Este texto apareció como prólogo a la edición de Retomas de Hugo Gola (Aldus, México, 2010). En el año 2011 Gola volvió a Argentina después de un largo período de exilio en México, donde contribuyó al enriquecimiento personal de muchos, pero sobre todo del contexto poético de nuestro país. Sirvan las siguientes líneas como un homenaje.
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Cuando Hugo Gola me contó que aparecería en México su más reciente libro de poemas, Retomas —publicado el año pasado por Alción en Córdoba—, recibí la noticia con entusiasmo. La sorpresa me fue doblemente grata no sólo porque se encargaría del proyecto la editorial Aldus, quizá la mejor entre las dedicadas a la poesía en México, sino porque también, y esto es lo verdaderamente relevante, los lectores de nuestro país tendrían acceso a este material que con infinita paciencia, Gola acumuló durante los últimos años. Estos poemas tendrían que enmarcarse —aunque son experiencias de escritura muy distinta e independientes una de la otra— con las anotaciones minuciosas y abiertas de su libro Prosas, también publicado por Alción, en 2007. Este libro contiene en un estilo directo, notas diversas sobre la poesía y la vida que eluden la consigna, prefiriendo como medio de reflexión el cuestionamiento y la duda. El ejercicio de pensar sobre lo que se lee y se escribe suele ser poco común o demasiado infructuoso por utilizar en muchos casos con deficiencia las herramientas de la crítica y de la academia. Las notas de Prosas buscan otra salida, quieren permanecer al margen de lo dogmático. En este sentido se parecen al poema, pues no dicen, tantean, y al hacerlo también revelan un haz de posibles lecturas. Estoy seguro que en años venideros, la recopilación de prólogos, conferencias y otros textos que Gola ha ido dejando aquí o allá, cerrarán el cuerpo de una obra singular dentro del panorama de la literatura latinoamericana…
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A Hugo Gola lo conocemos en México sobre todo como editor y promotor de la más sobresaliente poesía del mundo. Los libros de El poeta y su trabajo publicados por la Universidad de Puebla hace ya varias décadas, han sido sin lugar a dudas, un abrevadero para algunas generaciones de escritores mexicanos. Lo mismo puede decirse del esfuerzo realizado durante diez años a cargo de la revista Poesía y Poética y la colección de más de veinte libros que coordinó durante su paso como profesor y bibliotecario de la Universidad Iberoamericana. Este cúmulo de realizaciones notables, desdibujaron, aunada a su modestia por publicar y promoverse, el valor de un trabajo que hoy ya se reconoce en el territorio de la poesía escrita en nuestro idioma. Antes que otra cosa, Gola ha sido siempre un poeta. Esto puede observarse en el hecho de que con el tiempo y desde el comienzo, a pesar de que sus poemas han ido adquiriendo características muy distintas en los planos formal y expresivo, algo sutil pero reconocible ha permanecido en su escritura. En Retomas, Gola reemprende con absoluta entrega su compromiso con la palabra. A la suma de sus ya múltiples recursos, se agregan otros, un más reconocible hilo narrativo, como el que atraviesa el poema “recuerdo borroso”, por ejemplo, en donde la memoria recupera anécdotas aparentemente olvidadas, pero que están por ahí, agazapadas, esperando encontrar el camino de regreso y, con éste, su lugar en el presente. Así, se teje al mismo tiempo, con un recurso, una poética. A diferencia de los libros anteriores, donde la relación con el mundo inmediato jugaba un papel fundamental —lo que no quiere decir que esto haya desaparecido en Retomas—, el reconocimiento y utilización de los mecanismos de la memoria, producen una atmósfera nebulosa, que al igual que en un película de Tarkovski, permiten que cada nueva imagen, que cada nuevo suceso dentro del poema, resulte un descubrimiento. Desde esta perspectiva, Gola se encuentra muy próximo de William Carlos Williams, para quien también, el poema, antes que otra cosa, es una revelación. Por otro lado, Gola se acerca a Williams, y no es un asunto menor, por su apego a los ritmos del habla, y no a un burdo uso coloquial de las palabras. Esto es notorio en el vocabulario que utiliza, pues es amplio y preciso, características infrecuentes, por decir, en una conversación. Hay, sin embargo, una incorporación de los acontecimientos que suceden dentro de ésta, como puede observarse en las siguientes líneas: ahora / que suba ahora / hacia este cielo / y dé otro paso / hasta nosotros; en donde la repetición, actúa no como una muletilla, sino como una forma para cargar de mayor sentido al lenguaje.
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Uno de los rasgos más sobresalientes de los poemas de Gola, es sin duda el constatable uso material que hace de las palabras. En sus poemas las palabras se apegan a su significado, y al mismo tiempo, expanden su sentido mediante sus relaciones sonoras, sus repeticiones y sus resonancias internas y externas. En una ocasión, durante uno de los cursos de poesía latinoamericana al que tuve oportunidad de asistir como alumno de la universidad donde Gola trabajaba, lo escuché leer Altazor de principio a fin. Esa fue su clase y resultó decisiva. Con su voz firme y sostenida, nos hizo sentir a todos los presentes, que la poesía era también sonido. Seguramente no viene demasiado al caso, pero no podría omitir, que hasta el día de hoy, no conozco a nadie que lea tan bien los poemas como él. Su ritmo es infalible. Sin ser monótono, consigue con muy pocas variaciones, hacer que un poema de Vallejo o Girondo, extienda sus ondas hacia otras regiones de sentido. Una vez me contó que siendo niño, estando solo, en el campo a la intemperie, cuidando algunos animales, sentía el impulso de gritar palabras, a veces inventadas, como en un embrujo. No dudo que en ese hecho de su infancia, estuviera encarnado ya, el germen de su modo de leer y una idea del poema. Considero que este uso material de la palabra, ha sido posible gracias a una concentración particular, que trabaja incluso al nivel de la sílaba. Gola ha conseguido encontrar para cada poema una forma y un sonido, que gracias a que se ajustan a un objeto único, logran ser soluciones exclusivas y al mismo tiempo siempre nuevas. Si existe un sistema dentro de la obra de Hugo Gola, es su rebelión a construir uno, su rechazo total a utilizar un método recurrente. Para esto, intuyo, no es posible otra cosa que ser paciente. Esperar con fidelidad las “filtraciones” de la emoción y la experiencia interior. Creo que también por esto su obra es hoy en día tan distinta a la de otros poetas: sin ser en realidad una poesía del silencio, necesita de éste para existir. La idea es simple, la sobreabundancia del mundo actual en todos los órdenes requiere separar y aislar las cosas para poder experimentarlas, quien se haya tragado el cuento de una supuesta multifuncionalidad, me temo, se pierde de algo que no puedo llamar sino esencial:
a fuego lento
cociné
salmón rosado
no sólo para mí
su sabor
resultó delicioso
tal vez
por eso
precisamente
precisamente
Y gracias a esto, precisamente, leer los poemas de Gola exige de quien los lee una determinada disposición. La vida y el poema intercambian hilos que tejen una fina malla, que al igual que en los versos con los que Pablo Neruda abre su “Alturas de Machu Pichu”, del aire al aire como una red vacía, es posible acumular alguna experiencia. Son la vida y el poema que en una marcha idéntica recogen el mundo y sus efectos. Este rico registro puede tomar una extensión diversa, desde unas pocas líneas hasta varias páginas, como es el caso del largo poema “rotación” que abre Retomas. La extensión por si sola no representa un valor especial, un poema funciona más allá del número de versos que lo componen. De cualquier modo, en el caso de los poemas de Gola, la extensión constituye un asunto sobre el cual vale la pena reflexionar, pues logra unir con pocos o muchos trazos, una expresión compleja y emocional. En “rotación”, lo que comienza y termina, y vuelve a comenzar y a terminarse, es la existencia encarnada en una materia incapaz de retener una sola forma. El problema que de esto se deriva es el de la individualidad que experimenta por unos instantes “algo” —lo que probablemente reconocemos como la realidad— dentro de la “molienda universal”, y luego desaparece. Ante ese hecho infranqueable, queda el poema, el apunte sensual y la perplejidad frente a una posible renovación:
…cielo alto
vacío
inagotable refugio
recibes la mirada
mientras de nuevo
el sol avanza
Sobra decir que una visión así, no puede ser la de un hombre joven. La recuperación de los recuerdos, la conciencia del tiempo de una vida —mecanismos reconocidos desde el título de este libro denso—, no son propios, aunque resulte redundante, de quien aún no ha vivido. Uno debe haber experimentado el amor y el dolor, como escribió Rilke, para reconocer, al igual que Montaigne, que “vivir es aprender a morir”. La muerte se olfatea en estos poemas. No hay, sin embargo, ninguna queja, ningún heroísmo, la vida avanza como siempre y para todos. Hay solamente un hombre y una ventana. Una pequeña libreta y un lápiz de punta chata. Hay también el deseo de asir una experiencia, para después, quizá, ser compartida.
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El año pasado, tuve la oportunidad de viajar con Gola a Argentina y visitar el pueblo de Rincón, muy cerca de Santa Fe, la ciudad donde vivió junto con escritores y amigos sobresalientes como Juan José Saer y Francisco Urondo, sus más intensos años de formación y reflexión sobre el poema y los problemas literarios. Ahí, caminando por calles de tierra marrón, casi arena muy fina —la otra orilla del río Paraná de Juan L. Ortiz se encuentra a unos cuantos kilómetros—, Gola recordó que alguna vez había escrito un poema sobre un monumental eucalipto. Inmediatamente recordé las palabras iniciales de ese poema: Alto eucalipto gris… Con entusiasmo nos animó a Martha Block, su compañera y una excelente pintora, y a mí, a que apuráramos el paso unas cuantas calles para ver aquel árbol gigante. Ni bien doblamos la esquina, vimos desde ahí, a más de doscientos metros, el tronco majestuoso del eucalipto que llegaba literalmente hasta el cielo, sembrado en sus ramas de infinitos retoños verdes, demostrando todavía su vigor. El árbol se encontraba dentro del amplio jardín de una casa. Al llegar a la reja, Gola seguía intentando recordar su poema. Me acerqué al muro y vi que en unos mosaicos de cerámica, estaban transcritas sus palabras. Se lo dije y de un modo un tanto reticente a creerme, se acercó y vio que tenía razón. Juntó sus dos manos, un gesto que repite desde que lo conozco hace ya quince años, y me miró con asombro arqueando sus enormes cejas pobladas. Una cadena de consideraciones y reconocimientos, fijaba otro eslabón.
Creo importante consignar que aquella edición argentina venía acompañada por un extenso prólogo del crítico Jorge Monteleone, además de una nota del poeta y traductor Silvio Mattoni.