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Infancia de Juan Carlos Onetti

Tengo en mis manos un tomo de 200 páginas que publicó Galaxia Gutemberg en junio de 2013. El libro no está impreso en España si no en Uruguay, por lo mismo a pesar de sus tapas duras, tiene un papel revolución más bien frágil y pobre. El libro es el tomo doce, titulado Miscelánea de las obras completas de Juan Carlos Onetti. Es, entiendo, el último volumen de la obra del escritor uruguayo. Contiene, varios textos autobiográficos, prólogos, el discurso que dio para recibir el Premio Cervantes, dos poemas, entrevistas y reportajes, además de conversaciones con críticos como Emir Rodríguez Monegal o personajes como Alfredo Zitarrosa.

Para un lector de Onetti, el libro es imprescindible. Para quien no ha leído al gigante escritor que es Juan Carlos Onetti, podría ser una puerta de entrada. El libro en gran medida, es una poética, y por lo mismo, una interesante indagación en el reticente y muchas veces oblicuo y oscuro pensamiento de unos de los mayores escritores de la lengua española.

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Siempre que releo a Onetti (empecé a leerlo hace casi veinte años) algo vuelve a sorprenderme: un ritmo, el uso de los adverbios terminados en “mente” y que cualquier purista descalificaría, un punto de vista nuevo sobre la condición humana. Entiendo que para Onetti la literatura, más allá de su desprecio por casi todo, es una cosa sagrada, incomoda, difícil. Pienso además, contrariamente a lo que escribió Mario Vargas Llosa, que no hay nada en sus libros descuidado ni gratuito. Su obra desde el principio, desde la aparición de El pozo, repite la obsesión por encontrar una forma nueva y un modo también nuevo de decir. Estas dos búsquedas, sin embargo, en el caso de Onetti, no son su único objetivo. Las textos de Onetti, del tipo que sean, desmontan el mundo y el hombre, son piezas de investigación. Lo son porque inventan como decía una forma y un lenguaje, y antes de Onetti, ni esa forma ni ese lenguaje podían siquiera intuirse, pero además porque nos dicen algo que no sabíamos. Una cosa más que agregar, es el placer que da su prosa, pues más allá de sus innumerables personajes sumidos en el fracaso y la miseria, las palabras de Onetti se paladean como un buen pedazo de carne.

Leyendo la Miscelanea, he descubierto su “Infancia”. Un texto que consignaré aquí por dos razones. Su brevedad, pero también porque nuevamente he sido sorprendido, pues mientras muchos hablan de la infancia desde un punto de vista idílico, Onetti se plantea la infancia como un problema narrativo, establece sesgos que no pueden salvo obligarnos a pensar las cosas al respecto, otra vez.

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Infancia

Sí, fue una infancia feliz. Pero tal vez no exista ningún período de la vida tan profundamente personal, tan íntimo, tan mentiroso en el recuerdo como éste. Hay decenas de libros autobiográficos sobre el tema: la experiencia me ha enseñado a saltearlos. Ningún niño puede contarnos su paulatino y sorpresivo, desconcertante, maravilloso, repulsivo descubrimiento de su mundo particular. (Dispongo de más adjetivos, espero que no sean necesarios.)

Y los adultos que lo han intentado -salvo cuando engañan con talento literario- padecen siempre de un exceso de perspectiva. El niño inapresable se diluye; lo reconstruyen con piezas difuntas, inconvincentes y chirriantes. En primer plano, inevitable, está siempre el rostro ajetreado del mayor, hombre o mujer.

Decir la infancia implica sin remedio un fracaso equivalente a contar los sueños. Como decía un amigo, no habrá jamás comprensión verdadera entre Oriente y Occidente.

Yo fui un niño conversador, lector, y organizador de guerrillas a pedradas entre mi barrio y otros. La reiteración del “or, or” pertenece a usted y a Poe. Recuerdo que mis padres estaban enamorados. Él era un caballero esclavista y ella una dama del sur de Brasil.

Y lo demás es secreto. Se trata de un santuario (William Faulkner) sagrado (Tomás Eloy Martínez).

Imagen por: DBD

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