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Chris Torrance: Una resolución radical

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En el número 8 de Mula Blanca publicamos tres poemas del poeta inglés Chris Torrance. Probablemente muy pocos en nuestra lengua sabían de su existencia. Es, sin embargo, uno de los poetas ingleses más relevantes de la segunda mitad del siglo XX. Pertenece a una importante generación de escritores que durante los años sesenta y setenta desarrollaron una destacada labor literaria que produjo lo que hoy se denomina como “Renacimiento inglés”. Fue, hay que decirlo, un trabajo marginal, hecho a partir de lecturas en pubs y ediciones precarias. No eran exactamente tampoco un grupo compacto. Cada uno era distinto del otro. Tenían eso sí, la feliz coincidencia de una búsqueda por renovar el lenguaje poético como lo habían recibido dentro de su larga tradición, en donde Basil Bunting y su poema Briggflatts jugaron un papel indispensable como asideros para la posibilidad de un cambio.

Formaron parte de este “movimiento” Eric Mottram, Tom Raworth, Lee Harwood, Bill Griffiths, Barry MacSweeney, Maggy O’Sullivan y Ian Sinclair éste último, autor inclasificable, todos motivados por el impulso arrebatador de Bob Cobbing, quien fue un promotor coherente y cargado de ideas nuevas. Cobbing desarrolló una obra que abarcó trabajos de poesía escrita, visual y sonora, además de una impresionante tarea como editor. Realizó cientos de ediciones que utilizaron la fotocopiadora como máquina de producción.

Londres fue en ese momento un hervidero de creatividad. En la música, por ejemplo, se destacó el desfachatado compositor Cornelius Cardew, quien sorprendió a todos con partituras inusuales, prácticamente dibujos. Pero el espectro de propuestas era muy amplio no es gratuito que Antonioni eligiera Londres para filmar Blow Up por esos años, o que se realizara una película como La soledad del corredor de fondo de Tony Richardson. En ese momento surgieron también músicos que provenientes del jazz, comenzaron a desarrollar un lenguaje musical con el acento puesto en la improvisación libre. Basta con citar a Derek Bailey, Lol Coxhill o Evan Parker, para entender la magnitud de lo que sucedía. Todo esto, por supuesto, como algo tangencial a la efervescencia del rock.

En ese tiempo muchos poetas norteamericanos como Allen Ginsberg, Robert Creeley o Ronald Johnson pasaron por Inglaterra dejando su impronta, notoria sobre todo en la obra de Tom Raworth, quien más adelante iría a vivir una temporada en los Estados Unidos.

De ese contexto abrevó Chris Torrance. Había nacido en los suburbios de Londres en 1941 y ahí vivió durante sus primeros veinte años. Luego de trabajar como dependiente, se convirtió en jardinero de parque. Primero en Londres, luego en Bristol. Ciudad que abandonó para irse a vivir a Upper Neath Valley en el centro del territorio de Gales, donde vive aislado hasta el día de hoy. Esa resolución no ha sido en vano. Ha constituido el epicentro de su poética. Como ha escrito el crítico y poeta William Rowe en Three Lyric Poets un libro sobre Harwood, Torrance y MacSweeney, el desplazamiento de Londres a Bristol y posteriormente la elección de refugiarse en el campo, ha constituido para Torrance “un viaje espiritual” que va del paisaje a la historia, y de estos al universo, pasando siempre por una acuciosa interioridad.

Sus primeros libros, Green, Orange, Purple, Red (1968) y Aries Under Saturn and Beyond (1969), acusan su relación con Londres y las primeras experiencias amorosas y de amistad. Acrospirical Meanderings in a Tongue of Time, da un registro del paisaje de Gales que lo acompañará el resto de su vida. Luego de algunos libros más publicará en 1986, The Slim Book / Wet Pulp: The Magic Door, donde se afianzará su interés por integrar de un modo aparentemente sencillo la relación del hombre con la historia a través de la poesía, y también el reconocimiento de la precariedad de éste dentro del movimiento del universo. Torrance nunca abandonó la primera persona, lo que ha significado una apuesta total por escribir una poesía de carácter lírico. En The Slim Book / Wet Pulp: The Magic Door, los poemas se expanden sobre la página introduciendo amplios espacios blancos, dándole a la palabra un relieve sonoro y visual poco frecuente.

En su casa de piedra, aplomado, Torrance ha conseguido mantenerse informado del mundo. Posee una enorme colección de grabaciones musicales (en alguna ocasión el poeta argentino Hugo Gola y William Rowe me contaron que en una visita escucharon durante algunas horas discos de The Doors, mientras corrían vinos y cigarros) que suenan todo el día entre balidos perdidos y el implacable chillido del viento. Desde hace más de cuarenta años, Torrance no hace otra cosa que esperar al poema. Trabajó con músicos durante toda su vida, y existen registros de ellos como su colaboración con Chris Vine en su libro-CD, Rori  de 2011.

Imagen por: Strange Attractor

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