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Antonioni en la Cineteca Nacional

Durante el mes de diciembre se proyectará en la Cineteca Nacional de la Ciudad de México una amplia retrospectiva dedicada a Michelangelo Antonioni. Este evento, derivado de una decisión y de un deseo por parte de los programadores de dicha institución no debe sino celebrarse. El trabajo de una cineteca es entre otras cosas la preservación de material fílmico, además de la difusión de películas nuevas que muchas veces, aunque cada vez menos, quedan al margen del cine comercial o industrial. Para ello se organizan ciclos, programas y presentaciones especiales, talleres, invitaciones a directores, guionistas, actores o productores que acompañan los procesos de recepción de los materiales fílmicos más recientes.

Michelangelo Antonioni

Sin embargo, otra labor más de una cineteca, es la insistencia en la proyección de obras renombradas del pasado que nuevas generaciones pocas ocasiones tienen oportunidad de revisar. Este trabajo es inagotable. Sucede también, en diversas ocasiones que la aparición de algunas películas modifican el modo de ver lo que se ha hecho en el pasado. Son, en fin, muchas las razones para compartir en el presente, obras relevantes del pasado. Tal es el caso del cuerpo de películas que conforma la invaluable obra de Michelangelo Antonioni (Ferrara, 1912-Roma, 2007).

Al igual que otros directores del siglo XX, Antonioni pertenece a una generación que fue probablemente la primera en hacer cine después de ver películas. La generación anterior a la suya, no tenía ningún antecedente y en ese sentido fueron inventores y descubridores de recursos. Para Antonioni la cosa fue distinta, lo que no significó de ningún modo que abandonara la tentativa de invención. Por el contrario, a diferencia de otros cineastas contemporáneos suyos, no dejaría nunca de inventar o crear una forma única para cada una de sus películas. El clímax de su trabajo es sin duda la tetralogía conformada por La aventura (1960), La noche (1961), El eclipse (1962) y El desierto rojo (1964). Películas que diseccionan por un lado las posibilidades del cine para desarrollar emociones e ideas, además de desenvolver formas. El eclipse es en este sentido la más radical de todas, algunos han dicho incluso que los últimos planos de la película remiten por su grado de abstracción a la pintura de Mondrian. El desierto rojo, por otro lado, fue su primera película a color, lo que no impidió al director italiano buscar la manera en que éste, fuera significativo al grado de pintar campos de colores distintos.

Desde el comienzo de su trabajo, Antonioni se mostró interesado en los mecanismos y motivaciones de la mujer contemporánea. La Segunda Guerra Mundial modificó su lugar en el mundo. Las películas por lo mismo y, miradas desde cierto plano general, fueron entonces una especie de ensayo. Nadie como Antonioni demostró que el rostro de una mujer podía proyectar una vida interior compleja. Esto sucedió muy pronto. Ya en Las amigas de 1955 —basada en Entre mujeres solas, la extraordinaria novela de Cesare Pavese— se nota el deseo de indagar en la amplísima psicología femenina.

Luego de su tetralogía Antonioni no cedió. Realizó Blow Up, obra imprescindible del cine mundial, además de algunas otras películas imborrables como El pasajero (1975), con un Jack Nicholson inmejorable o Identificación de una mujer (1982), en donde el mismo Antonioni se encargó de la edición obteniendo imágenes insólitas.

Tengo por Michelangelo Antonioni una adhesión total. Desde hace años he tratado de ver todas sus películas y completar un rompecabezas que empecé a llenar siendo muy joven. En su libro Para mí, hacer una película es vivir (Paidós, 2002), escribió: “Muchas veces me han acusado de formalista. Yo siempre he cuidado la forma, no puedo negarlo, lo que no logro entender es por qué no debería hacerlo. Si se coloca un objeto en una imagen no es solamente una cuestión de forma, es una cuestión mucho más sutil, que afecta las relaciones de las cosas con el aire, de las cosas con el mundo. El mundo es un concepto que siempre está presente en una imagen: el mundo de las cosas que se ven y el mundo de todo lo que hay detrás de ellas.”

Declaración de la cual pueden inferirse dos cosas: una, que mientras hizo sus películas no siempre la pasó bien; y dos, que su punto de vista sobre hacer cine trasciende el burdo entretenimiento, el engaño, para ir hacia la verdad y la belleza, es decir el arte, mediante la concentración de todos los sentidos, de la cabeza y el corazón.

Ahora, lo sabemos, Michelangelo Antonioni cambió el modo de hacer cine y sus películas se seguirán viendo, mientras esto dure. Hoy, la Cineteca Nacional, nos vuelve a dar la oportunidad de sumergirnos en toda esta riqueza.

Imagen por: Patricia Wiesse

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