A los lectores, colaboradores y amigos de Mula Blanca:
Me dirijo a ustedes para hacer de su conocimiento que tras la muerte de su director, José Luis Bobadilla Acevedo, la revista cerrará de manera definitiva. Con el deseo de que los lectores puedan seguir consultando el archivo de Mula Blanca, la página de internet se mantendrá en línea, aunque no habrá nuevas publicaciones.
A mediados del año 2011 José Luis y yo emprendimos el proyecto de hacer una revista con el objetivo de compartir materiales que fomentaran la discusión en torno al arte y la literatura contemporánea. El primer número se imprimió en febrero de 2012. A lo largo de ocho años y medio y veinticuatro números el propósito fue realizar una publicación que no sólo presentara materiales de muy diversos registros y latitudes, sino que también abriera espacios a la obra de jóvenes artistas y escritores.
José Luis y yo compartimos muchos proyectos a lo largo de los últimos veinte años pero, entre ellos, Mula Blanca fue sin duda el más personal para él. Desde el inicio, él fue su guía y motor constante. Al paso del tiempo la revista física atravesó cambios de formato y soporte y amplió su radio de alcance por medio de una página web. Finalmente, en el último par de años, buscó consolidarse como una publicación en línea. Durante este proceso, terminé por alejarme de Mula Blanca.
Fue la devoción y curiosidad permanente de su director y fundador lo que permitió a la revista buscar nuevos caminos, transformarse y encontrar nuevos lectores. Tras su muerte, la fuerza que la impulsó se ha agotado, por lo que la continuidad del proyecto carece de sentido.
Quienes trabajamos con él queremos agradecer no sólo el entusiasmo y la generosidad de los lectores y colaboradores, sino las incontables muestras de afecto y solidaridad de quienes conocieron y valoraron su trabajo, y de todos aquellos que quisieron y querrán a José Luis.
“En las migraciones de los claveles rojos donde revientan cantos de aves picudas / y se pudren las manzanas antes del desastre…” Estos son los primeros versos con los que abre el poema Migraciones, un poema cuya última entrega fue en el 2016 y que, en mayo de 2019, ganó el premio Iberoamericano de poesía “Pablo Neruda”.
El poema de largo aliento en la
tradición de lengua española es una composición donde las ideas colaboran al
mismo tiempo que la música de las palabras en una arquitectura compleja y el
edificio de la ignorancia se va desenrollando poco a poco para llegar, por
ejemplo, a ese gran hallazgo con el que cierra Primero Sueño de Sor
Juana: “el mundo iluminado y yo
despierta”. El proceso de Migraciones
es esa iluminación del mundo interior donde muchas voces se confunden entre sí
hasta llegar a la total aniquilación del yo poético y abren paso a intuiciones
que tienen que ver con ese viaje interminable hacia adentro de sí mismo.
En el siglo XIV un místico inglés,
cuyo nombre desconocemos, escribió un tratado que llamó “La Nube del no Saber”.
En él, habla de cómo la única manera de conocer a Dios se logra al abandonar el
reconocimiento de sus atributos particulares y tener la valentía de rendir la
mente y el ego al desconocimiento y, en ese momento, dice el escritor, uno
comienza a vislumbrar la naturaleza de Dios. De la misma manera, el poema
Migraciones es más la averiguación del desconocimiento, la meta del no decir,
de buscar la genuina ignorancia como método compositivo.
En el poema se nota la influencia
de escritores como San Juan de la Cruz, como una poética quizá no tan
secundaria para Gervitz, en donde lo que menos importa es la creación de
sentido, y más bien se accede a una experiencia humana que rebasa a las
palabras, con el eco que Dios dejó atrás de sí, o con la ausencia de Dios.
“y te hablaba a ti / y tú eras yo / y tan oscura el agua / como quien
entrega el alma / y no hay quien”
Hay un juego con todas las
personas del verbo y se confunden las múltiples voces que habitan el poema,
pero todas parecen estar contenidas en una interioridad abisal y profunda, como
los buzos que descienden a zonas ignoradas e inhóspitas del mar para
encontrarse con animales extraños que ya no necesitan ni siquiera ojos para
poder ver, porque todo su ambiente, desde millones y millones de años, ha sido
la oscuridad total y en esa oscuridad, estos peces han logrado no solo
sobrevivir, sino tener un hábitat perfecto. De alguna manera, ese hábitat es el
que quiere conquistar una poeta como Gloria Gervitz.
La salida a la superficie después
de una inmersión tan profunda lo único que generaría sería un grave problema de
presión atmosférica, es decir, salir de esa superficie con velocidad
desenfrenada implicaría un desenlace fatal de quien busca la superficie. Quizá
por eso es que el conjunto de voces es paulatino y el poema va en una espiral
de los puntos que se tocan lentamente.
Gervitz indaga en silencios y
vacíos que rodean la palabra, la palabra que no ha fundado un lugar; en sentido
estricto, es una palabra utópica porque es la negación del lugar. Los
fragmentos en el poema son breves y poseen una unidad de resonancia muy
particular. Es una poesía que quiere tender hacia el silencio o, en términos de
Paul Celan, hacia una tendencia a
enmudecer. Si el acto de escribir es una vocación muy interior, en
Migraciones toda palabra parece gestarse en el limbo de las entrañas, como si
se trataran de palabras formuladas antes de que lleguen al mundo, se carguen de
un sentido colectivo y puedan ser entendidas y manifestadas por todos en
comunidad. Aquí quizá exista también un guiño a la poética de José Ángel
Valente.
“en la amplitud del silencio / se desploma / dócil en su infinita
contradicción / en su misericordia / y el corazón se cierra / y el corazón se
abre / deslumbrándose”
“y el corazón se cierra / y el
corazón se abre”, es la sístole y la diástole; son versos que generan una
imagen verbal entrañable.
“Tú estás tan llena de mí / yo
estoy tan lleno de ti / en mí / para ti”. Esa confusión proviene del llamado de
la antigua poesía mística, donde la voz de Dios se confunde con aquel de quien
la escucha y la repite en sus poemas, o como en el Canto Espiritual de San Juan de la Cruz donde hay una fusión y una
confusión de nombres y de presencias: amada
en el amado transformada; es decir, ya no hay ni sentido ni forma de
dividir al esposo (dios) de la amada (alma) y en el poema se eclipsan las
presencias.
“un despertar al otro lado / y yo quería saber / pero sólo me fue dado
preguntar […] las palabras / brevísimas húmedas / rozan la superficie como una
serpiente / y la voz sabe que no sabe”
Parece que Gervitz impidiera que
esas palabras salieran totalmente a la superficie del entendimiento para que la
luz de la razón no las hiera, y entonces se queden agazapadas esperando la
epifanía en el lector. Hay que rastrear el sentido que hay detrás de estas
palabras para entender el significado que las rodea. Es muy sobrecogedor ver
cómo, después de una lista de reclamos, afirmaciones, negaciones y
comparaciones, en una sola página en blanco aparece el siguiente verso: “¿me
oyes todavía?” Como si fuera un fragmento a la deriva, una pregunta que busca
el eco en sí misma. En Migraciones
hay voces que generan tal confusión que no se sabe si esa voz habla desde sí
misma para sí, desde la interioridad de la palabra, si ese tú es una mezcla de
la primera persona con dios o con el ser amado, o si los pronombres son los
únicos apelativos que son posibles. Parece que no hay propiedad.
“y la palabra / rompe vuélcase
/ ahí / en su tajo / celda tú en mí / sin mí / y ahora ¿qué me vas a decir? /
¿qué más me vas a decir?”
Es un reclamo a la palabra. Es el
reclamo que se hace cuando se pasa por momentos de no saber cómo decir algo que
quiero decir. ¿Qué me va a decir esa palabra cuya interioridad está en mí? parece
reclamarle Gervitz a la palabra.
Migraciones es una obra maestra que nos invita a
entender la poesía desde la ausencia y el silencio. Es casi una videncia hecha
desde un contexto cerrado, oscuro, impenetrable, que revela la belleza de
alguien que busca, a ciegas, su lugar en el mundo. Gloria Gervitz no se deja
absorber por la tradición, sino que la mira de reojo y la replantea; sus
palabras abren universos plurales en donde la palabra se vuelve una fuente de
evocación más que de significación. La expiración es la manera en que ejecutamos
aquello que observamos y pasa por un delicado proceso sensitivo e intelectual que
la misma inspiración desconoce. En Migraciones,
el poema desconoce su sentido, su propósito y termina encontrando su
experiencia y su inspiración hasta el final, quizá como sucede con las
experiencias más radicales de la vida.
Cada
tanto aparece una reflexión sobre la literatura que busca reducirla a
fragmentos para mejor comprenderla. Pero la comprensión es ya una reconstrucción
de algo que quizá no tuvo ni tendrá nuevamente forma. Tal era la atmósfera del
estructuralismo que en la década de 1960 parecía arrasar con todo papel
impreso. “Artefacto lingüístico” era una figura de la época para lo que antes
se había llamado creación literaria. No es casual, quizá, que Borges capture
tanta atención en aquellos años como escritor que destruía una literatura en la
misma medida en que la recomponía. Único autor que pudo poner fin a la
pedantería francesa oponiéndole un espejo que la anticipaba (Foucault tuvo que
tragarse el sapo). Tampoco es casual que otros autores latinoamericanos
iniciasen, desde la década de 1950, una revolución literaria que aún está lejos
de cesar sus repercusiones: 4 3 2 1,
de Paul Auster, no existiría sin la idea de que nada es necesario en una
narración. Ni siquiera en una novela que describe la vida de un niño, luego
adolescente, luego joven adulto, en orden cronológico, como relato
aparentemente tradicional que, sin embargo, es cuatro veces verdadero. Cuatro
veces falso, por tanto.
Giorgio Manganelli fue un escritor y
crítico italiano (muere en 1990) que se ocupó del tema de la literatura y la
mentira en un momento (1966) en que Borges aún no estaba en boca de todos y era
considerado todavía un autor “raro”, para pocos y entendidos lectores. El
centro de la argumentación de Manganelli sería la imposibilidad de concebir una
literatura que no sea fantástica. En su ensayo “Literatura fantástica”, donde
cita fugazmente a Borges, dice:
No
hay nada más mortificante que ver cómo los narradores, los encargados de los
esplendores de la mentira, se detienen en los sueños morbosos de la
transcripción de la realidad, ya sea documental, didáctica o patética. Ignoran
o pasan por alto el hecho de que ese ingeniero, esa actriz lasciva y esa
prostituta afligida, a quienes evocan con sus fórmulas demediadas, son tan
imposibles como aquel pájaro Rukh que, según el relato verídico del marinero
Simbad, alimentaba a sus pequeños con elefantes.
Quizá
la historia de la literatura tuvo sólo un paréntesis breve, en términos
históricos, en que pretendió acercarse a la verdad. Curiosamente la conciencia
de esta impostura la tenía ya Picasso en 1923, cuando decía al mexicano Marius
de Zayas en París, en unas palabras de las que sobrevive sólo su traducción al
inglés, que “We all know that art is not
truth. Art is a lie that makes us realize truth, at least the truth that is
given us to understand”. Y podría ser una muestra de lo que Bourdieu llamó habitus que Rulfo dijese en una
entrevista de 1979, también en París, que “La literatura es una mentira que
dice la verdad”. Manganelli, en 1967, escribió el breve texto “La literatura
como mentira”, con ecos estructuralistas pero igualmente picassianos, y es posible
que ni Picasso ni Manganelli ni Rulfo supiesen que había otros que habían
pensado, o podrían pensar, algo semejante. Cito, para terminar, algo del último
ensayo de Manganelli que he mencionado:
Ponerse a hacer literatura es una acto de humildad perversa.
Quien maneje objetos literarios está comprometido en una situación de
provocación lingüística: embaucado, empapado, inmerso en una trama de
trayectorias verbales, impulsado por señales, fórmulas, invocaciones, puros
sonidos que ansían una ubicación; deslumbrado y quemado por fulgurantes y
erráticos recorridos de palabras, voyeur
y maestro de ceremonias, al escritor se le pide dar testimonio del lenguaje que
le incumbe, de aquel que lo ha elegido, el único en que puede llevar una
existencia tolerable; única condición estable y real, aunque del todo irreal y
caduca, única existencia, más bien, ya que el escritor se considera a sí mismo
nada más que una argucia del propio lenguaje, una invención suya, quizá sus
mismos genitales fantasmagóricos.
Humildad
perversa. Podría ser.
MMurió Francisco Toledo. Pintor. Artista mexicano y
del mundo. En varias ocasiones estuve con él. Nunca conversamos. Pero siempre
se portó generosamente con la revista que hacía junto con Hugo Gola. El Iago
fue nuestra casa. Ahí presentamos varios números de El poeta y su trabajo. Se paraba frente a un ventanal y escuchaba
atento. Fue amable y discreto. Recuerdo su imagen en el momento en que se opuso
a la invasión de McDonald’s.
Recuerdo igualmente que con José Molina fuimos una
vez a Mitla. Nos enseñó un templo lleno de caca y meados. Por eso me enteré del
libro de López Austin donde también colaboró Toledo. Una vieja historia de la mierda. Su pintura recoge los colores de
la tierra del sureste de México pero incorpora lo mejor del expresionismo
abstracto y el materialismo español, internacional. Pensar que Toledo era
oaxaqueño es una verdad pero al mismo tiempo una limitante. Su trabajo
trasciende toda frontera y su integridad ética también. Nos cuidó a todos y su
altura es indiscutible. La biblioteca del Iago es extraordinaria, la fonoteca,
la galería de fotos, El Pochete, un cinito que promovió lo mejor del cine. Vi
varas películas de Fassbinder en esa sala con su patio breve e infinito.
Una vez en una galería en Nueva York vi una de sus
pinturas. Era amplia como una montaña. Soplaba el viento porque había polvo
terracota elevándose. Era casi nada y no. No había ahí todavía su figurativismo
último. Era un lienzo de color. Color y nada más. Tierra y fierro. Óxido, pura
sutileza. Y a pesar de los pocos elementos que integraban la tela olí a México,
su tortilla, sus moléculas. La forma de un presente que evocaba el largo
tránsito de hombres y mujeres caminando un territorio seco, preciso, indomable,
como sigue siendo nuestro país.
El acercamiento entre Malha Fina Cartonera y Edgardo Dobry (Rosario, 1962) comenzó en 2016, cuando tradujimos al portugués y publicamos poemas suyos en la antología de poesía hispano-americana Poesia Lingua Franca, y continuó con la lectura pública de “La cuestión del chocolate” (A questão do chocolate), poema de su libro El lago de los botes, realizada por su también traductora al portugués, Chayenne Mubarack, en el evento de lanzamiento del libro. Dos años más tarde, en agosto de 2018, con Dobry de cuerpo presente en nuestra sala de trabajo en la Universidad de São Paulo, conversamos sobre varios temas: la traducción y la revista Diario de Poesía, el papel de las revistas culturales y las editoriales independientes, el peculiar acento del poeta, mezclado entre lo argentino y lo peninsular.
Dobry es poeta, ensayista, traductor y profesor de la Universidad de Barcelona, donde reside actualmente. Desde allí, colaboró activamente con el Diario de Poesía, fundada y dirigida por Daniel Samoilovich en Buenos Aires. Ha traducido tanto a ensayistas como Roberto Calasso, Giorgio Agamben, como a los poetas William Carlos Williams y John Ashbery, entre otros. También Dobry ha publicado varios libros de ensayo y poesía: Historia universal de Don Juan: nacimiento y vigencia de un mito moderno (2017), Una profecía del pasado: Lugones y la invención del “linaje de Hércules” (2010), Orfeo en el quiosco de diarios (2007), Contratiempo (2013), Pizza Margarita (2011), Cosas (2008), El lago de los botes (2005) y Cinética (2004).
Sabemos que fuiste editor del Diario de Poesía, una revista de poesía muy importante y muy leída en la Argentina, y queremos saber más sobre tu trabajo en esa publicación.
Argentina tiene una tradición muy importante de revistas. Cada grupo intelectual tenía su revista, algo que incluso se puede ver en los títulos. En plena dictadura, por ejemplo, un grupo de intelectuales empezó a sacar una revista que se llamó Punto de Vista y que siguió también durante bastante tiempo; en su fundación estaban Beatriz Sarlo, Ricardo Piglia, María Teresa Gramuglio… Después de Punto de Vista surgió una oposición desde el periodismo que se llamaba Ojo Mocho y otra llamada La Vista. Por ejemplo, Diario de Poesía generó una oposición que se llamaba Hablar de Poesía, que todavía existe, y después en México hicieron una réplica, El periódico de Poesía.
El Diario de Poesía fue una revista que empezó a salir en 1986. Fue una revista muy importante en Argentina porque cambió el canon de la poesía argentina, digamos, instauró una nueva estética y, hasta cierto punto, también una nueva tradición, o sea, pasó de un momento en que había dominado el neobarroco a una estética mucho más coloquial. Escribí un ensayito sobre eso que está en la red, se llama, justamente, “Poesía argentina actual: del neobarroco al objetivismo”.
Consecuentemente, cambiaron también los poetas que se leía, no sólo los que se escribían en ese momento, sino también se empezó a leer a poetas que eran menos conocidos como, por ejemplo, Leónidas Lamborghini y gente por el estilo.
Diario de Poesía duró 25 años – es una de sus rarezas – porque fue una revista trimestral que salió regularmente, y el nombre no era solo simbólico: se vendía en los quioscos de diarios y llegó a vender miles de ejemplares; a pesar de todos los vaivenes de la política y de la economía argentina consiguió tener una presencia, además se vendía realmente como un diario. En esa primera etapa no participé, o sea, yo era colaborador, publicaba algún poema, algún artículo, pero no estaba en el comité editorial.
A finales de los 90 se produjo una ruptura en el Diario de Poesía, como consecuencia de la crisis del corralito. Una parte de los que habían fundado la revista se fue. Entonces Daniel Samoilovich, que era el director, me llamó para entrar a la dirección de la revista. Entré, primero, porque hacía falta gente que lo hiciera para seguir adelante, y después por una cosa fundamental: en 1986, cuando se fundó, todavía no había internet, justo el año en que yo me había ido a Barcelona, así que lo podía acompañar, pero no podía estar dentro del grupo que hacía la revista. En los años 2000, la internet me facilitó el trabajo.
Además, Samoilovich es muy amigo mío y viajaba y sigue viajando al menos una vez al año a Barcelona y yo lo hago al menos una vez al año a Buenos Aires. Después, en el 2012 no pudo mantener la periodicidad trimestral. Si bien varios de nosotros aportábamos materiales, la editaba él – porque además es un editor profesional. Y finalmente lo que sucedió es que, claro, una revista, aunque sea independiente, después de 25 años se convierte en una institución. Nunca decidimos que se había terminado, pero vimos que ya había cumplido su función. El espíritu del Diario de Poesía tiene que ver con su estética, era un formato de tabloide, y la intención era difundir la poesía en la calle.
En términos más personales, ¿sientes que este cambio de estéticas influyó en tu propuesta como poeta? Cuando tradujimos algunos de tus poemas para la antología Poesia Língua Franca, percibimos que estaban, por un lado, el barroquismo del lenguaje y, por otro, escenas de lo cotidiano, situaciones muy comunes.
Sí, eso está muy bien visto; el coloquialismo es un movimiento que recorre toda América Latina, me refiero a la América hispana porque no sé muy bien cómo son las periodizaciones en Brasil, supongo que ahora hay también una poesía más coloquialista y otra más, digamos, literaria. Pero, el neobarroco coincide en buena medida con momentos de dictaduras en los que es difícil hablar claro, puede decirse así, es mejor el hablar críptico, porque hablar claro implica un lugar de peligro. Te doy un ejemplo, una poeta que no englobaríamos en el neobarroco, Tamara Kamenszain, tiene un libro neobarroco que coincide con su exilio en México, se llama La Casa Grande, bueno, no es casualidad. Por otra parte están los coloquialistas que encumbran esa poesía – por ejemplo, Fabián Casas o Martín Gambarotta – son poetas que escriben en una lengua muy porteña, muy de Buenos Aires. Creo que tengo una base que tiene que ver con el neobarroco, primero porque en la lengua castellana da la casualidad por así decir, de que los grandes poetas son barrocos, Quevedo y Góngora sobre todo. También porque en mi adolescencia, en mi momento de formación, lo que se leía era José Lezama Lima.
Creo que escribo en un cruce de las dos cosas. Tengo la idea de que el poema tiene que ser un objeto radiante y denso, no puede tener la ligereza de la prosa. El poema, para mí, va liberando el sentido de a poco, o sea, que no lo suelta a la primera lectura. En cierto modo yo diría que hay un toque de hermetismo, pero tampoco me interesa el completo hermetismo, porque creo que el lector se queda fuera; el hermetismo completo es una cosa un poco neonarcisista. Pero, sí, hay un momento en que tiene que haber una densidad. Mi idea es la siguiente: hay un momento en la fundación de la modernidad con el simbolismo, en que el poeta expulsa a los lectores. Esto está escrito con palabras en cualquier diario, pero es lo opuesto al diario. El diario lo puede leer cualquiera, el poema es para unos pocos que tienen una sensibilidad suficiente y un saber suficiente como para acceder a eso.
Ese divorcio duró años. A partir de los años 1950 queremos volver a tener un público lector, entonces, intentamos seducirlo y desde mi punto de vista a veces esa seducción nos lleva a facilitar demasiado, perdiendo la forma, algo que es muy importante en la poesía. Una poesía tiene que tener algo de trabajo formal. No quiero decir que otros géneros no, pero en la poesía es casi obligatorio. Entonces, lo que yo hago, creo que tiene esa mezcla de intentar dar algo, enganchar con algo, pero también, tiene una cierta zona de densidad que invita el lector a volver.
No sé si fue Nicolás Rosa quien dijo que las revistas son una historia de la literatura en primera persona…Puede ser, pero también, eso es siempre una guerra, ¿no?
Ahora que se ha perdido un poco la revista, probablemente porque tal vez se hace más difícil, porque no es lo mismo una revista en papel que una online, este es un tránsito que a mí me parece complicado. Proyectos como el de ustedes, que hay unos cuantos en el ámbito de la lengua castellana cumplen un poco la función de decir por qué vamos a publicar ese poeta, lo hacemos bilingüe o no, ponemos esto abajo, por qué este sí y aquel no, uno trae uno pero si eso no tiene nada que ver con nuestra línea. La línea en una editorial, digamos, es un poco parecida con lo que pasa en una revista, si queremos mantener la línea, no podemos sacar nada que no tenga que ver con eso. Bueno, esa era un poco la manera en que trabajábamos.
Incluso a veces la producción del libro está muy directamente asociada a la revista. Orígenes, por ejemplo, tuvo una editorial que publicaba los poetas de la revista.
¡Claro! Hoy por hoy, en el ámbito de la lengua castellana la producción editorial está muy concentrada en grandes como Planeta y Penguin Random House; esos grandes grupos son realmente muy poderosos, porque tienen una política atlántica, determinan lo que se va a leer – las tendencias. Te doy un ejemplo, publiqué dos libros en Lumen, que en la actualidad solo publica casi poesías completas de autores consagrados. Pero, se ha perdido la idea de un libro de un poeta que está escribiendo hoy, porque eso para ellos no es comercial. En este sentido, los proyectos editoriales independientes son contraculturales. Digo eso porque es casi revolucionario trabajar para no ganar dinero. Entonces, ese trabajar para no ganar dinero es algo que tiene que ver con la poesía. Un novelista, en el fondo, siempre tiene la esperanza de que en algún momento va a meter un golazo de media cancha y va a poder dejar todo lo que hace y dedicarse solo a escribir. Un poeta jamás tiene esa ilusión. Y más, con muy honrosa excepción, como es en Brasil el caso de Leminski, los poetas que tienen éxito en general son despreciados por los otros poetas, que pasan a considerarlo un poeta malo. Mario Benedetti, por ejemplo, es un poeta de éxito, sin embargo ningún poeta con cierto criterio diría que le gusta, pues es un poeta malo. Un poeta sabe que tiene una doble vida: por ejemplo trabaja en la academia y al mismo tiempo escribe, o trabaja como editor comercial y hace sus cosas.
El ámbito académico y la traducción son actividades que pueden influenciar mucho a un autor. Cuando se traduce un libro, sobre todo pensando en algunos títulos que has traducido, uno acaba teniendo una relación bastante íntima con el discurso del otro autor, y muchas veces acaba también apropiándose de su escritura y transformándola de alguna manera, devolviéndola a su vez en sus textos. Edgardo, ¿cómo ha sido tu experiencia con la traducción?
Uno de los trabajos que un poeta puede hacer es traducir como un modus vivendi. Yo lo hice y sigo haciéndolo. La cuestión es que con los años me pude permitir, un poco, elegir lo que traduzco. Excepto en un caso: en los últimos años vengo traduciendo un mismo autor, un italiano, Roberto Calasso.
En poesía, la traducción es un ejercicio muy interesante: en mis clases de literatura, por ejemplo, mi primera definición de poesía es una cosa que dice Robert Frost en una entrevista: “poetry is what gets lost in translation”. Es decir, “la poesía es lo que se pierde en la traducción”. Preguntó a los alumnos: ¿Por qué la poesía se pierde en la traducción? Nos preguntamos, al cabo, ¿cómo traducir un poema? Frost plantea una imposibilidad que tiene que ver justamente con el hecho de que se trata de un poeta que trabajaba con formas clásicas. Entonces, para decir en términos técnicos, el sentido del poema es la suma del semántico y del semiótico. Lo semántico significa la palabra, lo semiótico es todo lo que no tiene significado y sin embargo agrega sentido: la rima, los acentos, las repeticiones, las anáforas, las figuras retóricas. Así, yo pienso que una traducción es siempre una aproximación al poema original, pero una buena traducción de un poema es otro poema.
Se trata de la cuestión que Haroldo de Campos trataba de explicar o resolver a través de la poética de la “transcriação” [transcreación].
Exactamente. Me parece que el que inventa eso es Pound. Además, me parece que esa es una posición americana, porque el poeta americano considera que no tiene una tradición propia, por lo tanto, tiene el derecho de apropiarse de todo, eso aparece en muchos poetas americanos, al menos desde lo que formula claramente Eliot, en “Tradición y talento individual”, y que copia todo el mundo. Borges, por ejemplo, dice que el escritor inventa sus precursores, o Gelman hace versiones libres de los poetas judeo-españoles medievales. Ahora, hay distintas formas de traducir. Evidentemente, cuando Haroldo propone traducir un poema a partir de la transcreación dice: “Yo, lo que hago es escribir una versión del poema a partir de la forma original”. Pues bien, como puede ser también un ejercicio para no poner el poema al servicio de uno, sino ponerse uno al servicio del poema – una posición mucho más modesta. Haroldo era un gran narcisista. Considero el encuentro con la poesía más modesto, y menos ideológico.
Además, hay una cosa que es muy visible: las ediciones de poesía mínimamente serias son bilingües, porque las traducciones sirven como un apoyo para leer el original, salvo en el caso de las lenguas muy alejadas. Evidentemente, tenemos que tratar que la versión traducida tenga una cierta felicidad en sí misma, pero tampoco se puede hacer siempre una transcreación. Voy a traducir el poema lo mejor que puedo, pero el protagonismo es del poema y no del traductor.
También se puede leer la traducción como la apertura de un espacio que permita que la lengua extranjera influya en el mundo de la poesía en la lengua receptora, y de ahí también el cosmopolitismo de las traducciones.
Digamos que en la traducción hay una cosa que es evidente: la necesidad de pasar algo de una lengua a otra. Pero, también hay elementos menos evidentes y no menos interesantes, por ejemplo, la cuestión de lo temporal. Un poeta puede traducir un poeta del pasado, cercano o remoto. Pero tiene que darle una actualidad a eso. Luego está en el poder de aprovecharse del texto. En mi libro Contratiempo, por ejemplo, hay un fragmento en que no se dice, pero de alguna manera se sugiere al final, que es una recreación del famoso soneto de Baudelaire, “À une passante”. Está en una escena en la cual un personaje va al supermercado a comprar ketchup, sin embargo se olvida de su lista y compra cosas innecesarias. El enfoque en el pote de ketchup que iba a comprar, que justo en la misma noche lo retiran porque caduca, y lo van a destruir. El intento era hacer una lectura del poema de Baudelaire a través de Benjamin, que considera que Baudelaire es el primer poeta del fetiche de la mercancía, pero dándole una vuelta de tuerca y enfocando la mercancía no consumida, colmo el colmo del capitalismo.
Así está también la cuestión del tiempo, no sólo de la lengua. ¿Qué hacer, por ejemplo, si uno va a traducir a Petrarca? ¿Intenta encontrar el ritmo de la lengua italiana en el siglo XIV o lo traduces al lenguaje de hoy? Se trata de una opción que tiene que ver con la traducción. De la misma manera que si alguien va a hacer una versión de Rey Lear tiene que decidir si va a vestir al Rey Lear como se vestía la gente en el siglo XVII o como un ejecutivo de hoy, por ejemplo. Son opciones que se deben tomar.
Edgardo, ¿cómo analizas la recepción de las modas teóricas para la lectura de poesía? Ese movimiento en que un autor lanza una reflexión y todo el mundo empieza a pensar desde ese lugar. Como parece ser el caso reciente de Meschonnic y su manifiesto por una teoría del ritmo. ¿Tienes una lectura más independiente, aunque dentro de la academia, sobre la poesía? ¿O también buscas esos subsidios teóricos para pensar tus lecturas de otros autores, no el tuyo?
Yo ya no tengo edad para seguir las modas, ni en la vestimenta ni en la teoría literaria. Pienso que a veces el problema de la academia con las modas es que, al cabo, se hace teoría aplicada a cualquier objeto. Como el aparato crítico ya está decidido, sale un resultado idéntico.
Hay una cosa que creo está pasando y va a pasar, y empezó hace algunos años. Desde finales del siglo XIX la poesía renunció a sus instrumentos tradicionales, para convertirse en un primer momento en la vanguardia. La vanguardia, en un primer momento, tiene una sujeción a la tradición, porque para que haya vanguardia tiene que haber una retaguardia. Pero la retaguardia se perdió. Por lo tanto, todo es vanguardia. Entonces, es una pérdida de todo el sentido de la tradición. La academia abandona la tradición porque ya no enseña lenguas clásicas. Los poetas no tienen familiaridad con las formas tradicionales, por lo tanto, más que renunciar a ella, no las conocen.
Probablemente se vuelva, de alguna manera, a plantear la necesidad de recuperar nuestros instrumentos, el ritmo es uno de ellos. Pero la idea real del ritmo como base del discurso poético es una idea mallarmeana. Mallarmé es un poeta extremadamente interesante porque desde el centro dinamita la tradición y funda el verso libre. El poeta clasifica el verso libre con dos afirmaciones: la primera tiene que ver con el papel de Víctor Hugo, quien escribió tantos poemas que casi confiscó la posibilidad de hablar a los otros poetas, ya lo hizo todo. Aunque sea una perspectiva de la misma época, los artistas modernos para Baudelaire son los pintores, que a su vez, empiezan a abandonar los cánones tradicionales de la pintura. Para ellos, se debe tratar de mostrar cómo se percibe el paisaje, y no el paisaje en sí mismo. Desde ese pensamiento, Mallarmé dice que cada alma es un nudo de ritmos. Para mí ese es el verdadero nacimiento del verso libre: si cada alma es un nudo de ritmos, no puede haber una forma preexistente a la expresión. Cada alma tiene que encontrar su forma, su ritmo. Pero, claro, eso lo dice Mallarmé que era capaz de escribir unos sonetos perfectos, que parecían al borde del estallido, lo mismo con Rimbaud. Eso también lo hace Baudelaire, escribe sonetos y después poemas en prosa. Nosotros hemos perdido eso, no podemos conocer una forma y abandonarla. Entonces, habrá un momento en que tendremos que reconquistarla, para después quizás volver a abandonarla.
Ahora pensé en Sarduy, que es alguien que se apega mucho al soneto, una cosa poco común en las últimas décadas.
Sí, Sarduy es además el autor que arma la doctrina del neobarroco, que es una estética muy avanzada, porque está en contacto con todos, con Barthes, con Deleuze, con Lacan… Sin embargo escribe sonetos y formas tradicionales.
Nicanor Parra, antes de inventar la antipoesía, intentó escribir poesía popular. Si toman, por ejemplo, a Poemas y antipoemas van a ver que en la primera parte los poemas son romances, están escritos en versos de 8 sílabas, que es el verso tradicional castellano. Entonces, es un intento de volver a una poesía popular. Paradójicamente es lo que hace su hermana,Violeta Parra, antes de componer sus canciones, que son geniales, todo el mundo las conoce, supongo que las conocen, “Volver a los diecisiete”, “Gracias a la vida”… Pero antes de eso, se dedica a recopilar el folclore chileno, y se dedica a cantar flamenco. Y el primer libro de poemas de Nicanor Parra, Cancionero sin nombre, es, él mismo lo dijo, una imitación del Romancero Gitano, de García Lorca. Es como si dijera: la vanguardia ha destruido la posibilidad de poesía popular. Nosotros vamos a reconstruirla. La vanguardia es aristocrática Y como fracasa, se inventa eso que llama antipoema, es otra forma, una vuelta de tuerca sobre la vanguardia. Este es un momento interesante de los años 1950.
Sí, muy interesante. Es algo que no acabo de ver como conversacional, hay un prosaísmo ahí, algo de lo popular…
El caso de Parra es un caso muy gráfico de lo que Bloom ha llamado “la angustia de las influencias”, de cuando él aplica el dispositivo edípico a la poesía. El poeta joven intenta matar simbólicamente a su padre. Y eso se muestra de una manera muy gráfica. Contra las vacas sagradas, los 3 poetas que han dominado la poesía de Chile, que son Neruda, Huidobro y Pablo Rocca. Es un caso notorio, podemos también volver a Diario de poesía, que de alguna manera también intenta despedazar a los padres para introducir a los hijos, podemos decir así.
Y, con relación a la vanguardia, ¿cómo ves a la poesía latinoamericana de hoy?, ¿cómo ves la posibilidad de que eso también sobreviva, de que esa tradición de la ruptura de la vanguardia, en la poesía del presente, pueda manifestarse de alguna manera y garantizar que más adelante también se pueda recuperar esa marca, porque vanguardia es siempre lo que está adelante, no importa en qué época. Entonces, la vanguardia no está muerta, no es solo parte de la historia. Es algo que se va reciclando. ¿Qué crees sobre eso?
A ver, con la vanguardia pasa un poco como pasa con las varias teorías del barroco. Una es que el barroco es un momento histórico, cerrado, del siglo XVII; y otra es que el barroco es una etapa terminal de cada tendencia, que vuelve a cada tanto.Esa teoría la manifiesta Eugenio D’Ors al principio del siglo XX, y luego la retoman varios. Borges dice que el barroco coincide con el momento terminal de cada tendencia, como su propia parodia. Podemos decir que el barroco es todo el momento que juega con un código anterior. Un ejemplo claro: Don Quijote no podía haber sido escrito sin la novela de caballería. La novela de caballería dio el código a Cervantes sobre cómo hacer su juego barroco.
Con la vanguardia pasa un poco lo mismo, la vanguardia es un momento que coincide con el principio del siglo XX, más o menos entre el futurismo italiano y ruso, surrealismo, etc. En América Latina, como se sabe, esto dura mucho. Un ejemplo interesante es Alejandra Pizarnik que en los años 60 está escribiendo poesía surrealista. Como Pizarnik era una poeta talentosa, piensa “yo tengo que hacer algo con el surrealismo que aún no se ha hecho”. Y es lo que hace, en lugar de expandirse como hacían los surrealistas ortodoxos, comprime. Orozco, por ejemplo, que es un poco su maestra, escribe largos poemas de cadencia whitmaniana, con versículos, una guitarra con rasguidos muy largos. Pizarnik usa operaciones retóricas muy sencillas, y eso es lo que te golpea, como si fuera un resorte apretado, cuando lo lees se suelta.
Ahora, yo pienso que hay un impulso vanguardista que desde mi punto de vista empieza a perder fuerza. Porque ¿a qué se adelanta? La vanguardia se adelanta a algo. Por eso se llama vanguardia. No sé cuándo empezó esa metáfora militar, pero hay un momento en que alguien dice “la retaguardia es el conservador y la vanguardia el de adelante” Más: las tropas que están en la retaguardia están en un lugar seguro, y la vanguardia se expone, porque son soldados que van delante, a la conquista. Ahora, ¿a qué se exponen? Entonces, yo lo que veo es una dificultad de encontrar maneras de hacer y decir que todavía tengan una fuerza. Creo que eso no pasa sólo en la poesía, pasa en todas las artes. No sé si vieron esa película llamada The Square, una parodia del mundo del arte contemporáneo. Es una película sueca. La historia del director de un museo de arte contemporáneo, le pasa una serie de accidentes, es una especie de broma sobre cómo decidir lo que es arte hoy en día, algo muy difícil. Cuando uno entra hoy en una sala de exposición de un museo no encuentra obras de arte, encuentran cosas, ruidos, ese mismo archivador que está ahí detrás si lo ponemos en un museo…
Por otro lado, Joseph Beuys que dice lo que todo hombre es un artista. Esto es importante también en la llamada neovanguardia. Son prácticas políticas.
Sí, pero también son provocaciones. Hoy en día, esto es complicado. Por lo menos, en el ámbito de la poesía. Creo que también la vanguardia, evidentemente, tiene una relación muy fuerte con la política. Me parece que a ese respecto, Cuba es un país muy particular. Porque tú y tu generación, han hecho vanguardia justamente en un contexto en el que hay una estética oficial de la que no te puedes salir. Entonces, si te sales estás haciendo vanguardia, y te estás jugando la vida. Y eso pasó anteayer. Y eso que mucha gente en América latina no sabe. Esto lo decía Lorenzo García Vega: la hipocresía cobarde de la izquierda latinoamericana respecto a Cuba. Y son poetas y escritores que salen de Cuba, y son recibidos de maneras muy distintas a los exiliados de las dictaduras de ultraderecha de Argentina, Chile, Uruguay. Parece que son traidores.
Hay ahí, por ejemplo, el caso de Diáspora(s), yo creo que ahí sí hay una vanguardia. Porque tiene un contexto político muy determinado. Reivindicar, en Cuba, a escritores del exilio como José Kozer, Lorenzo García Vega o Heberto Padilla es jugarse. Pero por suerte tenemos democracia en nuestros países. Nadie se juega ir a la cárcel por un poema. Yo pienso que igual, por supuesto, tenemos que seguir escribiendo, encontrar maneras de decir, de captar, de jugar con… Yo, por ejemplo, tengo un hijo que tiene 23 años. En un momento dado, estamos cenando y él empieza a contarme un capítulo de Black Mirror, y me interesa lo que él me cuenta, pero no había visto nunca esta serie. Entonces, la escena es un padre que para que su hijo no lo considere una persona fuera del tiempo, intenta mostrar que está sabiendo algo que realmente desconoce. Porque para mí el mundo de las series es bastante desconocido, porque no tengo tiempo de ver. Yo soy más de las películas que duran una hora y media, pero en una hora y media no termina una serie. Entonces, el poema está centrado en esa escena. O sea, en qué momento un padre puede encontrar una contemporaneidad en una cosa que el hijo está hablando, y que al padre interesa, pero que a la vez sólo conoce a través del relato.
En el capítulo que él me contaba había unas distopías en las cuales las personas no vivían por cuenta del dinero, sino por la cantidad de “me gusta” que recibían en sus redes sociales. Me parece interesante porque no tengo redes sociales. No tengo Facebook, no tengo Instagram, no tengo nada de eso. Entonces, es una tensión en la que se vive. Por un lado, no ceder completamente a la presión del momento, o sea, tienes que tener Facebook. Bueno, escribí un poema sobre eso, un poema sobre un hombre que se cree más o menos culto y que descubre de pronto que hay cosas del presente acerca de las cuales no tiene la menor idea. Por otro lado, ¡yo tampoco quiero ser un apocalíptico! Me parece una cosa un poco ridícula. En esa tensión de ser un apocalíptico o integrado, quiero mantener alguna forma de lucidez, sin ninguna pretensión heroica. No quiero ser adicto a Facebook. Bueno, todos usamos la internet. Todos usamos la Wikipedia. Yo no odio a la Wikipedia, porque yo mismo, si me falta una fecha de nacimiento, y estoy a punto de entrar a una clase, allí yo voy a tenerla. La cuestión es tener otras fuentes. Me pareció que ahí se ha captado una escena que puede ser del presente, que el poema puede tratar de esa manera densa que digo yo.
Lo que no soporto es la gente que crea poesía como si nunca se hubiera escrito un poema, completamente fuera del tiempo, de las circunstancias… Un poema que nace viejo, que nace muerto, por así decirlo. Un poema tiene que tener historicidad, tiene que encontrar algo que le dé la comunicación de su momento, que de alguna manera transmita una experiencia de alguien que está viviendo hoy.
Experiencias que también trasciendan, para que el poema no muera.
Es un momento complicado, pero visto de otra forma puede ser estimulante, justamente porque hay que encontrarle la vuelta, la cuestión del momento.
A lo mejor ahí hay un papel importante del medio. Por ejemplo, hay una poeta que aquí tuvo mucho éxito, que se llama Matilde Campilho, una poeta portuguesa, que fue como un fenómeno de ventas, se vendió cantidad, y lo que hacía videos con poemas leídos en voz alta para el Youtube. Las generaciones más jóvenes comprendían aquel lenguaje. Entonces, a lo mejor una nueva vanguardia también tendría que plantearse el problema de los medios por los cuáles se expresan.
ED: Claro, ahí aparece una cosa interesante. La internet creó una condición nueva que es el odio a la intermediación. Toda la forma de intermediación es rechazada. Y un editor y alguien que hace una revista es un intermediario. No sé si me explico. “Yo soy un chico o una chica guapa, y hago un canal en Youtube, y escribo… digo un poema como, por ejemplo: “Si te tropiezas, dale gracias a la piedra, porque has aprendido algo”. Una estupidez completa. Pero puede tener un millón de seguidores. ¿Cómo saber si hay ahí algo o no hay nada? Y sin embargo, de ahí pueden salir cosas… ¿quién sabe?
De El lago de los botes (Barcelona, Lumen, 2005)
La cuestión del chocolate
En la pastelería de la vuelta de mi casa venden baldosas de Gaudí de chocolate blanco y bolitas de chocolate veteado y caganers del más negro chocolate y un Pikachu con ojos de confite y el Raichu, que es su evolución, con espiras como pelo de caramelo esmaltado. De tallas bestiales pintan huevos de cacao en las pascuales fechas y al acercarse la Navidad turrones en forma de molino con aspas de mazapán en merengue ribeteadas. Ahora bien: este delicuescente escaparate está precisamente en la parada de autobús de calle Balmes donde mi Luca y yo asomamos glaucos labios por entre unas graciosas espirales de bufanda que sin pretensiones se parecen, bien miradas, a las chimeneas de mosaico de esos edificios que dan su gracia al epónimo Paseo.
A Luca se le quedan los ojos estofados al tiempo que yo me contracago en el 17 que no llega y me digo para mi coturno que si le compro chocolate qué desastre de padre fuera y si no le compro qué padre severo encima de desastre y sin remedio. Luca se enjuga con una manopla al 50% de acrílico la humedad que devenida no se sabe si de fosa o lagrimal, mientras pasa el 16 que no nos sirve pero siempre pasa antes pues el 17, al ser el nuestro, viene en mucho retrasado. Después, haciendo humito del aliento, Luca emite un murmullo acerca de la evolución de los Pokemons que repta bajo las orejeras de mi gorro de aviador. Pokemons de fuego y de agua, de piedra y de planta, y ataques de energía insoportable e involuciones defensivas. La mitad del Raichu, Pokemon de rayo, me la como de un mordisco para buscar el amargo consuelo en la idea de que Luca no haya ingerido chocolate tanto. Amarronados están los bordes de mi tarjeta de autobús y pasa otra vez el 16…
Preguntas a Rilke en moto
Qué sabe usted de lo que no me pasa, del “estoy cansado” a la mañana, del “ahí va el chinchudo” que mascullan mis desahogados vecinos del sobreático: ahí va el del ceño fruncido como el último durazno en el fuentón. Quise llorar pero no encontré motivo, victimizarme pero no había pastel de culpa a repartir. Y llegó el ocaso, vino el Rilke y le dijo al simplón ése del poeta joven: “¡no escriba usted poemas de amor!”. Entonces agarro mis romas líneas venéreas y las hiervo, las redoro, las devengo una factura triangular como una aljaba, una golosina para la autoridad del Rilke. Son una mentira sin malicia, señor, una pura compulsión mitómana. Todo en pensando cuánta lástima me da que el joven poeta apostrofado no hubiere sido el transandino de los cien falsos sonetos. Yo por mi parte soy el viudo de una moto muerta de eutanasia: el escape desprendiósele en un pozo y una multa me pusieron por el ruido. Y es que la pobre estaba ya tan vieja y tanto merecía, por lo mucho que felices fuimos juntos, una digna defunción, un vender sus órganos aún sanos bajo el acrílico sol de los desguaces. Señor Rainer María que estás en las Librerías del Centro: ¿puedo escribir los versos tristes para mi pobre moto blanca, para mi moto blanca? ¿Por esta única vez licencia tú me dieras? Muchos barrios visitamos juntos, era mi María Kodama. Era mi Dama de las Kamelias: tosía si la pateaba, sabía bizquear en las esquinas como la Dulce Irma, hollar senderos como agraria Proserpina. Señor Rainer María usted qué sabe de lo que no me pasa, del estar cansado, del conversar con los taxistas en la amarga noche catalana. Dispense por esta vez mi declamar el poema del amor y muerte y écheme un consejo, en todo caso: ¿debería ser más bien una elegía?
De Contratiempo (Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2014)
Y así la flor vencida por su perfume propio.
Deja sobre el alféizar, deja un vaso de agua hasta que empiece a crear vida (te gusta la palabra alféizar, ¿verdad?
reboza de árabe almíbar,
lástima que cuelgue de algo triste como la ventana): se aja así lo visto en la cabeza,
atardecer de amaranto mortecino, burbuja en un bidón inverso –no llores, niña, por el sol agonizante, mañana mientras duermas estará saliendo a tu espalda y secará la oscuridad
de los rincones. Pero la banda de la fiesta popular, los colores del campo antes del trueno y los tumultos después, alondra de la siesta, ruiseñor
del deseo de dormir, zorzal y benteveo, al crepúsculo se queda sin petróleo la antorcha de Febo y humea por la mecha: en esa lija se pule, aflige,
el himno o la elegía, cuál, ¡los dos!, ¡a la vencida flor! (signos de admiración son postes de tender la ausencia
de celebración, de lamento, de lamento de la ausencia de una cualquiera celebración). La inundación errante que ayer golpeaba en Asia pudiera abatirse esta tarde sobre acá.
(Para una Suite de la mercancía no consumida
Aturdido en el pasillo del supermercado duda entre dos góndolas repletas y por la fiaca de acarrear lista anotada lo engañan las fajas de los frascos
brillantes, seductoras, cuellos enervados. Bebía crispado como un loco en las tapas de los potes mil caligrafías hipnóticas, veneno en tafetán.
¡Un estruendo! Después silencio –fugitivo sabor de metálico tomate dentro el sándwich. ¿Acaso caducaste esta noche y tras la ronda
van a destruirte en la depuradora? Pues Ketchup no sabe adónde huía tu carrito, vos te olvidaste de agarrarlo, y ya es tarde.)
Del libro, todavía inédito, El gran simpático
Black Mirror con wasabi
The bawdy wind, that kisses all it meets Othello, 4, 2.
Los Arropados y los Fríos duermen con y sin medias respectivamente. La Moderada Escuela los divide en:
Sucios y Naturales (goce de clasificar,
a todo le besas lascivo la mejilla). En la sobremesa de octubre un Frío firme discute con su hijo un episodio de Black Mirror: disimula, en verdad,
no haber visto ninguno. En la ficción,
(le explican) se te deja vivir o te ejecutan según la cantidad de likes de tu aspaviento. El jurado es superfluo: la cifra es objetiva.
El Frío se distrajo recordando el día en que su hijo lo llevó a un japo conocido antes con su madre y, por parecer experto, se metió entre las muelas la bola entera de wasabi.
Escorpiones y escolopendras le salieron por la boca como al rey Minos de Creta le fluyeron más abajo
(fue cuando su amante Procris inventó el preservativo).
Entonces lo sobresaltó el mensaje de un amigo de viaje con su novia rusa: una foto –ella se baña desnuda
en un lago blanco– torpemente tomada
por no sacarse los guantes ni siquiera como un viejo ante la hija de Jilquías: parece un Frío pero es un Arropado.
Meditación clásica en las pausas de un congreso (esta es la pieza también titulada “Como todo”)
Eso no puede ser, Dido. Nosotros volamos diez horas sin noche para leernos el paper en un salón vacío. Fue en un Marriott de América gélido acondicionado.
Apretábamos contra las muelas caramelos de miel mientras hablamos mentolados para no carraspearnos el panel pues es ya bastante siempre una delicada connivencia.
A vos te abandonó, Infelix Dido, el troyano que te encendió de nuevo el resquemor de la primera llama:
A vos que, allá en Tiro, fuiste viuda sin casarte, y después, ya reina de Cartago, despreciaste al libio Jarbas, rico en trofeos tórridos de África.
Pero, Elisa, si hubieras visto lo del Marriott; y lo lleno del salón de al lado, “Políticas del género y masculinidades nuevas”, mientras nosotros solos.
Lo de apuntarse a sí la espada era menos necesario. Debiste antes pensar en las cosas peores.
En un
cuarto de la colonia roma, a media luz, resplandece un escenario en el centro
del Foro del Tejedor. Quizá como un juego de palabras del mismo espacio, se
encuentra colgada una maleta azul de la cual se desprende una red de pesca que
tiene en su entramado diferentes máscaras, cada una de ellas más colorida y
folclórica que la siguiente.
Al dar
la tercera llamada, en la penumbra, se empieza a escuchar una polifonía de
gritos y cantos que se asemejan a los que se pueden encontrar en cualquier
mercado:
–EL AGUA
ELAGUA ELAGUAAAAAA-
-LLEVELO LLÉVELO
LLEVELOOOOOO-
-DE A PESO GÜERÍTA
DE APESOOOO–
Velozmente,
en comparsa, van apareciendo los músicos con el maestro de ceremonias Augusto
Bracho. Gustavo Guerrero, heterónimo de Augusto Bracho o viceversa —pues uno nunca sabe— es un músico Venezolano que ha
surcado diferentes terrenos, tanto del rock latinoamericano como el de las
calles, con boleros o aquellos barrios con sonideros cumbieros. Su colaboración
más reciente fue como director musical del proyecto “Musas” con Natalia Lafourcade y los Macorinos, o dependiendo de la
máscara, su disco como solista “Mercado
de los Corotos”.
Al
puro estilo de Screamin’ Jay Hawkins, el caníbal del escenario, aparece Augusto
Bracho y toma el centro del foro, como una máscara más que se suma a toda la
instalación que cuelga sobre los músicos, ya que Augusto es un personaje con
una actitud histriónica y disociada que, a cada oportunidad que tiene,
gesticula todos los sentimientos que la música y la letra le hacen atravesar; pero,
¿en qué consiste ese espectáculo?
Se
podría decir que hay una gran variedad de música folclórica latinoamericana que
abarca desde unas “Coplas Oaxaqueñas”,
hasta unas “Décimas Tuyeras”,
canciones que pertenecen al catálogo del disco presentado.
Se
escuchan tumbaos con sones, pero también escuchamos a una comitiva con
batucada; de pronto, se rompe el festival con coplas al aire y por ahí perdido
un tamborileo que va y viene como oleaje musical. Un canto nostálgico que nos
recuerda a Buena Vista Social Club, al Negro Ojeda o incluso a Tin Tan. Esta
celebración, podría ser fácilmente una fiesta en la calle.
Augusto
Bracho es de algún lugar de entre la frontera mexicana y la tierra del fuego.
Por ello podemos entender que su música contiene un poco de todos estos lugares
ya que, cuentan algunos, es un gran soldador de ritmos latinoamericanos; un
músico que trae de vuelta la música de los ayeres y no solamente como
intérprete, más bien como un compositor de los años 30.
Aparentemente
el ser humano está destinado a convivir con este Phármakon de la nostalgia del ayer; aquel suspiro dulce y doloroso
que nos recuenta vivencias fundacionales de nuestra propia historia, ya sea
desde los precipicios grises del trauma psicológico o desde la reminiscencia
platónica que nos da una brújula en el día a día.
La
ilusión del pasado que se hace presente a través de una obra artística es lo
más cercano a una reflexión de sinestesia inconsciente que podemos tener. Es
parecido al olor de un perfume que te recuerda a un ser querido, como el olor
de algún alimento que recuerda a la casa de la abuela en donde se escuchaba sin
parar la estación del Fonógrafo.
Aparentemente
este estilo musical está teniendo una especie de resurgimiento, al puro estilo
de una experimentación que se lleva a cabo en un laboratorio químico. Augusto se
asemeja a una caja de petri a la cual se acercan todos aquellos que simpatizan
con esa expresión artística y afloran dentro de su paraje.
De
pronto recuerdo de nuevo aquella instalación en aquel foro. De pronto empieza a
cobrar algo de sentido toda esa maraña de máscaras, redes y maletas.
¿Será que ese arreglo dispar y discrepante busca retratar la consonancia
cultural entre las poblaciones latinoamericanas? ¿Acaso buscan acercarlas a una
costa musical y, ya que tienen a todas estas juntitas, pescarlas dentro de una
maleta que resulta ser un disco? ¿Será esa la maleta que colgaba en el foro? ¿Será
esa la maleta de Augusto?
El 10 de noviembre de 1928 el periódico berlinés Voisschen Zeitung comenzó la publicación por entregas de Im Westen nichts Neues de Erich Maria Remarque. En 1929 la Propyläen Verlag de Berlín publicó por primera vez la novela como libro. Ese mismo año se tradujo a veintiséis idiomas, incluido el español. Para septiembre, Sin novedad en el frente, traducida del alemán por Eduardo Foertsch y Benjamín Jarnés, había ya alcanzado su tercera edición. En 1930 fue llevada al cine en Estados Unidos con el título All Quiet on the Western Front y el filme ganó dos premios Óscar al mejor director y a la mejor película. En Buenos Aires, el 24 de noviembre de 1929 Roberto Arlt publicó una de sus Aguafuertes en el diario El Mundo que llamó “El Teniente 1º interrumpe su lectura”, mientras que en París, el 11 de agosto del mismo año, César Vallejo escribió una crónica para El Comercial que tituló “Un libro sensacional sobre la guerra”.
Roberto Arlt dice haber leído Sin novedad en el frente en una traducción de Álvaro Yunque y Vallejo se refiere a su traducción al francés, titulada À l’Ouest rien de nouveau. Roberto Arlt escribe “Ustedes sabrán que el libro Sin novedad en el frente es la obra más revolucionaria, humanamente revolucionaria, que haya podido escribirse después de El fuego de Barbusse y El hombre es bueno de Leonard Franck.” César Vallejo, en cambio, concluye su comentario sosteniendo que:
Si Remarque hubiera atmosferizado su relato en un franco pensamiento revolucionario, su obra habría ganado inmensamente, definiéndose conforme a las exigencias modernas de este género de obras. La única forma de condenar la guerra y de trabajar por la paz, consiste en hacer la revolución. “Para ser sincero y realmente antiguerrero –dice Barbusse- hay que ser revolucionario. Utilicemos, al efecto, nuestro prestigio (habla de los antiguos combatientes) de testigos y actores de la gran guerra. El resto es literatura”, Remarque ha preferido neutralizarse y él mismo nos lo declara, diciéndonos, en el prefacio de su obra: “Este libro no es una acusación ni una profesión de fe. En él trato solamente de decir lo que ha sido una generación destruida por la guerra, aun si ella ha escapado a los obuses”.
Llamar revolucionaria o no a una obra y a partir de ahí apreciar su calidad literaria era moneda frecuente en los tiempos de Arlt y de Vallejo. Remarque, en efecto, afirma según la traducción española que su libro “Sólo intenta informar sobre una generación destruida por la guerra. Totalmente destruida, aunque se salvase de las granadas”. Dejando lo político, sobre lo estético Vallejo dice que “Remarque trascribe la tragedia del soldado, con una fidelidad y un sentido de reportero incomparable” y “Los que admiran a Remarque no deben indignarse si sostenemos que su mejor calidad está en su gran sensibilidad cinemática”. Roberto Arlt, por su parte, dice:
El libro de Remarque es, sobre todo, impresionante, porque desde el principio al fin, lo que vemos o escuchamos es el trabajo del cañón. El monstruoso cañón. De principio a fin. La gama de todas las explosiones, la macabra fantasía de todos los despedazados. Y como contraste maravilloso, en un pueblo lejos de las líneas del frente, algunos profesores alemanes conversando de lo heroico de la guerra. Y en la trinchera, cargada del fango, que escupe a cada segundo el rebote de la metralla, unos estudiantes de filosofía que se dicen:
Y todo lo que hemos estudiado, ¿para qué nos sirve? En la universidad se nos enseñaba la belleza de la guerra, de lo heroico, de las conquistas, la grandeza del militarismo, la filosofía de Kant, pero aquí todo eso ¿qué tiene que ver con la guerra? ¿Con la horrible guerra? ¿Con el hombre que durante cuarenta y ocho horas gime enterrado bajo cadáveres?
Noventa años después, el libro de Remarque todavía nos interroga, sin haber padecido nosotros las granadas ni el terror de las trincheras.
Hace algunos días se cumplieron ochenta y tres años del asesinato de Federico García Lorca. Eso me animó a volver a leer esa obra que tanto asombro y enigma causa a toda persona que comienza a aventurarse en el mundo de la poesía. Me refiero a Poeta en Nueva York, escrito cuando el autor estudió en la Universidad de Columbia entre 1929 y 1930. Lo hice con el objeto de evaluar su posible impacto hoy en día.
La relectura es un tipo de método de decantación que permite separar lo vivo y lo muerto en un libro. Poeta en Nueva York se publicó en 1940, en la crisis de una época de alta dosis de experimentación artística y política, con el surrealismo en plenitud, cuando la ciudad norteamericana a la que alude el título del libro era ya el centro de gravedad del movimiento artístico moderno internacional, con el signo del asesinato de autor ocurrido en 1936 y con la expectativa de ser una obra póstuma. Así, no es lo mismo leer la obra en el momento en que se publicó que leerla en el mundo actual. Por lo menos para la mayoría inmensa de los libros la distancia temporal resulta mortal.
Poeta en Nueva York es un abigarramiento de tendencias literarias. Algunos versos son muy rubendaríanos pero más sofisticados: “He visto que las cosas cuando buscan su pulso encuentran su vacío”; otros, montados en la moda del surrealismo, abusan de la imagen y de los adjetivos: “el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas”; otros más recuerdan gratamente a Vallejo: “Mi corazón tendría la forma de un zapato / si cada aldea tuviera una sirena”, o al propio Rilke: “¿qué ángel llevas oculto en la mejilla?”; otros más utiliza aún la rima como recurso. Se siente que el autor liberó toda su fuerza creativa sin preocupación de darle una forma más general.
Ahora bien, no toda la obra podría considerarse perdida hoy en día. Contiene muchos pasajes que hacen pensar en una dirección que el autor todavía no afinaba, pero que ya tenía trazada. Hay un verso del poema “Tu infancia en Mentón”, que dice: “tu alma tibia sin ti que no te entiende”. En la línea hay un sonido que se mantiene constante con la letra “t” y que hace que las palabras cobren un sentido que embona con la falta de entendimiento que se menciona, por lo tanto, forma y fondo se enlazan en este caso. Pero no podemos asegurar que haya sido totalmente consciente.
Por otra parte, creo que el mérito mayor del poemario es la conjunción de infinidad de cosas que son nombradas a lo largo de los poemas: olores, colores y sonidos son evocados como una marejada. La forma en que son evocadas tiene un acento pesimista que se nota desde el primer poema: “Vuelta de paseo”, que empieza con esas palabras: “Asesinado por el cielo, y que termina con estas: “Con todo lo que tiene cansancio sordomudo / y mariposa ahogada en el tintero / Tropezando con mi rostro diferente de cada día. / ¡Asesinado por el cielo!”Ahora bien, quizá otros ya lo hayan indagado, pero me parece digno de señalar que entre “Vuelta de paseo” y “Walking Around” de Pablo Neruda, hay una afinidad obvia que va más allá de los títulos: el caminante que es aplastado por el hastío de la ciudad y que en cada cosa ve algo hiriente. Esto es más claro si el análisis se extiende a todo el poemario de Poeta en Nueva York. La cuestión es que mientras éste fue escrito entre 1929 y 1930 y publicado hasta 1940, el texto de Neruda pertenece al libro Residencia en la tierra, escrito entre 1925 y 1933, y publicado por primera vez en 1933 en Chile y después en 1935 en Madrid. Por lo tanto, si existió algún tipo de influencia de Lorca hacia Neruda pudo darse por medio de alguna lectura de sus poemas porque aquel se los compartió a este en algún momento; si fue de Neruda a Lorca, es porque -esto es más seguro- aquel conoció Residencia en la tierra y ello pudo sentirse en las correcciones de Poeta en Nueva York. Como sea, nos parece que la calidad de “Walking around” es mayor a la obra de Lorca.
En un intento de descubrir por qué hacemos lo que hacemos, esta será una serie dispersa y sin nombre para preguntarle a algunos artistas unas cuantas cosas simples y después dejar que el trabajo haga su trabajo: hablar.
¿Cómo es tu proceso?
Creo que antes que nada lo primero que hago es investigar y recolectar inspiración. Esto me toma mucho tiempo y nace de mis experiencias y memorias. Trato de ser consistente y de mejorar con cada proyecto. Divertirme también es una parte importante del proceso, sentirme segura y certera en lo que hago también.
Cuándo ya te sientes segura, ¿cómo es el trabajo con la acuarela?
Cuando ya tengo la imagen que quiero en mi cabeza, el proceso de pintar con acuarela no me toma tanto tiempo. También trato de no bocetar ni planear demasiado. Igual que la acuarela, me gusta mantener todo flexible.
Haejin Park es una ilustradora, caricaturista y artista surcoreana basada en Nueva York. La flexibilidad y lo impredecible de la acuarela le permiten realizar su trabajo intuitivo y naïve. Haejin trata de mantener una sensación de felicidad y de espíritu alegre en sus personajes. Sus ilustraciones han sido comisionadas por The New York Times, BuzzFeed, VICE, Medium, entre otros. Puedes ver más de su trabajo aquí y aquí.
Es un suceso notable y misterioso que las personas requieran ficciones en sus vidas. Interpretar el mundo a través del lenguaje y hacer las transacciones necesarias de la cotidianidad es un hecho fundamental, pero el artificio conseguido por el que manipula el lenguaje con el fin de contar historias no es una rareza, sino una generalidad de las culturas. Se puede prescindir fácilmente del deporte o de tener ciertos conocimientos científicos, ¿pero qué sociedad prescinde de contar y escuchar historias? ¿Quién es esa persona que no mira series, ve películas, o escucha cuentos?
Bajo una óptica histórica y sociológica las ficciones son testimonio imprescindible para acceder a una manera específica de codificar la realidad. Con el análisis de los relatos accedemos al espíritu de épocas y lugares, y recopilamos modos de actuar de otros tiempos. Sin duda que sería más difícil saber lo que se pensaba del amor o la muerte en el siglo XVIII si no fuera por la literatura. Tendríamos que reducirnos a la interpretación de imágenes. También sabemos que la ficción es un vehículo ideológico poderoso, que configura maneras de actuar y las reproduce con repercusiones inconmensurables. No es casual que el país que más ha invadido países sea el país que más está en las taquillas de los cines del mundo. Aunque también en las historias se filtra el desacato a las normas sociales y se subvierte el lenguaje de la cotidiana normatividad.
Pero más allá de la minoría con intenciones analíticas, ¿por qué la gente mira novelas, series, o películas? ¿por qué cuando alguien regresa de un lugar distinto le requerimos su relato? ¿O por qué el exitoso profesionista se refugia en una pantalla a ver una y otra vez cómo se restaura el orden gracias a un policía astuto?
Por un lado, está la cuestión del entretenimiento, y hace sentido que el ocio como contrapunto del trabajo obre como espacio tiempo de relajo necesario, pero sin negar que el esparcimiento es un hecho muy importante en nuestra convivencia con la ficción, lejos está de ser una respuesta determinante. Reducir la ficción a mero hedonismo psíquico, resuelve perezosa y parcialmente nuestra tendencia a la ficción.
Una de las hipótesis con las que más coquetean mis reflexiones es la de la multiplicidad: tener la sensación de vivir otras vidas, de emular la emoción de situaciones alternas. Ante la división del trabajo que segrega en gremios muy restringidos la utilidad de las personas, la ficción permite participar de otras experiencias. Uno acude a imaginarios que son inaccesibles en la rutinaria vida cotidiana, y participa desde su situación, apropiándose y contagiándose de símbolos y emociones aparentemente ajenas, y a veces satisfaciendo deseos imaginarios, conscientes o inconscientes.
Cada sociedad crea y recrea mitos con sus inquietudes latentes o soterradas; sin imaginación el futuro sería algo totalmente contingente. Podríamos pensar nuestra necesidad de ficciones no sólo en un sentido de satisfacer deseos psíquicos, sino también en un sentido cognoscitivo vital: como la necesidad de nutrientes imaginarios obtenidos por las variantes que otorgan los relatos, para así obtener una mayor gama de imaginarios con los cuales lidiar la realidad: interpretarla, actuarla, sobrevivirla: recrearla. No un estimulante cualquiera, sino un estimulante que nutre el hecho más relevante no meramente fisiológico de la humanidad: el lenguaje.
Me resulta inimaginable la vida sin ficciones; un Quijote al revés se habría desvanecido antes del segundo capítulo. Y aunque nunca faltará el cientificista social que entienda por ficción lo mismo que falsedad, la gran parte de la humanidad estará ávida de escuchar historias, ya sea en formato de chisme o epopeya. Entonces a lo mejor será provechoso no olvidar de preguntarnos de vez en cuando ¿por qué frecuentamos la actividad de escuchar, leer, o ver historias?