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Sobre cómo la atención transforma las narrativas

 

“The display of a world and the positioning of an ego are symetrical and reciprocal”

-Paul Ricoeur

Desde que me encontré con el concepto de “cambio deíctico” he estado atento al funcionamiento de ésta valiosa herramienta cada vez que me sumerjo en cualquier contenido narrativo, visual o auditivo. En términos literarios, desde que abro la primera página de una novela, comienzo a visualizar el escenario y los personajes bajo mi propia perspectiva, aunque la guía del autor siempre marca la pauta de la historia, en mi imaginario, la empiezo a convertir de alguna forma en mi historia. Termina siendo básico el rol de la subjetividad en el acto-lenguaje, la clave de la intersección entre la subjetividad y la fenomenología linguística se encuentra en el término: Deixis.

Las referencias deícticas son términos que, más que caracterizar a un referente, designan algún tipo de relación entre el referente y el autor. El significado de un término deíctico depende de quién emite la palabra, dónde y cuándo. Por lo tanto, la referencia deíctica sólo puede entenderse en relación con el contexto en que es utilizada.

Dentro de los estudios literarios de Mary Galbarth y en su libro “Deictic Shift Theory and The Poetics of Involvement in Narrative”, analiza de que manera, la primera y segunda persona (y en menor medida, y de forma diferente, la tercera persona) facilitan la identificación legible con la posición textualmente inscrita (la posición del carácter o narrador designada por dicho pronombre – yo, tu, él, ella – funcionan deícticamente), y evocan un sentido de inmersión conceptual legible en el mundo de ficción de la historia, lo que contribuye a la forma en que la escena se realiza en el imaginario de la mente del lector, en particular, la perspectiva desde la cual la escena se visualiza conceptualmente.

La poesía cognitiva y la narratología cognitiva han empleado la teoría del cambio deíctico, basado en gran parte en el trabajo de Duchan, Bruder y Hewitt, para tratar de ofrecer una explicación de cómo se crean estos efectos interpretativos. La Teoría del Cambio Deíctico propone que los lectores proyectan conceptualmente al locus contextual del representante de señales deícticas para poder comprenderlas y esto ofrece un modelo de cómo los referentes determinan esas coordenadas contextuales que son procesados por los lectores, y a la vez, cómo esto contribuye a la conceptualización personalizada del mundo de la historia.

Un ejemplo muy claro de éste fenómeno lo hemos experimentado en el cine, cuando tuvimos la oportunidad de ver la historia de Luke Skywalker o Han Solo en “Star Wars” o la de Neo en “The Matrix”, por citar algunos ejemplos, canalizamos de tal forma a estos personajes con los que de alguna manera nos identificamos y empezamos a hacer nuestro su viaje, fuimos Neo, fuimos Luke y fuimos Han cuando asumimos el punto de vista de cada uno de ellos.

El cine se ha convertido en el altar del cambio deíctico, la manera más pragmática de inmersión y transformación al saturar nuestra atención en la que la realidad básica se desbarata y te conviertes en parte del sueño. Se han realizado resonancias magnéticas a personas mientras están viendo una película y se ha logrado identificar el momento en el que se realiza éste cambio, el momento en el que el espectador se sumerge en la historia y empieza a co-crear la narrativa. El análisis concluyó en que adaptamos nuestra emisión de ondas en el lóbulo frontal del cerebro y tal proceso se asocia con el REM que experimentamos cuando soñamos, es decir, entran en juego procesos inconscientes que le dan una nueva forma a nuestra realidad, el ego se disuelve de tal forma que perdemos nuestro sentido del “yo” y sintonizamos una frecuencia ajena que nos permite experimentar una realidad diferente a la nuestra, pero al mismo tiempo, permeada por nuestra propia psique: El observador se convierte en lo observado, cuando se observa a si mismo, y lo observado se convierte en el observador en una especie de espejo infinito.

La complejidad de éste fenómeno deíctico me ha llevado a detectarla dentro de otros contextos donde realmente deposito mi atención, en la música sucede que existen ciertas canciones que hacen resonancia con algunas fibras internas, y de inmediato (a veces involuntariamente) me rindo ante la melodía y experimento ese cambio de frecuencia en el que fluyo libremente, en el que mi “yo” desaparece y habito por un momento la conciencia del interprete o instrumentista. Tal vez todos lo hemos experimentado cuando hacemos el famoso “air guitar” sin que tengamos ningún conocimiento de cómo ejecutar los acordes que están sonando, esté podría funcionar como otro ejemplo claro de la recontextualización del yo, y es que al resonar con una frecuencia diferente, de cierta manera nos convertimos en esa frecuencia al vibrar sincrónicamente.

La verdad extática se encuentra en nuestra subjetividad (experiencia personal: qualia) y las experiencias de mayor transformación suceden cuando abandonamos nuestro yo. Todos las hemos vivido en el cine, en los sueños y en la música, otros hemos tenido la oportunidad de vivirlas en viajes psicodélicos, donde no queda otra opción más que trascender las limitantes de la carne para poder entregarse de lleno a la práctica. Pero si ésta forma de transformación deíctica es de tanta relevancia al sumergir por completo nuestra atención en tales experiencias narrativas ¿Qué hay de las historias que nos contamos a nosotros mismos? Nuestra identificación habitual con la línea narrativa de nuestros pensamientos es la fuente primaria de nuestra confusión y sufrimiento. Realmente creemos las historias que nos contamos y terminamos por convertimos en ellas, adoptamos y canalizamos arquetipos destructivos que tienden a abrumar nuestra capacidad de percibir el presente e imponemos un filtro negativo a nuestra realidad. Para este caso en particular he encontrado que el cambio deíctico termina siendo uno más de los beneficios prácticos de la atención. Al entregar por completo mi atención a la no-narrativa de un estado de no-yo, se disuelve el mí auto-edición de la misma manera que en el caso del cine y de ésta forma se puede dirigir el pensamiento discursivo hacia una narrativa positiva, canalizando un arquetipo que manifieste la “mejor” versión de mi mismo.

Las consecuencias de la fenomenología deíctica tienen un potencial extremadamente positivo en la evolución de nuestro aprendizaje, hemos sido testigos de cómo puede ser utilizada en las tecnologías retóricas de la literatura y la cinematografía, la manera en que se puede capturar y administrar nuestra atención para maquilar un nuevo tipo de experiencia subjetiva de la cual podemos extraer nuevos conocimientos al liberarnos de nuestra zona de confort.

Creo que ésta herramienta es la clave para poder transmitir un mensaje, difundir un meme y transformar nuestra mente. Al sumergirnos en un nuevo contenido entramos en una suspensión voluntaria de la incredulidad, que nos permite entrar en un mundo imaginario fundamental para la experiencia de otra realidad que se entrelaza con la percepción amplificada de la propia psique y que termina por manifestar nuestra consciencia fuera de nuestra propia mente. “Para atrapar y transportar a la gente, debes saber contar la historia” – tal vez ésta sea la única manera en que cualquier expresión artística pueda transformar a sus espectadores.

 

 

 

 

 

 

Interior II de Rogelio Sosa, voz y mediación

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Pieza: Interior II
Artista: Rogelio Sosa
Medio: a considerar

 

“El civilizado se sentía a sí mismo en suspenso en presencia del coro satírico: y el efecto más inmediato de la tragedia dionisíaca es que el Estado y la sociedad y, en general, los abismos que separan a un hombre de otro dejan paso a un prepotente sentimiento de unidad, que retrotrae todas las cosas al corazón de la naturaleza” 

W. Friedrich Nietszche

A propósito del arte, el filósofo político del siglo XVII Thomas Hobbes publicó en 1651 en su libro “Leviatán o La materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil” la siguiente cita: “Gracias al arte se crea ese gran Leviatán que llamamos República o Estado que no es sino un hombre artificial”, siguiendo la cita y trasladándola al contexto del arte contemporáneo lo correcto es ver la pieza sonora “Interior II” del compositor y artista mexicano Rogelio Sosa como un trabajo artístico que no crea a esa entidad, sino que lo describe minuciosamente desde dentro y lo critica.

Al entrar al Espacio de Experimentación Sonora del Museo Universitario de Arte Contemporáneo –en donde se encuentra actualmente la pieza-­‐ nos situamos frente a una sensación de existir inmersos en el vacío del interior del leviatán: la caótica, pálidamente moralina y coactiva bestia mítica Hobbesiana.

El campo sonoro es el Espacio de Experimentación Sonora del MUAC –en donde se sitúa al escucha aislado de todo estímulo auditivo externo-­‐ y está compuesto por veintidós bocinas y dos subwoofers (audio surround hamasaki 22.2) sumadas a las propiedades acústicas de la sala. Las paredes de la misma han sido cubiertas de negro y se ha reducido la iluminación al mínimo, el sentido de la vista es deprivado y el escucha es arrojado a mantener una escucha atenta, activa ante batimientos que se entrecruzan, superponen y cambian, una escucha atenta ante el efimero sustain de los sonidos y el augurio próximo del inevitable decay ,generandose “situaciones de excepción auditiva –producto de la transformación y transgresión de entidades sonoras estables, así como de la intensificación del espacio acústico–“ cómo Rogelio mismo describe los objetivos de su obra.

En Interior II se producen armonías indómitas y salvajes que por su naturaleza se encuentran, se tocan, se entrelazan y en ocasiones se devoran y se cancelan en el tiempo y el espacio agotando su efímera (in)materialidad. Las figuras sonoras muestran una vitalidad torcida y caprichosa que recuerdan la descripción del coro trágico griego de Nietszche.

Para la pieza se invitaron a colaborar a distintas personalidades para expresar oralmente su interpretación sobre la situación actual de México sin restricciones de tiempo ni de contenido, por lo que ésta instalación da muestra de la reflexión y la exploración del artista sobre la voz humana y sus posibilidades inherentes como (in)materia sonora y su capacidad de ser modificada minuciosamente mediante software de edición de audio y con medios electrónicos expandiendo sus posibilidades.

Éste trabajo denota también un interés por la oralidad, producto de la experiencia de Rogelio con trabajos operísticos contemporáneos y experimentales.

A pesar de su carácter abierto, en su semántica conceptual Interior II no supone ninguna redención o normalización de las problemáticas socio-­‐políticas y culturales del país en un momento de tantos posibles escenarios de violencia desmedida y represión, no es tampoco el endulcoloramiento de la desigualdad con una prestidigitación artística, pero tampoco lo contrario, es un viaje –sonoro-­‐ en caída libre a las entrañas de un abstracto Leviatán político rugiente, caótico y autoflagelado por las voces de quienes le sostienen en su interior con el sonido de diatribas emanadas de sus gargantas y lenguas , mismas -­‐que mediadas por las maquinas y las bocinas-­‐ gritan, cantan, poetizan y se lamentan buscando ecos en un escucha activo “sin que se vea hasta qué profundidad van a resonar, repercutir y extinguirse” a propósito de la fenomenología sobre la resonancia poética de Gastón Bachelard.

Siguiendo al co-­autor del libro “Ruido y Capitalismo” Anthony IIes, en su argumento sobre la “lucha de las prácticas vanguardistas hacia cambios en la percepción”, con ésta pieza, Rogelio Sosa busca transformar la forma de escucha, la percepción a través de los medios electrónicos; mismos que usa como detonantes de procesos epistémicos y cómo él mismo lo dice: busca “inducir en el escucha formas alternas de percibir y conceptualizar el fenómeno sonoro. “

Exhibida en un momento coyuntural en el que la prestidigitación mediática pone en cuestión la postura crítica del MUAC con la exposición del escultor de origen hindú Anish Kapoor, la pieza “Interior II” de Rogelio Sosa hace contrapeso, no solo porque induce una cancelación de todo estímulo visual sino porque regresa al oído su capacidad perceptiva e interpretativa.

Interior II se presenta del 30 de junio al día 2 de Octubre de 2016 en el Espacio de Experimentación Sonora en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo

Dardo Dorronzoro: poesía para nunca desaparecer

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Parecería que los nuestros no son tiempos para hablar de desaparecidos fuera de México. Y quizá sea cierto. Del 2007 al 2014 se registraron 23 mil 272 casos de desapariciones en el país y durante los primeros dos años del gobierno del actual presidente Enrique Peña Nieto se contabilizaron trece desapariciones por día, es decir, entre una y dos personas fueron sustraídas cada dos horas.

No obstante, retomemos la acertada afirmación de John Donne “La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad”, y asumamos que las campanas todavía doblan por cada uno de nosotros. Aquí queremos honrar la memoria de quienes participaron en un lamentable momento de la historia: los 30 mil desaparecidos durante la dictadura Argentina. Para tal propósito, presentamos una selección de la poesía de Dardo Dorronzoro, poeta de Luján desaparecido en 1976.

No es solamente la luna ni el rocío ni la luz celeste de los pájaros, puede también ser una alpargata vieja, toda agujereada, toda casi muerta después de andar fábricas, andamios o duros y calientes caminos de noviembre. No, no necesariamente todo lo poético debe ser bello.
Yo he visto horribles chicos grises como la tierra comiendo tierra.
Yo los he visto ahí, con sus andrajos y su mugre, reptando, y los he tocado, acariciado su piel y convertido en ángeles, en mariposas, en viento de septiembre.
Porque todo antes de ser poesía debe pasar por mi corazón, darlo vuelta con el grito para arriba, colocarlo cara al alba, cara al cielo. Todo debe pasar por mi sangre, por mis huesos, por mi respiración, por el corazón de mi sangre.
Pues yo soy un poeta no un hacedor de versos bonitos.
Yo soy un poeta que ama a los que no tienen amor ni pan, a los que se van sin haber llegado, a los que a veces sonríen, a los que a veces sueñan, a los que a veces les crece un fusil en las manos y salen a morir por la vida.
En suma: yo he sido, soy y seré un poeta revolucionario.
Sobre mi tumba verán florecer un puño.

A sus 82 años el poeta Juan Gelman describió la poesía como una forma de resistencia por ser un enriquecimiento del ser. Si el género es por sí mismo una militancia, la literatura que combate al autoritarismo se convierte en un arma doble: poesía que resiste al mismo tiempo que apunta y ataca. Por este motivo Dardo Dorronzoro afrontó dos desapariciones forzadas. Luego de la segunda no se supo nada más de él.

Me declaro culpable, muy bien, pero
debo advertirles
que ya ustedes me mataron, me enterraron,
me borraron todas las arrugas y las lágrimas de mis hermanos, y me dijeron
que te diviertas con los gusanos, pero olvidaron
de borrar
las huellas
que mis pasos marcaron
en tantas calles y caminos del mundo.

Durante el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional, dictadura de siete años con un saldo de torturas y desapariciones inextinguible, la casa de Dardo Dorronzoro, en Luján, fue cuna de una resistencia. Ahí se reunió un grupo de amigos y artistas para presentar ciclos de cine, compartir lecturas, escribir poemas y dialogar en torno las formas de preservar la vida en una ciudad amenazada por el poder del Estado. De este círculo sobrevivieron muy pocos. Aunque ⎯como menciona el mismo poeta⎯ se fueron para convertirse en arte, en lo bello y trascendente que la violencia quiso destruir.

Los amigos

Yo tenía un amigo
y otro amigo
y muchos amigos.

Alguno traía su guitarra,
otro su aventura
y otro su soledad y su tristeza.

Aquí, en esta mano, hay alguna lágrima, todavía,
de aquel tiempo;
algún recuerdo
que me llega a veces como un galope de caballos,
como un perfume
o como un dolor
buscando lugar en la sangre.

Yo tenía amigos
que se fueron a buscar la muerte.
Otros se convirtieron en maíz,
en guitarra, en canciones;
otros se convirtieron en ciudad,
en puerto, en mueble de oficina,
y algún otro, como yo,
se convirtió en poema.

Las amenazas que recayeron sobre aquel núcleo de artistas partieron del Comando Nacionalista Jordán Bruno Genta, grupo militar que, bajo la consigna  “Viva Cristo Rey, Dios, Patria y Hogar”, se dedicó a identificar, torturar y desaparecer a cualquier persona que se proclamara en contra del régimen. Además de atacar también a sus familiares y amigos. En este ambiente Luján se volvió un espacio de hostilidades y temores sembrados por la imposición del poder.

No comprendo

No comprendo.

Son las mismas calles.
Son los mismos hombres.
Son los mismos gritos.
Son las mismas sangres.

No comprendo.

–Otras manos– no las mías– cavan trincheras.
Otras manos preparan el pan,
aguzan el hierro.
Otras manos
destruyen
los últimos restos de la noche.

No comprendo.

Viene aquí mi padre, sonriendo,
frente al antiguo rostro de la muerte.
No comprendo.
Están todos, sin embargo. Nadie falta.

No comprendo.

Alguien pregunta: ¿ya llega el alba?

No comprendo.

Pese a las trágicas condiciones que enfrenta, Dardo Dorronzoro supo preservar en su poesía un guiño de inocencia. Su obra apuesta por la bondad y la profundidad que existe en una vida sencilla por encima de la malicia bruta del poder. Algunas figuras recurrentes en su trabajo son un pájaro, un hombre libre, un jardín y la compañía de los seres queridos, elementos suficientes para llevar una existencia plena.

Mientras me matan

Comenzaron a matarme de a uno hace muchos siglos,
después de a setenta, después de a quinientos,
hay que ver cómo me matan ahora de a miles en cada esquina,
en cada feriado,
cómo fabrican sueldos y galones con los huesos que me quedan,
cómo fabrican calabozos para poner algún rincón de mis pantalones,
y cómo se turnan entre gordo y gordo para
ver de qué ojo muero primero,
pero resulta
que cada vez soy más uno de los otros,
uno de los que nacen y renacen y vuelven a nacer entre los fuegos,
que cada vez tengo más luz, más pájaros, más flores en la puntería,
que cada vez
me soporto más elegantemente entre los fierros y los veranos,
y hay veces que me pregunto –me digo para mí– si ellos
no harían mejor en cambiar de uñas y de cuentas,
de andar de peldaño en peldaño hacia abajo de las luces,
o en comprarse una sangre nueva, una sangre más limpia
para usar en feriados y domingos.

Porque eso de matarme tanto con papeles no terminará nunca,
y ya se sabe que la primavera avanza
sobre los huesos y los aullidos del invierno.

Dardo Dorronzoro fue secuestrado en su propio hogar, donde se encontraba con Nelly Dorronzoro, su esposa y compañera de lucha. Durante más de 20 años ella se dedicó a buscarlo y fue víctima de torturas psicológicas que el gobierno ejerció sobre su vida. Así, por ejemplo, le decían dónde encontrar a su esposo vivo, seguido por engañosas señales de su muerte. Este agotador vaivén quedó registrado en cartas que envió a los amigos de Dardo que seguían con vida. Aquí un fragmento de una carta escrita por Nelly Dorronzoro, seguido por otro poema del poeta desparecido.

“No tengo coraje para la despedida; poco a poco he ido perdiendo todo lo que quería, todo lo que en un tiempo era la vida de esta casa, ¡pobre casa! Ahora sólo hay silencio, soledad y una infinita pena. Estoy muy destrozada y trato de juntar los pedazos de mi vida y seguir adelante. A pesar de todo lo que me digan, a pesar de que mi psiquiatra desde el primer día me dijo que debía partir de cero, que no tengo que esperar la vuelta de Dardo, siempre, siempre me quedaba un chiquito de ilusión, acaso prefabricada por mí para seguir viviendo, acaso como una instintiva defensa. Pero el otro día, cuando vos me dijiste: sé fuerte, Dardo no va a volver, no sigas esperando, sentí, Osvaldo, que todo se derrumbaba dentro de mí. Recién entonces tuve la exacta dimensión de la realidad, de mi realidad y no puedo soportarla, no puedo. No sé qué hacer con mi vida, ando a la deriva, esperando, esperando, esperando, no sé qué. Esperando contra toda esperanza, hundiéndome cada vez más en mi dolor y sólo sé llorar. El día que te vi hice el viaje de vuelta llorando hasta llegar a casa y cuando abrí la puerta sentí que, como un monstruo, se arrojaba sobre mí la soledad. [1979]”.

Él y yo

Nos encontramos todas las mañanas. Él va en su bicicleta y yo en mis zapatillas. Los dos a ganarnos el pan. No sé si él se llama Juan o Felipe, y él no sabe si yo me llamo Luis o Pancho. Haga frío o calor, llueva o caigan piedras, siempre nos encontramos.

⎯Chau.
⎯Chau.

Algún día no nos encontraremos. Ni nos encontraremos al día siguiente, ni al otro. Desde ese momento, yo sabré que él ha muerto. O él sabrá que yo he muerto.
Qué triste estará el mundo, entonces, para el que quede vivo.

Con el paso del tiempo el estremecimiento de las emociones disminuye y éstas pueden volverse un simple recuerdo; entonces el interés por preservar la memoria pierde intensidad. Por eso, Primo Levi pedía con cierta desesperación en Si esto es un hombre que repitiéramos a nuestros hijos los daños provocados en Auschwitz durante la Segunda Guerra Mundial. Por eso también, queremos trazar un vínculo entre el pasado y los acontecimientos del presente. Recordar mediante el arte que el poder no es capaz de acallar todas las voces, y que los testimonios de quienes han resistido la imposición resuenan en el tiempo como un poema que nunca podrá desaparecer.

Para leer la antología más reciente de los poemas de Dardo Dorronzoro, junto con un registro de las cartas que Nelly Dorronzoro escribió al buscarlo, descarga de manera gratuita el libro Viernes 25. Poemas y fragmentos de una búsqueda en este enlace.

Para hacer un poema

Si tienes una sartén en casa, una sartén muy vieja, por su puesto, si tienes el retrato de una muchacha que te mira desde 1945, o desde después, o desde antes, y si tienes también una calle por donde pasan chicos sucios, vagabundos melancólicos y por donde pasa siempre un lechero silbando, estás en condiciones de hacer un poema, si quieres, no quizá el más hermoso que se haya escrito, pero podrás decir, por ejemplo:

Cuando se colgaban a nuestros muertos de los lunes,
cuando crecían caballos, estatuas y gendarmes,
cuando se agrietaban granujas de calle y barrio en las esquinas de los trenes,
cuando los hijos de perra nos mataban al Che y al Inti Peredo,
cuando nadie, amor, te dijo
volverás a encontrarlo en el secreto de los pájaros,
ya estábamos cruzando lobos, inventando panes y colmenas,
inventando revoluciones, levantando
fosos y flores de tus pasos,
volviendo de un amanecer hacia la noche,
volviendo de la noche hacia una sangre.

Y si además tienes puños, manos, sangre, pellejo
y testículos propios, no hipotecados, no vendidos,
no regalados, puedes decir:

Y luego crecieron incendios y estallaron ciudades,
nacieron hombres a la luz de América y cantaron su grito,
nacieron hombres y se ensuciaron de banderas sucias y soldados,
nacieron hombres y murieron de una muerte americana,
y volvieron a nacer y a morir y a nacer otra vez,
de a uno,
de a cien,
de a quinientos,
y seguirán naciendo, siempre, y muriendo y volviendo a nacer
hasta que florezcan todas las sangres y las muertes,todas las hambres,
todos los harapos,
todos los pobres,
todos los puños y los pechos americanos.

No es gran cosa, ya ves; no obstante, después podrás salir a la noche, mirar de frente a los espíritus maléficos, que siempre rondan por ahí, y comerte todas las estrellas, una a una, silenciosamente, bajo la sonrisa aprobadora de tus perros, que son también comedores de estrellas.

 

El problema de ser tú mismo

Todo lo que sabes de ti está precedido por eventos en tu sistema nervioso de los que no sabes casi nada y de los cuales no fuiste autor. El estado de tu cerebro es el producto de variables en las que no tuviste ninguna agencia: no escogiste a tus papás, no escogiste a tus genes, y tampoco escogiste el ambiente en el que tu genoma se iba a desarrollar, no creaste tu neurofisiología y de ahí surgen todas tus intenciones y pensamientos que le dan forma a tu yo.

Tienes la idea de estar detrás del volante de tu conciencia, y con base en ésta ilusión, la sociedad te invita, bien intencionadamente, a decidir quién quieres ser, bajo el discurso cliché de “sé tú mismo”, una solución precaria ante tus complicadas interacciones con el mundo.

Te encuentras pensando a cada minuto de tu vida, todo el día, y no eres totalmente consciente de esto ¾del automatismo y complejidad en la conversación que tienes contigo mismo. Eres idéntico a lo que dicta cada uno de esos pensamientos, ya sea que la idea que te enganchó sea auto-crítca, prejuciosa, banal, positiva, compasiva, miedosa, etc. Ese es el carácter de tu personalidad en ese instante, eres prisionero de cualquier idea que se apodere de tu mente.

Las interacciones humanas también mutan ese “tú mismo” que se supone que eres. Hay personas que alimentan tu humor y que sin esfuerzo, puedes resultar hipercómico en tu aproximación con ellos, otras que alimentan tu lado más reflexivo o filosófico en pláticas en las que puedes llegar a abordar temas de profundidad o demasiado abstractos, otras que sacan tu lado más romántico y poético, con las que te sientes cómodo explorando metáforas con el fin de seducirlas. Y otras que sacan tu lado más incómodo y tímido, con los que no puedes proyectar absolutamente nada de lo que piensas que eres. Y estas son algunas variables de los mecanismos conscientes e inconscientes que pueden influir en tu estado mental.

Ernest Becker en su libro “The Denial of Death” explica que la personalidad es una mentira vital, un constructo con significados interconectados, afiliaciones culturales, estereotipos, arquetipos, etc., que sostienen endeblemente tu autoestima para darte relevancia en el contexto donde te desenvuelves. Pero, por supuesto que ese yo es una mentira, si partimos de la base de que todos somos una colmena de identidades, resulta extremadamente difícil acceder a ese yo hipostasiado del que se nos habla tan superfluamente.

Esa esencia original a la que podrías apelar, ha sido forjada por tu entorno y las consecuencias resultan en el surgimiento de tus sombras, tus secretos, tus grietas. Es verdad, todos estamos rotos de una manera u otra. Es lo que nos hace los individuos únicos que somos. La mutabilidad que tiene tu yo es dinámica, es por esa razón que leer un libro por segunda vez siempre te deja diferentes aprendizajes que la primera. El quinto principio del Kybalión lo explica muy bien al hablar de que nadie puede bañarse dos veces en el mismo río, puesto que todo está sujeto al cambio, el río de hoy no es el mismo que el de ayer, su agua ha fluido con el correr del tiempo. La naturaleza se transforma continuamente en un movimiento cíclico al igual que el yo.

Eres como el barro que es moldeado por el tiempo y las circunstancias, que a veces llegas a utilizar como herramientas artísticas para construir una auto-imagen, una marca social que te defina, una manera de nombrarte, una manera de controlarte. Piensas que si tan sólo decides tener un control de ti mismo, todo va a estar bien. Que aunque el mundo te rompa, tu luz prístina escapará por las grietas.

Claro que imaginar quien queremos ser tiene mucho poder, bien lo explicaba Rubem Fonseca, en Amalgama. “Uno es lo que quiere ser. Así como el italiano aquél dijo que las cosas son lo que a nosotros nos parece que son y no lo que verdaderamente son, también somos lo que nuestra imaginación dice que somos y no lo que somos en realidad, somos una representación subjetiva de nuestra imaginación. Sé que parece complicado, pero no lo es. Por ejemplo: no quiero ser infeliz y no lo soy; no quiero ser cobarde y no lo soy; no quiero ser ansioso y no lo soy. Repito: uno es lo que quiere ser, así es como uno siente aquello que quiere sentir.”

Pero la realidad es que la imaginación no basta, ya que el carácter de la mente fluctúa ante cualquier estímulo externo o interno. La verdad es que tú y yo somos una enredadera de contradicciones. Somos víctimas de nuestro nomadismo interpretativo: “si hoy pienso así, mañana puedo pensar diferente según las vicisitudes que se me presenten y las emociones que detonen.”

Creo que el concepto del yo, es el centro del problema, cuando las cosas van bien, nos consuelan los éxitos que construyen esa auto-imagen que tanto intentamos edificar, pero sabemos muy bien que todo es susceptible al cambio, que hay calma y luego tormenta, que hay paz y luego caos, y que la vida oscila entre buenos momentos y malos momentos.

La mente es vulnerable ante las circunstancias, sólo piensa en las veces en que algo ha estropeado tus planes y como esa historia se empieza a repetir incontables veces en tu cabeza, con infinidad de desenlaces o con los mismos desenlaces, una y otra vez, y por alguna razón no te parece algo maniático, ese maldito ensayo continuo de un enunciado, pero sí lo es. Si alguien pudiera leer en una pantalla los contenidos de tu mente en esos momentos, pensaría que estás completamente loco, pero de alguna forma, esta narrativa mental excesiva parece normal.

La mayoría de esos pensamientos no tienen sentido, esa conversación interna en la que juegas el rol de emisor y receptor, de receptor y emisor es completamente abstracta ¿Con quién estás hablando? Parece que no hay un sólo originador de tus pensamientos, si no que hay diferentes versiones de ti mismo que están generando mensajes internos. ¿Cómo decidir cuál de las voces será la autora de la versión final de ti que se proyectará en el exterior?

Sufres innecesariamente al permitir que el pensamiento discursivo de tu supuesta voz interna tome su automatismo cotidiano. Súbitamente una idea sigilosa se apodera de tu yo, colorea toda tu consciencia y de repente se siente como tú y te define en ese momento. La sensación de ser un yo, de ser una identidad, es lo que se siente pensar sin saber que estás pensando, es decir, una idea capturando tu consciencia que termina por conducir tu comportamiento y que como consecuencia, alimenta tu neurosis.

Creo que la gran diferencia radica en saber cuando estás perdido en tu propia mente y en saber reconocer los pensamientos por lo que son. No hay nadie que lo haya expresado más claramente que Kyabje Dilgo Khyentse Rinpoche cuando dijo: “No hay ninguna emoción de la cual no nos podamos deshacer, ya que las emociones son simplemente pensamientos, y los pensamientos son como el viento que viaja a través del espacio vacío. No hay nada en ellos.”

Para poder observar como los pensamientos surgen y pasan, es necesario entenderse como un espectador de la mente. Parece que dentro de la consciencia hay un centro operativo que trasciende la personalidad, algo así como un sillón en un lugar completamente inmutable. El truco está en saberse colocar en el asiento.

Una analogía que siempre me gustó para explicarlo es la de ir al cine, cuando estoy sentado enfrente de la pantalla es muy fácil sumergirme en la narrativa de la película, pasar por el cambio deíctico donde mi consciencia desaparece, se me olvida que estoy rodeado de gente y de alguna forma me vuelvo parte de la ficción. Pero si me resisto a ser atrapado por la película, el artificio se vuelve evidente porque mi atención la pongo en otras cosas, en la persona que está mensajeando con su teléfono, en el ruido que hace el de a lado, en lo incómodo de mi asiento, etc.

Es posible ver los pensamientos de esta manera, como un teatro en el que están surgiendo ideas en el escenario de mi mente. Es ahí donde aparecen pensamientos y resultan fáciles de dejar ir, evitando que desencadenen estados anímicos o que catalicen emociones en mí.

Hasta que rompes con ese hechizo, hasta que aprendes a ver que un pensamiento es tan sólo un pensamiento que pasa por la conciencia para luego desaparecer, no tienes otra alternativa que ser prisionero del universo diegético que creaste mentalmente. Lo que requiere demasiado esfuerzo y concentración es la disciplina para poder adquirir ese estado contemplativo de la mente.

He encontrado que existen diferentes metodologías para alcanzar ese estado anhelado, para eliminar las capas psíquicas que he construido a partir del ego. Las rutas prácticas en las que he vislumbrado efímeramente esa libertad van desde la religión, hasta la experiencia con psicodélicos, que parecen ser atajos para lograr entender que la experiencia del mundo no es igual cuando se está en relación directa con el entorno, que cuando tal relación se ve mediada a través de la imagen de uno mismo.

Pero ciertamente, ninguna herramienta ha sido tan efectiva para acceder a esa esencia que considero mi verdadero “yo mismo” como la meditación. No me gusta la palabra “mindfulness” porque peca de tendenciosa y tampoco me gustaría hablar de la práctica como un ejercicio “espiritual” porque trae consigo una connotación religiosa y no me quiero enredar hablando del alma. Creo que la conversación debe llevarnos más allá del ejercicio del espíritu hacia la auto-trascendencia, un ejercicio de optimización mental, de tal forma que no sólo se consiga vislumbrar ese estado pasajeramente, si no que realmente provoque una transformación.

Jasun Horsley dibuja perfectamente lo que es el estado de “iluminación” (aunque sea otro concepto con carga controversial) en un lúcido análisis de los maestros espirituales “Oshana describió cómo, hasta el día de hoy, es capaz de regresar a su mente, pero nunca se sumerge completamente en ella. Según él, es como meter al agua una mano cubierta previamente con crema impermeable, de manera que las moléculas nunca tocan la piel.  Aunque la mano está completamente sumergida, en realidad no está en el agua. De manera similar, cuando Oshana regresó a su mente después de iluminarse, pudo observar los contenidos sin estar expuesto a ellos y sin identificarse.”

Estoy lejos de pretender que a partir de la práctica todos logremos iluminarnos, pero el propósito sí es descubrir que el concepto del yo es una ilusión, que no eres un fantasma pasajero de tu cabeza. Lo único que tenemos que aprender es a observar la mente, sin ninguna agenda inspiracional, sin adoptar mantras o dogmas, el sólo poner atención trae consigo el fin de la lucha mental. Ese es el tao de la no-mente, o en otras palabras, el estado del no-yo, que una vez descubierto, permea la relación dividida que tenemos con el mundo. “Olvídate de ti mismo y estarás protegido” decía Lao Tzu. Si se entiende a la inversa, sigue siendo verdad: “Pon demasiado énfasis en ti mismo y estarás en peligro”.

 

 

Una breve reflexión sobre la verdad en la belleza

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Love is a rose
but you better not pick it
It only grows when it’s on the vine.
A handful of thorns and
you’ll know you’ve missed it
You lose your love
when you say the word “mine”.
Neil Young

Sobre la belleza siempre ha deambulado la nube del destino y del tiempo devorador. La belleza ha sido invocada, reinventada y descrita desde la antigüedad como una fuente fugaz de felicidad y plenitud, inagotable de vida, condenada desde el principio a un redentor final siempre trágico.

La verdadera belleza es un acontecimiento, un evento decisivo, irrebatible, que no necesita explicación porque simplemente es. John Keats reconoció esta máxima en su famoso quiasmo “Beauty is truth, truth beauty”; y es que en un mundo donde la realidad se encuentra en revisión perenne —diseñada, filtrada, aumentada, editada y deformada—, nuestras experiencias con lo sublime adquieren un nuevo valor, el de comprender que el éxtasis auténtico sucede al encontrarnos en silencio, frente a lo verdadero.

La naturaleza (lo natural) es la verdadera belleza por ser simplemente incuestionable, insospechada, contundente. Ésta no necesita llamar la atención, no tiene agencia o voluntad; su invitación se encuentra implícita en su observación, y nos hace desearla y, en ocasiones, soñar con poseerla. Debemos volvernos vulnerables y sensibles a su aliento, procurar afilar nuestra intuición estética; éste es finalmente el significado original de la palabra estética: suspirar, inhalar el mundo de percepciones que se nos presentan. Sólo así podremos encontrar la belleza en los lugares más improbables; sólo así podremos entrar en contacto con esa inmensidad iluminada en el éxtasis de la revelación, con los patrones que revelan una verdad obvia —que antes no lo era—, con la emoción que implica, con la epifanía fascinante y fugaz de su sustancia.

El arte nace de nuestra necesidad de imitar la naturaleza. Así, el poder humano se ha desvirtuado en la creencia ilusa de que al rodearnos de belleza, somos capaces de absorber y expresar su valor. Pero es menester entender que la belleza verdadera está ahí sólo para expandir nuestra admiración, es una expresión que refleja las sensaciones más profundas de nuestro organismo, una manifestación del espíritu; es en ella donde surge el encuentro íntimo con un espectador, al encontrar el deseo de sentirla, no de poseerla. El fin de la belleza es el de recordarnos qué es amar, qué es temer y qué es odiar. Se trata de un encuentro visceral con la fe, porque se adapta a las demandas de nuestro ser. La belleza impermanente de la naturaleza es sólo una imagen de la belleza eterna, un fractal que es finalmente, un vehículo de contemplación para escalar de regreso.

Se dice que encontramos la belleza en nuestro deseo de idealizar y transformar nuestro mundo. Debido a que esta cualidad estética es circunstancial (y también subjetiva), sólo es posible pecibirla en los momentos en los que nuestra atención se encuentra disponible. La verdadera belleza es la tecnología de la inspiración, es una de las pocas herramientas que nos puede sumergir en un éxtasis que supera la racionalidad y que inclusive, en ocasiones, puede causar dolor al asimilarla: su vastedad perceptual nos obliga a reconfigurar y actualizar nuestro esquema mental, sólo para acomodar a esa escala de experiencia en nuestro propio despertar ontológico.

Irremediablemente, codiciamos lo que vemos a una distancia que asegura que no lo podamos poseer. Es preciso separar el deseo de la admiración, y de la decepción de su imposible posesión, un deseo que nace de nuestro propio deseo de trascendencia. La verdadera belleza nos produce todos estos anhelos porque en el instante en el que estamos ante ella, estupefactos ante lo sublime, sentimos que nos absorbe de tal forma que queremos comulgar con ella, fusionarnos y ser uno con ella. Es en la belleza verdadera donde debemos alimentar nuestro deseo de ser infinitos en un mundo finito, alimentar nuestro anhelo de capturar el momento y hacerlo durar eternamente, porque a pesar de que la belleza no es nada sin el conocimiento de la rapidez con la que se desvanece, en su presencia podemos ser inmortales al menos por un instante.

¿Qué hace usted en un libro como éste?

¿Qué hace usted en un libro como éste?
Crónicas ultrajantes.
Rogelio Villarreal
Producciones El Salario del Miedo / Almadía.
México, 2015.

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Se dice que ciertos obras abren brechas, más que trascender los géneros, los funden y los traicionan: los inventan. El libro que ahora comento participa de este espíritu ecléctico, anómalo: una dicotomía hereje.

Es sabida la labor y el carácter intenso y multifacético de Rogelio Villarreal: su interés no sólo por el periodismo cultural, si no por la historia y la política global, la fotografía documental y las mil vertientes de la música, la literatura y sus hibridaciones, el papel en la cultura de las nuevas tecnologías; además de su recurrente pasión por el debate, la apasionada discusión y su agresiva lucha contra la distorsión purificadora.

Desde las páginas de éste su tercer libro, Villarreal se planta para desmentir las exageraciones, las omisiones y las reducciones simplistas: Monsiváis no fue tan ubicuo como su fama, tampoco la crónica es un difuso y bien pensante ornitorrinco, como dijera Villoro.

El género narrativo del periodismo no debería ser una fotografía pasada por los mil filtros del Photoshop, la crónica no tendría que ser el apunte de los Indiana Jones región 4.0, mucho menos motivo y fin del heroico galardón para el lucimiento de los multipremiados por el FNPI.

El editor del proyecto Replicante, y las extintas La Regla Rota y La Pus Moderna, se acoge a la tajante voz del tótem Granados Chapa: “Combata la ambigüedad: no insinúe, no exagere, no minimice”. Nuestro autor pasa el plumero y hasta baja del altar a santones como Kapuscinski o García Márquez: “¿Tú también mientes a veces?”.

Con agudeza, con puntualidad, Villarreal se demora encarnizadamente en las miserias del populoso vedetismo periodístico, el de la hinchazón retórica o del dato inane, aquel que hasta Borges llegó a lamentar: “¿Qué importa que un ministro viaje o no?”

Campo de fuerzas

Sin embargo, ¿Qué hace usted en un libro como éste? es mucho más que un volumen de crónicas. Se lee y parece estar escrito como un minucioso diario de viajes. Un rabioso cuaderno de fobias y filias. Un retrato familiar. O un compendio de periodismo cultural. Hecho desde un afán de mirar y maravillarse, extrañarse, evocar y contar.

Una forma de narrativa objetiva y al mismo tiempo emocional. Como quien mira y escribe con una lupa y un telescopio. Pero también con un escalpelo.

Entre sus muchos valores, destacaré primero su precisión narrativa, la poderosa desnudez de muchas de sus frases, casi como arranques de alguna novela:

“La mañana que violaron a Ivana y Lucía era quieta y llena de sol. Hacía un viento ligero y fresco y los volcanes parecían estar a tiro de piedra.”

En el otro extremo retórico, la forma descarnada o poética de vivir o mirar los lugares: Los Ángeles, Dublín, Torreón, Guadalajara, el viaje como delirio e introspección:

“Monterrey: “esas montañas que parecen cortadas a hachazos por un dios mitológico enfurecido.”

Pero la parte más profunda en significados, más rica en matices e intertexto, es ese hueco que se abre intermitente a lo largo del libro para hablar de la familia, ese campo de fuerzas donde se entrecruza el misterio del origen, la brutalidad, el amor y la cultura. La familia como filiación: destino y enigma.

O las fechas de la patria como símbolo, el 16 de septiembre celebrado por la “escandalosa turba alcoholizada”, y el crecer de golpe, entre la confusión y el deslumbramiento: “Los niños sólo son culpables de la neurosis de su padre y de la histeria de su madre.”

Los libros y las letras como un hallazgo, un refugio y un camino hacia la liberación, pero también hacia el espanto: Las revistas Alarma! de la tía Amelia y su lectura encerrado, en “dos o tres horas atroces”.

Y el amor y la amistad y el odio. Los viajes, los proyectos y los amigos perdidos o muertos temprano. Y las voces claras de la imagen filial y la sangre:

“Mi abuelo nos contaba historias de fantasmas: decía que estos no eran traslúcidos y desfigurados, sino que lucían como una persona común.”

Y el odio, transparente y concreto como un cristal:

“Yo tragándome el puto coraje. Pensando que yo podría estar en el lugar del vagabundo (Así es la vida del free lance ¿No es cierto?)”. Y el país como un pavoroso desastre: los niños sacrificados por la miseria o la barbarie. Las mujeres violadas, muertas, o tragadas por las aguas. Y los funcionarios en sus boletines oficiales consignando terribles muertes causadas por una “infección de garganta”.

Estos apuntes -voces, evocaciones y testimonios- entrecruzados así, reflejo de una voz viva, desde el cerebro y la entraña, son los ladrillos que hacen de este libro un documento doloroso y verdadero. Entrañable. Una prueba de que su autor supo escribir sin traicionar al buen Marco Polo -papá de todos los cronistas- y poder consignar, de muchas maneras, como el viajante italiano, desde el sentimiento y la razón: “la cosas vistas como vistas, las oídas como oídas.”

 

Simio meditando (ante una lata oxidada de aceite de oliva)

Probablemente yo no sea la persona más indicada para hacer esta presentación. Eso por dos razones: la primera, que no sé ni me gusta hablar de literatura, menos aún de poesía. Lo saben todos los que alguna vez lo han intentado. Me preguntan por un libro o un autor y digo, ah, sí, he leído algo y salgo corriendo de ahí corriendo lo más rápido que puedo. La segunda, porque, por razones evidentes, no tengo ninguna distancia de ningún tipo con el autor.

Lo que sí tengo es, llamémosle así, una pequeña ventaja. Sé en qué circunstancias y en qué condiciones se ha escrito este libro. Eso no debería importar porque, ya lo sabemos, los libros deben defenderse solos y prescindir de cualquier relato heroico sobre su gestación. Sin embargo, me voy a permitir una visión de parte y desde ahí lo que voy a decir es que soy testigo de la honestidad de la escritura de este libro.

He dicho honestidad y me imagino que no es un término que Mario aprecie en relación con sus poemas. A él le interesa el lenguaje, no la honestidad. No por un defecto moral sino porque decir que alguien es honesto cuando escribe pareciera implicar que ese alguien tiene algo que decir y lo dice honestamente. Y yo estoy convencida de que Mario está convencido de que no hay nada que decir. No solo de que él no tiene nada que decir sino de que no hay qué decir. A pesar de ese convencimiento, en este libro, con mayor énfasis que en otros, Mario se sigue preguntando qué es ese qué que no hay que decir. Esa es la honestidad fundamental de este libro, persistir en la pregunta y quedarse en ella sin dar el paso que parecería natural que es encontrar alguna tipo salida metafísica.

Hay un libro de Roberto Calasso llamado Ka, una narración maravillosa basada en la mitología hindú. Ya sabemos que a Mario le “joden los excesos místicos”, pero en fin. Al inicio del libro de Calasso, el pájaro Garuda se pregunta ¿Quién es Ka? pero Ka, que es un dios, es también una pregunta, ¿Quién? Y ¿Quién?, Ka, es la última pregunta, la que se hace cuando todas las demás ya se han formulado. En eso me hizo pensar este poemario, con la diferencia de que la pregunta no es ¿quién? sino ¿qué? Eso porque estos poemas están justo un paso antes de la fe y por lo tanto no reconocen ninguna voluntad, ningún sentido. Aunque quizás su formulación negativa ¿qué no hay? hace de esta una pregunta que la acerca a la teología.

“Escribir no dice qué hay” dice un verso del poema Vietnam. Podríamos quitar la tilde de ese “que”: “escribir no dice que hay”. La idea que recorre este libro es, de hecho, que no hay [nada]. Esa formulación evita la reificación de lo que hay/no hay.

Ahora bien, creo que la peculiaridad de este libro tiene que ver sobre todo, no tanto con la ausencia de una escapatoria metafísica sino con la ausencia de un salto o una puerta de salida metalingüística, que sí está presente en otros libros de Mario. Estos poemas están un paso antes de la fe, es verdad. Pero también un paso antes, o después, del cinismo. Mario se queda esta vez en las fronteras de ambas escapatorias, se queda en el

“… corte invisible en el río”

ese río que antes “era una sola cosa marrón que fluía” y a su vez “dividía los cazadores/recolectores de un lado/y lo que no es recolectable/ni cazable del otro.

Todo está partido en dos, en tres porque el río que divide también cuenta, pero no se afirma ni siquiera la existencia de ese todo, de ese qué sobre el que se produce la división. No hay qué decir y preguntarse ¿qué no hay? parece ser solo la posibilidad de pararse en una frontera que no existe porque ambos lados de ese límite, y el límite mismo, son indistinguibles. No hay qué decir si

“el ventilador

que visto sin anteojos

parece un enorme papagayo blanco

 

y

que visto con anteojos

es un enorme papagayo blanco

 

parece un enorme papagayo blanco.”

Esa frontera es la vía del tren en la que muere el ciego Meireles. Es también el reflejo de la profunda soledad del simio que medita. Y es esa soledad, que es una forma de la honestidad, la que lo lleva a renunciar a morir entre los turistas y también a ser enterrado entre los simios.

Una vez que el simio se reconoce en otro, o en sí mismo, simio a simio, cae en la cuenta cuenta de que no hay salida. Incapaz de encontrar una salida hacia un más allá de cualquier tipo, no puede cambiar su vida sino únicamente perderla “ante un muro indescifrable de cigarras”. El simio pierde la vida estrellándose contra la barrera final de la intraducibilidad entre el lenguaje y la cosa, esa cosa que, como las cigarras, no habla pero hace algo que se le parece pero que resulta indescifrable.

En este libro hay casi un reconocimiento de que la única manera que tiene el lenguaje de traducirse a cosa es dejar de ser lenguaje.

“El único homenaje del lenguaje a este mundo es llorar a destiempo” dicen un verso del poema Vietnam.

Pero en ese verso el lenguaje hace algo que el lenguaje no puede hacer: llora. Llorar no es un acto del lenguaje. El lenguaje se ha traducido a cosa en ese llanto. Y sin embargo, ese llanto se produce a destiempo y ese destiempo ratifica, por más contradictorio que resulte, la imposibilidad de la traducción del lenguaje a la cosa, la imposibilidad de que el lenguaje deje de ser lo que es. El lenguaje no llora, solo dice que llora.

Dije que en este libro hay casi un reconocimiento de la imposibilidad de traducir de lengua a cosa. Solo casi, porque hay un rostro, como dicen los versos del poema Sabogal, un rostro que:

“Dice que nos ama

Dice que nos ama

Y nosotros amamos de vuelta”

En esos versos el lenguaje, que habita un cuerpo, logra tocar a la cosa y logra producir un efecto sobre ella. Por eso, volviendo a la pregunta inicial, cuando desde algún lugar de la frontera, Mario pregunta ¿qué? lo que obtiene parece un eco que viene del otro lado del río. Pero extrañamente no son sus propias palabras las que ese eco devuelve. No puedo más que especular pero quizás sean las de las cigarras.

*El presente texto fue escrito para la presentación del libro Simio meditando (ante una lata oxidada de aceite de oliva) de Mario Montalbetti, editado por Mangos de Hacha (2016).

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Simio meditando (ante una lata oxidada de aceite de oliva)
Mario Montalbetti
MaNgOs de HaChA
2016

 

 

 

Uterotopía | Paracables

Uterotopía fue concebida y producida por el dúo chileno Paracables, integrado por el poeta Martín Gubbins y el arquitecto y guitarrista Juan Pablo Corvalán. El proyecto buscaba representar imágenes y sonoridades de fragmentos de la traducción de Hamlet de Raúl Zurita, tres de los cuales encabezan cada una de las partes del video. La segunda parte incluye la lectura de un extracto de la versión fonética compuesta para solista y coro por Gubbins del famoso monólogo “ser o no ser”. La presentación se hizo en abril de 2016 durante los intermedios de un recital de rock organizado por la Facultad de Arquitectura de la Universidad Finis Terrae, utilizando el área designada para el público asistente a ese recital y sin aviso previo. El espacio fue delimitado imaginariamente en forma de cuadrilátero mediante un set de amplificación cuadrafónica con el cual Gubbins realizó diversos ejercicios de espacialización en vivo. Además de Paracables, participaron los músicos Sebastián Arce en batería y Renata Anaya en canto; estudiantes de teatro de la misma universidad dirigidos por su profesora Carolina Araya; y, los integrantes de la Orquesta de Poetas Fernando Pérez y Federico Eisner.

Monologo Hamlet-Version sonora MGubbins-2016

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Con el viento | Abbas Kiarostami (1940-2016)

Trees in snow | Abbas Kiarostami

Trees in snow | Abbas Kiarostami

 

El director Abbas Kiarostami no solo fue poeta de las imágenes sino también de las palabras. Como muestra esta breve selección de sus poemas traducidos del persa al francés por Nahal Tajadod y Jean-Claude Carrière y del francés al español.

 

7

Un potro blanco
sale de la niebla
se esfuma
entre la niebla

 

 

8

Nieva
nieva
nieva
el día termina
nieva
la noche

 

 

9

El paso de un hombre en la nieve
qué irá a buscar
volverá
por el mismo camino

 

 

10

El cementerio
totalmente
cubierto por la nieve
Se derrite
sobre tres tumbas
las tres nuevas

 

 

11

La nieve
rápido se va
y pronto se borran
las huellas de los paseantes
grandes y pequeñas

 

 

12

La blancura del pájaro
se pierde entre las nubes blancas
un día de nieve

 

 

13

El ruido de los tambores
asustó las amapolas
al borde de la autopista
¿pasarán de nuevo?

 

 

14

Sumisos cien soldados
vuelven al dormitorio
una noche de luna llena

sueños insumisos

 

 

15

Un pequeño copo de nieve
recuerdo de un largo invierno
inicio de la primavera

 

 

16

Las violetas amarillas
las violetas violetas
juntas
y separadas

 

 

17

Una mujer de cabellos blancos
mira las flores del cerezo
¿llegó la primavera, de mi vejez?

 

 

18

Imagen de un ciprés quebrado por el viento
en un agua erizada

 

 

19

Una vieja monja
da consejos
a las monjas jóvenes
entre cerezos en flor

 

 

20

Los pollitos recién nacidos
vivieron la experiencia
de la primera lluvia de primavera

 

 

21

La mariposa vuelve sobre sí misma
sin ninguna intención
bajo el sol suave de primavera

 

 

22

Una flor en papel
una foto en blanco y negro
1968-1984

 

 

23

El viento de primavera
pasa las hojas del cuaderno de tareas

un niño dormita
sobre sus manos pequeñas

 

 

24

Una vieja monja
toma sola su té
el ruido de la tetera

 

 

25

La flor salvaje
paciente
entre las violetas bien ordenadas

 

 

26

Salta y se posa
se posa y salta
el saltamontes
de una forma que sólo él conoce

 

 

27

Seis pequeñas monjas
de paseo
entre los grandes plátanos

el canto de los cuervos

 

28

Una gota de luz
cae
de un claro del cielo gris
sobre la primera flor de primavera

 

 

29

Una abeja
titubea
entre las miles de flores del cerezo

 

 

30

Las manos temblorosas
un arco tenso
¿libertad posible
para el pájaro?

 

 

31

Bajo la mirada compasiva del gato
el pollito sale del huevo

 

 

32

Sueño de una masacre de miles de pájaros
sobre una almohada de plumas

 

 

33

Una manzana roja
gira mil veces
en el aire
y cae
sobre la mano de un niño travieso

 

 

34

Una ráfaga de primavera
extingue
de un sólo golpe
todas las velas del templo

 

 

35

Entre cientos
de piedras pequeñas y grandes
sola en movimiento
la tortuga

 

 

 

 

Contra la fotografía de paisaje

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Contra la fotografía de paisaje
Fernando Fernández
Libros Magenta / Conaculta
1era edición, 2014

Me gusta pensar que el ensayo es una confesión que utiliza como pretexto un tema para, en realidad, mostrarnos el mundo íntimo del autor. Contra la fotografía de paisaje libro de ensayos de Fernando Fernández (Ciudad de México, 1964) retoma este aspecto fundamental del género y crea una pieza cuyo hilo conductor son los asombros recuperados a través de la escritura.

Contra la fotografía de paisaje, como lo indica el autor en las primeras páginas, es una defensa de la minucia y los pequeños descubrimientos. Si la fotografía de paisaje nos muestra un escenario completo, que necesita ser mirado desde lejos, en estos ensayos nos aproximamos a los detalles que componen el lienzo de una vida cuyo principal motor es la literatura y, por eso, debemos sumergirnos en una especie de close up que profundiza lo mismo sobre un libro que sondea los recuerdos de una vieja clase en la universidad.

Fernando Fernández sabe que el ensayo tiene, de origen, un tono subjetivo, pero no ignora que un buen argumento es igual de importante que la claridad en la prosa. En cada uno de los catorce capítulos del volumen encontramos una parte de la hoja de ruta del escritor narrada con pulso transparente e interés por dialogar con el lector. En las páginas de su libro desfilan personajes como Salvador Elizondo, Eduardo Casar, Pilar Montes de Oca, Gerardo Deniz, Eduardo Lizalde y otros menos conocidos como Felipe Teixidor y Federico Álvarez. En los dos primeros, en lugar del ensayo ambicioso que explora todas las facetas del creador, tenemos aproximaciones interesantes de la labor docente de ambos autores. A través de la mirada del joven Fernando Fernández asistimos a las aulas de la UNAM para recuperar la voz de Elizondo y Casar no a través de su obra, sino a través de sus obsesiones, sus cartografías librescas. Este es un punto a subrayar del libro de Fernández: contempla al escritor a través de los libros que los formaron y que, más tarde, compartieron en clases.

Otro elemento que sobresale en Contra la fotografía de paisaje es la anécdota que, aparentemente, tiene fecha de caducidad y sólo sirve para una columna olvidable o una plática de café. Fernando Fernández sabe aprovechar una obsesión como las veces que aparecen aves en la novela El barón rampante de Italo Calvino o una confusión sobre su vínculo con el escritor Fernando Vallejo. En cada uno de los pasajes el autor logra llevarnos a disquisiciones profundas: cómo funciona la memoria a través de la entrevista con un autor en el límite de su vida; el libro que nos impresionó en nuestra primera etapa como lectores y que regresa como un nuevo descubrimiento. En cada capítulo de Contra la fotografía de paisaje late el gozo del encuentro con las letras, el placer de la literatura y el sutil mecanismo del ensayo que nos muestra todo un mundo en vistazos que rinden homenaje a la buena escritura.