patricia Rosas Lopátegui, op. cit., pp. 440-446, p. 442.

[4] Lourdes Andrade y Tomás Zurián, “Nahui Olin: musa de pintores y poetas”, México en el arte, Nueva Época, INBA, SEP, México, otoño de 1985, pp.64-68.

[5] Por desgracia, sus composiciones no se conservan o al menos no se conoce su actual paradero.

La pérdida del amor, simulacro de la muerte

 

Geli_Inder 001/ Der Liebenden Schlaf/ Paul Schneggenburger/ Agentur Anzenberger

Geli_Inder 001/ Der Liebenden Schlaf/ Paul Schneggenburger/ Agentur Anzenberger

“Though lovers be lost, love shall not; And death shall have no dominion.”
Dylan Thomas

El amor romántico no es solamente un impulso básico de apareamiento o un impulso sexual, es un desbordamiento de energía y atención enfocado en una sola persona, y deja al enamorado en un estado de constante necesidad y limerencia: un estado involuntario de obsesión por ser correspondido.

El amor romántico es un desequilibrio homeostático, una urgencia como la sed y el hambre que posee todas las características de una adicción: nos hace distorsionar la realidad, incursionar en riesgos enormes, tener síndrome de abstinencia y nos hace recaer una y otra vez.

El amor se encuentra en nosotros, en todo el mundo las personas cantan, escriben y bailan por amor, cuentan mitos y leyendas acerca del amor, suspiran, viven, mueren y matan por amor. Antropólogos han encontrado evidencia del amor romántico en 170 sociedades y aún no han encontrado una sola sociedad que lo carezca. No solo encontramos el amor romántico en la evolución, la cultura, el arte y los medios, sino que su búsqueda está profundamente embebida en nuestro cerebro, en específico en el centro reptil del cerebro asociado con el deseo, la motivación, las ansias y la recompensa.

Cuando perdemos nuestro sentido del yo por entregarlo a la persona de nuestro afecto, el mundo adquiere un nuevo centro y lleva el nombre de esa persona. Entregamos toda nuestra fe y toda nuestra creatividad al amor porque es ahí donde encontramos la promesa más palpable de que seremos salvados, en el amor buscamos la respuesta a nuestra contingencia humana aunque le resulte imposible resolverla.

Experimentar el amor es lo más cerca que podemos estar de lo divino en carne, porque el amor es desbordarse en éxtasis, vivir en un constante arresto extático que asemeja un estado de iluminación. Por esa razón vivimos y morimos con la esperanza de encontrarlo, y una vez que lo hayamos, es casi imposible que permitamos que alguien nos lo pueda arrebatar. Pero vivimos en la dimensión de la impermanencia, en un universo entrópico donde la condición es que toda forma se deteriora hasta que pierda su estructura y muera. Experimentamos la pérdida del amor como una muerte. Cuando perdemos el amor, perdemos la promesa de la eternidad, como bien dijo Jean Anaulh “Está el amor y luego está la vida, su mortal enemigo”.

Dejamos que permanezcan en nuestro interior los fragmentos de la historia y la incomprensión del “Una vez fuimos todo y ahora no somos nada”, el mundo del amor que construimos termina por ser una ilusión editada por nuestro fanerón (“organo” de percepción subjetiva de la realidad), y se transforma en un sueño-memoria que sigue viviendo en nuestra cabeza, tal vez idealizado por nuestros filtros mentales, corroborando lo que dijo Faulkner “el pasado no está muerto porque ni siquiera es el pasado”. Pero intentar olvidar a la persona que amamos termina siendo como tratar de recordar a alguien que no hemos conocido. Para poder superar estos efectos mentales, nos es necesario concebir a la pérdida del amor como una muerte simbólica.

La muerte es inevitable para la existencia humana. A lo largo de la historia la muerte ha tenido una presencia simbólica. La palabra “símbolo” viene del griego sýmbolon, que consiste en συν-(syn) “juntos” y βολή (bolē) “acción de”, por lo tanto, significa “reunir”. Símbolo podría considerarse algo que tiene varios significados en una entidad. El sýmbolon griego se refirió específicamente a los objetos de la fe que conectan lo sobrenatural de la vida cotidiana a los puntos de una “realidad más profunda”. La muerte se convierte en encarnación a través de símbolos y rituales. Puede ser personificada como un “ser” místico, o se convierte en una representación de la naturaleza dual de la existencia. Los símbolos y rituales determinados hacen que la muerte cobre un sentido de transición.

A diferencia de una muerte física, la muerte simbólica es la muerte de algo intangible. El proceso de duelo es a menudo tan real para la muerte simbólica como el que vivimos para una muerte física. El duelo se convierte en el proceso de experimentar los sentimientos, pensamientos, reacciones físicas, sociales y de comportamiento a la pérdida que puedan llegar a afectar nuestra disposición. Las reacciones de aflicción que experimentamos ante la muerte simbólica van de la ira, la culpa, la depresión hasta la búsqueda de sentido. Nos puede llevar al llanto, pérdida de apetito y de sueño, a la sensación de volvernos locos o de entrar en un estado de shock. Básicamente experimentamos una cacofonía en un caleidoscopio de sensaciones, pensamientos y fantasías que surgen y se desvanecen, fantasmas fugaces en el teatro cartesiano de la mente, un vació de obscuridad y desesperanza que bien describió John Steinbeck “es más obscuro cuando una luz se apaga que si ésta nunca hubiera brillado.”

La mayoría de nosotros, (auto-incluido) tendemos a interpretar la muerte como una experiencia negativa. Al observar la muerte del amor desde un punto de vista simbólico, nos da un ángulo en el que podemos ver una luz positiva en medio de nuestro deseo o pena por lo que hemos perdido, porque solo cuando hemos perdido todo, estamos libres de tomar cualquier camino.

¿Qué pasa si la muerte simbólica, tan dolorosa como sea, no es más que una apertura para que nueva energía pueda fluir? Si interpretamos la muerte en el lenguaje del simbolismo, la pérdida podría decodificarse como un flujo energético que hace espacio para una transformación. No estoy sugiriendo minimizar el dolor asociado con la pérdida del amor, al contrario … experimentar la muerte simbólica en el amor es un símbolo de cambio. Como tal, hay que ubicarse al fondo del abismo durante un tiempo con el fin de ver nuestras circunstancias con claridad. Si consideremos la analogía del flujo del agua, ya que el agua es símbolo de limpieza y purificación. Cuando el agua se mueve, se mueve para llenar un vacío. Una corriente, por ejemplo, se mueve cuando hay una apertura, o falta de resistencia y rellena las grietas de la superficie. El mismo principio funciona en la muerte simbólica. Cuando hay una brecha, también existe una energía que se mueve para llenar nuestro vacío.

Esto me lleva a un punto importante sobre el significado de la muerte simbólica. Su significado va de la mano con el tiempo. El tiempo ondula y fluctúa, con subidas y bajadas. Experimentar la muerte simbólica en nuestra vida tiene lugar a veces en tiempos inexplicables para nuestro ego, y tenemos que ser flexibles para movernos en armonía con las olas del tiempo para adaptarnos mejor a los cambios que el momento nos puede proporcionar. Aunque puede que no seamos capaces de comprender la muerte del amor y existan voces que nos empujen a seguir aferrándonos a él, el curso de este evento está simétrica y cósmicamente coreografiado, es de conocimiento público que a veces nos tardamos días, meses o años para que podamos interpretar algo como una oportunidad de renovación, como un mensaje simbólico hablado desde nuestra pérdida.

La pérdida del amor y la muerte simbólica son el panorama ideal para los rituales de aceptación y desapego. ¿Qué pasa si, cuando experimentamos la muerte simbólica, hacemos a un lado nuestras reacciones negativas y nos limitamos a sentarnos con la pérdida y la contemplamos desde un lugar de no-pensamiento? A menudo, cuando suspendemos nuestra mente y nos ubicamos en un lugar de no-pensamiento, ocurren transformaciones que nos permiten ver nuestras circunstancias con el fin de evolucionar. No podemos sostenernos sobre un mundo que está en constante cambio y transformación, no podemos hacer que el mundo deje de ser el mundo. La muerte simbólica nos ofrece percepciones revolucionarias sobre la idea de la posesión y la renuncia, como nos dio a entender Shunryu Suzuki Roshi “La renuncia no es dejar ir a las cosas del mundo, pero aceptar que se van.” Tal vez la pérdida del amor, la muerte simbólica, es el ensayo necesario para prepararnos para la muerte física, que finalmente nos lleve a un acto de trascendencia.

 

Twitter del autor: @BienMal_

 

 

 

Sobre BLA

 

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Por José Luis Bobadilla y Juan Manuel Portillo

 

*

 

Querido Juan Manuel. Te escribo con vergüenza hasta ahora. El fin de semana pasado leí BLA que lo tenía en una pila de libros y no sabes lo feliz que me hizo. Tu trabajo me parece realmente notable. Despojado, personal, cuestionador. Evidentemente hay un aire de poesía norteamericana ahí. Pero no es solamente eso.

Leí dos veces de corrido el libro en voz alta y lo siento muy redondo. Las últimas líneas me encantaron:

“que ganas de seguir
qué ganas de echarse a la carretera”

Dicen algo que siempre he pensado, hay que largarse. Gracias por el libro y te invito, si te parece bien, a que lo publiquemos en Mula Blanca, completo. Tenemos ahora en la página web una sección que se llama Cuadernos de Mula Blanca, hay un tutorial para imprimir las plaquettes, creo que tu libro cabría muy bien ahí. Desde luego que escribiría una notita diciendo que ese libro lo publicaste en E.U. En fin, checa la página de la revista y esos cuadernos y dime si me interesa. Un abrazo!

 

*

 

Querido José Luis. Gracias por el saludo, tus generosas palabras sobre BLA y la invitación para publicar en Mula Blanca. Leí tu mensaje desde temprano pero he estado en clases y reuniones todo el día. En pocas horas te respondo debidamente. Un abrazo.

 

*

 

Querido José Luis: Ahora sí terminé con mis labores escolares. Primero, te agradezco enormemente tu lectura de BLA; esa felicidad que mencionas es el mejor comentario que puedo recibir, pues lo tomo como un signo de que la felicidad que yo mismo sentí al concebirlo y escribirlo no se queda en mí. Sobre lo que mencionas del aire de poesía norteamericana, seguramente algo se ha filtrado de mis lecturas, aunque he de confesarte que no he sido el estudioso más disciplinado de esa tradición poética -por otra parte tan vasta. Me gusta mucho lo que dices del despojamiento y lo suscribo totalmente.

Ahora, respecto a la invitación a publicarlo en los Cuadernos de Mula Blanca, me honra, pues respeto mucho su criterio editorial y consagración a la poesía. El problema es que, como te anunciaba en un mensaje de hace un par de meses, acabo de publicar el libro con Mano Santa Editores, de Jorge Esquinca. Como sabrás, Mano Santa no vende sus libros, sino que los distribuye de mano en mano y cuando se agota la edición, lo pone en línea para descarga gratuita. Yo, como autor, recibí una buena cantidad de libros que estoy moviendo como puedo, y de ahí la intención que te comenté de enviarte un ejemplar -o más de uno, si hay lectores en tu círculo con quienes lo quisieras compartir.

Si quieres, sin compromiso, te puedo enviar poemas de un libro en el que estoy trabajando ahora, y si quieres, publicamos una muestra en Cuadernos de Mula Blanca.

Por otra parte, me encantaría leer tu libro Un mundo,. ¿Hay alguna versión en línea?

Por cierto, este fin de semana me encontré un cuadernito que me regalaste la misma ocasión en que te di el BLA artesanal: Wen fu. “Sobre el arte de las letras”. Estoy maravillado y no dejo de releerlo. Qué coincidencia, ¿no?, que al mismo tiempo estemos leyendo los trabajos que intercambiamos. Además, ahora sé de dónde viene el enigmático nombre de la editorial Mangos de Hacha.

En fin, sigamos la conversación. Te mando un fuerte abrazo.

(Perdona si se me van errores de dedo; esta pantalla tiene unas letras tan pequeñas que apenas distingo lo que escribo)

*

 

Hola Juan Manuel, tampoco he tenido calma para sentarme a responderte. Mañana lo hago. Un abrazo!

 

Hola Juan Manuel, una disculpa por escribir hasta ahora pero luego quiero tener tiempo que me resulta imposible alcanzar. Me alegra mucho que te hayan parecido justos los comentarios sobre tu libro. Me hubiera gustado realmente mucho publicarlo, sin embargo, creo que el proyecto de Mano Santa merece dentro de su catálogo un libro como el tuyo. Envíame los poemas que quieras y ya vemos si los destinamos a la revista impresa de Mula Blanca o si armamos un cuadernito. BLA me gustaba como totalidad, jamás se me habría ocurrido hacer una selección, creo que es un solo poema. Me encantaría recibir tres ejemplares de tu libro. Acá abajo te copio la dirección. Uno sería para mí y los otros dos para Inti García Santamaría y Ricardo Cázares, dos de los mejores lectores de poesía que conozco. De mi libro el mundo, ya no tengo ejemplares. La edición fue breve y se publicó en Chile, así que tuve en mis manos muy pocos libros. Te paso como sea el PDF para que lo leas. Muchas gracias por el interés y por leer también el Wen Fu.

José Luis Bobadilla Acevedo, Miguel de Mendoza 39, Colonia Merced Gómez, Delegación Álvaro Obregón, Ciudad de México, C.P. 01600.

Nuevamente muchísimas gracias!