Luis Gámez
Ediciones Alpha Decay
Barcelona, 2012
Desde comienzos del siglo XX, el ruido –consecuencia del mundo industrializado– comenzó a ser parte de las reflexiones de intelectuales, científicos y artistas. Estos últimos, vieron el ruido como una posibilidad de registro para nuevas sensibilidades. Luigi Russolo, músico futurista, publicó en 1913 su manifiesto El arte de hacer ruidos con notables consecuencias. Desde entonces son muchos los ensayos y trabajos escritos al respecto. Gámez recoge en su libro reflexiones que establecen relaciones entre el ruido y el arte, su relación con la música, y establece al mismo tiempo una tradición que rebasa ya más de 100 años.
El ensayo es breve y repasa sucintamente una historia larga que llega hasta el día de hoy. En esto hay una virtud, pues el libro de Gámez puede leerse como una introducción al ruido en el siglo XX. El texto se divide en dos apartados que organizan las ideas de Gámez: “El arte de los ruidos para construir el mundo” y “Máquinas de hacer ruido para destruir el mundo”. El ensayo reconoce además que forma parte de una tradición. Hay un epígrafe, por ejemplo, de Jaques Attali, autor del famoso ensayo Ruidos, así como también merecidas menciones a Marshall McLuhan. Algo que vale la pena decir sobre El arte del ruido, es que así como analiza planteamientos teóricos y opiniones de Walter Benjamin o Theodor Adorno, hace eco de reflexiones de músicos y artistas que van de Erik Satie a Pierre Schaffer, John Cage, Lamonte Young e incluso músicos vivos como Merzbow.
El ensayo es útil e imaginativo, y por suerte no utiliza ni el pesado lenguaje académico, ni la pedante prosa postmoderna. Por el contrario, busca ser claro y preciso en todo momento. La tesis principal de Gámez es sencilla, hay que apropiarse del ruido en lugar de rechazarlo y hacer de éste una forma de expresión humana y artística.
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“El oído, a diferencia de los ojos, siempre está abierto “multiplicando la singularidad de la percepción en la pluralidad de la experiencia. Marshall McLuhan otorga a la presencia ineludible y continua del sonido el papel de alternativa a la linealidad de la visión: “La estructura del espacio acústico natural de la naturaleza pura habitada por iletrados. Es como el oído de la mente o la imaginación acústica que domina por igual el pensamiento de los humanos prealfabetizados y postalfabetizados. […] Es tanto discontinua como no homogénea.”
Imagen por: Ministerio de Cultura Perú
Gracias por la reseña. Buscaré el libro en Chile.
Saludos